SECUESTRADA (2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por noespabilo.
No tenía noción del tiempo.
Pasaban las horas, los días, no sé cuantos.
No sabía si era de noche o de día.
La rutina era casi siempre la misma, con algunas variantes.
Comía, me lavaban, me follaban, dormía y de nuevo lo mismo.
En ocasiones, mi "cuidador", se quedaba a follar y dormir conmigo, pero en estos casos me mantenía atada todo el tiempo, supongo que para evitar que le quitara las llaves para escapar.
En una ocasión me trasladaron a otra estancia.
Las manos atadas a la espalda.
Me quitaron la venda al llegar y sentí verdadero terror.
Era como una mazmorra de la edad media.
Con máquinas de tortura.
Extraños instrumentos.
Paneles cubiertos de tenazas, látigos, vergajos, varas… El techo colmado de cadenas, cuerdas, poleas… La sala era muy grande.
En el centro había una tina, de unos cuatro metros de lado y más de un metro de altura, como una piscina de madera y plástico, llena de agua.
Al fondo vi a un grupo de personas cubiertas con capas con capucha que impedía ver sus rostros, aun así, un potente foco sobre sus cabezas, apuntando hacia mí, me deslumbraba y me impedía ver.
Por un lateral entró un hombre grande con la cara cubierta, acompañado de otro joven con los ojos cubiertos, desnudo, como yo.
Ataron sus manos a la espalda, como a mí.
Le quitaron la venda y pude ver que era muy jovencito.
Unos dieciocho años, no más.
Nos miramos y las lágrimas acudieron a nuestros ojos.
Teníamos miedo.
Pánico.
No sabíamos hasta donde podía llegar aquella gente inhumana que disfrutaba con el dolor ajeno.
Dos de los encapuchados nos empujaron al chico y a mí hacia el centro de la sala, junto a la piscina.
Nos colocaron un arnés desde los hombros hasta los tobillos, donde engancharon los mosquetones.
Uno de los encapuchados, era una mujer, se acercó y arrodillándose ante el chico, se trago su pene y lo excitó hasta ponerlo en erección.
Nos enfrentaron y ataron nuestros arneses de forma que los sexos quedaron juntos y con la mano, la chica penetró mi vagina con el pene del chaval que lloraba amargamente.
Me daba pena porque veía en él a mi hijo y el recuerdo se me hizo insoportable.
Besé sus labios intentando tranquilizarlo.
Me miró fijamente y sentí que su verga crecía dentro de mi coño, que se encharcaba.
Me avergüenza aceptarlo, pero el miedo, la incertidumbre, la posibilidad de que aquellos crápulas pudieran acabar con nosotros, me producía una extraña excitación, provocando una secreción continua de jugos que se deslizaban por mis muslos y, supongo, por las piernas del chico.
— ¿Cómo te llamas? — Pregunté al chico.
Oí un silbido y un dolor atroz laceró mi nalga derecha.
— ¡¡AAYYY!! ¡Cabrones! ¡Soltadnos!
Otro silbido y una vara se estrello en mi nalga izquierda.
— ¡Silencio! — Se oyó la voz metálica que parecía de ultratumba.
Y me callé.
Aquellos energúmenos carecían de sentimientos.
Eran auténticos psicópatas.
Terminada la unión de los dos arneses, comprobé, en mi propia carne, que la unión era perfecta.
Además, los vergajazos habían facilitado la labor al obligarme a apretujarme contra el chico, que ahora descansaba su cabeza sobre mi hombro, resbalando sus lágrimas por mi pecho.
Dos de los fornidos ayudantes nos sujetaron para que no nos diéramos un golpe al elevar nuestras piernas.
Quedamos colgados cabeza abajo.
Nos elevaron.
Sentía un extraño calor que salía de mi coño y caía por la unión de nuestros cuerpos hasta llegar a la barbilla, la cara, la boca.
¡Era pis!
El pobre chaval se había meado de miedo dentro de mi coño y rebosaba bañando nuestros cuerpos.
Lo peor fue que yo tampoco pude evitar mearme encima.
El chorro disparado contra los muslos del chico, caía después en forma de una autentica lluvia dorada.
Prestar atención a esto me evadió de lo que sucedía a nuestro alrededor.
Todos los fantasmones se habían congregado alrededor de la piscina y al ver cómo caía la orina de nuestros cuerpos aplaudieron estruendosa y ensordecedoramente debido a las características acústicas del recinto.
La cadena que nos sujetaba nos elevó por encima de las cabezas de los asistentes para deslizarse y colocarnos sobre la piscina.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
¡Aquellos bestias querían ahogarnos!
Mi temor se confirmó.
¡Nuestros cuerpos bajaron hasta llegar al agua y nos sumergieron!
Nos movíamos como posesos intentando sacar nuestras cabezas del agua para respirar.
Las convulsiones de nuestros cuerpos provocaban un chapoteo que despedía agua por los bordes, mojando a los asistentes.
Pasados un tiempo, que se me hizo eterno, nos sacaron y entre toses pudimos evacuar el agua de la boca y nariz.
Pero algo me sorprendió.
El chico me penetraba con fuerza.
Su pene había engordado.
Estaba pensando en esto cuando, de nuevo, nos sumergieron.
Esta vez más rápidamente, dejándonos caer totalmente dentro del estanque.
El pánico me dominó.
Creí llegado mi final.
En unos segundos vi pasar por mi mente toda mi vida.
Como fotogramas a gran velocidad pero con una gran cantidad de detalles.
La extracción fue más rápida.
Al tomar aire sentí una descarga en mi matriz… El chico había eyaculado.
Un grito gutural, dramático, desesperado del pobre muchacho lo confirmó.
Y se echó a llorar gritando y moviéndose desesperadamente.
Yo me sentía rara.
El miedo había desaparecido.
No temía a la muerte, ni al dolor… A nada.
Me sentía como un tronco viejo.
Era una sensación extraña.
Nos bajaron, desmontaron los arneses, nos colocaron los pañuelos en los ojos y al salir oí la voz ronca, metálica, que explicaba lo que allí había ocurrido.
Lo que habían hecho con nosotros.
— Durante el periodo más álgido de la Revolución Francesa, los tribunales populares condenaban a aristócratas y componentes del clero a muerte.
A los sacerdotes los obligaban a casarse y si se negaban, los casaban, a la fuerza, por este procedimiento, uniendo curas y monjas, forzando la cópula y la consiguiente eyaculación en el sexo de la monja.
Esta escena que habéis presenciado, se repetía con frecuencia en Paris, sumergiendo a las parejas en el Sena Y como habéis podido comprobar, la eyaculación se produce de forma involuntaria.
—Ahora elegid la compañía que os apetezca y disfrutad de la velada.
La última frase fue el pistoletazo de salida de la primera orgia en la que me vi envuelta.
Se desprendían de la capa, pero conservaban la capucha que preservaba su identidad.
Alguien se acerco a mí, me hizo arrodillar y me obligó a mamarle la polla.
Como puse reparos, oí de nuevo el silbido de la vara y el escozor en mi nalga.
Con algún tipo de señal había denunciado mi oposición y el castigo fue inmediato.
Vi como sodomizaban al muchacho que había sido mi pareja, cómo lloraba.
Mi postura facilitó que alguien me poseyera por detrás utilizando mi ano como receptáculo de su pasión.
Mientras penetraban al chaval, una mujer, con no menos de sesenta años, chupaba golosamente su polla y se restregaba el coño con furia.
Cuando el chico quedó libre, la mujer lo tendió en el suelo y cabalgo con su culo y coño sobre la cara del chico, al que meneaba con fiereza la polla tratando, inútilmente de enderezarla para poder metérsela.
Mi postura facilitaba que cualquiera que pasara por allí me utilizara a su antojo.
Lo peor es que a veces disfrutaba como una perra de las penetraciones.
Vi a la mujer abandonar al chico, entonces me acerque a él, que al verme me abrazó como si yo pudiera ayudarle en algo.
Lo cierto es que su aparatito reacciono al contacto conmigo.
Yo no me había percatado de que la "señora" nos había visto.
De un manotazo me apartó del muchacho, se tendió y lo obligó a montarla, cosa que hizo bajo la amenaza del vigilante.
Me miró, me tendió la mano suplicante y me acerqué a la pareja.
Yo intuía que si la mujer no quedaba satisfecha le reportaría algún castigo y colaboré.
Acaricié los pechos flojos, caídos hacia los lados.
Pellizqué los pezones y besé al chico para animarlo.
Una de las manos de la mujer pasó por mi coño, introdujo los dedos.
Me gustó.
Me desplace hasta atacar el culo de la abuela con los dedos al tiempo que acariciaba los delicados testículos del chico.
La "señora" respondió, apartó al pobre chico y me incrustó la cabeza en su coño.
Chupé, lamí, dedeé y por fin logré arrancarle un orgasmo.
Quedó desmadejada en el suelo, pero su mano sujetaba la mía.
No podía soltarme.
— Ayúdame a levantarme — Ordenó.
Me incorporé y la ayudé.
Una vez en pié, sin soltarme la mano, tiró de mí, hasta llegar donde estaba el, al parecer, director del evento.
Hablaron en susurros, no pude oír lo que dijeron pero sí las consecuencias.
Una mirada al salón me hizo ver que aquella gente no se detendría, ostentaba el poder, a través del dinero, la impunidad.
Estaban por encima del bien y del mal.
La orgía era alucinante, había dos tipos de personas, las que ejercían el poder, los que hacían lo que se les antojaba, con los que, como yo, no tenían más opción que aceptar sus caprichos sin limitaciones.
Nuestra vida estaba en sus manos.
Si por un antojo acababan con la vida de alguien, este desaparecía o sufría un accidente o… Vaya usted a saber.
Con un gesto hizo que uno de los cuidadores me colocara un paño en los ojos.
Manos esposadas a la espalda y de nuevo en marcha.
Me llevaron a la habitación que había ocupado hasta entonces, me ofrecieron un vaso con un refresco que agradecí…
Cuando desperté, con un fuerte dolor de cabeza, estaba en otro lugar.
No sé dónde.
Me levanté realizando un gran esfuerzo, porque me sentía muy débil.
Busqué una posible salida y no la encontré.
No se escuchaba ningún ruido, nada.
El silencio era total.
El ruido del cerrojo me alertó.
Una mujer joven encapuchada entró y me indicó que la siguiera.
Me condujo a una sala de baño donde pude asearme.
Me facilitó una especie de saltito de cama transparente y descalza me llevó hasta un salón donde esperaba la mujer mayor de la orgia acompañada de cuatro personas más.
Aunque estaban encapuchadas pude discernir que eran dos hombres y dos mujeres.
— Ana.
A partir de ahora me llamaras ama.
Obedecerás sin rechistar las órdenes que se te den y se te castigará si no lo haces.
Ahora desnúdate, súbete al sofá y muéstranos tus agujeros.
Me desprendí del salto de cama subí al sofá, apoyé el pecho en el respaldo, separé las piernas y con mis manos separé los glúteos para abrir lo más posible los orificios.
— Vaya, los tiene estrechitos, a pesar del tratamiento del Gordo — Dijo uno de los asistentes.
— Déjame ver… Si, es aprovechable — Alguien introduce uno, dos, tres dedos en mi ano — Es muy elástico…
— Déjame a mí — Interviene una mujer que chequea el interior de mi coño, sus dedos se acercan peligrosamente a mi punto sensible, no puedo evitar un estremecimiento y se me escapan fluidos que son detectados por la invasora.
— Observa.
Le gusta… ¡Está a punto de correrse! — Exclama la mujer.
— ¡Qué perra! Déjame que la folle — Oigo la voz de un hombre.
Sigo en la misma postura hasta que me obligan a colocarme de rodillas sobre el asiento, a una altura que facilite la penetración.
Siento como algo se desliza arriba y abajo por mi vulva.
Se introduce de golpe.
Estoy lubricada y lo acepto sin problemas.
Una mujer se planta delante y tras vendarme los ojos se coloca de forma que mi boca alcanza el orificio anal.
Lo lengüeteo.
Sabe a caca, me repugna pero lo supero y sigo adelante.
Se mueve y mi lengua alcanza su clítoris.
Tiembla, se humedece.
Mi lengua martillea su botoncito hasta provocar el esperado orgasmo.
Concentrarme en el coño ha retrasado o impedido mi orgasmo.
De pronto otra polla me penetra, esta vez por el ano.
Violentamente.
No estoy preparada, sin lubricante…
— ¡Ahhh! Me duele.
Sin prestar atención a mi lamento sigue bombeando.
Con mi mano lubrico el orificio con los fluidos de la vagina.
Sigue sin descanso hasta correrse en mi intestino.
— Ese grito merece un castigo.
¿Cómo lo hacemos?
— No os preocupéis.
Esta noche debuta en el club.
Jajajaj
De la mano me llevan de nuevo a la habitación.
Tendida en la cama trato de dormir algo.
No puedo evitar que las lágrimas corran por mis mejillas.
Recuerdo a mi niña, Celia, a mi niño Miguel.
¿Volveré a verlos? ¿Cuándo acabará esta pesadilla.
El sueño me vence.
Un ruido extraño me despierta.
Al incorporarme veo, acurrucadas en un rincón a dos muchachas, llorando asustadas, temblando.
— ¿Cuando habéis entrado? ¿Qué hacéis aquí? — Les digo a las chicas, pero no se atreven a hablar.
Minutos después dos mujeres encapuchadas entran en la estancia.
En la puerta, fuera, un hombre de guardia.
Nos atan las manos a la espalda, nos cubren los ojos.
Pasan una cuerda para llevarnos atadas unas a otras.
Una cuerda de presas.
Desnudas nos llevan a las tres por pasillos y estancias.
El aire fresco nos acaricia el cuerpo.
Al parecer hemos salido al exterior.
Nos meten en un vehículo.
Una furgoneta.
Acostadas en la parte de atrás nos pasean durante una media hora hasta llegar a un lugar donde aparcan, abren las puertas y nos conducen a través de nuevas estancias hasta un lugar donde se oye a mucha gente.
— ¡No perdáis más tiempo! ¡La gente espera! ¡Colocadlas!
Nos desatan para subirnos en una especie de pedestales donde nos colocamos en una postura extraña.
Son cajones de madera grandes con aberturas.
Tendidas de espalda, el culo y el coño salen por el agujero más grande.
Poco más arriba, los pies.
En el lado opuesto dos boquetes facilitan el acceso a las tetas, metiendo las manos.
Imagino la imagen que ofrecerá el escenario.
Tres culos y coños, con los correspondientes pies por un lado.
Magreo de tetas y boca a disposición de los participantes por el otro lado del armazón.
Y empieza la sesión.
Las pollas se suceden entrando en nuestros coños y culos.
Manos inhumanas pellizcan y torturan nuestros pechos.
Algunos de los participantes intentan meter el puño en mi coño.
Grito y pataleo pero es inútil.
Al final lo logran.
Tras no sé cuantas horas soportando el suplicio y un sinfín de capullos degenerados, nos sacan de aquellos terribles muebles de tortura.
Una de las chicas esta desmayada.
No reacciona.
Se la llevan, no sé dónde.
Sangra por la vagina y el ano.
Parece muerta…
A la otra chica y a mí nos tapan los ojos y esposan nuestras manos a la espalda.
Subimos a la furgoneta y volvemos a la casa donde nos retienen.
Dos chicas nos ayudan a llegar al baño.
Juntas en la bañera intentamos borrar lo vivido.
La chica que me acompaña está en shock.
La mirada perdida, la boca entreabierta, las manos temblando.
Acaricio su cara, es bonita, muy joven.
Quizás no tenga aún los dieciocho años.
Nos abrazamos.
De pronto estalla en llanto, convulso.
Me contagia y lloro con ella.
Mas calmadas nos lavamos y secamos.
Al salir, las chicas de la casa, nos han preparado la cena.
Tengo que convencer a mi compañera de fatigas para que coma algo.
— Quiero morir.
Descansar.
No lo soporto.
Si me llevan de nuevo allí… — Se lamenta la pobre.
— Tienes que sobreponerte.
¿Cómo te llamas?
— Diana ¿Y tú?
— Ana, dime Diana ¿De dónde eres? ¿Cómo acabaste aquí?
— Soy de Albacete.
Yo estaba en el botellón del Jueves Lardero.
Estaba algo mareada pero no tanto como para perder el control.
No sé como acabé aquí.
¿Tú sabes dónde estamos?
— No Diana.
Se cuidan muy mucho de su seguridad.
Les va en ello años de cárcel.
Todo esto es ilegal.
Pero son gente muy poderosa.
El dinero da poder, el poder impunidad, la impunidad vicio y perversión… Anda come algo.
Algún día acabará esto.
Comemos las dos y nos acostamos para descansar.
Dormimos abrazadas.
El calor de su cuerpo me reconforta.
Es una niña.
Recuerdo a mi niña… Lágrimas.
Beso la frente de Diana.
Me duermo.
Pasaron unos días en los que se nos utilizaba de tanto en tanto para disfrute de lo que supuse amistades de la dueña mi "ama".
Pero tras algunos días de tranquilidad, de nuevo nos llevaron al club donde se nos sometía a tratos degradantes.
En esta ocasión nos obligaron a lamer nuestros sexos en un sesenta y nueve, dentro de una piscinilla de plástico, como las que se utilizan para niños.
Luego nos colocaron en posición para ser penetradas por los presentes.
Con las capuchas puestas no podíamos ver nada, pero si sentíamos los golpes, palmadas en los pechos, las nalgas, pellizcos por todo el cuerpo… Pero de pronto algo cambió.
Nos regaban el cuerpo con algo caliente… Se orinaban sobre nosotras.
Nos abrazamos y dejamos que cubrieran nuestros cuerpos, nuestras cabezas, con su pis.
De nuevo en la casa con nuestra ama, de vuelta a la rutina.
Se nos utilizaba como objetos, éramos esclavas sexuales.
El ama nos obligaba a chuparle los pies, el sexo, el culo, las axilas.
Se divertía penetrándonos con los objetos más variados.
Nuestra ama se acostaba en una gran cama metálica con adornos dorados.
La pieza de los pies estaba formada por dos tubos verticales coronados por adornos en forma de esferas de unos siete centímetros de diámetro.
Nos obligaba a colocarnos cada una en uno de los adornos para penetrarnos con ellos, por la vagina y por el ano, alternativamente.
Ella, desnuda, como nosotras, se arrodillaba ante cada una de nosotras introduciendo sus dedos, a veces su mano en el orificio que quedaba libre.
Mientras una de nosotras nos montábamos en el tubo, la otra, tendida en el suelo lamia los bajos de la mujer hasta que se corría como una perra.
Era un momento peligroso, ya que con la emoción a veces olvidaba que con sus ingles cubría la boca y la nariz, hasta casi llevar a la asfixia a la que nos tocara estar debajo.
Paso algún tiempo.
Al parecer "actuábamos" en el club un día a la semana.
Cada vez era distinta, alguna mente enferma proponía las atrocidades a que nos sometían.
Un día algo cambió.
Me llevaron ante la mujer acompañada por otra gente.
Supuse que sería como en otras ocasiones, me follarían, algún que otro golpe… Pero no, esta vez fue distinto.
Tras el toqueteo habitual, penetración manual por todos los orificios… Hablaron de precio…
No pude oír cual fue pero lo aceptaron, me vendieron, como si fuera un mueble, un animal…
De nuevo el mismo juego.
Vaso de refresco, drogada y despertar en otro lugar, no sé cuánto tiempo después.
¿Estaba condenada a seguir así el resto de mi vida?
— ¡Bien ya despierta! Ana, te vamos a hacer daño.
Pero tranquila, aún no ha llegado tu fin.
Tengo que rentabilizarte.
Jajaja.
La risa me daba escalofríos.
¿Qué atrocidad se les habría ocurrido? ¿Que me harían?
Tendida boca arriba, atada en cruz, con la capucha puesta, subieron mis piernas, flexionando las rodillas, abriéndolas y atándolas de forma que no podía cerrarlas.
Colocaron una especie de cojín bajo mis nalgas, lo que me obligaba a tener el pubis en alto.
Manoseaban mi vulva.
Un líquido frio corrió por mi monte de Venus, chorreando por los labios y el interior de los muslos.
Una especie de tenaza sujetaba los labios vulvares y un intensísimo dolor, como si me arrancaran un trozo de carne… Me desmayé.
Cuando desperté, no sé cuánto tiempo había transcurrido.
Seguía atada.
Me dolía el coño y las tetas.
No llevaba la capucha y pude ver las aureolas de mis pechos cubiertas por gasas y esparadrapos… Pero también tenía cubiertos los labios mayores…
Dos enmascarados entraron en la habitación.
Uno de ellos parecía una mujer.
— ¡Vaya! Ya estas despierta.
Vamos a ver como esta esto…
Despegan los apósitos de los pechos.
— ¡¡Aahhhhhgggg!! ¿Qué me habéis hecho? ¡Cabrones hijos de puta!
Cada uno de mis pezones estaba atravesado por un anillo de unos dos centímetros de diámetro y al menos tres o cuatro milímetros de grueso.
— Vaya esto va bien, ya no sangra y parece que no hay infección.
Vamos a ver cómo ha quedado el coñito.
Levanta la gasa que cubre mi vulva.
Yo lloraba como una magdalena.
Otros dos anillos, uno en cada labio, atravesaban mi coño.
— Jajaja.
¿Ves lo que te dije? Ahora unes los dos anillos con un candado y tienes un cinturón de castidad.
Jajaja.
Reía el hombre.
La mujer acarició la rajita con su dedo, hasta llegar al clítoris.
Provocando un latigazo de placer, dentro del dolor, seguida de una descarga de flujo que bañó sus dedos.
— Vaya, parece que le gusta.
Estoy pensando seriamente en ponerme los anillos.
— Dijo la mujer.
— Ya te lo advertí.
Te gustará.
Aumenta la sensibilidad y las corridas son bestiales — Replicó el hombre.
— Cubre las heridas y levántala para que coma algo y se reponga.
En una semana tenemos la fiesta y quiero tenerla disponible — Propuso la mujer.
Así lo hicieron.
Durante unos días me trataron con delicadeza, curándome y alimentándome.
Pero se acercaba el día de "la fiesta".
La mujer vino a verme.
— Mira Ana.
He organizado una fiesta y tú vas a ser la principal atracción.
Por supuesto no podrás ver a nadie y nadie debe ver tu cara para que no puedas reconocer a los asistentes, ni reconocerte a ti.
Nadie debe saber quién eres.
Por tu bien.
Trataré de que no te hagan daño si te portas bien.
— Estoy en vuestras manos.
Por desgracia ya he visto de lo que sois capaces.
Solo te pido que si vais a acabar conmigo lo hagáis de forma rápida y lo menos dolorosa posible.
— ¿Pero qué barbaridades estás diciendo Ana? Nadie está interesado en tu muerte.
Para mi eres una inversión que quiero rentabilizar.
— ¿Rentabilizar? ¿Cómo? ¿Utilizándome como una muñeca de feria y vendiéndome luego al mejor postor? Soy un ser humano, llevo no sé cuánto tiempo fuera de mi casa, sin mi familia.
He pensado seriamente en el suicidio.
Solo la esperanza de volver con los míos, me mantiene con vida.
¿Cuándo acabará esto?
— No puedo asegurarte nada Ana.
La verdad es que me caes bien, si estás aquí es por un capricho de mi marido.
Haré lo que pueda por ti.
Y llegó el momento de la verdad.
La rutina de los enemas.
Me bañaron, manicura y pedicura, perfume caro… Me colocaron una capucha lujosa, adornada con plumas… No pude ver el tipo de vestido con que me cubrieron, pero era suave, como seda.
Medias con ligas en los muslos.
Zapatos de tacón de aguja…
Fui conducida de la mano hasta un recinto donde escuchaba murmullos de mucha gente.
Tuve que subir tres escalones y pise madera, era como un escenario.
Por los siseos deducía que estaba en alto rodeada de los espectadores.
Alguien me quitó la prenda que me cubría.
Con suavidad me sentó en una especie de sillón, o sofá.
Unas manos me desprendieron de los zapatos, me empujaron para que me recostara sobre la espalda, extendieron mis brazos sobre el respaldo y separaron mis rodillas, exponiendo mi sexo a la vista de todos.
Los murmullos aumentaron.
Algo tiraba de las anillas de mis pezones separándolos.
También separaron los anillos de los labios vulvares.
Supongo que los engancharon a las ligas.
Imagino cómo se vería mi coño totalmente abierto, totalmente expuesto.
No pude evitar excitarme y como consecuencia, mojarme.
¡Qué vergüenza!
Algo se introdujo en mi nariz, una especie de tubito, soplaron y algo entro que me hizo llorar, toser…
Un roce en mi clítoris y di un respingo.
Manos acariciaban los pezones, que se habían vuelto muy sensibles con los anillos.
Aliento en mi pubis, una lengua lamia mis labios, alrededor de las perforaciones, de los anillos.
Mi excitación subía.
Y de pronto me sorprendió un orgasmo brutal.
Grite y grité.
Sujetaron mis brazos y las piernas inmovilizándome.
Seguían excitándome y el orgasmo se prolongaba, subía y bajaba de intensidad, pero no acababa.
No podía respirar, me faltaba el aire.
Una extraña sensación recorrió todo mi sexo, me habían untado con algo que me producía ardor.
También en mis areolas sentí la extraña sensación.
Varias manos me levantaron en alto y me depositaron en algo que imaginé como un arnés.
Me mantenía en posición horizontal.
Brazos y piernas extendidos, abiertos, cabeza colgando hacia atrás.
Manos palpaban mi cuerpo, acariciaban, penetraban con suavidad mis orificios, me mantenían en un estado de placer extraño.
No había sentido nunca las sensaciones que en aquellos momentos me embargaban.
Mi mente funcionaba a gran velocidad, me sentía eufórica, muy excitada.
El más mínimo roce en cualquier parte de mi cuerpo producía sensaciones placenteras.
La excitación era tal que creía morir de placer.
Algo penetró mi sexo.
Debía ser algo grueso, por la dilatación de mis paredes.
Pero no me provocaba dolor alguno.
Placer, más y más placer.
Yo empujaba para facilitar la brutal penetración que solo me producía placer.
Por el recto también entró algo.
Me follaban por ambos agujeros con violencia, pero yo quería más y más.
Un chasquido cortó el aire y estallo en mi vientre.
El latigazo me produjo un intensísimo dolor.
A partir de aquel momento mi cuerpo fue receptáculo de latigazos, palmadas, pellizcos, tirones de los anillos de los pechos y vulva.
Lo extraño era que, a pesar del dolor que me producían, acompañaba el placer más intenso que jamás había sentido.
Extrajeron lo que tenia incrustado en mis orificios para sustituirlo por manos, puños.
Debían haberme untado con algún tipo de lubricante, dilatador, ya que me penetraron por ambos agujeros con las manos.
Eran varios los puños que entraron en mi sexo y mi recto, distintos.
Percibía los de las mujeres, manos pequeñas, suaves, pero con uñas lacerantes.
Manos, puños de hombres grandes, ásperos.
Lo extraño era que no me producían dolor.
No al menos como yo pensaba.
Debía estar muy drogada.
No podía pensar con claridad.
Estaba como flotando en una nube… Me dieron algo a beber…
— ¿Dónde estoy?… ¿Qué ha pasado?…
Fue lo primero que se me ocurrió preguntar al despertar.
Después vi a Pedro, mi marido… Estaba a salvo en el hospital… La pesadilla había terminado… ¿O no?
Continuará.
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