Secuestro y Emputecimiento de Nina (12), Capítulo VII: Noche de arrumacos y merca entre la nena y el Jefe
El Jefe ya ha quebrado el ánimo de la nena, y el emputecimiento pasa a otro nivel: seducción, alcohol, drogas, cumbia y una vela picarona es su perversión en esta noche larga..
Después del primer mes y medio más o menos, el Jefe consideró logrado el objetivo envilecer y quebrar anímicamente a Nina, y pudo empezar la fase de manipulación psicópata de la nena. Tras el día de los pellizcones, la niña, tan vivaz, inteligente y llena de gracia antes del secuestro, se volvía un felpudo apenas sentía el ruido de la puerta, y hasta intentaba ocultar sus orgasmos para que el viejo no la fajara tanto. Ya no había deseo en su rostro en las horas previas a cada visita del Jefe, sino una expresión de desolación que iba dando lugar al pánico, y que ni siquiera mitigaba la perspectiva de un sustancioso alimento posterior, ni la (ya para ella evidentemente) necesaria dosis de pijazos.
La mayoría de las veces no pasaba nada. Es decir, la cogía salvajemente y después del segundo polvo a lo sumo se quedaba durmiendo (cada vez más tiempo, algunas veces toda la noche) envolviendo a la violada ninfita en sus rudos brazos con la pija apoyada en el culito cada día más carnoso, parado y redondo.
Pero el Jefe, notando lo bien que la pasaba la nena con las dosis de Gotexc que yo le encajaba arteramente antes de cada visita, me pidió que ya no le pusiera afrodisíacos en la comida y la bebida, que quería cogérsela sin piedad como a una esclava barata, no haciéndola gozar como a una amante cara.
Así y todo, las intenciones sádicas del viejo se vieron burladas a menudo por la conchita de Nina. Es que la niña, como fuere, por tedium vitae, por falta de entretenimientos más edificantes, por Síndrome de Estocolmo, porque el viejo se la cogía muy bien o sencillamente por lo puta que era, alcanzaba casi siempre el orgasmo durante las duras cepilladas que su cruel amo le propinaba (aunque sin esos salvajes squirts que tanto me deleitaban y que la dejaban aniquilada y temblando diez minutos). Entonces fue cuando el Jefe comenzó a respetarla como puta, y terminó convenciéndose de que se la cogía él tan bien que la había emputecido con todo éxito; no era la primera pendeja que emputecía.
Tras el día de los pellizcones, poco a poco y sin traspasar los estrictos límites impuestos por el Jefe, empecé a mimar a Nina más y a comunicarme débilmente con ella, a hacerle saber que de algún modo compartía su dolor y la apreciaba como la hermosa e inteligente mujercita que era.
A la mañana le bajé un desayuno de café con leche, tostadas tibias con miel y dulce de leche para elegir, un gran vaso de naranja y tres medialunas frescas que yo mismo había hecho. No todos los días ni todo el tiempo, pero cada tres o cuatro comidas le dejaba una flor junto al plato, una revista cursi o de superhéroes, un chocolatín o (cuando llegaron los primeros fríos) la poca ropa de abrigo que el Jefe accedía a dejarle usar.
Una vez la vi muy atareada recortando con sus manos (único dispositivo disponible para tales efectos) pedacitos de una revista cursi que le había bajado (siempre las ojeaba someramente enseguida y las devolvía intactas en la primera oportunidad). Cuando subí la charola, había dos palabras recortadas al costado del plato, pegadas con saliva: ‘quiero Libros’ (con esa grafía, la que pudo encontrar).
De inmediato busqué en mi amplia biblioteca los libros más degenerados que me acordé, y se los fui pasando de a poco: Vathek, de Beckford; El amante, de Duras; El Satiricón de Petronio; Justine, de Durrell; Los Doce Césares, de Suetonio; los cuentos más depravados de Petrarca; los Trópicos de Henry Miller. La mayoría eran ediciones viejas, con décadas ajándose y humedeciéndose en los estantes; todos los libros bajaron con semen seco derramado expresamente en su honor en alguna página significativa, cerca del final; ignoro si alguna vez lo advirtió.
En cuanto tenía un libro en su poder, Nina abandonaba los canales de documentales y películas que miraba día y noche de puro aburrida (hasta cuando hacía su media hora obligatoria de bici fija), se tiraba boca abajo (desnuda, culito para arriba cada día más blanco, redondo, parado y carnoso, porque incluso en pleno verano yo no le refrescaba el ambiente por el placer de verla en concha) con los codos sobre la almohada y la cara apoyada en las manos, y se devoraba las páginas.
Fémina, al cabo, cuando notó la temática repetida de los libros que le pasaba, Nina empezó a hacer pequeñas cosas que parecían en honor de su ignoto enamorado: a veces se tiraba boca abajo pero no con la almohada perpendicular a su torso, sino a lo largo de él, dejando más expuesta la cola cada día más grande, blanca, redonda y parada; y cuando hacía muchos días que no pasaba el Jefe a cepillársela, ponía la almohada perpendicular a su cuerpo, pero a la altura no del pecho sino del pubis, y leía así, con el culito bien arriba, tocándose. Otras veces dejaba súbitamente de leer y emprendía una enconada batalla sexual contra la vieja almohada clavada de canto contra su conchita, batalla que siempre terminaba con un triunfo rotundo de la almohada, entre gemiditos desahogados de nena (sin temor a represalias inmediatas de su amo por verla gozando).
La mayor parte del tiempo, de hecho, Nina la pasaba conmigo. El viejo iba a la Habitación 1, si podía, cada tres o cuatro días, pero a veces tenía que ausentarse una semana o más por sus actividades principales o por estar con su familia. Cuando llegaba, estaba entre 3 y 6 horas, pero en cuanto pudo empezó a quedarse un par de días (generalmente lunes y martes); entonces la disfrazaba, la emborrachaba con champagne, la hacía bailar de modo sexy y se la cogía sin misericordia por toda la pieza con la ropita puesta y en todas las posiciones hasta las tres o cuatro de la mañana (merca mediante), mientras un grabador sin radio agregado a la Habitación 1 como premio a la aquiescente putez de la nena atronaba las paredes con cumbia santafesina (ponele).
Recuerdo la primera vez que lo hizo. Nina nunca sabía qué iba a pasar cuando él llegaba. Pero, sabía que, generalmente, el Jefe caía a mediodía y después de tenerla al menos 24 horas en ayunas. Ese lunes la nena había almorzado a las 12.20 (una milanesa con papas fritas a caballo y, en la jarra de agua, media dosis de Gotexc que no le había impedido dormir una inquieta siesta de dos horas) y le había bajado una jarra de agua (con dosis y media de Gotexc) a las 18.30.
Como estaba (a su modo monstruoso) perdidamente enamorado de la nena, el Jefe decidió encerrarse dos días a violarla para celebrar con ella (o al menos con su conchita) la concreción de un lucrativo negocio criminal.
Eran días desapacibles (principios de febrero) y el Jefe había permitido que le bajase a la nena un camisoncito transparente de tirantes que le tapaba el culazo y la conchita sólo si se quedaba de pie completamente quieta o no se sentaba. La infortunada ninfita se envolvía constante e ineficazmente en el cada vez más sucio y deshilachado jergón para mitigar el frío. Si no fuera porque iba a venir el Jefe, le hubiera bajado un té o una sopa; la dejé morirse de frío y a las 21.00 no le bajé cena.
El Jefe cayó recién a las once de la noche pasadas, pateando la puerta para entrar porque llegaba con una heladerita portátil en una mano y un pollo al horno con papas en la otra. La nena estaba tirada en la cama mirando el clásico ‘Pretty baby’, envuelta en el jergón pero sin frío porque se estaba dedeando, distraída aunque pertinazmente; hacía sólo un rato que le había bajado otra jarra de agua con dosis triple de Gotexc, que haría su efecto después de la una y media de la mañana, pero ya estaba evidentemente agotada por las innumerables pajas del día, y disponiéndose a dormir.
En cuanto la vio, el Jefe saludó ‘Hola, bebita hermosa. Tuve una noche libre y quise aprovecharla con vos. ¿Ya cenaste?’.
‘No’, dijo tímidamente la niña con la cara toda colorada.
‘Mejor, así cenamos juntos. Agarrá los platos y los cubiertos de la charola y poné la mesa, miamor’, agregó el Jefe. Nina estaba azorada: no le parecía que estas palabras melifluas fueran el cínico preludio del amasijo habitual antes, durante y después del sexo; nunca había comido con cubiertos en los seis meses que llevaba viviendo en la Habitación 1.
El Jefe dejó el pollo sobre la mesa y la heladerita (con dos botellas gigantes de Don Perignon) en el piso y comentó con dulzura: ‘Ah, me olvidaba, te traje ropita, una vela (¡!) y otras cositas para que tengamos una cena romántica’.
Abrió la puerta de verde hierro con su tarjeta magnética y recogió una valija. Cerró la puerta nuevamente, puso la valija en el piso, la abrió y extrajo una bolsa grande con un vestido pequeño y una bolsa pequeña con una tanga y un corpiño todavía más diminutos. También sacó dos sandalias negras de alta plataforma con toques dorados en las tiras, y se los mostró. A la nena le brillaron los ojos: era el calzado más hermoso que hubiera visto nunca, y estaba fabricado a la medida de sus tiernos piecitos (como todo lo demás). Finalmente, el Jefe extrajo un kit de maquillaje, y le preguntó ‘¿Sabés maquillarte?’. Por primera vez desde que estaba en la Habitación 1, Nina desplegó una gigantesca sonrisa color caramelo lamido y contestó ‘Algo’.
Entonces el Jefe, en un inusual gesto de delicadeza, se retiró otra vez de la mazmorra verde para dejarla que se vistiese y acicalase, no sin antes dejarle sobre la mesa un perfume Chanel. ‘Vuelvo en media hora y comemos’, se despidió.
La nena abrió la bolsa y sacó un vestido lindísimo pero de la más fina y casi transparente seda negra con ribetes dorados, tirantes en los hombros (al Jefe lo enloquecían los hombritos ínfimos de Nina, y le gustaba resaltarlos con ropita las pocas veces que no la quería completamente en concha) y de una longitud que no iba a taparle la totalidad del culo. Luego hurgó en la bolsa más chica y encontró asombrada una vincha de seda color oro ataviada con una gran pluma de pavo real, y adentro una diminuta tanga negra con costura dorada y un corpiño que apenas le tapaba los pezones, cuya principal función iba a ser resaltar con sus tiritas la incitante belleza de sus hombros y ser arrancado en el momento de la pasión.
Nina se dio una ducha rápida, temiendo que el viejo volviese, la encontrase a medio vestir y la empezase a fajar. Se secó el pelo a toda velocidad con el mustio jergón, se peinó hábilmente con los dedos, se bañó en perfume Chanel de pies a cabeza (niña al fin). Mirando la bolsa más chiquita, suspiró con rostro concentrado, extrajo la tanga y se la puso: para su femenino deleite, le calzaba perfecto. Tras acomodarse rápidamente el corpiño (dos triangulitos semitransparentes que apenas le tapaban los pezones cada día más carnosos y puntudos), desplegó el vestido y se lo puso por la cabeza. La caída era perfecta, aunque, como dije antes, no alcanzaba a tapar las nalgas cada día más lujuriantes de la ninfa.
Tras ponerse los zapatos, Nina abrió el kit y, con toda inocencia infantil, se maquilló como cualquier nena cada vez que la dejan: como una puta (los ojos delineados exagerada pero cautivadoramente de negro a tono con su ropa, junto con la melenita que yo le volvía a emparejar cada tanto por las noches, y que le daban un aire de mórbida bataclanita cocainómana de los años 20).
Para completar su atuendo, Nina se calzó la vinchita dorada con la pluma elevándose a un costado y fue a servirse un vaso de agua. Luego se sentó en la descangallada silla de tijera, cruzó graciosamente las piernitas, prendió la TV y se dispuso a esperar al viejo. Ni dos minutos después, el alzado Jefe (que la estaba espiando en la Habitación 2 mientras se ponía un smoking y zapatos) volvió a trasponer la pesada puerta verde, a cerrarla tras de sí y a contemplar extasiado a la musa en todo su esplendor. Las luces de la Habitación 1 estaban a toda potencia, para mayor disfrute masculino. El viejo verde exclamó: ‘Qué hermosa que sos’, entre conmovido e incrédulo. Extendió las manos para recibir las de Nina y mirándola a los ojos le dijo tiernamente: ‘Perdoná que a veces me impaciente, la verdad es que la paso muy bien con vos y que te adoro, no podría vivir sin vos’.
La nena jamás había oído un speech semejante (el clásico discurso de un Don Juan al seducir – del latín: engañar con arte y maña – a una inocente doncella). La conchita (e incluso el culazo) de la nena no conservaba, es honesto admitirlo, el menor vestigio de doncellez, pero su cerebro todavía era virgen para el lenguaje del amor. De manera que se le llenaron los ojitos de lágrimas e increíblemente (casi me desvanezco de celos), quizá enloquecida por el Gotexc, contestó: ‘Yo también te quiero’.
Debajo de su lustroso pantalón, la verga del Jefe saludó con tres espasmos seguidos la frase de la nena, y quedó un poco más que morcillona. El Jefe se abalanzó sobre la boca de la nena quince centímetros más abajo (merced a las sandalias con plataforma), la arrinconó contra la pared al lado de la sillita de tijera y la mesa mísera y le empezó a devorar la boca en un obsceno beso de lengua que la borrega respondió con el mismo ardor. El Jefe, enardecido, empezó a chuponearle el cuello y los hombros, y al fin no pudo resistirse a apresar el finísimo y translúcido cuello de la ninfa entre sus dientes a la altura de la yugular y dejárselos clavados un buen minuto, mientras la nena desfallecía de deseo entre sus brazos; ella ya creía que esto era el amor adulto: no conocía otra cosa.
El Jefe, respirando fuerte y contemplándola incrédulo de que la pendeja estuviera tan para partirla como un queso (nunca la había visto vestida de puta), se contuvo y fue a extraer de la valija esmalte para uñas rojo sangre; se lo mostró a la nena y le preguntó si sabía pintarse. Ella dijo que sí, sonriendo, y el Jefe se sentó sobre la silla, se sentó a la nena sobre la falda y se quedó en silencio contemplando extasiado cómo la niña se pintaba plácidamente cada una de sus uñitas y luego las soplaba haciendo boquita de frutilla, completamente abstraída en lo que estaba haciendo. De vez en cuando, el Jefe se acercaba a la cara, el cuello y los hombros de la nena y la olfateaba aferrándole más fuerte la cintura, manoseándole morbosamente una piernita o incluso sin tocarla, enloquecido de deseo.
Después la hizo parar, se puso él de pie, la sentó sola en la silla de tijera y se agachó, esmalte en mano, para sacarle las sandalias de plataforma y pintarle con virtuosismo las uñitas, mientas le besaba conmovido hasta las lágrimas las yemas de los deditos ínfimos y las plantas mordibles y chupables (creo que no lo mencioné hasta ahora, pero una razón para cogérsela a la borrega con las patas para arriba era besarle, chuparle y mordisquearle los piecitos, dedito por dedito, mientras a pijazo limpio la iba haciendo gemir breve y entrecortadamente de una manera que recordaba sampleos de música house a toda velocidad).
El Jefe terminó de pintar y soplar los piecitos, mirándola entre sonrisas mutuas que me revolvían el estómago, y empezó a besarla en las rodillas, abriéndole, oliéndole, lamiéndole y chupándole los muslitos hasta llegar a la tanguita negra de ribetes dorados (en el último momento la había abierto completamente de patas) y besarla dulcemente con adoración: ya antes de lamerla, notó el lamparón con forma de raja de nena.
Entonces le levantó las rodillas para juntarlas con sus hombros, como tantas veces, obligándola a inclinarse hacia atrás, contra el respaldo de la silla, y chuponeó los blancos muslitos suave y seductoramente, hasta recalar en la nalga izquierda, desnuda y turgente. A continuación se metió toda la blanca, carnosa y turgente nalga izquierda en la boca (por efecto de la paja de nalga que comenzaba a hacerle el Jefe, la punta de su nariz por momentos se introducía en el estremecido ano, y hacía cambiar el maullido sordo de la nena por grititos de susto y placer).
Acaso llevado por una inspiración o por el furor del momento, el Jefe siguió mordisqueándole a la nena la nalga izquierda de un modo enloquecedor para ella. Creo que la enloquecía el poder del macho, que podía meterse completamente en su boca medio culo suyo y morderlo cada vez más fuerte, disparando la adrenalina que a veces descontrolaba a la muchachita con una fusión indiscernible (y a esas alturas evidentemente anhelada) de placer y dolor.
El viejo verde siguió mordiendo y chupando la nalga izquierda de su amada, y al final se desprendió se ella con un gran chupón bien ruidoso. Las cámaras registraron el gran cardenal rojo en el que se había convertido la nalga izquierda de la nena. Entonces se enderezó y, controlándose de vuelta, le preguntó a su musa ‘¿Cenamos antes de que se enfríe?’.
‘Dale’, respondió desconcertada, ardiendo, confianzuda y sonriente la nena.
Entonces él volvió a tomarla de la mano para que se parara, se la sentó sobre la falda y desenvolvió el pollo con papas. Agarró el único cuchillo y el único tenedor y cortó la primera papa; la sopló mirando a Nina a los ojos y acercó el tenedor a la boquita. En un instante de sensualidad que me hizo orgasmear sin eyacular ni tocarme, Nina abrió la boquita mirándolo a los ojos y apretó los labios para que el Jefe lo retirara lentamente. Se quedaron mirando de muy cerca, enamorados y calientes; el viejo verde comenzó a besarla antes de que tragase, le empezó a meter lengua y a apoderarse de la papa horneada a medio masticar, para después tragarla mirándola a los ojos.
La cara de la nena estaba roja, no por el maquillaje sino por la calentura: en el video consiguiente, la cámara de zócalo de abajo de la mesa muestra cómo la putita apretaba las piernas y clavaba la conchita en la pierna derecha del Jefe, que entretanto seguía cortando comida, acercándosela a la boca con el tenedor y cada dos bocados chuponeándola para apoderarse del bocado más reciente; el resto del tiempo, le chuponeaba el cuello, la espalda y los hombritos, llenándola de grasa y sacándole grititos de gatita mimosa y asustadiza. La pieza estaba en completo silencio, sólo se oía el ruido de cubiertos y los dos estaban cenando arrinconados contra la mesa ínfima de 50×50 centímetros ocupada casi totalmente por el pollo con papas, se miraban a los ojos sonriéndose y el deseo se cortaba con cuchillo.
Cada tanto, el viejo verde la dejaba masticar tranquila y le clavaba un mordiscón en ese cuellito tan fino que hubiera podido estrangularlo con una sola mano de haberlo deseado, o en los hombritos y la espaldita breves y lujuriantes. Ella sólo maullaba y daba grititos entre risas cuando los dientes le hacían doler ya demasiado.
Después de 30 minutos de esa ceremonia lúbrica, sólo habían acabado las dos patas y una docena de cubitos de papas asadas entre los dos, y la nena ya dejaba clavada con saña la conchita sobre la huesuda pierna derecha del Jefe, que se hacía el desentendido. Le empezó a acariciar una piernita con la mano derecha y le preguntó ‘¿Estuvo rico, putita mía?’.
La respuesta de Nina vino en dos formatos: clavando instintivamente más la conchita en el huesudo muslo derecho del Jefe y preguntando coqueta a 5 centímetros de la cara de su violador ‘¿Por qué me decís putita?’.
‘Por muchas razones. Porque sos putita, porque sos mi putita, porque me calienta que seas putita y que seas MI putita…’. Nina se tapó con una mano una infantil risa coqueta mientras el viejo le amasaba el muslito derecho y le preguntaba: ‘¿Dejamos la comida en la charola y brindamos? Hoy quiero tener una larga noche romántica con vos’.
Ella sonrió ‘Bueno’, y él extrajo de la heladera el primer Don Perignon y dos copas finas y largas. El Jefe preguntó ‘¿Me ayudás a descorchar la botella?’.
Ella preguntó ‘Qué tengo que hacer’.
‘Yo te enseño’, replicó él, dándole un besito paternal en la mejilla izquierda, acomodando sin esfuerzo con una sola mano a la nena entre sus piernas (complacida, se refregó bien contra la pija más que morcillona del Jefe) para luego apretarla entre ellas con la helada botella de Don Perignon apoyada en la conchita y los muslos.
Ella se rio con exagerado sobresalto, dando un respingo. El Jefe jugó un rato entre risas de ambos a refregarle la helada botella en su hirviente conchita, sacudiendo de paso y como quien no quiere la cosa la botella de Don Perignon; la apretaba en la conchita con el fondo labrado de la botella contra su pija, helándole el clítoris y la raja.
Interrumpió el juego agarrando el vestidito de seda, envolviendo con él la botella de Don Perignon que todavía estremecía de frío los muslos y la conchita de Nina, y descorchando ruidosamente el champagne.
La botella, quizá alborotada por haber medio masturbado a la nena, eyaculó casi la mitad de su contenido bien frappé sobre el vestido y, en consecuencia, los muslos y la conchita de la nena, salpicando bastante también al picarón descorchador. A diferencia de todos los demás días de su cautiverio, los chillidos de nena excitada de Nina no fastidiaban al Jefe.
El viejo verde volvió a ponerse de pie para arrodillarse otra vez ante su idolatrada y sorber todo el champagne que encontró en los muslitos y la ya encharcada tanga de la nena. La borrega ya no daba más de la calentura; tirando la cabeza para atrás y abriendo las piernas, le dijo ‘Ay sí, cogeme, cogeme toda, soy tu putita’. El Jefe le dio un último besito en la tanga y le preguntó, extasiado por haber rebajado hasta tal grado de putez a tan angelical nena: ‘¿Ah sí? ¿Sos mi putita?’.
Nina creo que interiormente tembló, pero asintió con una sonrisa algo nerviosa. Entonces el viejo, así abierta de patas como la tenía, se sentó en la silla con la nena sobre la falda, apoyada en su pija a través de la ropa y reventada contra el breve respaldo y la pared. ‘Entonces te voy a tener que hacer muchas cosas degeneradas’, le dijo volviendo a chuponearle la boca de ese modo obsceno que ella aquella noche respondía encendida.
Nina empezó a refregarse lo más que podía contra la verga al palo del viejo, que por su parte amasaba las piernas, las caderas y el culazo de la nena; se moría de ganas de arrancarle la ropa y vejarla, pero evidentemente estaba disfrutando de calentar a la nena hasta la desesperación.
En ese plan, después de un rato empezó a chuponearle y mordisquearle el cuello y los hombritos mientras le amasaba rudamente las tetitas cada día más erectas y turgentes para, por último, estirarlas y retorcerlas hacia arriba, arrancándole un alarido de dolor que por su estado de enloquecida excitación sonó como un gemido, y después, siempre a través de la ropa, mordérselas locamente hasta hacerla gritar.
Interrumpió abruptamente la mordisqueada de tetitas a través de la seda y la miró a los ojos. Ella lo miraba excitadísima, jadeante y acercando las manitos a la cara de él en una defensa instintiva de sus dentelleables pezones. Él le dijo ‘Bueno, brindemos con lo que queda en la botella. Fondo blanco que es una noche de festejo’.
Se vaciaron dos copas seguidas a fondo blanco y de sobrepique el Jefe le preguntó: ‘¿Bailamos?’. Ella se quedó completamente desconcertada por la pregunta. ‘Bueno’, respondió por costumbre. Fuera de sus clases de baile, sólo la habían sacado a bailar en la vida real un par de nenes en asaltos infantiles; rock ‘nacional’, para más datos.
Él extrajo de la valija un CD con viejos boleros adúlteros, y le dio play en el reproductor. Los enormes parlantes hicieron vibrar el cemento de la Habitación 1, y la insólita pareja de un hombre de 58 años y una mujercita de 12 encaramada en sandalias con 10 centínetros de plataforma se balanceó abrazada en silencio algunos minutos.
Después él la miró a los ojos, le acarició el rostro con una mano mientras con la otra manoseaba sus cada día más lujuriantes nalgas y le susurró ‘Te amo’.
Los ojos de ella se pusieron vidriosos, y respondió mirándolo muy fija y seriamente 15 centímetros más arriba: ‘Yo también te amo’. En este momento, desde mi puesto en la Habitación 2, casi muero de celos y pena.
Mientras se balanceaban, el Jefe comenzó a comentar en voz alta, ahora aferrando a la nena del culazo con una mano en cada nalga y abriéndoselas cada tanto distraídamente, ‘Me gustaría pasar mis últimos años retirado en una casa de campo en la Patagonia, criando los hijos que me des’.
Ella no supo qué contestar. Después de unos segundos, mirándolo fijo a los ojos (supongo que ya desesperada de la calentura o decidiendo que era lo más astuto para postergar la por lo común inexorable sesión de tortura) le respondió: ‘Quiero que me preñes’.
De inmediato el Jefe la levantó agarrándola del culito, le abrió las piernas en el mismo movimiento y empezó a chuponearla toda caminando hacia el rincón entre el muro divisor y la colchoneta. Así, de parados, el Jefe la sentó de piernas abiertas sobre sus hombros, la aferró de la parte de atrás de las rodillas para dejarla suspendida contra la pared y empezó a chuponearle desenfrenadamente los muslos, las nalgas y el ano, pero sin atacar la conchita. Nina volvió a rogar desesperada ‘Ay sí, cogeme!’, y el viejo verde la bajó para volver a chuponear la gigantesca boca de la pequeña nena.
La hizo dar media vuelta contra la pared, se arrodilló y volvió a chuponear degeneradamente los muslos y las nalgas de la drogada y cada vez más desesperada cría. Coronó su maniobra corriendo el hilo de la tanga para hundir su cara bigotuda y pinchuda en el culo cada vez más blanco, grande, redondo y parado de la borrega. La ninfita, ya enloquecida, paró más el culo afirmada en sus sandalias de plataforma. La cara del Jefe había desaparecido casi completamente entre ese milagro de ojete, y la lengua buscaba sensibilizar y abrir los más profundos resquicios del ano de la nena, que había separado las piernas y apoyado las palmas de las manos contra la pared como una estrella porno mientras gemía como una gatita.
El viejo verde ya estaba amasándole las nalgas y abriéndoselas rudamente para meter la lengua más profundo, intentando humectar y dilatar la zona para meterse sorpresivamente, pero causando el menor daño posible. Indignado, contempló el ano entre las nalgas separadas por sus manos y comentó: ‘Qué flor de orto tenés. Estás divina así, chiquitita y pulposa, ojalá no crezcas nunca’.
A continuación, se metió toda la nalga derecha de la nena en su boca y repitió la paja de culo que tan exitosamente había concretado antes en la otra mitad del culazo, mordisqueándola y tironeándola con los dientes fuertemente para hacerla gemir en un peculiar ‘Aaah… ah-ah-ah!’.
Cuando la tuvo al borde del orgasmo, interrumpió otra vez su maniobra y se puso de pie. Nina, desolada, exclamó ‘Ay por favor, ponemelá toda, no doy más’. Entonces él se desprendió el pantalón, le sacó el cinto, dejó caer los lienzos y ciñó el cinto lo más estrechamente que pudo no a la cintura de la nena, sino bajo las costillas, presionando el vientre. Ella se quedó quietita, como siempre que se maliceaba una paliza; el tenue vestido de seda negra se levantó y ya no le tapó nunca más de medio culo.
El Jefe, despaciosamente, se deshizo del pantalón usando los pies, se acercó a la borrega, le arrancó la tanga de un tirón y luego lamió toda la parte interna, mientras ella observaba, mirando para atrás y con las manos apoyadas en la pared, la degenerada lengua. Sin dejar de beberse la tanga, el Jefe se agarró la verga con la mano libre, abrió más de patas a la nena con las rodillas y le empezó a rozar la conchita con su glande. Encaramada sobre sus 10 centímetros de plafaforma, la envilecida nena empezó un contoneo orgiástico, una coreografía porno con su pubis, deseosa hasta la furia de recibir verga.
Entonces el Jefe arrojó la tanga en cualquier parte, enhebró lenta y quirúrgicamente su verga de viejo en la conchita ya goteante, y las piernas de la nena se aflojaron; se hubiera ido al suelo si el viejo verde no la hubiera estado sosteniendo de las caderas con sus firmes manos y de la conchita con su firme pija.
Pero cuando la nena reiniciaba su enloquecido perreo, el Jefe extrajo lentamente la verga de la conchita de su amada, apoyó fuertemente el vientre de la nena contra la pared apresando entre sus dedos la breve cinturita y, con una puntería digna de Guillermo Tell, ensartó lenta y deleitosamente la sorprendida manzanita de Nina.
Sorprendida y dolorida, la despreciable putita arqueó el cuerpo de tal modo que casi le pegó un cabezazo al viejo verde, que en ese momento contemplaba extasiado cómo su verga casi sexagenaria hollaba centímetro a centímetro el ojete casi infantil: parada sobre sus formidables plataformas, la nena quedaba a la altura perfecta para que el Jefe le ensartara de parado ese monumento al culo.
Así que le abrió más todavía las piernitas con sus rodillas, afirmó más el vientre de la nena presionando su cinturita contra la pared, y gimiendo de un modo que recordó el ronco pero elaborado canto de un pájaro exótico en una mañana de primavera, empezó a cogerle el orto suave pero velozmente, como haciéndose una pajita en la punta de la verga mientras iba preparando el terreno para ir dejándosela toda adentro. Parando la cola, Nina seguía el ritmo de la cogida con incesantes ‘Ah, aaah, aah, aaaah, aaaah, ah-ah-ah-ah, aaaaaah, ah-ah, ah!’.
El viejo la agarró mejor de las caderas y las tiró para atrás, con el objeto de que la nena pudiera abrirse más de patas y parar más el culo. Empezó a cogerla más profundo y más duro. Ahora la secuencia vocal de la putita barata había mutado a ‘Aah-aah-aah-aaah-aah-ahh!’.
El Jefe estaba cada vez más montado sobre la puta cada vez más inclinada, ya dándole pijazos con una saña que se traducía en excitantes aplausos de culo de puta y pubis de macho. Sin sacarle la verga, el Jefe le apretó la nuca y la fue bajando para que quedara cabeza al piso, agarrada de los tobillos y con la espaldita aprisionada contra la pared. Así, la nena, por momentos apoyando las manos en el piso, por momentos agarrándose los tobillos, pudo ver fascinada (lo atestiguó en primerísimo plano una cámara de zócalo) cómo le iba entrando toda la verga de viejo en el ortito, que su amo escupía cada tanto para facilitar la tarea (ella se estremecía casi orgásmicamente cada vez que sentía el vulgar salivazo golpeándole el culo, a veces no en el ano sino en cualquier parte), mientras la conchita, que seguía encharcándose minuto a minuto, dejaba caer con cada sacudida (y eran casi de a dos por segundo) una espuma blancuzca que iba manchando los tersos muslitos de la nena y las piernas peludas, huesudas y regordetas de su macho, y el menjunje resultante (al que se sumaban los salivazos imprecisos del Jefe), caía por momentos sobre la cara de la emputecida borrega.
El Jefe aceleró sus embestidas, decidido a llenarle el culo de leche a la nena más fácil de emputecer que cualquiera de los dos hubiese conocido (y mirá que hemos conocido). La emputecible nena estaba arrinconada golpeando la nuca por momentos contra la pared verde oscuro, ya entre las piernas del viejo verde, que logrado el objetivo de metérsela toda en el enloquecedor culazo, ahora gozaba estrechándolo todo lo posible en torno a su implacable verga.
Cuando sintió orgasmearse a la nena en medio de la frenética culeada que pretendía gozarla mezquinándole sus orgasmos, el Jefe se calentó más. Apoyó completamente la espaldita de la nena en la pared, dejándola en puntas de plataforma, con la mollera rozando el piso y la pluma de pavo real quebrada sin que a nadie le importase; gritó incrédulo ‘¡Qué puta que sooooos!’ y la empezó a aplastar el culo a pijazos contra la pared con la mayor violencia y velocidad. Cuando sintió que le venía la leche, clavó la pija en el culazo en vertical hacia abajo y, cogiéndola velozmente de ese modo, haciendo golpear literalmente la cabeza de Nina una y otra vez contra el duro cemento, se lo llenó de leche, dejándosela clavada al final para presionar bien a la nena contra el suelo y la pared.
Se quedaron un momento jadeantes y exhaustos los dos, la nena toda sudada con el vestido empapado en champagne dado vuelta hasta el ceñido cinto, la cabeza contra el piso, la espalda casi toda apoyada contra la pared y el ojete todavía ensartado, sintiendo cómo la leche seguía entrañas arriba (supongo); el viejo verde con el torso y la cara apoyados contra la pared, sudando como un asador (todavía con el smoking de la cintura para arriba). Cuando se recuperó un poco, el Jefe extrajo (sin tanta delicadeza) la morcillona chota del mancillado ojete y refregó el glande por las nalgas y los muslos de la nena para limpiarse. Acto seguido, fue hasta el servicio a servirse más agua, dejando a la nena acuclillada en el piso y todavía gimiente.
Cuando se dio vuelta, la vio en la misma posición, pero masturbándose como loca. ‘¿Qué hacés, puta? Esa concha es mía solamente, ¿por qué te la tocás?’ preguntó, rompiendo completamente el clima. La nena se quedó helada. El jefe volvió a preguntar: ‘¿Querés agua?’. Nina asintió temerosa. El viejo se acercó con un vaso lleno y la nena empezó a temblar visiblemente cuando vio que la verga se volvía a erectar un poco mientras su corruptor venía caminando. Se quedó sentada mirándolo, y él se detuvo con su pija a medio parar al lado de la carita de puta asustada. El Jefe le estaba extendiendo el vaso, pero ella no lo veía, mirándolo concentrada a los ojos de abajo arriba para no mirar la pija a medio parar entre las dos miradas.
El Jefe dio un paso más y le apoyó la pija en la cara. Abrió las piernas para dejar entre ellas la cara de Nina. La nena cerró los ojos y, claramente, olió las bolas sudadas de viejo. Increíble pero evidentemente excitada, comenzó a besar las bolas sudadas de viejo. El viejo verde se dejó besar dulcemente las bolas y el tronco, sonriéndose. Comentó: ‘Vos decís que me amás a mí, pero en realidad creo que amás mi verga’. La nena no le respondió. Siguió olfateando extasiada las bolas; metió la naricita debajo y a los costados para encontrar los rincones que olían más fuerte. ‘¿Ves por qué te dijo putita? Aspirás mis bolas como si fueran merca’, agregó acariciándole la cabeza con la mano libre. Después le dijo ‘Tomá agua, dale, que te vas a deshidratar’, le dio el vaso y se alejó hacia la mesa sacando del bolsillo interno de su smoking una bolsita con un polvo blanco.
La nena ya se había tomado todo el vaso y otro más que fue a servirse, y al acercarse a la mesa vio dos breves rayas de polvo blanco extendidas. El viejo la miró, le agarró el culito para acercarla más, sacó de un bolsillo un tubo como de bronce con forma de media birome y se inclinó para aspirar una de las rayas.
Nina estaba estupefacta, e instintivamente hacía presión con su culito en la mano del Jefe intentando alejarse. Mirándola sin hostilidad pero serio, el viejo verde le ofreció el canuto con la orden ‘Aspirá vos la otra’.
No había discusión posible. Con cara de asco, la joven putita recibió el canuto, se inclinó sobre la mesa, se tapó uno de sus diminutos orificios nasales y aspiró con el otro por primera vez la droga de las putas, mientras el viejo le manoseaba el orto como quien le acaricia el lomo al perro. La nena de inmediato estornudó y tosió con dificultad (el diafragma contenido por el cinto), volviendo a expulsar parte del polvo, un poco sobre el vestido, otro poco sobre la mesa y algo alrededor de su nariz. Impasible, el viejo verde juntó los detritus de merca con el índice de la mano izquierda (la derecha seguía apresando el culito), primero del vestido y después después de la mesa. Acto seguido, le lamió toda la naricita blancuzca a la nena por afuera y por adentro, buscando cada granito blanco y saboreando algo de moquitos dulce-salados que le causaron más morbo.
Comenzó a darle uno de sus degenerados besos de lengua a la nena, obligándola a tragar un poco de merca mezclada con la saliva de ambos. Mientras tanto, el dedo recolector de merca se metió impune y sorpresivamente en la conchita goteante de la nena (ya había unas gotitas en el piso donde estaba parada) y se refregó por toda la cuevita. La nena instintivamente tiró la conchita para atrás y se ensartó sola dos falanges del dedo mayor del viejo, que pertinazmente le amasaba el culazo, completando en el lapso recién narrado la secuencia sonora ‘Ah…! Aaaah!’ con la lengua degenerada del jefe adentro de la boquita.
Cuando dejó de besarla (todavía con el dedo medio en el ojete de la envilecida nena y todos los demás amasando las lujuriantes nalgas), se quedó mirándola con un brillo de maldad en los ojos. Después introdujo dos dedos en la bolsita con merca y los volvió a meter bajo el vestido. Introdujo la merca en el capuchón de la nenita y luego empezó a masturbar y retorcer el capuchón del clítoris, apretándolo por momentos cruelmente y disolviendo de la manera más degenerada posible la merca en el clítoris de la nena.
Nina se sacudía y el viejo verde con su firme mano derecha aprovechaba para clavarle más el dedo en el ojete. Al minuto, ya eran dos los dedos de la mano derecha que invadían el ojete de la nena y otros dos los que amasaban el capuchón del clítoris, disolviendo poco a poco (dolorosamente para la nena) los granos de merca. Pero cuando empezaba a agarrarse de su corruptor para no caerse cuando se le aflojasen del todo las piernas en su inminente orgasmo, el viejo sacó los dedos del clítoris, volvió a introducirlos en la bolsa de merca y se pasó algunos granos por la cabeza de la chota, ya completamente erecta.
Nina, como siempre, se quedó mirando la verga fascinada, en silencio. Intentó agacharse para lamerla. El Jefe, sorprendido, la dejó un momento lamer toda la cabeza de la pija llena de merca mientras se observaba la mano derecha pajeándole el culo con dos dedos a la infame putita. La nena ya se había metido toda la cabeza en la boca y la lamía con gula; con su mano izquierda, sonriéndose, empujó la boca de la nena para que la tragara toda de golpe y se ahogase; mientras tanto (volviendo a estrujar el clítoris), extrajo la mano del ano de Nina y pasó un dedo por la cremosa, espumosa, viscosa sustancia femenina que seguía expeliendo la conchita, la olió y la saboreó bien. Complacido, comentó ‘Qué rico. Estás al dente, pendeja’ mientras le daba una fuerte cachetada con toda la mano abierta en el culo, empujando otra vez de manera brusca la pija del amo a través de la garganta de la despreciable esclavita.
Divertido, la sostuvo con sus manos para que no cayera al piso producto del último golpe y así la alzó, medio de costado, para empezar a comerle de nuevo la boca obscenamente mientras la apretaba fuerte entre sus rudos brazos. Se chuponeaban intercambiando sus respectivos sabores a verga, a concha, a merca.
Gruñendo del modo que, ya sabía, asustaba y excitaba a la nena, el viejo comenzó a morderle fuerte el cuello, el hombrito izquierdo; bajó los tirantes izquierdos del vestido y el corpiño y se metió en la boca toda la tetita de la nena para chuponearla y mordisquearla sosteniéndola en su abrazo ya con los piecitos de punta, con la punta de una sola plataforma en el piso o directamente con las patitas en el aire. La nena, extenuada por todos los orgasmos interrumpidos, ya casi ni se quejaba por los mordiscos, el último de los cuales prácticamente la levantó de una dentellada en la tetita y le arrancó un ‘aahah’, agotado. Cuando la notó toda floja entre sus brazos, con las rodillitas vacilantes pese a que la había devuelto al piso (sin soltarla de su abrazo de oso), la miró a los ojos extraviados (la mandíbula floja, jadeando un poco) y le dijo ‘Qué puta que sos. Yo quería tener una noche romántica con vos, pero me parece que te voy a tener que dar verga’. La nena lo miró, toda blandita entre sus brazos rudos, con una mezcla tenue de cansancio, espanto, esperanza y lujuria.
Entonces el viejo juntó saliva y le escupió la cara. El escupitazo salió como un disparo y dio de lleno en el sorprendido blanco, que no atinó ni a mover la cabeza. El jefe lamió, desparramándola, la saliva en la cara de la nena, que se dejaba hacer con abyecta docilidad, y luego siguió lamiendo el cuello y el hombro izquierdo, perdonando la tetita al aire ya con una cruenta marca de dientes.
Mirándola de muy cerca, le dijo ‘Abrí la boca’, y le escupió adentro; la nena sólo pestañeó, sin cerrar la boca, con cara de asco, pero más de puta. Excitado por su docilidad, el Jefe le propinó otros dos mordiscones fuertes, el primero en la zona de la mandíbula y luego al final del cuello, justo bajo las orejas. Enseguida, la escupió en los ojos, generando la primera reacción defensiva de la nena en ese lapso: con los bracitos aprisionados por el abrazo de oso de su macho, sólo atinó a alejar la cara de la boca escupidora y pestañear insistente e inútilmente para sacarse el viscoso y transparente líquido de sus bellas pupilas completamente dilatadas. Todo mientras el viejo, sin soltarla del todo, se agachaba a sacar una gran vela rosa de la valija.
La vela tenía un diseño espiraloide, tipo tornillo; más finita en la punta hacia la mecha y más gruesa en la base (1,8 centímetros en la punta, 4 en la base). Según mis estimaciones, la mitad de la vela debía entrarle seguro y sin dificultad, pero no creía que pudiera entrarle más de 12 o 13 centímetros.
El Jefe metió la merca en un bolsillo, barrió al piso con un brazo todo lo que quedaba arriba de la mesa, apoyó el pecho de la domada putita sobre la mísera mesa de 50×50 centímetros, le abrió el ojete al máximo con los dos pulgares y escupió abundante saliva adentro tres veces, mientras la nena, con la cara contra la pared, ponía una carita de asustada con la que el Jefe sólo pudo extasiarse mirando el video posterior. Luego, sosteniendo con firmeza a su mascota preadolescente del cinto ajustado bajo las costillitas, el Jefe embebió con lujuriosa lentitud, girándola en el mismo acto, la punta de la vela en la encharcadísima concha, hasta que la blanca mecha rozó, evidentemente, el útero o el punto G. La nena dio un salto y su cara se golpeó levemente contra la pared en la que ya estaba apoyada.
El Jefe mantuvo girando lentamente la vela dentro de la conchita de Nina y la nena, con el torso inmovilizado sobre la mesa por el brazo izquierdo de su corruptor y con las manos apoyadas contra la pared para prevenir futuros topetazos, empezó a cabalgarla ansiosa; ya no le importaba si no era una verga, necesitaba desde hacía ya un par de horas desesperadamente que le horadasen su conchita de puta.
Entonces el Jefe se la sacó cruelmente y, levantándola del cinto para dejarla en puntitas de pie y reducir así la chance de movimientos defensivos, repitió la operación con la vela en el ano ya adobado por la tremenda chupada de ojete, la impiadosa cogida posterior de parados al lado de la colchoneta y el largo rato de dedeo reciente. La nena no pudo reprimir un musitado ‘Noo…’ y él rápido le preguntó ‘¿Qué dijiste?’.
‘Nada’, agregó rápido la infortunada.
Impertérrito, el viejo verde siguió atornillando cansinamente la vela rosa en el culo blanco hasta que empezó a hacer tope. La nena por momentos jadeaba en silencio, creo que incómoda por la posición y aburrida por la secuencia más que excitada o dolorida, pero condenada a aguantar con el culo enhiesto y la carita contra la pared mientras a su amo se le antojase.
Acto seguido, el Jefe agarró el cabo de la vela de revés con la mano derecha y empezó a coger el culo con ella. Después de un rato, extasiado y orgulloso por el pedazo de putita que se estaba comiendo, le levantó el culo tirando de la vela y del cinto y le dio un beso ruidoso a la conchita. Luego se agarró la pija con la izquierda, bajó el culito bajando la vela y dejó la conchita rozando el glande. En esa posición, empezó a coger el culo de la nena con la vela más rápido.
Los movimientos mínimos y constantes del cuerpo de Nina hacían rozar permanentemente el glande del Jefe con su conchita espumosa, enloqueciéndola y desesperándola. Empezó a sacudirse más ella, aún causándose un dolor extra en el culito (bueno, ya había empezado a pegarle la merca también), y haciéndole con su vulvita una paja de órdago al glande del Jefe, que después de un minuto no aguantó más, torció la cabeza para atrás y, ya sin mirar, agarró las caderas de Nina, las atrajo hacia su pubis y le ensartó la pija en la conchita.
El gesto de Nina en ese momento fue un poema. Abrió grandes los ojos y la boca, lanzando un ‘Oooooh’ y su gesto fue una mezcla de placer, alivio, desesperación y dolor, porque en el acto de ensartarse la verga, se clavó la vela en el culo hasta hacer tope.
Al toque, el Jefe le ordenó ‘Clavátela solita’, y la levantó levemente de las caderas para soltarla de nuevo. Así, ayudándola un poco al principio con las manos y al final frenándola un poco para que no le arrancase el pene, el Jefe pudo disfrutar la mejor cogida de verga de una nena de 12 años en vinchita dorada, minifalda negra y dorada, ceñida bajo las costillas fuertemente con un cinto, con una vela en el ortito, borracha de champagne, pasada de merca y recontrapasada de Gotexc de la historia del universo. Efectivamente, la primera vez en todos esos meses en que su corruptor le otorgó el dominio de la cópula, la infame putita se afirmó con las manos en las huesudas, regordetas y (para ella) gigantescas piernas peludas de su macho y empezó a coger la poronga a toda velocidad, sin pestarle atención al daño causado por la vela que había entrado al menos 13 centímetros en su ojete, dando gritos más que gemidos que, al orgasmear (que fue menos de un minuto después) se convirtieron en chillidos larguísimos, ya recostada sobre la espalda del viejo verde, dándole salvajes conchazos a su mentor, tutor o encargado, clavándose por lo menos 14,5 centímetros de vela en el ojete y lanzando un squirt que literalmente movió la mesita de madera terciada.
Cuando el orgasmo terminó, quedó tirada sobre el Jefe con los bracitos y las piernitas colgando, exánimes. El Jefe miró complacido la devastación, la acomodó a la putita otra vez con el vientre en la mesa y, golosamente, fue desatornillando la vela de la nena. Después sacó un portavelas de la valija, puso la vela, la prendió con un encendedor que enseguida volvió a su bolsillo (la mecha había quedado empapada tras sus picaronas incursiones por adentro de Nina, y al principio le costó hacer fuego) y dejó el conjunto en la breve sobrepared que quedaba a la izquierda de la mesita.
Luego se dirigió a la otra esquina a buscar agua mientras se iba pajeando de lo caliente que estaba. Se clavó un vaso lleno de un solo trago, lo llenó de nuevo y fue a hidratar a su amada.
Se sentó en la silla, le midió el ojete a la nena y, con una puntería envidiable, la sentó con la verga adentro del orto; con toda la estearina de la vela cogedora, el choto entró como cuchillo en la manteca. ‘Hhhaah’, fue el mimoso quejido de la nena. El Jefe recogió el vaso del suelo, le sostuvo el mentón a la orgasmeada casi hasta el desmayo y le fue dando de a sorbitos hasta vaciar el recipiente.
Dejó el vaso en la mesa y le preguntó a la nena (se supone que retóricamente) ‘¿Abrimos el otro Don Perignon?’. La nena respondió ‘No sé’. El viejo verde replicó: ‘Ya se sabe que cuando una putita de tu edad dice ‘No sé o No, en realidad quiere decir Sí’, y sacó la botella de la heladerita. La destapó entre sus dedos mostrando una pericia que la nena, con cara de sorprendida y una inenarrable expresión de puta, decodificó como fuerza, y, para no pararse de nuevo (o porque la tenía muy parada de nuevo en el culo de Nina), sirvió, en el mismo vaso de papel, champagne hasta el borde.
Se lo empezó a dar a la borrega, lo suficientemente recuperada como para sostener su pequeña cabeza sobre su cuello ínfimo, translúcido y lleno de chupones y mordidas. No sorbo a sorbo, como dulcemente había hecho con el agua, sino inclinando de a poco el vaso hasta obligarla a tragar todo el contenido mientras con la mano izquierda empezaba a masturbarla: obviamente, la nena se atragantó y se volcó otra vez champagne sobre el vestido, sobre la desnuda tetita izquierda y sobre las no menos desnudas piernas del Jefe, que, dejó de pajearla y, a modo de somera amonestación, le retorció el pezón hasta hacerla revolverse de dolor (y revolviéndose sola la verga en el ojete, lo que la hizo esbozar una pirueta, torciendo para adelante y para atrás su ínfima columna vertebral de un modo delicioso).
El Jefe llenó el vaso otra vez hasta el borde, volvió a pajear la conchita con la izquierda e hizo fondo blanco él. La nena, tímidamente, puso sus manitos sosteniendo la manota que la pajeaba y se revolvió como una gatita, ronroneando y revolviéndose la pija en el orto.
El Jefe dejó el vaso en la mesa y, apretándole la conchita, preguntó ‘¿Querés verga?’.
La infame putita asintió rapidísimo con la cabeza.
‘Bueno, entonces vamos a hacer una apuesta. Yo me tomo otro vaso lleno y tengo que hacer fondo blanco mientras vos me cogés la verga con tu culito sin volcar; si no lo logro, yo me tengo que tirar en el colchón boca arriba y vos cabalgarme la verga; si hago fondo blanco, te cojo acá sobre la mesa. Y después vos te tenés que tomar otro vaso lleno a fondo blanco… sin volcar, mientras yo te hago una pajita con la verga en tu orto. Si hacés fondo blanco sin volcar, te cojo la conchita; si no, te cojo el culito’.
‘¿Qué es pajita?’, preguntó la nena con una intriga cautivadoramente candorosa.
‘Pajita es lo que te hacés vos todo el tiempo cuando yo no estoy’, replicó el Jefe con mordacidad. La nena se ruborizó, seria, y lo miró sin responder pero con una expresión sorprendida. ‘Bueno’, dijo ya completamente borracha pero todavía con un dejo de desconfianza.
El viejo verde llenó el vaso hasta el borde y empezó a empinárselo. Sin dejar de observarlo, Nina comenzó a cabalgar analmente la verga del viejo verde de un modo salvaje, impulsada por el champagne, la merca y lo resbalosos que le habían quedado el ano y el recto después de ser cogida por una vela de veinte centímetros. El Jefe se terminó el vaso mirándola triunfante.
A continuación, el Jefe llenó otro vaso y le dijo a la nena, no sin morbo ‘Agarralo con las dos manos y tomátelo todo’. La nena creyó que su victoria era pan comido (pero el Jefe y yo sabíamos que ya era pan -dulce- cogido). Comenzó a empinarse el vaso con calculada lentitud para no volcar ni atragantarse y el viejo le agarró la conchita con toda la mano derecha, le metio todo lo que pudo de ella (para más precisión, tres dedos) y empezó a sacudir la mano adentro de la conchita con la mayor violencia; al quinto manotazo, la nena tuvo un orgasmo tal que se le cayó el vaso casi lleno de las manos, sus manos de hecho cayeron muertas entre sus piernas abiertas y, cuando su macho abrió las piernas para dejarla caer, se derrumbó con las patitas flojas, dándole un cabezazo a la mesita y cayendo debajo de la mesa y entre las piernas del viejo, hecha una bufanda.
‘Perdiste por goleada, así que voy a cobrar la apuesta’, comentó socarrón. Levantó a la nena exánime y todavía temblorosa, la acomodó barrigita abajo sobre la mesa con la cara bien apoyada contra la pared, la sostuvo firmemente del cinto con la derecha y con la izquierda introdujo la chota en el culazo de la nena, que le daba una vista conmovedora.
Agarrándola del cinto como si fuera una rienda, la apretó lo más que pudo contra la pared y la mesa y empezó a cabalgarla frenéticamente. La vapuleada nena no pudo empezar a gemir hasta un minuto más tarde.
Cuando se cansó de esa posición (después de cinco minutos), el Jefe se recostó sobre la nena, aplastándola, y empezó prácticamente a saltar para clavarle más fuerte la pija. La nena ya lanzaba desconsolados y azorados ‘Ahhaaah! Ahhaaah!’.
Cinco minutos después, la empezó a culear en la misma posición, pero agarrándola de las generosas caderitas, en vez de aferrarla en un abrazo de oso. La nena ya expulsaba espuma del ojete, parte de la cual quedaba en el asterisco y alrededores (además de en el pubis y los huevos del Jefe), endureciéndose al poco tiempo (pues estaba hecha en parte de estearina). Su discurso había cambiado a un mucho más variado ‘Uuuh! Uuuh! Uuuuh! Uuuuuh! Aaagh! Agh! Agh! Aaaaaaahggh!’, con los ojos entrecerrados y la lengua colgándole.
El viejo sátiro ya estaba por acabar. Se enderezó, le aplastó la espalda con la mano izquierda agarrada al cinto, le dobló la espalda tironeándola del pelo con la derecha, clavó sus dientes con ferocidad entre el hombro izquierdo y el cuellito de Nina y, mordiéndola hasta sacarle sangre, le tiró las (decenas de) pijazos finales, para en conclusión morderle el cuellito ínfimo y transparente con el mismo salvajismo mientras le depositaba hectolitros de semen de viejo en el violado ojetito. Todo mientras la pobre nena corcoveaba sin ton ni son, tratando instintivamente de zafarse de tal paliza anal, sin poder emitir más que estertóreos ‘Hhhh!’, y meándose toda.
El Jefe se quedó muerto como una bolsa de papas encima de la nena tres minutos, respirando dificultosamente y burlado otra vez por la concha de la nenita en su jueguito de gozarla sin cogerla por ahí. Se levantó con esfuerzo apoyándose en la mesa y se derrumbó sobre la descascarada silla de tijera. Atrajo a la putita agarrándola de las caderas para sentársela esta vez (digamos) castamente sobre su falda, todavía respirando un poco fuerte. ‘¡Qué puta hermosa que sos! Me despertás el indio’, pensó en voz alta acariciándole la tetita desnuda. Ella se recostaba, jadeante y empapada en sudor, champagne y flujo orgásmico, con la vincha toda corrida casi hasta su pestaña derecha, resbalando con sus sandalias de plataforma sobre la última acabada de los dos.
El Jefe dijo ‘Tengo sed y ganas de mear. Después tomamos un par de rayas más; la noche es joven’. Eran más de las tres de la mañana. Caminó hasta la letrina y estuvo parado dos minutos hasta que pudo echar un meo kilométrico. Sacudió la verga y giró la cabeza para preguntarle a Nina ‘¿Vos no meás?’.
Desde la silla ubicada en diagonal a la letrina, la nena lo miró, insegura. Sin dudas, pensó que iba a tener que hacer delante de él y le dio vergüenza. Asintió, pero el viejo seguía mirándola de manos en jarra al lado de la letrina. ‘Bueno vení’, le dijo, al final.
La nena obedeció y fue a acomodarse en la letrina, ruborizada y mirando para abajo. Abrió las piernitas y le regaló la vista de una vigorosa meada de nena al agachado y embelesado Jefe. Cuando la borrega hizo gesto de tomar el papel higiénico, el Jefe le dijo ‘No, no’, la puso de pie arriba de la letrina, la levantó como si fuera una plumita, pasó las piernitas alrededor de su cuello y succionó el clítoris con sabor a hembra, merca y pis de nena hasta dejarlo completamente limpio y a la nena otra vez caliente.
La bajó y la llevó de la mano hasta la colchoneta. ‘Ponete boca abajo con la almohada cruzada abajo de la conchita, como cuando le hacés el numerito al Mayordomo’, le ordenó el Jefe, dejándole otra vez saber que él se enteraba de cada cosa que hacía en la Habitación 1.
Sacó la bolsita de merca del bolsillo, armó una raya justo en el dilatado anito de la nena, metió toda la cara adentro de ese monumento al culo y se la aspiró ruidosamente. Luego recolectó con la lengua los restos de merca y siguió chupando-besando ruidosamente ese ojete que era sólo suyo, y al final tiró despreocupadamente, directo de la bolsa, un poco de merca más en el ano abierto, se montó sobre la nena y la ensartó de vuelta por atrás. ‘Aahah, quiero un poquito por adelante’, confesó ya sin tapujos la mocosa.
El Jefe dejó de introducir golosamente la verga en el estearinado y próximamente merqueado ano y recto de su puta y preguntó ‘¿Qué dijiste?’.
‘Perdón. Es que tengo muchas ganas’.
‘Bueno, no seas egoísta, la estamos pasando bien. Ya te va a tocar por la conchita. No me enojo, pero en castigo por haberte atrevido pedir algo, te voy a coger con la nariz tapada’, le respondió tapándole la nariz pequeñita y la boca gigantesca de nena e una enjundiosa culeada.
La tenía aferrada de la boca y la nariz con la derecha, y con la izquierda la mantenía aprisionada entre la almohada y él. Como la nena osó agarrarle las manos con la rebelde intención de respirar, dejó de culearla, le sacó el cinto, le puso los bracitos al lado del torso, pasó el cinto por abajo de la nena y la ciñó lo más fuertemente que pudo justo arriba de los codos. Arrodillado entre las piernas de la nena, la levantó medio metro del cinto para comprobar la fortaleza de las ataduras, y después la soltó. La nena cayó en el mismo lugar (con el pubis sobre la almohada cruzada, o sea con el culito bien arriba) y el Jefe le aplastó la cara contra el colchón con la mano izquierda, ensartó el ojetito con la derecha y le empezó a dar con todo. Nina gemía convulsamente de cara a la colchoneta desnuda (y sucia de excipientes de las innumerables cogidas recibidas).
Gozando como loco, como si gritara un gol de la Selección, el viejo verde vociferó ‘Qué puta hermosa que me estoy culeandoooo’, se arrojó sobre la pendeja, agobiándola con su peso y sin dejarla respirar, como le gustaba, y le pegó una cogida de ojete más feroz que todas las aneriores.
En el video consiguiente, una cámara de zócalo muestra en slow motion cómo el formidable ojete de la nena se hendía, se deformaba y se estremecía ante cada clavada del viejo, que le pegó los últimos pijazos directamente saltando sobre el ojete. ‘Tomá, tomá, pedazo de puta! Tomá toda la lechita de papi!’, exclamó gruñendo y ciñéndola más dentro de su abrazo de oso más almohada.
Después, como siempre, se quedó varios minutos jadeando y quieto sobre la nena, con la verga todavía adentro, pulsando. De hecho, como estaba observando en el primer plano de una cámara de zócalo, el viejo verde estaba recuperando el aliento, pero la verga hiperestimulada (por el Gotexc, el champagne, la merca y el pedazo de nena sumisa que se había fabricado) seguía durísima y pulsando.
Sonó su bipper en el saco de smoking (que jamás se había sacado: esa noche hacía frío); sin cambiar de posición, leyó mi mensaje: ‘NMC!’. Significaba ‘No más culo!’. La nena estaba anestesiada por la merca y fuera de sí en sumisión y putez, y ya corríamos riesgo de un desgarro anal que hubiera implicado tener que operarla a mitad de la noche con toda la droga y el alcohol que tenía encima.
Entendiendo, el Jefe guardó el celular, sacó la verga pulsante del culito y se tiró boca arriba al lado de la nena. A los idos ojos de Nina (que no podía dejar de mirar la verga erecta a la menor oportunidad, incluso extenuada boca abajo y con el culito bien arriba por efecto de la almohada, recién acabada de culear salvajemente), parecía más grandota que nunca.
El viejo verde sacó la almohada de abajo de la conchita, olió la humedad exhalada por la conchita mientras le daba, después se la puso bajo la nuca y atrajo a la nena entre sus brazos. Estrechándola con rudeza, la empezó a besar degeneradamente y al ratito la insaciable putita ya estaba, sin que nadie se lo pidiera, aún los brazos ceñidos por el cinto justo arriba de los coditos, manoteando y pajeando la vergota negra, grandota y peluda del viejo con sus deditos blancos, diminutos y con las uñitas rojo sangre. Estaba borrachísima y agotada, pero tan estimulada por el Gotexc que, incluso si se dormía, en sueños iba a seguir cogiendo. De hecho, la nena necesitaba una raya de merca urgente para no dormirse. Pero al Jefe le encantaba cogérsela en ese estado de languidez infantil, y le ordenó (agarrándola fuertemente de la nuca con una mano y acariciándole suavemente una mejilla con la otra): ‘Ensartate la verga mirando hacia mí y cabalgamelá’.
Con los ojitos cerrándosele, la domada mocosa se dirigió sumisa hacia su lugar predilecto del universo. Con toda su atención puesta en ello, agarró la pija con la izquierda y con la derecha acarició los huevos. Lo miró a los ojos con una sonrisa tímida y preguntó ‘¿Le puedo dar unos besitos?’.
‘Algunos’, concedió el depravado, ‘Quiero verte cabalgando mi verga’.
Ya sin la menor timidez, la nena olió profundamente los huevos y luego besó con dulce devoción la bolsa, el tronco estremecido, y finalmente, mirándolo, la babosa punta del glande. El viejo verde, con las dos manos en la nuca, casi muere de un infarto fulminante de verga al ver a la adormilada, despeinada, envinchada y putísima nena dandole besitos suaves en la verga mientras lo miraba a los ojos. Sintiendo que ya casi le subía la leche, le ordenó ‘Dale, ensartate’.
Toda despeinada, con la vinchita corrida deliciosamente casi sobre su ojo derecho y la pluma quebrada del otro lado, con su minivestido de seda negra casi transparente a la altura de las caderas y los tirantes de la tetita izquierda todavía bajo su hombro, con los brazos amarrados al cuerpo por el cinto negro, la nena se ensartó como pudo la verga mirando con curiosidad cómo semejante bicho (para ella) de 16 centímetros de largo podía entrar en su tajito de menos de 3 centímetros.
Algo despabilada al sentir la verga adentro, Nina empezó a cabalgar la verga a gusto: primero lenta y golosamente, clavándosela de a poco hasta el tope, calculando el solo impulso de sus piernas para sacarla toda menos el glande y volver a sentirla hasta el fondo cada vez más rápido. Pero, pendeja al fin y recontraestimulada por el Gotexc, al rato ya le había agarrado el ritmo y estaba cabalgando la verga frenéticamente, gozándola con los ojos cerrados.
El Jefe le dio un chirlo en un muslito y le ordenó ‘Mirame mientras me cabalgás la verga, puta’. La nena obedeció, amedrentada, pero luego, al ver el gesto deformado por el deseo del viejo (en realidad estaba duro de merca, pero ella no podía saberlo) la enardeció más y le hizo incrementar el ritmo de los conchazos, prácticamente usando la poronga de mortero, sólo que aquí el machacado era el mortero. ‘Sos la puta más increíble que me cogí en mi vida’, se sinceró el Jefe, y esto excitó más a la nena. ‘¿Sí? ¿Tan puta soy?’, coqueteó. ‘Sí, una puta barata a la que cualquier verga convertiría en su esclava’, la denigró el viejo entre jadeos.
La nena enloqueció y le empezó a cabalgar la verga descontroladamente, gimiendo ‘Uuuuh, uuuuuh, uuuuhh!’. El viejo verde, advirtiendo que las palabras sucias calentaban más a la nena, le ordenó ‘Maullá, gatita’. La nena, acelerando incluso más los conchazos, ya directamente saltando sobre la pija (los niños repiten lo que aprenden: era lo que acababa de hacerle por el culo su extasiado corruptor), empezó a gritar ‘Miau, miau, miaaaaaaaaauuuuuuuuhhhh’, hasta que el orgasmo la desmoronó. Se quedó como muerta, jadeando sobre la panza peluda del viejo, ensartada todavía en la verga que no se había ablandado ni un poquito y con los brazos amarrados.
A los dos minutos se había dormido, pero, como predije, incluso dormida empezó a cabalgar quedamente la pija. El Jefe se abrió más de piernas, obligando a la nena a hacer lo propio, para que le pajeara la verga con su diminuta conchita entre sueños. Después, enloquecido, me confesó que nunca lo había cogido una nena dormida: la nena era un minón, definió.
Delicadamente, para no despertarla, la puso boca arriba en la cama, se encaramó entre las piernitas desnudas y llenas de restos secos de semen, flujo, vela y algo de merca, le ensartó la conchita y siguió cogiéndola lentamente, entre gemidos mimosos de ella. A los pocos minutos, la nena dormida le aferró como pudo con sus brazos atados la panza peluda y acabó suave y temblorosamente, todavía sin despertar. Sentir el infantil estertor orgásmico de las bellas piernitas, de la conchita estrecha de su nena apretándolo, el pequeño meíto orgásmico del clítoris desesperado sobre su levísima pelambre púbica, le hicieron derramar sin querer la leche que venía aguantando heroicamente. Aferrándola fuerte entre sus brazos, como siempre, pero esta vez sin dejarla clavada hasta el fondo, se deslechó gimiendo en voz baja.
La nena se despertó de su breve siesta orgasmeada, lecheada y con el viejo verde encima. Todavía estremecida, le dio varios conchazos aferrada a su panza peluda. El jadeante Jefe, notando que su dulce putita había despertado, se tiró otra vez boca arriba con la muñeca estrechada entre sus brazos y la poronga aún adentro. Volvió a comerle la boca degeneradamente, y la nena, aún despabilándose, le respondía con dulce depravación.
Dándole muchos besitos en la mejilla izquierda y en el cuellito lleno de chupones y mordiscos, el Jefe exclamó conmovido ‘Sos una gatita muy mimosa, mi gatita preferida’.
‘Miau’, replicó la emputecible minina con esa mirada oblicua de puta que ya parecía parte de ella. ‘¿Cómo te llamás?’, preguntó a continuación con naturalidad la putita.
El Jefe contestó ‘Vos decime papi, papito, papucho o, si me querés calentar mucho, abu. ¿Sabés, gatita?’.
‘Bueno, abu’, contestó la atrevida nena con una sonrisa pícara y expresión de sueño. ‘¿Dormimos?’, preguntó mimosa.
‘No. Ahora quiero que saques la bolsita de merca del bolsillo del smoking, vayas hasta la mesa con las piernitas chorreando semen, armes vos solita una raya de no más de un centímetro, te inclines sin doblar las piernas y la tomes así, mostrándome la conchita y el culazo chorreando leche’, objetó él.
‘¿Puedo mear primero?’, preguntó ella.
‘No’, respondió él lacónicamente, ya concentrado en quitarle el cinto.
Con los brazos ya libres, la nena buscó la bolsita transparente en todos los bolsillos del smoking hasta encontrarla y luego, ya casi completamente disciplinada, gateó hacia los pies de la colchoneta moviendo y mostrando el culazo y la conchita para solaz de su macho.
Caminó con sus piecitos descalzos y sus piernitas desnudas y patizambas hasta la mesa. Armó una breve raya (mucho más breve de lo que su amo le había pedido, aprovechando que no veía; de inmediato le mandé un bipper al Jefe: ‘- corta’, y, cuando la maleable putita estaba medio tosiendo medio estornudando tras aspirar con el canuto color bronce, le ordenó ‘Armá una más larga’. Ella dio un respingo pero contestó ‘OK’. Armó otra raya de medio centímetro y la aspiró por el otro orificio, para seguir otro minuto agarrándose la cabeza, tosiendo y estornudando.
Finalmente, se dirigió hacia la letrina a hacer pis. El viejo verde, cuando advirtió la maniobra, se puso de pie y fue a contemplar, extasiado, el prodigio. La nena, ruborizada pero pícara, preguntó: ‘¿Te gusta verme hacer pis?’.
‘Me gusta tu conchita en todas sus expresiones’, comentó el depravado sin dejar de mirar la vulvita depilada (yo le depilaba periódicamente la conchita desde la primera revisión médica oficial; luego juntaba los pelitos y se los enviaba en una bolsita al viejo, que aparentemente los coleccionaba). La envinchada nena terminó de expulsar el brioso chorro y se paró sola sobre la letrina, se apoyó en la pared y, ruborizada pero resuelta, abrió las piernitas para solaz de su macho. El viejo verde posó sus rodillas desnudas, huesudas y regordetas sobre el metal de la letrina y olió, sorbió y degustó la entrepierna de la arrinconada nena hasta dejarla limpita. La arrinconada nena, justo es decirlo, aferraba mientras tanto el cráneo de su corruptor como si quisiera meterse toda la cabeza en la concha.
Dejándola otra vez caliente, el Jefe acabó su labor higiénica-degustadora, se puso de pie y arreó de la manito a la nena hacia una nueva jarra de agua helada con doble dosis de Gotexc. A continuación, con un brillito imperceptible de maldad en los ojos, le ordenó ‘Desnudate y pegate una ducha, estás toda lecheada’.
La nena, obediente, se sacó la vinchita, dejó el vestido en el respaldo de la silla, caminó como el Demonio la trajo al mundo hasta la ducha y abrió incautamente la canilla. De inmediato le cayó una lluvia de agua helada que la hizo ducharse a gritos, mientras trataba a toda velocidad de sacarse los cascarones secos de semen, flujo, vela y merca.
Cerró la ducha tiritando. El viejo se le acercó rápido con el gigantesco toallón que le acababa de bajar por el servicio y la secó paternalmente. Luego la alzó envuelta en el toallón, se fue a sentar a la silla de tijera, se la sentó cruzada en la falda y se dedicó a oler embriagado su piel de ninfa; sólo eso, mientras la nena se dejaba olfatear y se iba calentando más. Después de varios minutos gozándola olfativamente, comenzó a darle besitos en el cuellito transparente y lleno de chupones, para finalmente dedicarse a lamer y chupetear el cuellito, mientras la nena se retorcía y jadeaba cada vez más.
El Jefe sólo puso su cara bigotuda cerca de Nina, mirándola a los ojos de muy cerca, y la nena solita le empezó a comer la boca. El viejo verde le respondía sólo con besitos inocentes a los intentos de la nena de meterle la lengua en la boca. Como no obtuvo el resultado esperado, la nenita, imitándolo, empezó a chuponear toda la cara y el cuello de su corruptor, raspándose la lengua con la áspera barba de su macho. El Jefe, en tanto, seguía aspirando la fragancia embriagadora de la nena recién bañada.
Cuando Nina empezó querer desprenderle la camisa del smoking, el Jefe le agarró las manos, las juntó y se las besó y le ordenó ‘Ponete las plataformas, andá a darle play al CD de los Wawancó y haceme un bailecito sacándote la toalla hasta quedar en concha’.
La nena le tiró otro chupón, respondido con otro piquito del viejo bigotudos y, resignada, le obedeció y empezó a hacerle un bailecito y a taparse con la toalla ya desanudada; el viejo se la arrancó de las manos y le dijo ‘Bailame sexy, provocativa’. Ruborizada, la nena, que en su vida había bailado cumbia, empezó a mover el culito de una manera tan torpe e infantil que al viejo le cimbró otra vez la pija y empezó a pajearse mientras la nena, abrumada por su poder sobre la verga de su violador, daba vueltitas revoleando el culazo al ritmo de ‘La burrita’.
Así estimulada, la nena empezó a mover el ojete con ímpetu en cuanto arrancó ‘Cumbia en Cartagena’. A los cinco minutos, ya en confianza, empezó a mostrar el resultado de sus clases de danza, y ya se había convertido una cumbierita calientavergas como el mundo no ha visto.
El viejo verde, conteniéndose para no arrojarse sobre la nena y cogérsela ahí nomás sobre el piso de cemento pintado de verde, se paró, la ciñó de la cinturita ínfima y empezó a bailar con ella con una mano apoyada en el culo que ya para ‘El cuartetazo’ eran dos manos en el ojete, que la nena movía desenfrenadamente entre risas y tratanto de apoyar la conchita en la verga.
Sin dejar de bailar, el Jefe pegó su vientre al de la nena y pasó la verga bajo la conchita, entre las piernas poderosas de la borrega. A la altura de ‘El pescador’, el baile ya era un franeleo de vergota peluda contra conchita pelada. El viejo la fue llevando contra la pared, le ensartó la conchita y la empezó a coger al ritmo de ‘La guayabera’. Ya para la mitad de la canción la había volteado nomás sobre el piso de cemento verde y la estaba cogiendo ‘a ritmo’ paralelo a la pared, en el espacio que dejaba la heladerita entre la pared y la mesa.
En ‘La caña dulce’, el viejo verde se inspiró y empezó a morderle la hasta ahora olvidada tetita derecha, cogiéndola un poco más lento. Luego estiró las dos tetitas lo más que pudo, haciéndola aullar de dolor, para lamerlas al mismo tiempo. El truco enloqueció a la pendeja, que tiró la cabeza para atrás, enganchó sus espléndidas piernitas a las piernas peludas del Jefe y le abrazó la cabeza. El viejo, así estimulado, se metió toda la tetita derecha en la boca y empezó a morderla fuerte mientras la lengua lamía degeneradamente el pezón. Eso hizo que la nena desorbitara los ojos, mirando al vacío y abriendo la boca en un sorprendido ‘Aaaay! Aah! Aaah! Aaaaaaaagh!’ orgásmico. El Jefe no podía morderla más fuerte por la sonrisa triunfal que se le dibujaba con el pezoncito entre los dientes mientras la observaba: ya a esta altura debía haber perdido la cuenta de cuántos orgasmos le había sacado a su putita predilecta. Encantado con su mascotita, la besó toda ruidosamente desde los pechitos que cada día se ponían más ricos, pasando por el vientre de piel translúcida hasta llegar a esa señora conchita que, con tan diminutas dimensiones, era capaz de causarle tanta alegría.
Luego se puso de pie, le tendió la mano a su damita para hacerla levantarse y le ordenó ‘Ahora quiero servirme otro vaso de Don Perignon, ver cómo te ponés el vestidito mirándome a los ojos y después caminás hacia mí mirándome, te arrodillás y me mamás la verga poniéndome cara de putita’.
‘¿Y cómo es la cara de putita’, preguntó la putita entre coqueta e intrigada.
‘Es la cara que ponés cada vez que me mirás la verga’, explicó el Jefe. La nena se ruborizó, tapándose pudibundamente la cara en plataformas y en concha. El Jefe le alcanzó el vestido y la vinchita. La nena tiró a un costado la pluma rota (que le pinchaba), se puso la vincha de cabaretera de los años 20 toda torcida sobre el pelito mojado, sacudió el vestido (el viejo verde le dijo ‘Hacelo muy lento’), lo abrió y se lo pasó lo más lentamente que pudo por la cabeza, los hombros, el torso, acomodó las tiritas, lo estiró sobre su silueta y volvió a mirar al viejo verde sonriendo con una lujuria que me dejó muy cerca del quinto lechazo de la noche. Caminó hacia él haciéndose la gata cruel, se arrodilló, agarró la verga sin dejarlo de mirar como una lolita de Pancho Dotto a la cámara y su bocaza de 12 añitos la engulló.
El viejo la dejó que la saboreara un minuto y después le empujó la cabeza hacia abajo para que se atragantase y diera esas arcadas que le resonaban desde el glande hasta la próstata y que le estremecían los huevos (según ya me había contado). La siguió empujando de la nuca y atragantándola mientras miraba por encima el culazo apoyado en los taloncitos con plataforma. Después la soltó; Nina escupió un engrudo de saliva y precum contra la pared, salpicándole las pantorrillas desnudas al Jefe, que de inmediato le retorció el hombrito derecho de un pellizcón, diciéndole ‘No me salpiques con tu vómito’.
‘Perdón’, dijo la nena con los ojos tiernamente brillosos.
‘Te perdono… si te ensartás en la verga mirándome y me la cabalgás mientras me das unos besos ricos’, replicó el Jefe con lujuriosa misericordia. La nena se subió al Jefe con las piernas abiertas, agarró la vergota y los huevos, los acarició un momento mirándolos y le dijo con una sonrisa gigantesca color caramelo lamido ‘Qué grandota que la tenés’.
‘¿Viste? Vos me la ponés así desde el primer día que te vi’, dijo el Jefe. ‘Dale, putita. Ensartatelá que es lo que más te gusta’, agregó. La nena soltó una resoplada risa medio de vergonzosa y medio de desvergonzada y, mirando atentamente la verga, se la ensartó primorosamente.
De inmediato, el viejo la manoteó del culazo y la empezó a subir y bajar para indicarle el ritmo. La putita agarró ritmo enseguida, con los deditos anudados detrás de la nuca de su macho y dejándose chuponear toda la bocaza y la carita blanca. Luego fue el Jefe el que se dejó chuponear todo por la putita mientras subía y bajaba el culito de la nena para hacerse una paja de conchita sensacional. Después de un par de minutos, la nena no pudo más y recostó la cabeza sobre el hombro derecho de su sátiro, los brazos aferrados al viejo por encima de sus anchos hombros, y el Jefe la empezó a subir y bajar como la plumita que era. Ambos empezaron a modular extraños ‘AaaAaahaaaAAAhaaahh’. El viejo, sintiendo que le venía la leche, le gritó ‘Síiii, tomá putita, tomá toda la lechita en tu conchita rica’. La nena empezó a sacudirse más, buscando su gran orgasmo de la noche, y respondió con una malicia inimaginable en ella hasta hace tres meses (e incluso medio día) ‘Síiii, abu, preñame, lecheame toda’.
El viejo instantáneamente empezó a acabar dando un gran alarido y sacudiendo a la nena contra la pija no más rápido, pero sí más fuerte, mientras la nena, totalmente groggy por un orgasmo interminable que la acalambró y la dejó dura, con los bracitos y las piernas colgando a los costados y el mentón muerto sobre el hombro derecho del smoking, mientras el viejo la seguía sacudiendo contra su verga y lecheando.
El Jefe estaba tan enloquecido de deseo (y de champagne, y de Gotexc durante horas, y de merca, y de nena) que terminó de inseminarla y la siguió sacudiendo salvajemente hasta que se le cansaron, alargando el orgasmo de la nena, que se convirtió en un peso muerto y tembloroso por el resto de la cópula. Sólo al final pudo expresar su orgasmo en un ‘Ah! Ah!’ exhausto, asordinado contra el pecho del viejo.
Cuando se recuperó (porque se recuperó), el Jefe le ordenó a la nena ‘Arrodillate de nuevo y limpiamelá con la boquita. Después andá a lavarte los dientes al lavabo, tu saliva es tan rica que me gusta sentirla a pleno’.
La nena estuvo al menos 20 minutos lamiendo y tragándose la espuma de macho y hembra que se había chorreado sobre los muslos, los huevos y la verga del viejo. Se le cansó la mandíbula de tanto chupar. Luego fue a lavarse los dientes y, cuando volvió, el Jefe le ofreció otro vaso lleno de champagne. ‘Me voy a remamar’, protestó en tono de broma.
‘Es el último, y nos vamos a acostar. Además, con la merca te recuperás’, le explicó.
‘Bueno’, concedió la putoncita. Y se empinó el vaso agarrándolo con las dos manos mientras lo miraba de costadito hasta hacer fondo blanco.
‘Muy bien, te la re bancás, mocosa’, la elogió el depravado. La acercó para comerle de nuevo la boca y después de un rato, entre sonrisas mutuas, los ojos en los ojos, las narices rozándose, agregó: ‘Ahora sí, ya que tenías tantas ganas. Sacame la ropa y vamos a acostarnos’.
La putita le desabotonó botón a botón la camisa (el moño había volado hacía horas), mirándolo cada tanto entre sonrisas. Luego le sacó el saco y, manoseando el torso fofo y peludísimo, hizo lo propio con la camisa (el Jefe miraba excitándose las uñitas pintadas de rojo sangre perdiéndose en su espesura de macho).
Ya en pelotas, el Jefe se paró, alzó a la putita, que se prendió con sus piernas alrededor de la cintura del viejo, y así fueron, besándose como novios en luna de miel, a la colchoneta.
‘¿Me puedo dejar el vestido para dormir?’, preguntó la nena con la vincha casi tapándole el ojo izquierdo de un modo encantador.
‘Sos muy pedigüeña, eso no me gusta, pero por hoy te lo concedo. Dormí vestida’, acotó con severa serenidad el amo, mientras envolvía a la putita en sus brazos y a ambos en el jergón.
Que pasara con esta entrenada y caliente putita, espero mas ti👍
Muchas gacias! En la semana cuelgo otro capítulo