SECUESTRO Y VIOLACION (PARTE I "ÉL")
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Sire.
Trabajo en una Gran Superficie a la que ella acude al menos una vez a la semana a hacer su compra. Es alta, morena, y de preciosos ojos azules. Esa mujer se convirtió, con el tiempo, en mi obsesión, en mi deseo, en el deseo con mayúsculas para mí. La veía casi todas las semanas. En cuanto la veía se me disparaba el corazón; a veces, disimuladamente, me acercaba al pasillo del hipermercado donde estaba ella, y me ponía cerca de ella como si estuviera ordenando los productos de los estantes. Me acercaba, me ponía cerca para olerla, para sentirla. Solo el hecho de estar cerca de ella, ya era una gozada.
Yo vivía en las afueras de una urbanización pequeña, aislada, a unos kilómetros de la población más cercana; a unos kilómetros de mi trabajo. Un día, de vuelta a casa, me encontré parado en un stop detrás de ella. Decidí seguirla, quería saber donde vivía. Y la seguí…así es como supe donde vivía…a unos escasos dos o tres kilómetros de mi casa. Pasaba continuamente por delante de su casa, para ver si estaba, para verla.
Estuve dos años así, siguiéndola, observándola, imaginándome con ella. Le dedicaba todos mis pensamientos, todas y cada una de mis masturbaciones. Casi sin darme cuenta se convirtió en verdadera obsesión, en puro deseo. Imaginaba que la única manera de poder hacerla mía, aunque solo fuera por una vez, sería secuestrarla y violarla. Esto, que comenzó como una simple fantasía sin más, pasó, con el tiempo, a convertirse en algo que, poco a poco, empecé a considerar como factible. Es increíble como una persona puede perder la perspectiva, como puede llegar a perder la cabeza, como puede llegar a perder el norte de su vida…y lo que es más importante, las cosas que pueda llegar a hacer en esa situación. En esa situación se acaba por aceptar lo inaceptable, por asumir lo inasumible, se convierte lo extraordinario en ordinario, el hecho más abyecto se convierte en algo natural. Esto no ocurre de la noche a la mañana, pero a base de imaginarlo, de imaginar cada detalle, continuamente, día tras día, casi hora tras hora durante dos años, se va aceptando, se va considerando como posible, como deseable, como necesario…y se acaba por desproveer al acto de toda su magnitud, de toda su importancia, de toda su trascendencia. Eso es lo que me ocurrió a mí. Tenía estudiado hasta el más mínimo detalle.
Fui comprando y preparando todo lo que en mi plan me iba a ser necesario. Compré cuerdas, unas esposas, cinta aislante americana (esa ancha de color gris); en fin, todo aquello que consideré que necesitaría.
El plan, en líneas generales, no era otro que ir a su casa una tarde a partir de las seis de la tarde, que ya es de noche en invierno, y llamar a la puerta de su casa y entrar. Conviene decir aquí, que la urbanización es solitaria, de calles solitarias, más bien estrechas, y realmente poco iluminadas. Entrar con un cuchillo de cocina, con pasamontañas, y esposarla, taparle la boca con cinta aislante, un pañuelo negro con el que vendarle los ojos, etc…y llevármela a punta de cuchillo en su garganta. Esto, que contado así parece tan simple, me llevó casi dos años prepararlo, pensarlo, imaginar cada detalle. Descarté hacerlo en su propia casa por el riesgo que conllevaba que apareciera su marido, o algún vecino, o cualquiera.
Trabajo los sábados y, a cambio, la empresa me da un día libre a la semana siguiente…un día aleatoriamente, dependiendo de las necesidades de la empresa; por lo tanto, nunca se, hasta un par de días antes, que día voy a tener libre. Esto complicaba mucho mi plan. Tenía que darse la casualidad de que en ese día libre, ella estuviera en casa.
Estuve casi dos meses yendo todas las semanas, yendo todas esas tardes, sin encontrarla en casa. Todas esas tardes de decepción, pero al mismo tiempo de alivio de que no estuviera, de que no pudiera hacer aquello que, en el fondo, me aterrorizaba. Pero al mismo tiempo me sirvió para comprobar lo que ya imaginaba y en lo que confiaba…y no era otra cosa que, efectivamente, la calle era oscura y, en las veces que lo intenté, no me crucé con nadie. Esto me dio tranquilidad, dentro de lo que cabe, claro…porque uno nunca puede ir tranquilo a hacer una cosa así.
Pero llegó la tarde tan deseada, y al mismo tiempo tan indeseada, y ella estaba en casa. Estaba su coche, que tan bien conocía. Había luz en su casa. Sabía que estaba sola porque de tantas veces que había pasado por delante, conocía bien el coche de su marido. La calle, como siempre, estaba oscura, vacía.
Paré delante de su casa y dejé mi coche en marcha y con la puerta abierta. Cabía la posibilidad de que, aunque no estuviera el coche, estuviera su marido, con lo cual tendría que salir muy deprisa. Como precaución, unos metros antes de su casa, había cubierto las matrículas de mi coche con la cinta aislante. También había dejado la puerta de atrás abierta para no perder tiempo al subirla a ella.
Estuve unos momentos sentado en el coche, intentando reunir fuerzas, decidirme…no era nada fácil asumir la situación, lo que iba a hacer. Pero me puse el pasamontañnas y bajé.
Llamé al timbre de su puerta. Nada más empezó a abrirse la puerta, empujé con todas mis fuerzas; tanto es así que ella cayó al suelo. Gritaba con verdadera desesperación, con verdadero terror. Me puse encima de ella y le puse el cuchillo en la garganta…le dije con voz muy enérgica, aunque sin gritar por si acaso alguien pudiera oírme.
“!! Cállate o te rajo aquí mismo!!”
Se calló inmediatamente. Lloraba sin parar, su cara era la viva expresión del terror que puede llegar a sentir una persona. Le dije que si hacía lo que le decía no le iba a pasar nada. Me suplicaba y me suplicaba que la dejara, que me daría todo lo que le pidiera, que cogiera lo que quisiera…pero lo único que quería yo era ella, precisamente y únicamente ella.
Le hice ponerse de espaldas, en el suelo, con su pecho y abdomen pegados al suelo y con mi rodilla encima de su espalda, con el cuchillo pegado a su garganta. Guardé un segundo el cuchillo y le esposé sus manos a la espalda. Corté cinta aislante y le tapé la boca. No paraba de llorar, de suplicarme…pero yo no le prestaba ninguna atención, estaba tan absorto por llevar a cabo el plan minuciosamente, que no le prestaba en ese momento ninguna atención a sus súplicas. Le vendé los ojos con el pañuelo , uní sus tobillos con la cinta aislante y la levanté del suelo. La apoyé contra la pared, y la cargué sobre mi hombro derecho. Se movía todo lo que podía, movía su tronco, daba patadas aún teniendo sus pies atados…pero conseguí llevarla hasta el coche, hasta la puerta trasera que había dejado abierta, y, no sin dificultades, la dejé tumbada en el asiento trasero. Uní con una cuerda, la cinta aislante de los tobillos, con las esposas, para que tuviera sus piernas flexionadas y no pudiera dar patadas contra la puerta e hiciera ruido, o incluso pudiera romper el cristal.
Quité la cinta aislante de las matrículas, me quité el pasamontañas y salí rápidamente. Todo aquello no duró más que un par de minutos escasos.
Di varias vueltas por la urbanización antes de dirigirme a mi casa, con objeto de despistarla, de que no pudiera luego reconocer el camino…y a los 10 minutos estaba en casa.
Comprobé que no había nadie alrededor, cerca, y la bajé, también con mucha dificultad, del coche y la cargué de nuevo sobre mi hombro. Había dejado la puerta entornada para facilitarme la entrada. Entré y fui directo a mi habitación.
La descargué sobre mi cama. Boca arriba, con sus manos debajo de su cuerpo, esposadas. Los ojos vendados con un pañuelo negro, los pies atados. Sus súplicas salían ahogadas a través de la cinta. Lloraba desesperada. Seguí adelante con mi plan. Había dejado unas cuerdas atadas a las patas de los pies de la cama. Tenían hecho un nudo As de Guías con el que pensaba atar su sus tobillos e inmovilizarle las piernas. Le puse cada nudo en cada uno de sus tobillos, corté la cinta aislante y estiré fuerte de las cuerdas, dejándole las piernas separadas y bien atadas a las patas de la cama.
Me sentí más tranquilo, incluso me sorprendí por un momento de lo relativamente fácil que había resultado. Ya más tranquilo, más seguro, me acerqué a ella…le susurré que no le iba a hacer ningún daño, que estuviera tranquila, que no le iba a hacer ningún daño. Pero seguía llorando, quizá como más resignada a su suerte, pero llorando. Sus lágrimas resbalaban por debajo del pañuelo.
Llevaba una camisa y falda. Empecé a acariciarla. Le acariciaba toda ella…le acariciaba la cara, su pecho, con delicadeza…le acariciaba con mis manos su pecho…los dos, con las dos manos. Bajé mis manos a sus piernas…y las acariciaba, le acariciaba los muslos, la parte interior de sus muslos…subí hasta sus bragas, metiendo mis manos por debajo de su falda…y le acariciaba sus braguitas… todo lo hacía con verdadera delicadeza, con devoción…si, con la devoción que sentía por ella. Me subí a la cama y me puse de rodillas delante de ella, entre sus piernas abiertas. Le subí despacio la falda, hasta la cintura…dejando sus braguitas a la vista. Las cogí con mis dos manos, cada una en la cinta de las braguitas que recorre las caderas…y se las arranqué con todas mis fuerzas. Ella estaba paralizada por el terror…ya sabía lo que le iba a pasar…ya no gritaba; quizá sintió cierto alivio, dentro de lo que cabe, pues adivinó que, al menos, no corría peligro su vida…pero sabía lo que iba a pasar.
Acaricié con la palma de la mano su coño…sus labios vaginales, despacio, saboreándolos…le metía un dedo…lo metía y lo sacaba, despacio, lo metía hasta el fondo y lo sacaba haciéndolo pasar por su clítoris…y asi estuve un buen rato. Me tumbé encima de ella…y le susurraba…le decía que estuviera tranquila, que no le iba a hacer daño…que solo quería darle todo el placer del mundo….todo el placer que yo tenía para ella. Mientras le susurraba, la besaba….le besaba su cuello, su boca, entre palabra y palabra, la besaba. Todo muy despacio, sin prisas…quería disfrutarla sin prisas, gozarla disfrutando de cada segundo de ella. Me levanté y me desnudé. Me paré unos segundos a mirarla…a disfrutar de su presencia…allí estaba toda para mi…con la falda recogida en su cintura, su coño ofrecido a mí, a mi disposición, para mi uso, para mi gozo. Sus pechos turgentes a mi vista, con la camisa desabrochada.
Desnudo me tumbé encima de ella…yo estaba completamente empalmado, erecto, duro como una piedra. Mis gemidos el notar mi pene sobre los pelitos de su vagina, le llegaron claramente a sus oídos…como un susurro. Reaccionó, daba golpes fuertes de cadera como para zafarse de mi, de mi cuerpo…emitía gritos ahogados. Me abracé fuerte a ella rodeando su cintura con mis brazos, de manera que acompasaba mis caderas con los movimientos bruscos de las suyas. De vez en cuando se paraba, para recuperarse del esfuerzo, para oxigenarse, ya que solo respiraba por la nariz. Yo aprovechaba para besarla, susurrarle, decirle cuanto la deseaba…decirle que era mía…que la quería para mi…que llevaba dos años amándola en silencio.
Volvía a sus movimientos como para liberarse…pero al final conseguí meter mi pene, con fuerza, en su coño…lo metí hasta el fondo…con fuerza, hasta el punto de que fue dolorosa la penetración, tanto para ella como para mi. Movía las caderas con más fuerza si cabe…pero yo estaba clavado a ella…a más se movía ella…más se movía mi pene dentro de su vagina. Empezó, poco a poco a abandonarse, a perder las fuerzas…hasta que se quedó inmóvil, expuesta a mí, resignada.
Empecé a meterla y sacarla…despacio, regodeándome en ella…en su coño. Se quedó en silencio, inmóvil…dejándose hacer…dejándose recibir…dejando entrar mi polla…aceptándola dentro de ella. Mi polla resbalaba por lo mojado que lo tenía…entraba y salía suavemente. Empezó a sentirse realmente poseída…realmente empezó a desear aquello…empezó a desear acoger en su coño aquella polla mía, dura, tersa…y empezó a emitir gemidos de placer…empezó a acompasar los movimientos de sus caderas con los míos…movimientos suaves al principio, lentos, levitando sus caderas en el aire, como parándolas en el aire para notar mi polla en lo más profundo de ella, lentamente, para luego dejarlas caer sobre la cama.
Le dije que si no gritaba le quitaría la cinta de la boca…hizo un movimiento de cabeza asintiendo…y se la quité. Lo primero que me dijo fue…!!Cabrón…eres un cabrón!!…pero detrás de esas palabras había un poso de aceptación por su parte…gemía sin disimulo, al igual que yo. Le besaba la boca y ella la abría sin contemplaciones, me metía la lengua hasta el fondo de mi boca…solo separaba su boca para volver a insultarme…a decirme…!!Cabrón!…!!Eres un hijo de puta!!…pero esos insultos eran puros gemidos de placer de ella…eran puros gemidos. Estaba perdida, abandonada. Tener a aquel “hombre-demonio” que estaba follándosela…indefensa, expuesta a él, a sus deseos, dominada…aquello la estaba volviendo loca de placer…
Aumentamos poco a poco el ritmo de nuestras caderas…ella seguía diciéndome ¡!cabrón…!!…cada vez con más fuerza, cada vez le salía más del alma…pero era un “cabrón” que le estaba descubriendo un placer que no había sentido nunca…que la volvía loca…que sabía que la iba a condenar de por vida a él. Me decía…!!Sigue follándome a si…y estaré a tu disposición de por vida !Cabrón!!…!!Hijo de puta!!…dame más…dámelo todo…dámelo todo…sigue follándome así.. hijo de puta!…
Fue indescriptible como nos corrimos los dos…indescriptibles los gemidos de placer…indescriptibles…
Nos quedamos uno encima del otro unos minutos…inmóviles, callados….besándonos…
Me levanté, me vestí y empecé de nuevo a prepararla para llevarla de nuevo a casa. Le iba a poner la cinta de nuevo en su boca, y me dijo que no era necesario. No se la puse. Le desaté las piernas, le abroché la camisa y le bajé la falda. La levanté de la cama…y le dije…” vamos…te llevaré a casa”.
No tuve que cargarla sobre mi hombro…iba andando. Siempre con los ojos vendados. Me pidió que le quitara la venda…pero no accedí a ello. La subí al coche y salimos hacia su casa. Iba sentada en el asiento de al lado mío…en silencio…sin moverse. Unos cien metros antes de su casa paré y apagué las luces del coche…la calle, como siempre estaba muy oscura…me puse el pasamontañas y solté las esposas…ella misma se quitó la venda de los ojos. Me dijo que quería verme…pero me negué.
Abrió la guantera del coche, sacó un bolígrafo y en la misma documentación del coche, por detrás, me apuntó su teléfono. Se bajó del coche y me dijo…”llámame”…cerró la puerta y la perdí en la oscuridad…
CONTINUARÁ….
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