Sexo, alcohol, drogas, mi madre y mi hermano
Esta es la historia de como mi familia poco a poco se fue perdiendo entre disantos vicios y como mi madre se volvió la puta de mi hermano.
Me llamo Antonio, tengo 19 años, y quiero contar cómo mi vida y la de mi familia cambió drásticamente. Todo comenzó hace dos años, cuando mi padre se convirtió en alcohólico.
Al principio, solo se emborrachaba en casa. Sin embargo, con el tiempo, su adicción empeoró. Hubo fines de semana en los que simplemente no regresaba, comenzó a ser un dolor de cabeza, se perdía en el alcohol y se volvió el típico padre golpeador. Mi hermano mayor, Rodrigo, que tenía 20 años, terminó arrastrado por estos problemas y encontró refugio en otro tipo de sustancias.
Mi madre, Laura, es una mujer de 40 años. Delgada, de piel blanca, cabello lacio y castaño que le llega a los hombros, ojos café claro, y de una altura de 1.67 metros, senos copa D, piernas y nalgas muy bien torneadas. Siempre la vi como una mujer positiva, alguien que enfrentaba los problemas con esperanza. Ella creía firmemente que tanto mi padre como Rodrigo encontrarían una solución y volverían a ser las personas que solíamos conocer. Pero, con el tiempo, se hizo evidente que no había mejoría, ni siquiera la intención de cambiar.
Fue entonces cuando mi madre tomó una decisión difícil: nos mandó a vivir con su media hermana, nuestra tía.
Al principio, Rodrigo parecía esforzarse por adaptarse, pero las ganas de consumir su porquería siempre terminaban ganándole. En varias ocasiones, se escapaba por las noches. Nadie sabía a dónde iba ni qué hacía, pero el patrón siempre era el mismo: volvía con nuestros padres. Era tan común que, cuando desaparecía, solo era cuestión de tiempo para que mi madre llamara a nuestra tía para avisarle que Rodrigo estaba de nuevo con ella.
Pasó el tiempo, y un día mi tía llamó a mi madre.
Estaba furiosa. Le dijo que ya no quería a mi hermano en su casa, que yo podía quedarme, pero que Rodrigo no era bienvenido. No entendía qué había pasado, y aunque intenté averiguarlo, no tuve suerte. Mi tía no quería hablar del tema.
Así que, después de aquella llamada, mi hermano regresó a vivir con mi madre, mientras yo me quedé con mi tía. Las llamadas de mi madre eran breves, casi mecánicas: solo quería saber si estaba bien. Pero nunca mencionaba cómo estaba mi padre o qué había pasado con Rodrigo.
¿Qué había hecho Rodrigo para enfurecer tanto a mi tía? ¿Mi madre estaba bien? ¿Y mi padre? No podía evitar imaginar escenarios cada vez peores, pero no tenía manera de confirmar nada.
Al final, me harté de tanto pensar en lo que estaba sucediendo y decidí llamar a casa.
Esperaba que alguien contestara: mi madre, mi hermano… o incluso mi padre. En el primer intento, nadie respondió. Insistí y volví a marcar. Esta vez, alguien contestó.
Al otro lado del teléfono, escuché murmullos. No podía entender lo que decían, pero era claro que hablaban entre ellos. Entonces, la voz de mi madre se alzó, impaciente: “¡Estate quieto!” deja veo quien llama.
Después, me habló:
—¿Sí? ¿Quién habla?
—Hola, mamá, soy Antonio —le dije con un poco de alivio.
—Hola, hijo. ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —respondió, pero sonaba agitada y distraída a la vez.
—Sí, solo quería saber cómo estaban —contesté, intentando sonar casual.
—Estamos bien —me dijo y escuche como pego un leve gemido, le iba preguntar que había sido ese sonido pero en ese momento escuché una voz masculina de fondo diciendo:
—¡Ya cuélgale!
Mi madre le respondió a quien dijo eso:
—¡Te dije que te estés quieto, que te esperes!
Eso encendió mis alarmas. Algo estaba pasando.
—¿Todo bien? —le pregunté.
—Sí, hijo, todo está bien. Luego te marco —dijo, y antes de que pudiera insistir, me colgó.
Decidí esperar al fin de semana para regresar a casa.
Le insistí a mi tía, diciéndole que solo iba a ir y regresar rápidamente. Algo molesta, me respondió:
—De acuerdo, pero no quiero que traigas a tu hermano, ¿entendido?
—Sí, no te preocupes —le contesté, y me dio algo de dinero para el transporte, pidiéndome que regresara directo a casa cuando terminara.
Cuando llegué, vi a mi padre sentado en el patio, sin camiseta y en boxers, tomando el sol como una lagartija. Parecía estar completamente perdido, con el rostro enrojecido por el alcohol.
Me miró en silencio y, de repente, me preguntó en tono molesto:
—¿Dónde te habías ido?
Su voz sonaba claramente agitada, como si hubiera bebido más de lo habitual.
No respondí.
—¡Te estoy hablando! ¿Dónde estabas? —insistió, más enojado.
Dije lo primero que se me ocurrió, pero estaba tan desconcentrado que me di cuenta de que ni siquiera le interesó mi respuesta.
Le pregunté por mi madre, y él, sin mirarme, me dijo que estaba dentro esa puta.
Entré a la casa, y lo primero que noté fue el fuerte olor a cigarro. Todo el lugar estaba impregnado, como si el humo nunca hubiera salido. Abrí las ventanas para ventilar, subí a mi habitación, que en realidad es la misma que la de mi hermano, ya que solíamos compartirla. era un desastre.
Dejé mi mochila allí y me dirigí a la habitación de mis padres. La puerta estaba cerrada, pero se escuchaba el chirrido de la cama y unos gemidos provenientes desde adentro. Toqué un par de veces, y entonces escuché la voz de mi madre gritar:
—¿Qué quieres, maldito borracho? ¡Deja de molestar!
Le respondí:
—Soy yo, mamá, Antonio y se detuvieron los ruidos.
Ella abrió la puerta. Estaba despeinada y algo agitada, con una sábana cubriéndose el cuerpo, se asomó.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó.
—Los extrañaba y quería saber cómo estaban.
Me miró por un momento, luego dijo:
—Baja a la cocina, en un momento bajo yo.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Con tono apurado, me respondió:
—Sí, todo bien. Haz caso, ahorita bajo.
Pasó una hora y mi madre no bajaba. De pronto, vi a mi hermano Rodrigo descendiendo las escaleras. Me sorprendí al verlo, porque no estaba en nuestra habitación cuando subí antes. En ese momento, me pregunté de dónde había salido.
—¿Dónde estabas? No te vi arriba —le dije, confundido.
Rodrigo me sonrió mientras encendía un cigarro.
—Estaba con mamá —respondió, exhalando el humo con calma—. Ya sabes, pasando tiempo madre e hijo.
De inmediato, cambió el tema de conversación.
—¿Y cómo está la loca de nuestra tía? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Bien —le contesté sin ganas, aunque no pude evitar devolverle la pregunta—. ¿Qué pasó para que no te quisiera en su casa?
Rodrigo dio una calada al cigarro y, con indiferencia, respondió:
—Nada, está loca.
Sin decir más, se dio la vuelta hacia la puerta.
—Regreso al rato —añadió antes de salir de casa, dejándome con más preguntas que respuestas.
Poco después, mi madre bajó las escaleras. Llevaba puesta una bata de dormir color lila.
—Perdón por la demora —dijo, con una leve sonrisa.
Aproveché para preguntarle sobre mi hermano.
—¿Qué estaba haciendo Rodrigo contigo?
Ella evitó mi mirada y respondió con desinterés:
—Nada importante, no le des importancia. Al rato regresa.
Luego, como si quisiera cambiar el tema, comenzó a prepararme un sándwich.
—Debes tener hambre —comentó mientras sacaba el pan y otros ingredientes de la alacena.
—Gracias. Solo vine de visita rápida —le respondí, haciendo un esfuerzo por sonar casual—. Le prometí a mi tía que regresaría pronto.
—Está bien, estoy de acuerdo —dijo, dándome la espalda mientras seguía con el sándwich.
De repente, la puerta de la entrada se abrió, y mi padre entró. No me dirigió la palabra, pero su presencia llenó la habitación de una tensión palpable. Sin previo aviso, comenzó a discutir con mi madre.
—¿Ya terminaste de hacer tus pendejadas? —le dijo con una mezcla de desprecio.
Mi madre no pareció inmutarse, como si esa escena fuera sólo otra rutina en su día.
—¿De qué te quejas? Tú solo te la pasas tomando —le respondió con voz firme, mientras seguía con lo suyo—. Tan siquiera Rodrigo me hace lo que tú ya no puedes – añadió mi madre
El silencio que siguió fue incómodo. Mi padre parecía debatirse entre gritar o agredir, y yo, atrapado en medio, mi padre solo dijo maldita puta y se tumbó en un sillón de la sala.
Me quedé un rato más platicando con mi madre de otros temas. El tiempo pasó rápido, y cuando dieron las seis de la tarde, subí por mi mochila para regresar con mi tía. Mi madre me acompañó hasta la puerta, y justo en ese momento mi hermano regresaba. Venía con varios amigos y una chica. Llevaban bebidas y, a simple vista, algunos de ellos estaban drogados.
—Mamá, hoy tenemos fiesta —le dijo mi hermano mientras, con una sonrisa descarada, la hacía a un lado para dejar entrar a todos.
Mi madre suspiró y me miró.
—Vete con cuidado, que ya va a empezar a llover —me dijo antes de entrar a la casa detrás de ellos.
Me dirigí a la estación de autobuses y llegué justo cuando comenzaba a llover con fuerza. Compré mi boleto y esperé la hora de salida. Sin embargo, anunciaron que el viaje se retrasaría, primero una hora, luego dos, y finalmente lo cancelaron. Según dijeron, una presa en el camino se había desbordado.
Le marqué a mi tía para contarle lo sucedido, y ella me confirmó que era cierto. Me recomendó regresar a casa con mi madre y tomar otro camino al día siguiente, ya que era muy tarde para seguir intentando viajar. Hice lo que me dijo y tomé un taxi de vuelta.
Al llegar, escuché música a todo volumen. La puerta principal estaba abierta, así que entré sin necesidad de abrir con la llave. Dentro de la casa había dos tipos que no conocía, claramente consumiendo sustancias, a un lado mi padre aun más tomado de lo que ya estaba. Mi hermano no estaba entre ellos. Subí a mi habitación y ahí no se encontraba, fui a la habitación de mis padres pero para mi sorpresa, allí estaba mi hermano con la chica con la que había llegado antes, mi madre y otro sujeto.
La chica y mi madre estaban sobre la cama ambas en 4 patas y totalmente desnudas, mi hermano se estaba cogiendo a la chica tomándola de la cintura, dándole embestidas fuertes, y el otro sujeto hacía lo mismo con mi madre.
Me llené de enojo al ver esa escena. Sin pensarlo dos veces, me lancé contra el sujeto que se estaba cogiendo a mi madre, pero mi hermano me interceptó en el acto. Forcejeamos mientras mi furia crecía.
—¿Cómo permites esto? —le grité, furioso.
—¡Cómo chingas! —me respondió, y antes de que pudiera reaccionar, me soltó un golpe directo en la cara.
El impacto me mandó al suelo. Todo se volvió borroso, y me costaba enfocar mientras intentaba levantarme. En medio de mi aturdimiento, escuché la voz de mi madre:
—¡Ya déjalo!
Sentí cómo me tomaba del brazo para ayudarme a incorporarme. Con esfuerzo, logró sentarme en una silla que estaba junto al tocador. Aún veía todo borroso, pero alcancé a distinguir cómo el sujeto que estaba con mi hermano tomó a mi madre del brazo y la llevó de vuelta a la cama. Ella no opuso resistencia se volvió a poner en 4 arriba de la cama mientras él tipo continuó cogiéndosela, como si yo no estuviera ahí.
No estoy seguro de si me desmayé, pero cuando volví en mí, mi visión era más clara. Un dolor intenso entre el ojo y la mejilla me recordaba el golpe que había recibido. Giré la cabeza hacia la cama, directamente enfrente de mí, y allí seguían los cuatro: la chica, mi hermano, mi madre y el otro sujeto.
Mi hermano seguía cogiendo a la chica en la misma posición, el otro sujeto estaba acostado, mientras mi madre estaba encima de él en posición de 69 haciéndole sexo oral mientras el sujeto hacia lo mismo a ella. Como mi madre y la chica estaban a la misma distancia mi madre dejaba de chuparle el pene al sujeto para besarse con la chica que estaba siendo cogida por mi hermano.
No podía creer lo que veía. Mi mente no lograba procesar cómo mi madre podía permitir algo así, cómo había llegado a este punto, o por qué estaba cooperando con ellos de esa manera. Una mezcla de incredulidad, rabia y tristeza me invadió, pero ya no quise intervenir. ¿Qué sentido tenía hacerlo, si ella misma parecía estar de acuerdo con todo?
Me quedé sentado, inmóvil, observando en silencio cómo mi madre participaba en esa orgia, debo admitir que una parte de mí quería gritar, exigir respuestas, pero otra, más cansada, me decía que no valía la pena así que solo me dispuse a observar lo que sucedía frente a mi.
Mi madre terminó por subirse sobre el sujeto tomó su pene con la mano y lo dirigió a la entrada de su vagina y poco a poco fue bajando hasta tenerlo todo dentro de ella, ella comenzó a cabalgar sobre el sujeto, luego se acomodo como si estuviera de cuclillas sobre él y comenzó a pegar brincos, subía y bajaba sobre él pene del tipo.
Después de unos minutos ambos intercambiaron, mi hermano tomó a mi madre y la volvió a poner en 4 y comenzó a penetrarla, mientras el otro sujeto puso a la chica acostada tomó sus pies por los tobillos abriéndola de piernas comenzó también a penetrarla y los 4 continuaron cogiendo, mi madre como la otra chica gemían y sus rostros expresaban el placer que sentían.
Mi madre estaba en cuatro pero con una mano comenzó a tocar los senos de la otra chica mientras ambas se volvían a besar de una forma tan apasionada con tanta confianza como cuando dos amantes se besan era como si ambas ya hubieran hecho esto antes, mi hermano se vino dentro de la vagina de mi madre pero ella no le importó y continuó besando y tocando a la otra chica.
Mi hermano solo me volteo a ver de una forma muy retadora para luego dejar la habitación, el otro tipo dejo de penetrar a la otra chica solo para ponerla en 4 como al inicio y mi madre se puso a su lado igual a 4 patas, el sujeto penetró a la otra chica mientras al mismo tiempo comenzó a meter sus dedos en la vagina de mi madre. luego cambio y penetro a mi madre y dedeaba a la otra chica, continuaron así por otro minutos hasta que el tipo dejó de penetrarlas y ambas se arrodillaron frente a él solo para recibir en sus rostros la corrida del sujeto, el cual al igual que mi hermano terminó por salir de la habitación, mientras mi madre y la otra chica se lamen una a la otra los rostros como si fueran una especie de perras con la finalidad de lamer los residuos del semen del sujeto. Una vez terminaron se volvieron a besar y ambas se subieron a la cama. mi madre se percató de cómo las miraba, así que se detuvo se acerco a mi y toco mi rostro donde había recibido el golpe me dijo que mejor me fuera a mi habitación cosa que más que obligada termine haciendo, una ves sali cerró la puerta, quedándose dentro con la otra chica.
No me fue posible conciliar el sueño hasta que amaneció. En cuanto vi los primeros rayos de luz, me levanté, tomé mis cosas y salí de la habitación. La casa seguía en silencio; todos dormían todavía. Los amigos de mi hermano y él estaban tirados en la sala, hechos pedazos. Entre ellos, mi padre yacía en la alfombra, con una botella vacía a su lado.
No quise saber nada más. Mi madre seguía dentro de su habitación, pero no tenía fuerzas para enfrentarla. Sin avisar a nadie, salí de la casa y me fui. Opté por tomar otro camino, aunque fuera más largo, para regresar con mi tía.
Al llegar, ella corrió hacia mí al verme. Su preocupación fue inmediata al notar el moretón donde había recibido el golpe de mi hermano. Me sentó y comenzó a atenderme con cuidado.
—¿Qué pasó? —me preguntó, su voz llena de inquietud.
Solo le respondí con una mentira a medias:
—Peleé con mi hermano.
No dijo nada más, pero pude ver el disgusto reflejado en su rostro.
Los días pasaron, y poco a poco dejé de contestar las llamadas de mi madre. No quería saber nada de ella, ni de la casa, ni de lo que había dejado atrás. Mi tía empezó a notar mi comportamiento. Andaba decaído, sin ganas de hacer nada, sin fuerzas para salir siquiera.
Una tarde, después de observarme en silencio por un buen rato, volvió a preguntarme:
—¿Qué te está pasando?
No pude más. Todo lo que había intentado callar salió de golpe. Me desahogué con ella, contándole todo lo que había vivido aquella noche.
Fue aquí cuando ella se sincero igual y me contó que corrió de su casa a mi hermano por que el intento acostarse con ella pero ella no lo permitió y lo terminó corriendo de su casa, los días pasaron y mi tía para hacer más una madre y mi familia para mi. después de mi padre no supe mucho solo que aun seguía de alcohólico mantenido por mi madre, mi hermano terminó detenido por portación de sustancias, y mi madre terminó siendo una vendedora de caricias.
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