Sofía Marambio, la Bibliotecaria de mi Escuela
Una de las primeras mujeres en la que pensaba cuando me hacía la paja.
Era 1984. Tenía 13 años y me hacía la paja a diario, como dije en otra publicación, oliendo calzones y sostenes que me robaba. Estaba esta profesora, en la biblioteca del colegio donde iba: la Señora Sofía Marambio. Mujer del Inspector General del colegio y bibliotecaria del lugar. 1,70 de estatura, tetas grandes, muy bonita de cara, pelo corto, labios carnosos, nariz respingada y una mirada naturalmente coqueta. Su cuerpo mostraba que en su juventud había hecho deporte. Sus hombros eran anchos y sus piernas bien contorneadas para una «vieja» de 40 y tantos. A mis 13, deseaba que me escupiera, que abusara de mi, deseaba que me humillara, que por la fuerza me bajara los pantalones y se me metiera mi pichula en la boca mientras me metía un dedo por el culo. Eso jamás ocurrió, lamentablemente. Pero si pude hacerme la paja en frente de ella.
Terminé una prueba casi a finales de año, hacía calor. No se nos permitía dejar el salón y salir al patio después de la prueba. Sin embargo, yo debía un trabajo escrito y la profesora de turno me permitió ir a la biblioteca a terminar mi investigación para el trabajo. Ahí estaba ella; Sofía sentada en una silla junto a la ventana leyendo una revista, de piernas cruzadas, medias negras, zapatos de taco alto negros, una mini falda también negra, una blusa blanca (que dejaba entrever los encajes del sostén que apenas lograba sostener a ese par de tetas), labios pintados de rojo, sombra de ojos negra y ese perfil delicioso que tenía. Le expliqué el motivo de mi visita a la biblioteca e inmediatamente se ofreció a ayudarme.
– Tengo varios libros que te pueden servir. Déjame bajarlos… – Se subió a una silla y comenzó a sacar algunos volúmenes que en la repisa. Yo estaba hipnotizado por la perspectiva que tenía de ese culazo enfundado en esa falda negra y esas piernas que quería lamer, mear y tirarle mis mocos después de restregarle el pico en ellas. La pichula se me puso dura; y mientras me hablaba y se contoneaba encaramada en la silla , me la tocaba por encima del pantalón y me imaginaba el olor de su culo y entrepierna. Una vez que terminó de entregarme los libros, me dijo que iría a su auto a buscar unos audífonos para escuchar noticias mientras yo hacía mi trabajo. La acompañé hasta la puerta con el fin de verificar que no hubiera nadie en el pasillo. Cerré la puerta y, mientras sacaba mi pichula, me acerqué a la silla de cuero de su escritorio y me arrodillé frente a ella ya masturbándome, olí la silla, la lamí, le pasé la tula y me imaginaba que ella iba a sentarse ahí, en donde ya había gotas de mi líquido seminal. En eso, vi que su cartera estaba abierta y tenía un pañuelo dentro. Lo saqué y olía a ella. Me lo guardé y volví a mi estación de trabajo. Pero ya estaba caliente, la tula no se me bajaba, seguí parada esperando ser tocada. Se me vino una idea: si es imposible que mi fantasía con ella ocurra, al menos puedo hacer que se siente en mi semen. Y así , con su pañuelo en una mano y la tula en la otra, me hice la paja en la silla junto a la ventana, apretaba su pañuelo pegado y cuando estaba a punto de acabar, dije su nombre y algo más:
– Sofía Marambio….se mi puta…déjame metértelo en la zorra….puta conchetumadre…..- y acabé. Todo mi semen caliente, espeso y generoso había caído sobre la silla. Me cerré el cierre del pantalón, guardé el pañuelo en mi bolsillo y volví a mi estación de trabajo. Pasaron cerca de dos minutos más y llegó. Sólo cuando la vi avanzar hacia la silla, recordé que había una poza de semen blanco en donde iba a poner su culo. Cuando iba llegando, le pregunté:
– Hace…¿hace mucho calor afuera? Se volteó mientras se sentaba, y me respondió que sí, que se iría a duchar en ese mismo momento si pudiera. Y con esa imagen me quedé. Ella en la ducha enjabonándose el culo, la concha que debía ser pe;ludita y ya con sus canas. Quedé en muy buena posición; podía mirar sus piernas mientras ella leí y a la vez oler su pañuelo detrás de mi torre de libros, mientras mi mano acariciaba mi pichula imaginando que me tenía de rodillas frente a ella me hundía la cabeza en su entrepierna hedionda a sudor y orina a la vez que me decía:
– Lame, lame, lámeme la concha, inútil de mierda, lámeme la concha y saborea mis jugos…no tienes permiso de hacerte la paja, deja de tocarte la pichula….o ¿crees que me interesa que te corras la paja? No, me interesa que tu lengua haga un buen trabajo en mi concha…lame, bueno para nada, lame, pendejo inútil….
La miraba mientras me pajeaba disfrutando de la vista de sus piernas y sabiendo que se había sentado en un charco de mi semen. Esa idea me calentaba aún más. Cuando estaba a punto de acabar, tomé el pañuelo y acabé ahí. Y fue una acabada tan rica que tuve espasmos.
Lo que hubiera dado por que esa mujer me hiciera su esclavo, que me escupiera, que me meara, que me metiera cosas en el culo, todo con tal de culearla. Si en ese tiempo hubiese habido celulares, el video de sus piernas sería algo que aún usaría para pajearme.
Pues la verdad hay una señora ya tal vez treintona que desde chico me gustaba, es más, la hice mi noviecilla jeje.