Sombras de Deseo: Pasiones Prohibidas Cap 16
En «Sombras de Deseo: Pasiones Prohibidas», seguimos a Morgana elegida por Alexis, un nuevo amo. Su entrega total, marcada por el reclamo de su virginidad, refleja su devoción. Inspirada en «La sombra del pasado y La luz de la esperanza», explora pasiones, entrega y autoconocimiento..
«Amo dime lo que me harías en el coño» Dice Morgana a Alexis.
Morgana miraba a Alexis con una mirada intensa, su deseo palpable en el aire mientras esperaba su respuesta. Sabía que su placer y su dolor estaban en manos de su amo, y anhelaba escuchar sus deseos y fantasías más profundos.
Alexis sonrió con satisfacción ante la sumisión de Morgana, disfrutando del control que ejercía sobre ella. Con una voz firme y dominante, comenzó a describir sus deseos más íntimos, alimentando el fuego que ardía dentro de ambos.
«Te tomaría con fuerza, hundiéndome en tu coño con cada embestida», comenzó, su voz llena de deseo y dominación. «Te marcaría con mi placer, reclamándote como mía una y otra vez. Te llevaría al borde del éxtasis una y otra vez, asegurándome de que solo puedas pensar en mí y en mi dominio sobre ti».
Las palabras de Alexis envolvían a Morgana, alimentando su deseo y sumisión hacia él. Cada detalle de su descripción despertaba una respuesta ardiente en su interior, llevándola a un estado de éxtasis y sumisión total.
Morgana asintió con sumisión, aceptando los deseos de su amo como su deber y su placer. Sabía que su satisfacción estaba en servirle y complacerle en todo momento, entregándose por completo a su voluntad y deseos. Era una danza eterna de placer y sumisión, donde su conexión era inquebrantable y su entrega total.
Mientras Alexis descansaba, recordó algo de Juan.
«¿Recuerdas cuando el amo Juan en vez de quemar a Dixie te quemo a ti Morgana?»
Morgana se estremeció al recordar aquel incidente que había marcado su piel y su alma.
«Sí, lo recuerdo», respondió con voz entrecortada. «Fue una experiencia que nunca olvidaré».
El recuerdo de sentir el calor abrasador sobre su piel y la sensación de impotencia mientras era castigada por otro amo la llenaba de una mezcla de dolor y resentimiento.
«Aprendí mi lección esa noche», continuó Morgana con una mirada sombría. «Aprendí que no debí hablar.
«Yo, con estos cigarrillos, aplicaría suavemente calor sobre la piel de mi esclava Dixie», expresó Juan a Alexis, aunque internamente temía causarle daño, pues no deseaba lastimarla.
Dixie lo miraba con una mezcla de temor y expectación, consciente de que su placer y su dolor estaban en manos de su amo.
El corazón de Dixie latía con fuerza en su pecho mientras imaginaba las sensaciones que esos cigarrillos podrían provocar en su piel. Por un lado, el miedo a la quemadura se entrelazaba con el anhelo de satisfacer los deseos de su amo.
Con una voz temblorosa pero sumisa, Dixie respondió: «Sí, mi amo. Estoy lista para soportar cualquier castigo que decidas impartirme. Mi piel está a tu disposición para tu placer y dominio.»
«Amo Juan, tienes cigarrillos», mencionó Morgana con mirada sumisa mientras abrazaba a Alexis. Juan aprovechó que Morgana habló.
Juan sonrió ante la observación de Morgana, reconociendo el deseo implícito en sus palabras. Con un gesto deliberado, sacó un paquete de cigarros y un encendedor, sosteniéndolos con autoridad mientras observaba a Morgana con intensidad.
«Muy bien, Morgana», dijo Juan con una voz cargada de deseo y dominación. «Estás dispuesta a explorar nuevos límites de sumisión y placer. Vamos a ver hasta dónde estás dispuesta a llegar para satisfacer a tu amo.»
Con un movimiento deliberado, Juan encendió un cigarrillo, dejando que el humo se elevara en el aire entre ellos. Dixie se dio cuenta de que Juan usaba a Morgana para no lastimarla a ella, para protegerla. Alexis observaba con orgullo cómo Morgana pedía más. Dixie se tapó los ojos.
Alexis admiraba la entrega total de Morgana a su amos. Era un recordatorio de la profunda sumisión que existía entre un amo y su esclava, una conexión que trascendía los límites de lo físico y lo emocional.
En ese momento tenso y cargado, Dixie se aferraba a la esperanza de que, al menos por esta vez, Juan demostraría compasión y cuidado hacia sus esclavas.
Dixie se acercó a Morgana para examinar su piel y notó que apenas había señales de daño. ¿Acaso Juan había sido suave? La pregunta flotaba en su mente, y aunque deseaba creer en esa posibilidad, sabía que no podía confiar plenamente en la gentileza de su amo.
Con una voz suave pero llena de sumisión, Morgana dijo: «Si no me gusta o me duele, debo amarlo».
Alexis asintió con satisfacción ante la respuesta de Morgana, reconociendo su aceptación y comprensión del lema que guiaba su relación.
Morgana, enfurecida por el recuerdo, explicó a Alexis la debilidad de Juan, revelando que la había utilizado a ella solo para proteger a su esclava Dixie.
Morgana se dirigió a Alexis con una mezcla de rabia y frustración evidente en su voz. «Solo me quemó a mí porque soy otra esclava de otro amo. No quería lastimar a su propia esclava con esos cigarrillos», explicó, su tono lleno de desdén hacia la situación.
Alexis, visiblemente molesto, frunció el ceño ante las palabras de Morgana. «Juan es débil», murmuró con desprecio. «No tuvo el coraje de ejercer su autoridad sobre su estúpida sumisa. Esa sumisa lo manipuló y él cayó en su juego», concluyó, su voz llena de disgusto por la supuesta debilidad de Juan.
Morgana, llena de indignación y deseo de venganza, se dirigió a Alexis con una determinación feroz en sus ojos. «Amo, si lo ves en la calle, mátalo sin piedad», instó con vehemencia. «Hazle sufrir, castígalo por su debilidad y su traición», agregó, su voz cargada de rencor y resentimiento hacia Juan por lo que consideraba una falta imperdonable de su parte.
«Eso hare, eso hare cuando lo vea, iré al estación de tren para saber si ha vuelto, reza por mi Morgana di las oraciones del Amo Dios castigador».
«Lo haré, mi amo», respondió Morgana con devoción, inclinando la cabeza en señal de sumisión. «Rezaré por tu éxito y por el castigo de ese débil traidor», agregó, prometiendo cumplir con las oraciones del Amo Dios castigador para invocar su ira sobre Juan.
«¿Que le harás amo a esos dos?» Pregunta Morgana a Alexis
Alexis miró a Morgana con una expresión seria y determinada. «A esos dos les mostraré el verdadero significado del castigo. A Juan lo enfrentaré con la realidad de su debilidad, y a Dixie… la confrontaré con su manipulación y deslealtad», declaró con voz firme. «Ambos recibirán el castigo que merecen por sus acciones».
La habitación estaba sumida en un silencio interrumpido solo por los gemidos de Dixie y el sonido rítmico de la penetración. El aire estaba cargado de tensión y anticipación, cada suspiro resonaba en las paredes como un eco de placer y deseo.
Dixie se abandonaba por completo al momento, entregándose a las sensaciones que su amo le proporcionaba. Cada embestida de Juan la llevaba más allá del límite del placer, haciéndola gemir con fervor y deseo. Sus manos se aferraban al mueble con fuerza, las uñas dejando marcas en la superficie mientras su cuerpo se arqueaba en respuesta al placer abrumador que la consumía.
Juan, por su parte, estaba concentrado en satisfacer los deseos de su chica. Sus movimientos eran precisos y controlados, diseñados para llevarla al borde del éxtasis y más allá. Sentía el calor de su cuerpo contra el suyo, la conexión física que los unía en ese momento de intimidad y pasión desenfrenada.
A medida que el ritmo aumentaba, el placer se intensificaba, envolviéndolos en una espiral de sensaciones que los llevaba a nuevas alturas de éxtasis. Dixie se abandonaba por completo al placer, dejando que la ola de sensaciones la arrastrara hacia un estado de éxtasis absoluto.
Y así, en la intimidad de esa habitación, Juan y Dixie se perdieron el uno en el otro, entregándose por completo al placer del momento, sin preocuparse por nada más que el calor de sus cuerpos y la pasión desenfrenada que los consumía.
Las caderas de Juan se movían con una precisión experta, como si estuviera ejecutando una danza erótica destinada a llevar a Dixie al éxtasis. Cada movimiento era fluido y coordinado, llevando su polla a girar dentro del coño de Dixie con un ritmo hipnótico y delicioso.
Dixie se encontraba atrapada en un torbellino de placer, incapaz de contener los gemidos que escapaban de sus labios entreabiertos. Cada giro de la cintura de Juan enviaba oleadas de placer a través de su cuerpo, haciéndola arquearse hacia él en busca de más.
La sensación de la polla de Juan girando dentro de ella era exquisita, una mezcla embriagadora de placer y deseo que la llevaba al borde de la locura. Sus manos se aferraban al mueble con fuerza, buscando algo que agarrar mientras el placer la envolvía por completo.
Para Juan, cada giro de cadera era una expresión de su amor sobre Dixie. Cada movimiento estaba diseñado para llevarla al límite y más allá, para mostrarle quién es su esposo y quién la estaba llevando hacia nuevas alturas de placer.
Dixie se retorcía bajo el hábil toque de Juan, sus gemidos llenaban la habitación mientras él la llevaba al borde del placer una y otra vez. Cada movimiento de Juan era una obra maestra, y Dixie se entregaba por completo a las sensaciones que él despertaba en su cuerpo.
«Oh, Juan», gemía Dixie, sus manos agarrando su cabello con fuerza mientras Juan exploraba cada rincón de su cuerpo con sus labios y manos expertas. Cada caricia enviaba oleadas de placer a través de ella, haciéndola arquear la espalda y suplicar por más.
Juan sonreía con satisfacción ante los gemidos de su esposa, disfrutando de su entrega total a él. Sus manos expertas acariciaban cada centímetro de su piel, explorando cada curva y recoveco con devoción y pasión.
«Te pertenezco por completo, Juan», susurró Dixie, su voz cargada de deseo y sumisión. «Hazme tuya una y otra vez, sáciame con tu deseo y dominación».
Juan respondió a sus palabras con un ardor renovado, aumentando el ritmo y la intensidad de sus caricias mientras llevaba a Dixie al límite una vez más. Cada embestida era una promesa de placer y satisfacción, y Dixie se aferraba a él con desesperación, buscando encontrar la liberación que solo él podía darle.
«Recuerda que ya no soy tu amo, solo soy tu esposo», le recordó con dulzura Juan entre gemidos de placer. Aunque había sido su amo en el pasado, ahora su relación había evolucionado hacia algo más íntimo y profundo.
Dixie asintió con la cabeza, sintiendo el peso de esas palabras en su corazón. Habían recorrido un largo camino desde los días en que él era su amo y ella su sumisa, y ahora se encontraban en un nuevo capítulo de su vida juntos como esposo y esposa.
«Vamos a venirnos juntos mientras nos miramos a los ojos» Dice ella
Juan asintió con una sonrisa, sus ojos brillando con complicidad y amor. «Sí, vamos a hacerlo», respondió, sus palabras resonando con determinación y pasión.
Con cada embestida, cada roce de piel, Juan y Dixie se acercaban más y más al clímax, sintiendo la intensidad del deseo crecer entre ellos. Sus miradas se encontraron en un torrente de emociones compartidas, reflejando el profundo vínculo que compartían.
El ritmo frenético de sus cuerpos alcanzó su punto máximo cuando Dixie sintió cómo la polla de su esposo se hinchaba dentro de ella, mientras Juan experimentaba la presión irresistible de su esposa a su alrededor. Los dos gemían en un crescendo de placer, sus nombres escapando de sus labios en un susurro entrelazado.
En un estallido de éxtasis compartido, Dixie y Juan se entregaron por completo al placer, dejando que las sensaciones abrumadoras los consumieran por completo. Sus cuerpos temblaban en un frenesí de placer, fusionándose en un momento de pura conexión y pasión desenfrenada.
Y así, en el éxtasis de su unión, encontraron la dicha suprema de alcanzar el clímax juntos, sellando su amor en un momento de pura intensidad y entrega mutua.
«Amo Juan, lo has echo genial».
A pesar del agotamiento que pesaba en cada uno de sus músculos, Juan no pudo evitar sonreír ante las palabras de Dixie, que aún lo llamaba «amo» a pesar de sus insistentes correcciones. Sus pensamientos vagaban por el laberinto de su mente, reflexionando sobre la complejidad de su relación y los roles que habían desempeñado hasta ahora.
«Gracias, Dixie», respondió Juan con un tono suave, dejando claro una vez más que ya no era su amo, sino su esposo. Sin embargo, la persistencia de Dixie en llamarlo «amo» parecía arraigada en lo más profundo de su ser, un recordatorio constante de los lazos que habían compartido en el pasado.
A medida que el cansancio comenzaba a envolverlo, Juan se permitió reflexionar sobre su papel como esposo. Se sorprendió al darse cuenta de que, a pesar de sus temores iniciales, no encontraba tan terrible la idea de ser el amo de Dixie. Sin embargo, se prometió a sí mismo que, si alguna vez asumía ese papel, lo haría de una manera que honrara su amor y respeto mutuo, evitando la crueldad y el autoritarismo que a menudo caracterizaban las relaciones entre amo y esclavo.
Con un suspiro de satisfacción, Juan acarició suavemente el rostro de Dixie, expresando su amor y gratitud por todo lo que habían compartido juntos. Aunque sus roles habían cambiado, su conexión seguía siendo tan profunda como siempre.
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