Sometiendo a la profesora Lucía
Cuatro alumnos chantajean y someten a su profesora.
Los cuatro chicos estaban desnudos y mostraban sus vergas, como si fueran armas con las que pretendían intimidarla. Lucía estaba rodeada por ellos. Ni en sus sueños más escandalosos se había visto en una situación como esa: a punto de ser violada por sus alumnos.
— Tranquila profe, la vamos a tratar bien —dijo Ricardo, acariciando sus nalgas.
Era un chico pálido y delgado, con el cabello frondoso y la cara llena de pecas. Al sentir la mano posándose sobre su glúteo, Lucía pegó un respingo y se alejó de él, pero no tenía escapatoria, tanto adelante como a los costados estaban los secuaces de Ricardo, frotándose la pija mientras esperaban que ella por fin se rindiera. Ricardo la agarró de la cintura y la atrajo hacia él. Ahora Lucía descubría también que tenía una pija bastante grande, pues el miembro duro se frotaba en sus nalgas.
— No seas boluda, ya perdiste —le susurró.
— Pendejos perversos —dijo Lucía con furia.
Pero sabía que tenía razón. Nunca se hubiese imaginado que caería en un chantaje tan burdo como ese. Parecía sacado de una pésima película pornográfica. Pero sin embargo resultaba muy eficaz.
Los otros tres ahora se acercaron. El primero en meterle mano fue Ramón, un negrito petiso que siempre se portaba mal y le decía cosas insinuantes en medio de la clase. Lucía muchas veces pidió su suspensión, pues no estaba bien que un alumno alague a la profesora por lo bien que le quedaba el pantalón (haciendo una obvia alusión al culo pulposo de Lucía), o que le diga que debería desabrocharse al menos un botón de la camisa. Pero el director decía que eran cosas de chicos, que no le diera importancia. Y ahora Lucía sufría las consecuencias. Ramón, con una sonrisa de perfectos dientes blancos, acariciaba su muslo, y levantaba la pollera lentamente.
Lucía tenía veintisiete años y era profesora hacía apenas tres. Siempre tuvo temor de enfrentarse a un curso lleno de adolescentes, pero hasta el momento le había ido bien. Sin embargo en este último año le tocó ser la profesora del curso más problemático. Y cuatro de los peores alumnos estaban ahora ahí.
César, un gordito con cara de niño, y Gonzalo, un pelilargo por el que todas las chicas del curso morían, empezaban a acariciarle las piernas.
Debía reconocer la profesora, que nunca se había imaginado que tuviesen las agallas como para encararla de esa manera. Pero los pendejos habían preparado todo minuciosamente. Primero la convencieron de entregarle el trabajo final en su propia casa, con la excusa de que así sería mejor para todos, pues de esa manera ella podía cerrar las notas lo antes posible. Eran los únicos alumnos que faltaban aprobar, y les había concedido la posibilidad de levantar la nota con un trabajo práctico. Una vez que fueron a su casa, le insistieron hasta que ella los invitó a pasar. Su marido estaba trabajando, así que todo estaba dispuesto en favor de esos degenerados. Ahí fue cuando mostraron sus cartas: un video donde la profesora tenía relaciones sexuales con un hombre que no era su pareja precisamente. No había mucho que aclarar, si ella no los obedecía, difundirían el video por todas partes. La profesora quedaría como una puta frente a toda la ciudad, perdería el trabajo por el escándalo y a su marido por la traición. Su vida se desmoronaría en un santiamén a causa de sus jóvenes victimarios.
Las manos ansiosas de los adolescentes se frotaban por todas partes. Tironearon del elástico de su ropa interior y se la bajaron.
— Que se arrodille —dijo Ramón.
— Arrodillate —ordenó Ricardo.
La profesora se mantuvo en pie. Una cosa era tener que dejarse coger por esos nenes de quince años, si usaban la fuerza. Pero ¿también tendría que sucumbir ante cualquier palabra?
Ricardo apoyó las manos en los hombros de Lucía y empujó hacia abajo. La profesora ahora se encontró de rodillas. Las cuatro pijas la rodeaban, apuntando a su cara.
— Qué linda sos —comentó Gonzalo, corriendo un mechón de pelo de su profesora, para que el rostro quedase libre.
Y era cierto, Lucía tenía la piel clara, suave y perfecta, como si fuese de porcelana; los labios finos, los ojos grandes, la nariz respingona, el pelo lacio le llegaba hasta los hombros, y usaba flequillo. Parecía incluso más joven de lo que era. Siempre supo que su belleza podría causarle problemas a la hora de pararse al frente de un montón de adolescentes con las hormonas alborotadas. Y ahora confirmaba su teoría, aunque de una manera mucho más contundente de lo que podía haber imaginado. Esos cuatro chicos se habían obsesionado con ella a tal punto, que decidieron tramar toda esa estratagema solo para ultrajarla en grupo.
Ramón arrimó la verga, la cual tocó los labios de la profesora. Sin embargo, ella no los abrió. Si me van a coger, que sepan que no es con mi consentimiento, pensó Lucía.
Era una resistencia absurda, pues estaba a los pies de sus victimarios, sin poder animarse a gritar para que alguien la rescatara, sentía el vacío en sus partes íntimas, producto de la ausencia de su bombacha, y además los cuatro falos evidenciaban la obstinación de sus portadores, pues no daban ninguna señal de venirse abajo, más bien parecían cada vez más rígidos y erectos.
Entonces el negrito petiso apretó la nariz de Lucía. Ella se preguntó indignada, cómo era posible que un chico tan joven supiese ese truco sexual tan deleznable.
Cuando la profesora ya no pudo aguantar más la falta de aire, empezó a respirar por la boca. Ramón inmediatamente le metió su verga, al tiempo que dejaba de hacer presión en la nariz.
— Chupe profe, chupe —gritó César.
Ricardo le empujó la nuca para que se metiera la verga de su amigo entera. Era corta, pero gruesa. Lucía, ya totalmente derrotada, empezó a chuparla.
Mientras tanto Ricardo metía mano por debajo de la pollera, y se encontraba con el ano de su profesora. Enterró un dedo, y ella dio un respingo. Hijos de puta, pensó la profesora, ni mi culo se va a salvar hoy.
César y Gonzalo, que no habían cogido nunca, pero habían visto muchas películas pornográficas, agarraron cada uno de una mano de la profesora, y las llevaron hasta sus respectivas pijas para que ella los masturbara.
A partir de ahí, le fue imposible chupar, pues no contaba con la ayuda de sus manos. Entonces Ramón empezó a meter y sacar su instrumento, frotando el glande con la parte interna de las mejillas de la profesora. Se la estaba cogiendo por la boca. Gonzalo y César humedecieron sus vergas con saliva, y ahora los dedos de Lucía se deslizaban sobre ellos con mayor facilidad. Que acaben rápido, rogaba Lucía, y los masturbaba con mayor frenesí, al tiempo que sentía el dedo de Ricardo que seguía escarbándole el culo.
— Miren que limpio tiene el culo la profesora —dijo el chico, mostrando el dedo índice impecable a sus amigos.
Lucía no podía sentirse más humillada.
— Miren como se le cae la baba a la puerca –se ufanó Ramón.
En efecto, un grueso hilo de saliva salía de la boca de la profesora, e iba a caer al piso. Ramón eyaculó con la verga todavía adentro de ella. Lucía escupió el semen en el piso.
Sus ojos lagrimeaban, y tosía. Ricardo ocupó el lugar de Ramón. La agarró del mentón y le levantó la cara.
— A mi me la vas a chupar bien.
Mitró a Cesar, y ese gesto bastó para que el chico liberara la mano derecha de Lucía.
Ella agarró el poderoso miembro venudo del chico. El presemen ya manaba de él. La profesora lamió la cabeza y el chico se estremeció. Luego se lo metió a la boca, y empezó a chupar, aplicando la experiencia que había adquirido a sus ventilete años. Mientras tanto, Gonzalo eyaculaba. Los chorros saltaron con debilidad, el semen se deslizó por el tronco, y fue a ensuciar la mano de su profesora. A sus espaldas, César se había arrodillado, y empezaba a darle un vehemente beso negro. Lucía, contra su voluntad, al sentir la lengua que se frotaba con intensidad en su culo, y que incluso parecía querer meterse adentró, soltó un gemido de placer.
Ramón, quien había ido al baño a limpiarse, se acercó al grupo. Lucía vio con horror que llevaba un celular en su mano. Apenas pudo percatarse de eso, y el chico ya le había hecho tres fotos.
— Muy bien Ramoncito, ahora tenemos más material para cogernos a esta zorra —dijo Ricardo.
Lucía no había pensado en eso. Los alumnos no pretendían dejarlo todo en esa orgía. La seguirían extorsionando hasta que se saciaran de ella. Y ahora que contaban con esas fotos en donde uno de ellos le comía el culo y el otro estaba recibiendo una mamada de ella, estaba perdida. Dudaba de que en la foto se notara que estaba siendo forzada, además, ellos eran menores. Así que corría el riesgo de ir a la cárcel. La profesora pensó, resignada, que estaba condenada a ser el juguete sexual de esos chicos.
Ricardo empezó a masturbarse frente a su cara y eyaculó en ella. Fue un orgasmo intenso, con el que pudo largar mucho semen. El chico untó el semen de la cara de la profesora con un dedo, y se lo hizo chupar.
— Te vas a tragar todo putita —siguió untando los restos de semen, y ella se tomó todo sin chistar.
— ¿La cogemos? —preguntó Ramón.
— Esperen, primero quiero acabar —dijo César, alertado del hecho de que si se la cogía ahora, no iba a aguantar mucho tiempo antes de acabar, lo mejor era eyacular y luego ir por una segunda vuelta.
— Y dale, acabá gordo —le dijo Ramón.
César empezó a frotar el miembro en el culo de la profesora. Quería metérselo adentro, pero acabó antes de poder penetrarla.
Lucía vio cómo las esperanzas de que todo acabara pronto se desvanecían antes sus ojos. Los violadores eran demasiado jóvenes como para agotarse después de una eyaculación, al contrario, Ramón ya estaba con la verga completamente erecta, al igual que Ricardo y Gonzalo.
— Acostate en el piso.
Lucía extendió su cuerpo sobre el suelo duro y separó las piernas.
— Hagan lo que quieran, cójanme, y váyanse de una vez por favor.
— Esto recién empieza, profe —dijo Ricardo.
Ramón se arrodilló frente a ella, al tiempo que César la despojaba de su blusa, y luego de su corpiño.
— Que lindas tetitas, no me había dado cuenta de que eran tan lindas —dijo el chico regordete, manoseando los pechos de Lucía.
Ramón, por su parte, arrimaba su verga al sexo de la profesora. Lucía vio cómo ahora Ricardo la enfocaba con la cámara del celular. Miró a un costado, con gesto apático, mientras el chico de piel oscura empezaba a violarla, y el otro le sacaba fotos.
Los adolescentes tenían poca experiencia sexual, pero mucha imaginación. Mientras Ramón la penetraba, otro le arrimaba la verga a la boca, y otro se masturbaba mirando la escena.
Lucía ya ni siquiera sabía quién se la estaba metiendo en el sexo y quién en la boca. Los violadores se iban turnando y cambiaban de lugar constantemente, la penetraban con el vigor de quien tiene toda la juventud encima, y le ofrecían la verga llena de presemen y de los fluidos de la propia profesora, pues ella no era de madera y aunque su alma se sintiera desesperada, su cuerpo reaccionaba a los constantes estímulos de esos falos incansables.
De repente, luego de que acabaran tres o cuatro veces en su cara, Lucía sintió como le levantaban las piernas, hasta que su cuerpo se dobló en dos. Lucía era muy flexible, por lo que ahora tenía las rodillas a la altura de las orejas. El que la agarraba de los talones, obligándola a mantener esa posición era César. Ricardo el metía un dedo lleno de saliva en el culo, y Ramón se disponía a sacarle más fotos.
— ¿Te pensás que nos íbamos a ir sin hacerte el culo? —dijo Ricardo, y acto seguido arrimó la cabeza del pene al oscuro agujero del culo.
La profesora gimió.
— Despacio, por favor despacio —suplicó, pues la verga de Ricardo era la más grande de las cuatro.
— ¿Vas a dejar cogerte cada vez que queramos? —preguntó el chico, y se la metió más adentro.
— Sí, pero por favor no me lastimes —dijo ella.
— ¿Vas a ser nuestra puta?
— Sí, voy a ser su puta —prometió.
Ricardo la enculó en esa posición incómoda durante un tiempo que se le hizo muy largo a la profesora. Cuando acabó adentro suyo, el semen abundante empezó a brotar de su culo. Luego le siguieron sus secuaces. Un charco del líquido viscoso se formó en el piso.
Al final, la profesora quedó tirada en el piso, completamente agotada, casi desmayada.
— Ya nos vamos a ver de nuevo —sentenció Ricardo.
Lucía escuchó cómo abandonaban la casa, entre risas y festejos.
Luego de muchos minutos, alarmada porque no sabía la hora exacta y temía que su esposo apareciera en cualquier momento, se puso de pie, limpió el charco de semen y fue a darse una ducha. Luego vio su celular. Ricardo le había mandado muchas de las fotos que le habían sacado. Entonces lo supo: su calvario recién empezaba.
Continuará
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