Susurros de Dominio
Clara, una joven estudiante de periodismo en la bulliciosa ciudad universitaria de Mérida, se encuentra en una encrucijada entre la libertad y la responsabilidad. Su vida da un giro inesperado cuando conoce a Miguel, un hombre mayor y enigmático que la sumerge en un mundo de poder, sumisión y deseos.
Susurros de Dominio.
Soy Clara, una joven estudiante de periodismo en la bulliciosa ciudad universitaria de Mérida. A mis veinte años, me encuentro en un punto de inflexión en mi vida, navegando entre las aguas turbulentas de la libertad y la responsabilidad.
En medio del caos de la vida universitaria, busco mi lugar en el mundo, tratando de encontrar un equilibrio entre mis sueños y las expectativas que otros tienen de mí. En esta encrucijada entre la juventud y la madurez, me enfrento a la verdad cruda de mi propia existencia, confrontando mis miedos más profundos y mis deseos más oscuros.
Mis días transcurren entre las paredes de mi pequeño apartamento, donde busco refugio en la soledad y la reflexión. En este santuario de silencio, me sumerjo en mis estudios, buscando la verdad en las palabras impresas y las historias no contadas.
Pero la vida universitaria también tiene su lado oscuro, tentándome con promesas de diversión y libertad. Las fiestas y las salidas nocturnas son una constante tentación, una llamada de sirena que me insta a dejar de lado mis responsabilidades y entregarme al caos del momento presente.
En este laberinto de emociones y expectativas, busco desesperadamente un faro que me guíe a través de las sombras de la incertidumbre. ¿Quién soy yo en medio de este torbellino de deseos y dudas? ¿Qué camino debo seguir en mi búsqueda de verdad y autenticidad?
Acompáñame en mi viaje de autodescubrimiento y redención, mientras navego por las aguas turbulentas de la vida universitaria en busca de respuestas a las preguntas que me atormentan en la oscuridad de la noche.
Con mi teléfono en mano, me aventuro a las bulliciosas calles de la ciudad, lista para capturar las voces y las historias de aquellos que se cruzan en mi camino. Mientras entrevisto a un joven sobre sus opiniones acerca de las relaciones modernas para mi video de TikTok, noto la presencia de un hombre mayor de unos cincuenta años observándonos desde la distancia.
Sus ojos, oscuros y penetrantes, recorren mi figura con una intensidad que me hace estremecer. En lugar de sentir miedo, una determinación feroz se apodera de mí. Decido tomar una postura firme, decidida a no dejar pasar la oportunidad de confrontarlo por su presencia no solicitada.
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me acerco a él, preparada para hacerlo sentir incómodo por su presencia no solicitada. El hombre parece sorprendido por mi valentía, pero en lugar de disculparse, su mirada se vuelve aún más intensa, como si estuviera tratando de leer mis pensamientos más íntimos.
A pesar de mis esfuerzos por mantenerme firme, me encuentro cautivada por su carisma, una atracción peligrosa que apenas puedo ignorar. Al final de nuestra interacción, me sorprende su invitación a tomar un café juntos.
La diferencia de edad entre nosotros es evidente, pero en lugar de sentirme intimidada, siento una extraña fascinación por este hombre maduro y misterioso. ¿Debería aceptar su oferta y arriesgarme a descubrir más sobre él? O ¿debería seguir mi instinto y mantenerme alejada?
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, tomo una decisión impulsiva, dejando que la curiosidad guíe mis pasos hacia lo desconocido. ¿Qué secretos ocultan esos ojos oscuros y penetrantes? Solo el tiempo lo dirá.
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, acepté la invitación y nos dirigimos a una pequeña cafetería cercana. El ambiente era cálido y acogedor, pero no podía evitar sentirme inquieta por la situación. Nos sentamos en una mesa apartada y pedimos nuestras bebidas.
“Por cierto, soy Clara”, dije finalmente, rompiendo el incómodo silencio.
“Encantado, Clara. Yo soy Miguel”, respondió él con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Mientras removía el azúcar en su café, Miguel empezó a hablar de manera inesperada. “Es curioso ver cómo cambia tu comportamiento cuando tienes ese teléfono en la mano”, comentó con voz grave y autoritaria. “Eres una niña malcriada que necesita ser educada”.
Sus palabras me ruborizaron y me llenaron de indignación al mismo tiempo. ¿Cómo se atrevía a hablarme así? Sentí el impulso de levantarme y marcharme, pero su voz me detuvo. “Espera. No he dicho que te marches”, dijo con firmeza, su mirada penetrante sujetándome en mi lugar.
Me quedé paralizada, mi instinto de huir luchando contra la extraña autoridad que emanaba de él. Su mirada no me dejaba escapar, y aunque mi mente me decía que debería alejarme, mi cuerpo permanecía inmóvil.
Tomé un sorbo de mi café, intentando recuperar la compostura. “¿Por qué dices eso?”, pregunté, tratando de mantener mi voz firme.
“Porque puedo ver más allá de las apariencias”, respondió Miguel, sus ojos oscuros fijos en los míos. “Detrás de esa fachada valiente, hay una joven que aún está descubriendo quién es y qué quiere en la vida. No es nada malo, pero necesitas aprender algunas lecciones importantes”.
Mientras hablaba, su mano se deslizó lentamente por debajo de la mesa y comenzó a acariciar suavemente mi pierna. Mi respiración se aceleró y mi piel se erizó bajo su toque. A pesar de la alarma en mi mente, mi cuerpo reaccionó de manera diferente. Una corriente de excitación recorrió mi cuerpo y no pude evitar ceder a sus caricias, dejándome llevar por la sensación.
“Eres una puta”, susurró Miguel, su voz baja y cargada de deseo. “Quiero que te quites las bragas”.
Mis pensamientos se nublaron y la cordura comenzó a desvanecerse. Fascinada por la situación y la autoridad de sus palabras, obedecí sin resistencia. Levanté ligeramente la cadera y, con manos temblorosas, me quité las bragas debajo de la mesa, dejándolas caer discretamente al suelo.
Miguel sonrió, su mirada oscura y penetrante clavada en la mía. “Buena chica”, murmuró. “Ahora, siéntate y actúa con normalidad. Nadie más necesita saber lo que pasa aquí”.
La tensión en el aire era palpable. A pesar de mis esfuerzos por mantenerme firme, me encontraba cada vez más intrigada por este hombre y por la extraña mezcla de poder y sumisión que sentía en su presencia. ¿Qué secretos oscuros y retorcidos ocultarán esos ojos penetrantes?
«Abre las piernas,» me ordena suavemente. «Mantente calmada y déjate llevar.»
Mi respiración se agita mientras siento sus dedos en mi interior.
Él me observó fijamente. «Sabes, creo que tengo que castigarte. No puedo tolerar la manera en la que me increpaste con tu teléfono y tus preguntas para tu video de TikTok, ¿entiendes?»
Fruncí el ceño, confundida. «¿Castigarme? ¿Por qué? Solo quería algunas respuestas…» Pero en el fondo sabía que mi intención fue incomodarlo, y él lo sabía.
Se levanta, paga la cuenta y me dice: «Sígueme.» Caminamos hasta su coche. Mientras conducimos hacia su casa, voy pensando, confundida y un poco asustada. ¿Hasta dónde me llevará este extraño que apenas conozco? Mi corazón late con fuerza mientras intento ocultar mi nerviosismo.
Él me conduce a su casa con una mirada que parece atravesar mi piel, dejándome temblorosa y ansiosa por lo que está por venir. Cada segundo en su presencia es una mezcla de miedo y excitación, como si estuviera bailando en el filo de un cuchillo afilado.
Al entrar, el ambiente se carga con electricidad. El silencio es pesado, solo interrumpido por el sonido de nuestros latidos acelerados. Miguel me guía hacia la sala, donde la luz tenue y las sombras danzan en las paredes.
«Es hora de tu castigo,» murmura, su voz grave enviando escalofríos por mi columna vertebral.
Sé lo que viene a continuación, pero no puedo evitar sentir un cosquilleo en mi estómago. Es como si estuviera a punto de saltar de un precipicio, sin saber si caeré o volaré.
Me coloco sobre sus rodillas, sintiendo la tensión en el aire. Cada caricia de su mano en mi piel es como una promesa de fuego, cada pausa entre ellas como un susurro en la oscuridad.
Y entonces llega el primer golpe, una explosión de dolor que se convierte en una ola de placer prohibido. Cada nalgada es un latigazo de emociones encontradas, una danza entre lo que quiero y lo que temo.
El dolor se intensifica, y no puedo contener las lágrimas que empiezan a deslizarse por mis mejillas. Las sensaciones se mezclan, convirtiendo el castigo en una experiencia abrumadora y liberadora.
Cuando finalmente termina, me encuentro sin aliento, temblando y empapada en lágrimas. Pero también siento una calma profunda, como si hubiera dejado atrás una parte de mí que ya no necesito.
Porque en este juego de poder y sumisión, el castigo es más que solo una lección. Es una revelación, un camino hacia la rendición total.
su mirada me atraviesa con deseo, un deseo crudo y sin adornos. Su orden es directa, sin espacio para la negación. Me arrodillo ante él, sintiendo la dureza del suelo bajo mis rodillas.
Con manos temblorosas, libero su deseo contenido. Su miembro erecto se alza ante mí, imponente y desafiante. No hay ternura en su toque, solo la urgencia de su necesidad.
Mis labios rodean su miembro con determinación, sin concesiones. Cada succión es un recordatorio de su poder sobre mí, un tributo a su dominio implacable.
El sabor de su piel es salado y crudo, como un recordatorio de la pasión animal que nos consume. Sus movimientos son bruscos, sin suavidad ni contemplación.
Él gruñe de placer, sus manos aferradas a mi cabello con fuerza. No hay lugar para la ternura aquí, solo la voracidad del deseo y la rendición a su voluntad.
El placer nos envuelve en una vorágine de lujuria desenfrenada, una danza salvaje de cuerpos que se funden en el éxtasis compartido.
Cuando finalmente termina me siento vacía y despojada. Pero también satisfecha, sabiendo que he cumplido con mi deber, aunque sea a costa de mi propia dignidad.
El deseo entre nosotros es un fuego que consume todo a su paso, una llama ardiente que nos consume sin piedad. Sus manos son ásperas y demandantes mientras me arrastra hacia él con una ferocidad primitiva.
Nuestras pieles chocan con un sonido sordo, un eco de la pasión desenfrenada que nos posee. Cada caricia es un golpe, cada beso una marca ardiente en mi piel.
Él me empuja contra la pared con fuerza, su aliento caliente en mi oído mientras sus labios encuentran los míos en un beso voraz. No hay ternura en sus acciones, solo la urgencia del deseo que nos consume.
Sus manos recorren mi cuerpo con brutalidad, dejando marcas rojas en su estela. Cada nalgada es un recordatorio de mi sumisión, un tributo a su poderío indomable.
Él me llama «puta», una y otra vez, sus palabras crueles como cuchillas que cortan a través de mi alma. Pero en lo más profundo de mi ser, sé que es verdad, que soy suya en cuerpo y alma.
Mis emociones son un torbellino de dolor y placer, una sinfonía de contradicciones que me envuelve en su espiral. Me siento denigrada y humillada, pero también liberada de las cadenas que me atan.
Cuando finalmente llegamos al clímax, me encuentro temblando y agotada, pero también más viva que nunca. Porque en este acto de sumisión y entrega, he encontrado una libertad que nunca antes había conocido.
Cuando regreso a casa, el peso de lo ocurrido se asienta en mis hombros como una losa. Las lágrimas brotan sin control mientras revivo cada momento de humillación y dolor. Me siento vacía, despojada de toda dignidad.
Me arrodillo en el suelo frío de mi habitación, las lágrimas empapando mis mejillas. El eco de sus palabras crueles resuena en mi mente, recordándome lo que soy, lo que permití que me hicieran.
Me siento como una puta, una sombra de lo que alguna vez fui. Pero también sé que esto es solo una parte de mí, una pequeña parte que no define mi valía ni mi fuerza.
Y así, entre sollozos y susurros de autocompasión, encuentro la fortaleza para levantarme una vez más. Porque aunque haya sido humillada, aún soy dueña de mi destino. Y esta experiencia, por dolorosa que sea, solo servirá para fortalecerme.
¡Hola a todos!
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¡Gracias por leer y espero que también disfruten de la experiencia auditiva!
Saludos,
DominateBSDM