Un martes no tan cualquiera I y II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por BajoCero.
Ese martes llegué a casa un tanto revolucionada, tenía poco tiempo para dejar listos todos los preparativos antes de que mi novio volviera del trabajo. No era habitual entre nosotros divertirnos con el bondage entre semana pero desde la sesión intensiva del anterior finde no veía la hora para que volviera a ser sábado. Me había pasado todo el día en el trabajo con la cabeza en las nubes, ensoñándome con volver a sentir la agradable mordedura de las cuerdas y el dulce desasosiego que me produce dejarle el control absoluto sobre mi cuerpo a Juan. No había ni llegado la hora del almuerzo y ya le había escrito un whatsapp preguntándole si nada más acabar su jornada laboral vendría a casa, al cual él me respondió con un escueto “sí” -¡Él siempre tan expresivo por el móvil!-. No tuve ni que inventarme una excusa para que no sospechara nada.
Iba a darle una sorpresa y el plan lo había ideado meticulosamente durante todo el día, añadiendo más pequeños y jugosos detalles a medida que volaba mi imaginación. Por eso al llegar a casa lo primero que hice fue encender el radiador eléctrico que tenemos en la habitación –soy muy friolera y muchas veces la calefacción central del edificio es insuficientemente para mí- para que la habitación se fuera caldeando mientras yo me daba una ducha rápida. Una vez bien limpita recogí la ropa que me había puesto ese día en el trabajo y fui desperdigándola por el suelo desde la puerta de entrada hasta mitad de camino de nuestro cuarto. La última mitad del pasillo, la que iba desde mi última prenda de ropa hasta la habitación, la reservaba para todos los elementos bondage que quería que Juan usara conmigo. Quería sorprender a mi chico desde el primer momento en que entrara en casa.
Volví a la habitación, saqué del armario nuestra caja de “juegos” y cogí todos los rollos de cuerda de algodón rojo rubí, los dos pañuelos que tenemos de la misma tonalidad –Juan es un coqueto, tenemos cuerdas y pañuelos de prácticamente todos los colores, siempre pensando en cómo combinarán mejor con mi ropa interior o la suya-, y lo puse junto al vibrador, las bolas chinas, el lubricante y unas braguitas encima de la mesa al lado del televisor. Recuerdo que me reí por lo bajo de la emoción al ver todo el despliegue de medios y sopesé por un último instante volver a guardar el consolador aunque finalmente lo dejé donde estaba. Prefería mil veces el miembro de mi novio antes que uno de plástico y temí por un momento que sacándolo fuera le estaría indicando que no quería que me hiciera el amor; idea que descarté ya que, como solía suceder, él haría conmigo lo que quisiera. No sería la primera ni la última vez en la que Juan me desataba tras haberme dejado a las puertas del paraíso -le odio tanto como le amo cuando lo hace y siempre se la devuelvo cuando invertimos roles-.
Una vez listos todos esos detalles, y sin dejar de echarle un vistazo continuamente al reloj, rellené el espacio que quedaba en el pasillo con todos los materiales y cerré la puerta tras de mí. Comprobando que la temperatura en nuestro cuarto era buena me vestí con el conjunto de lencería blanco que me regaló compuesto por un precioso sujetador balconet y un tanga de tiro bajo. Misión cumplida en el tiempo previsto. En esos momentos sólo quedaba esperar a que Juan cumpliera su palabra y viniera nada más acabara de trabajar.
Por fin escuché la puerta de entrada abrirse y me levanté de la cama como un resorte a la espera de verle entrar en nuestro cuarto. Recuerdo que me pilló atusándome el pelo e imagino que todos mis gestos relucirían que estaba algo nerviosa. Sus manos y brazos no daban cabida a todo lo que le había dejado en el pasillo, tal y como en su boca no entraba esa sonrisa medio socarrona medio incrédula que tanto me gusta sacarle.
– Pero bueno… -dijo mientras sentía sus ojos comerse mi cuerpo con avidez. – Chsss –siseé poniendo un dedo sobre sus labios para después besarle en ellos con suavidad-. Llevo deseando esto todo el día. – ¿En serio? Pues date la vuelta –dijo dejando las cosas sobre la mesa con una erección que empezaba a notarse en sus pantalones.
Obedecí llevando las muñecas a la espalda.
– No, no, quiero tenerlo todo para mí –dijo dándome un cachete en el culo-. Tus brazos en ángulo recto tocándote los codos con las manos.
Gruñí un poco fingiendo que no me gustaba su decisión pero ya tenía los nervios a flor de piel. Cuando sentí las cuerdas uniendo mis antebrazos se me escapó un suspiro que Juan me recompensó con un cálido beso en el cuello.
– Madre mía, sí que estás excitada, sólo llevo las muñecas y ya estás suspirando –comentó tras apretar el último nudo y colar sus manos dentro de mi tanga procurando no tocarme la piel. Sabía perfectamente lo loca que me volvía sentir la proximidad de su anatomía cerca de mi sexo en ese tipo de situaciones. – Acaríciame un poco, por favor… -ronroneé echando el cuello hacia atrás hasta que mi cabeza se quedó apoyada en su hombro. – ¿Por qué? ¿Por pedírmelo por favor? –me susurró al oído mientras con los dedos se acercaba a mi coño sin alcanzarlo. – Sí… – Va a ser que no –dijo convencido sacando sus manos inmediatamente de mi ropa interior.
Gruñí de nuevo en señal de desaprobación, pero él sabía que era pura pose, sabe que me caliento más cuando me demuestra que MI placer depende absolutamente de ÉL.
Comenzó a prepararme el arnés que me inmovilizaría completamente los brazos pegándolos a mi espalda. Vi aparecer la cuerda por debajo de mis pechos y después por encima de estos. Empecé a retorcerme para ponérselo un poco difícil, y digo un poco porque no le costaba nada doblegarme y era más pose que otra cosa. Pasó otra cuerda entre mis brazos y mi torso atrapando con ella las que me rodeaban el pecho y tiró fuertemente hacia atrás para, después de hacer un nudo, dejarme sin opción de ningún movimiento con los brazos. Lo intenté como muchas otras veces, pero ya sabía que era imposible. Nada, ni hacia abajo, ni hacia arriba, ni de lado. Mi torso y mis brazos eran uno.
– No me irás a tener mucho rato en esta posición, ¿verdad? –le insté deseosa de que me llevara la contraria-. Mañana trabajo y… – Habértelo pensado antes de provocarme este calentón –dijo dejándome a mitad de la frase para a continuación sacar mis pechos del sujetador pero sin llegar a quitármelo.
“Oh no”, recuerdo que pensé. A mi novio -como a todos los hombres- le vuelven loco las tetas y suele centrarse en las mías más de lo que me gustaría. Podría pasarse horas tocándolas y chupándolas si le dejara y yo en esos momentos prefería que me acariciara en otro lado… Empezó a espachurrarlas, manosearlas, frotar con sus dedos mis pezones poniéndolos erectos mientras no paraba de besarme el cuello. Eso ya me gustaba más –el cuello siempre lo he considerado una de las zonas más erógenas del cuerpo- y cerré los ojos dejándome llevar por ese mar de sensaciones. Comencé a restregar mi culo por su entrepierna, queriendo calentarle por todos los medios, y se dejó hacer durante un rato hasta que me dio un azote suave.
– Sí que tienes ganas de mí, pequeña –dijo sin dejarme de pellizcar con suavidad los pezones.
Por instinto me quise dar la vuelta para comerle la boca pero él me aprisionó entre sus brazos impidiéndomelo.
– Jo, sólo quería besarte. – Lo que tú quieras no me importa.
Apareció en mi ángulo de visión sus manos haciendo una bola con las braguitas que le había dejado. Cerré la mandíbula con fuerza por instinto porque sabía que querría metérmelas dentro de la boca antes de acabar de amordazarme con un pañuelo y, cómo no, yo no estaba dispuesta a cooperar.
– Oh, vamos, ¿es que no aprendes? –dijo tapándome la nariz con la mano.
Yo me sacudía y retorcía tratando de conseguir un poco más de oxígeno y Juan, muy pacientemente, esperó hasta que no aguanté más y tuve que abrir la boca. Empujando la braguita con los dedos se aseguró de que no la escupiera antes de que finalmente sellara mis labios con dos vueltas de pañuelo.
– ¡Mmmmmpppppphhhh! –fui lo único capaz de vocalizar mordiendo la mordaza compuesta. – Mucho mejor –dijo Juan dándome la vuelta y me sonrío dulcemente antes de besarme sobre mis labios enmudecidos-. Así yo puedo besarte y tú a mí no.
Me abrazó con fuerza hincándome las yemas de sus dedos en mis nalgas y comenzó a besarme y a lamerme los labios.
“Másturbame de una maldita vez” recuerdo que pensé un poco enojada porque se centrara tanto en el resto de mi cuerpo. Necesitaba su atención en mi sexo y cuanto antes mejor, pero por mucho que lo deseara sabía que no me lo concedería y precisamente eso era lo que me ponía a mil.
Lo siguiente fue la venda y sentí como se me erizaba la piel al quedar oscuras. Como siempre mi chico hizo que no se me quedara pillado ningún cabello.
Pueden ver la continuación de este Relato aqui; http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-22917.html
y la ultima parte aqui: http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-22920.html
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