Un martes no tan cualquiera III, IV y V
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por BajoCero.
Lo siguiente fue la venda y sentí como se me erizaba la piel al quedar oscuras. Como siempre mi chico hizo que no se me quedara pillado ningún cabello.
– Ahora túmbate boca arriba en la cama –me indicó guiándome hasta ella.
Yo lo hice boca abajo, por llevar la contraria.
– O te das la vuelta o te ato las piernas bien juntas entre sí –me amenazó sin maldad.
¡Qué cabrito era! ¡Cuánto le gustaba abusar del poder! Sabía muy bien que no era de mi agrado que me atara tobillo con tobillo y rodilla con rodilla. Esas ataduras eran una intencionada declaración de que no recibiría sexo oral -Juan lo hace de maravilla-. No obstante que me atara con las piernas abiertas no garantizaba nada. Como ya he comentado Juan hace lo que quiere conmigo cuando jugamos, incluido hacerme creer cosas que nunca sucederán. Suspiré con fuerza por la nariz sopesando si debía darle ese voto de confianza. Decidí cooperar prometiéndome a mí misma que si no me hacía un cunnilingus ese día cuando le atara yo a él me vengaría y se la pondría bien dura para luego bajarle el calentón con agua helada, así una y otra vez hasta que me hiciera correr tantas veces con su boca que me diera penita dejarle sin su orgasmo.
Protesté ininteligiblemente a través de la mordaza y me puse en la posición que él me pedía. Dejé hacerme cuando me cogió de una pierna y la plegó sobre si misma, juntando gemelo con muslo. Pensé en patalear pero lo desestimé, me compensaba más ser buena. A ciegas pude sentir como con una cuerda dejaba mi pierna atada en esa posición y repetía la misma operación con la otra.
– Qué guapa estás, peque –dijo acariciándome la cabeza con una mano y tirando de mi tanga hacia arriba con la otra haciendo que se me hundiera en mi ya húmeda vagina.
Un suspiro tremendo se amortiguó en la mordaza cuando POR FIN fue bueno conmigo y noté sus dedos separando los labios, buscando abrirse paso hacia el interior de mi vulva. Su otra mano volvió a centrarse en uno de mis pechos, y así, con tanto toqueteo, empecé a gemir y a respirar con fuerza a través del pañuelo. Deslizaba arriba y abajo sus yemas por todo mi sexo pero el cabrito ignoraba adrede mi botón. No me importaba, yo estaba en el séptimo cielo disfrutando de las ataduras, retorciendo débilmente los brazos y las piernas, mordiendo la mordaza que amortiguaba todos mis gemidos.
“Sólo un poquito más” recuerdo que pensaba anhelando que uno de sus dedos desapareciera dentro de mi interior.
– No te acuerdas, ¿verdad? –escuché que me decía sin parar de estimularme con mucha lentitud.
Gruñí sin fuerzas a modo de respuesta. ¿De qué estaba hablando?
Se rió con un poco de malicia y sentí que todo el cuerpo se me electrificaba cuando me penetró con uno de sus dedos.
– Hoy es martes.
Eso ya lo sabía.
– Juega el Madrid partido de Champions en unos diez minutos.
¿¿¿Pero no eran los miércoles cuando había fútbol entre semana??? Quise protestarle pero yo sola me enmudecí al sentir el contacto húmedo del lubricante siendo esparcido por mi sexo. Un sonoro y amortiguado jadeo se escurrió fuera de mi mordaza cuando noté el característico tacto redondo, gomoso y frío de la primera bola china pugnando por colarse en mi interior. Relajé todos mis músculos para darla cabida y si la primera no costó nada la segunda entró todavía con más facilidad. Abrí la boca todo lo que pude para poder exhalar más aire.
– Una cuerda más, una ducha y me voy al salón a ver el fútbol.
Gruñí para quejarme pero las primeras vibraciones de las bolas hicieron que sonara más como un gemido. Sentí una cuerda rodearme la cintura y después hincarse entre mis nalgas siguiendo la goma del tanga para acabar bien hundida en mi vagina donde finalmente se quedó tras anudarla por debajo de mi ombligo.
– Para que luego digas que no soy bueno, así estarás calentita para cuando acabe el partido –añadió Juan. No le veía pero sabía que estaba sonriendo.
“¡No seas malo!” le grité a través de la mordaza.
Y me dio un beso antes de chuparme los pezoncitos durante un buen rato, imagino que apurando los últimos minutos que tenía conmigo hasta que empezara el dichoso fútbol.
– ¿Qué tal la temperatura? ¿Te acerco el radiador? –me preguntó.
En esos momentos estaba estupendamente pero un poco más de calorcillo nunca estaba mal, sobre todo después de calcular mentalmente todo el tiempo que me dejaría así, así que asentí con la cabeza.
– Dejo la puerta abierta, si algo va mal grita todo lo que puedas.
Después de eso escuché sus pasos alejarse por el pasillo, el ruido del agua correr y finalmente la televisión encenderse.
Lo primero que intenté fue liberarme aun a sabiendas de que Juan no habría cometido ningún error que me lo permitiera. Con los dedos traté de buscar algún nudo del arnés, pero lo único que alcanzaba era cuerda lisa. Tratar de desatar mis piernas iba a ser todavía más imposible, si me hubiera atado las muñecas juntas podría haber llegado hasta esas ataduras, pero no en ese ángulo… La mordaza y de la venda eran otra cosa. Aunque a Juan y a mí nos gustaran más los pañuelos para enmudecernos que la cinta o una ballgag –la primera estéticamente no nos gusta y la segunda es incomodísima- estos tenían el contrapunto de que se daban un poco de sí y el nudo, por muy bien que lo hicieras, siempre se desapretaba, con lo que conseguías la holgura suficiente para deshacerte de ellos a base de empujar con la lengua y frotar las mejillas contra una superficie. Ahora bien… ¿Me interesaba? Si me libraba de alguna de ellas sabía por experiencia que le estaría dando una excusa a Juan para aplicarme un castigo -son bastante inocuos, la verdad, pero le dan ese puntito picante que hace que nos lo pensemos dos veces antes de portarnos mal-. Opté finalmente por ser buena y quedarme todo el tiempo que mi chico quisiese babeando las braguitas dentro de mi boca completamente a ciegas. Más valía que mereciese la pena y luego fuera él bueno conmigo… Si no prometía una dulce venganza ese mismo fin de semana.
Respiré fuerte por la nariz y me giré sobre la cama ante la incómoda que estaba con todo mi peso recayendo sobre mis brazos. Boca abajo me sentía más confortable y así me quedé, retorciéndome y forcejeando por el puro gusto de hacerlo. Dentro de mi sexo sentía moverse las bolas chinas, transmitiendo esas vibraciones tan leves y agradables que tanto me gustan. Froté mis piernas entre sí buscando que la cuerda que se hundía en mi vagina por encima del tanga me reportara más sensaciones y entre unas cosas y otras mi respiración se aceleró hasta convertirse en una serie de jadeos de placer y desesperanza, placer por evidentes razones, desesperanza porque aunque excitada no lo estaba lo suficiente como para culminar.
¿Juan me vendría a ver en el descanso del partido? Oh, sí, por favor, lo deseaba con cada célula de mi ser. Mientras yo estaba gozosa no paraba de escuchar a Juan protestándole al arbitro y algún que otro jugador -una manía muy suya esa de discutir con la tele-. Así estábamos los dos, cada uno disfrutando por separado en habitaciones distintas, hasta que, finalmente, después de oírle abrir una lata y gritar dos veces “gol”, el comentarista de la tele anunció el final de la primera parte.
“Ven, por favor, ven” recuerdo que pensaba. “Se bueno” No le había dado ningún motivo para que me castigara, me merecía una pequeña recompensa… Sin atreverme a respirar si quisiera seguí con los oídos sus pasos y me tranquilicé cuando los escuché dentro de nuestro cuarto.
– Te voy a quitar la mordaza, pero con una condición: sólo hablarás si te pregunto o te lo pido –me dijo acariciándome el rostro-. ¿Me lo prometes? Si fallas te cambio el pañuelo por la ballgag.
Sopesé mi respuesta por un instante y acabé asintiendo con la cabeza. No era la primera vez que me planteaba un dilema de ese estilo y el problema básico era que en alguna ocasión se me había olvidado inconscientemente que había hecho tal o cual promesa y la acababa incumpliendo sin querer.
Juan me dio la vuelta y desanudó la mordaza. En el momento que el pañuelo dejó de ejercer presión pude escupir las braguitas. Era agradable poder cerrar la boca cómodamente sin ningún impedimento y no sentir las comisuras de los labios tirantes, pero más placentero fue el húmedo beso que me dio a continuación. Me llenó la boca con su lengua, con un cariño y una dulzura que parecía que fuera a ser el último. Fue algo mágico.
– ¿Quieres algo de beber? ¿Agua? ¿Zumo? –me preguntó mientras me perfilaba los labios con sus dedos.
– Un poco de agua, cielo.
– Faltaría más, peque. No te muevas –dijo Juan y advertí el leve toque de sarcasmo impreso en sus palabras.
Al rato volvió conmigo y noté como me ponía una pajita en la boca. Bebí agua con cautela, no sabía cuanto tiempo más iba a estar atada y no quería que me entraran ganas de ir al baño –ya me había pasado antes-.
– ¿Qué se dice? –me reprendió el muy morrazos.
– Gracias –respondí con retintín. Si se lo llego a decir por voluntad propia me habría ganado esa prometida ballgag.
– Lo has dicho con cierta ironía –dijo en un tono tan neutro que sin verle la cara no sabía si me lo tenía en cuenta de verdad o no.
Negué con la cabeza sonriendo.
– No mientas –dijo divertido y me reí y me encogí como un acto reflejo cuando con un dedo me pincho en el costado, justo debajo de las costillas.
Recuerdo que estuve a punto de responderle verbalmente y menos mal que no lo hice. En su lugar me encogí de hombros sin perder la sonrisa.
– Mucho sonríes tú me parece a mí –y pude sentir sus dedos recorriendo la cuerda que cubría mi entrepierna lo que hizo que cambiara el gesto de mi cara-. A ver, que en nada empieza la segunda parte. Te voy a hacer dos proposiciones y obligatoriamente tienes que elegir una.
Suspiré por la emoción. Ese era otro de nuestros juegos, plantearle al dominado que eligiera una opción entre varias. A veces eran malas y otras eran buenas.
– Opción uno: eliges la postura en la que quieres estar atada hasta que decida desatarte. Opción dos: te masturbo hasta que empiece la segunda parte.
Y se quedó en silencio el cabrito. ¡Sabía de sobra que quería que me diera más matices de cada alternativa! Siempre había alguna pega, algún detalle que él tomaba libremente y que acababa haciendo que deseara haber escogido la otra opción. ¿Qué podía ser esta vez? Me mordí un poco el labio para indicarle sin hablar que me lo estaba pensando. Elegir cómo quería que me dejara atada no estaba nada mal, la posición en la que me había dejado los brazos no era precisamente la más cómoda y por experiencia sabía que tendría los brazos entumecidos de seguir así. Ahora bien, ¿qué podría hacer él para que me arrepintiera de haber hecho esa elección? Así a primera vista no era como en la segunda opción, que me veía venir de lejos que aunque me masturbara no iba a dejar que me corriera. ¿Cuál era la pega para la primera?
– Si no te decides en 10 segundos elijo yo por ti –me apremió Juan acariciándome con los dedos el sexo por encima de la ropa interior.
Suspiré hipersensible a sus caricias y sabiendo que me pretendía inducirme a que escogiera que me masturbara desconfié. Estuve tentada de escoger la primera alternativa sólo porque no me fiaba ni un pelo pero… Dios, estaba tan agradecida de que me estuviera toqueteando ahí que la simple posibilidad de que me desatara la cuerda de la cintura para tener mi coño más accesible era superior a mis fuerzas.
– Me quedo con la opción dos… -dije en voz baja temiendo haber hecho la elección equivocada.
– Como desees –dijo mi chico y como si no fuera a cumplir su palabra dejó de acariciarme por encima del tanga-. Te voy a dejar sin amordazar. Recuerda, no puedes hablar sin mi permiso.
No me importaba, lo juro, –amo las mordazas, aunque más para él que para mí- todo mi cuerpo se moría por recibir las atenciones que me había prometido. Tanto era así que toda mi piel se erizó cuando comenzó a soplar suavemente entre mis piernas, las cuales yo abría todo lo que me permitían las ataduras. No sé si eran las bolas chinas o lo sedienta que estaba de Juan pero empecé a gruñirle ante mi imposibilidad de decir palabras. No se me entendía pero me daba igual, no podía aguantarme.
– Estaba tanteando la posibilidad de ser malo y no desatarte esta cuerda pero… –dijo tirando de la que se clavaba en mi sexo-. Espero que lo tengas en cuenta cuando cambiemos de roles y esté en tus manos.
Y cumpliendo su palabra deshizo el nudo librándome de ella. Fue entonces cuando toda la expectación y ansia que habían generado mis fantasías durante todo el día en el trabajo fueron satisfechas. Juan, haciendo a un lado el tanga, comenzó a masajearme mi botón con el pulgar mientras lamía lentamente el resto. Jadeaba y gemía sofocadamente, incapaz de llevarme a los pulmones todo el aire que necesitaba. Adoraba las bolas chinas, me dejaban tan sensible que hasta con una pluma me habría puesto cachondísima. Mi chico me abrazó las piernas dejando su cabeza justo entre ellas y paró súbitamente. Me quedé helada, incrédula de que ese POCO fuera a ser todo lo que iba a hacer por mí. Justo en ese momento fue cuando comencé a notar que tiraba hacia fuera del cordel de las bolas chinas. Arqueé la espalda sintiendo la primera bola dilatar con toda su circunferencia mi sexo y un gemido largo y tenue salió de mi boca cuando la sentí completamente fuera. Juan repitió el mismo proceso lento con la segunda y yo me sentía flotar.
– Estás a punto de caramelo y no pienso darte un orgasmo –dijo riéndose un poco.
Volvió a introducirme las bolas y dejo de masajearme el clítoris para lamerlo con extremada parsimonia, sin ninguna prisa, seguramente atento a mis gemidos para saber cuando debía dejar de excitarme para cumplir lo que me había dicho. Yo trataba por todos los medios de disimular, me aguantaba las ganas de jadear, destensaba todos mis músculos e intentaba tranquilizar mi respiración, más acelerada cuanto más tiempo pasaba su boca en mi entrepierna. Lo intenté, lo intenté y lo intenté pero no lo conseguí, su lengua y las bolas eran demasiado placenteras para mí. Por muy despacio que me lamiera era imposible que me corriera en silencio y finalmente, antes de conseguirlo, me delaté yo sola con un prolongado jadeo que no pude retener más en mi garganta.
– Ale, ya basta –dijo volviéndome a poner el tanga en su lugar-. Me voy al salón a ver el fútbol.
Me sacudí desesperada encima de la cama y estuve a un pelo de verbalizar una suplica. En su lugar empecé a gimotear tratando de darle lástima mientras sentía como las llamas se iban apagando poco a poco, alejándome de la satisfacción total.
– ¿Quieres decirme algo? Adelante, te dejo.
Puse morritos ya que algo me olía a chamusquina. No era propio de él levantar una condición así por las buenas. De todas maneras no me paré a analizar mi suerte. Tenía la posibilidad de hablar y no iba a desaprovecharla.
– Quédate. No te vayas –le dije, aunque en verdad lo que le quería haber dicho es que acabara lo que había empezado, pero sabía de sobra que pedirle más sexo supondría precisamente todo lo contrario-. No me dejes sola otros 45 minutos más, por favor.
– ¿Quién ha dicho que vaya a volver contigo cuando acabe el partido? De hecho se me ocurren muchas cosas que hacer, desde cocinar o fregar hasta salir a correr un rato.
¡Maldito! ¡Estaba más que dispuesto a que le odiara y se la devolviera a su debido tiempo! Yo no podía quedarme así, de ninguna manera. Si lo hubiera sabido hubiera escogido la opción uno y en esos momentos estaría cómodamente tumbada en la cama con las manos atadas al cabecero. Tenía que cambiarle de parecer y sabía cómo.
– Te la chupo si luego me desatas –le dije. Sabía que no iba a colar, pero esperaba poder negociar algo con él.
Se rió con mi proposición como si él no tuviera un calentón igual o mayor que el mío. Aunque no le pudiera ver sabía que estaría empalmado.
– Déjame que lo piense. No –respondió Juan con cachondeo-. Estoy convencido de ser capaz de sacarte una mamada sin tener que liberarte.
– Vale. Está bien –dije resignada pensando en otras alternativas-. Te la chupo si te quedas y te olvidas del puñetero fútbol.
– Um… Acepto. Que sirva esto de prueba de que te quiero más que al Madrid.
– Sí, ya, claro –repuse con ironía siguiéndole la broma. Una de nuestras continuas “discusiones” era que sería capaz de cambiarme por CR7 si le dieran la oportunidad-. ¿Me das tu palabra de que no me harás una jugarreta? No vale que cuando te hayas corrido desaparezcas.
– Palabra de honor, peque –dijo todo cariñoso depositando un beso en mis labios-. Dame un segundo que voy a apagar la tele del salón.
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