Un martes no tan cualquiera VI y VII
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por BajoCero.
– Palabra de honor, peque –dijo todo cariñoso depositando un beso en mis labios-. Dame un segundo que voy a apagar la tele del salón.
En un santiamén volvió a estar conmigo, me cogió en brazos como si no pesara y me puso de rodillas en el suelo sobre un cojín para que estuviera más cómoda. El ruido del colchón al ceder me indicó que se había sentado enfrente de mí y el de una cremallera al bajarse que ya se había puesto cómodo.
Sucedida la falta impresión de que las bolas se saldrían de mi sexo por su propio peso avancé un poco a tientas más sobre mi posición y cuando noté sus piernas a ambos costados me incliné. Ahí me estaba esperando tal y como me la había imaginado, dura y tiesa. Atrapé el glande entre los labios y moviendo la lengua en círculos comencé a chupársela sin hundir la garganta en ella.
Con las manos atadas a la espalda era bastante más difícil hacer pero Juan me ayudaba tomándome de la barbilla mientras se entretenía, para variar, toqueteándome uno de mis pechos. Yo alternaba entre darle lametazos al capullo y succionárselo encantada de que a mi novio ya se le empezara a agitar la respiración, lo que me demostraba que estaba más caliente de lo habitual -Juan es más de gesticular que de suspirar-. Me iba a llevar menos tiempo del habitual que eyaculara y, motivada por ello, abrí lo más que pude la mandíbula y bajé hasta que toqué con la nariz su bajo vientre.
– Oh Dios… -le escuché decir justo al mismo tiempo que me pellizcó con fuerza de más uno de mis pezoncitos, haciéndome protestar-. Perdona, se me ha ido la mano.
Sin darle más trascendencia retrocedí con mi boca haciendo el camino de vuelta, ejerciendo presión con los labios como si pretendiera extraerle todo el jugo. Cuando noté que ya llegaba al extremo de su aparato me lo volví a tragar entero, esta vez más rápidamente que antes, operación que repetí hasta que me detuvo.
– Aguanta ahí –me dijo sin aliento con la mano simplemente apoyada en mi nuca, sin ejercer presión-. Aguanta todo lo que puedas.
Relajé la garganta y saqué la lengua todo lo que pude para reprimir durante más tiempo las arcadas que poco a poco me producía tener todo su miembro llenándome la boca. Cuando no pude más su mano no fue un impedimento para que me retirara.
Recuerdo que estaba de nuevo mojada, las bolas chinas en mi coño y el practicarle sexo oral me estaban volviendo a encender. Con su pene fuera aproveché para respirar tan un solo momento y comencé a hacerle un mete-saca más y más rápido queriendo que se corriera cuanto antes. No es que tuviera prisa, cuanto antes acabara, antes me satisfaría él a mí, porque cómo no lo hiciera se iba a enterar.
Con cada chupada Juan estaba un poquito más cerca de alcanzar el culmen, se lo notaba por cómo sonaba su respiración y porque cada vez me apretaba con más fuerza la nuca y el pecho. Sintiendo que estaba en la recta final atrapé con suavidad entre mis dientes su glande y se lo volví a rechupetear y succionar hasta que, apartándome con brusquedad y gimiendo como un loco, sentí todo su semen caliente sobre mis pechos –me parece repugnante su sabor, pero no me importa que mi chico se corra en cualquier parte de mi cuerpo-. Yo sonreía satisfecha. Había sido pan comido, nunca mejor dicho.
– Eres increíble… –me dijo casi sin fuerzas antes de inclinarse y compartir su aliento con un beso.
– Lo sé -respondí usando la misma expresión que utilizaba él cada vez que le halagaba y me quedé muda al percatarme de mi error. Había hablado sin su permiso aunque sólo hubiera dicho dos sílabas.
– Pero cariño… -dijo Juan desalentado-. Tienes que tener más cuidado.
Y escuché como se levantaba de la cama, imaginaba que para coger la ballgag.
– No, cielo, por favor –le supliqué sintiéndome tonta.
– Peque…
– Amordázame de otra manera –dije cortando su frase. Maldito el día en que decidimos comprar ese tipo de mordaza para probarla-. El efecto será el mismo.
– No. No será el mismo –dijo tomándome el rostro con ambas manos-. ¿Qué nos tenemos dicho de levantar los castigos? Pues eso. Abre la boca, anda.
Sí, sabía que si no cumplíamos nuestras “amenazas” el juego perdería gracia, pero cerré la boca con fuerza y me puse de morros.
– No te pongas así –me dijo en voz baja, en ese tono íntimo que tanto me gusta-. Sabes que empeorarás las cosas con esa actitud.
Agaché la cabeza sin perder los pucheros tratando de darle algo de pena y noté como me tomaba del mentón para que le “mirara” a la cara.
– Te prometo que será poco tiempo –añadió mi chico.
– ¿Me besas? –le pregunté sonriendo con un deje de resignación-. Un beso largo, lento y tierno.
– Tus deseos son órdenes para mí.
Fundió sus labios a los míos y el beso fue delicioso y romántico. Después de eso acepté mi condena con un suspiro; esperaba que fuera cierto que me tendría así sólo un rato. Me introdujo la bola de plástico forzándome a quedar con la boca totalmente abierta y sentí como cerraba la hebilla en mi nuca sin apretarla demasiado pero sí lo suficiente para que no pudiera escupirla y sintiera tirantez en la comisura de los labios. Maldito invento.
– He de decirte que aunque prefiera los pañuelos las ballgag también te sientan bien –dijo mientras notaba que me limpiaba de los restos de su placer.
Le gruñí amordazada en completo desacuerdo en esos momentos ya que notaba como la saliva se empezaba a acumular e hice el esfuerzo de tragarla con la boca abierta. ¿Tanto le gustaban? Pues le pondría una la próxima vez, ala.
En esas estaba yo, rumiando mi “venganza”, cuando empecé a notar que se aflojaban las cuerdas de mis antebrazos. Eso me sorprendió y traté de expresárselo amordazada pero no sé si no me entendió porque no dijo nada. Recuerdo que hasta pensé ilusamente que me iba a desatar, pero no, lo único que hizo fue atarme esta vez muñeca con muñeca después de masajearme un poco los brazos. Suspiré de puro gusto, mi cuerpo agradecía el cambio de posición, tenerlos estirados era una verdadera satisfacción.
– Espero que esto ayude a compensar –me dijo después de darme un beso en la mejilla. Si se pensaba mi chico que así se me quitaría las ganas de revancha iba bueno-. Bueno, ya que me has dejado sin fútbol me tendré que entretener de otras maneras.
Según lo dijo recuerdo que me temí lo peor, capaz Juan de ponerse a hacer flexiones en el cuarto conmigo atada al lado, pero ese miedo se me pasó cuando sentí ceder el colchón bajo su peso.
– Veamos a ver…
Me quedé muda al volver a sentir su mano en mi entrepierna, acariciándome por encima de la ropa interior.
– Uhm, sigues mojada –dijo no sé si con agrado o sorpresa haciéndome gemir al frotar con un dedo mi botón-. Veamos cuántas veces soy capaz de dejarte a las puertas del orgasmo.
Protesté y me retorcí tratando de quitar su mano de mi sexo. No estaba dispuesta a que lo volviera a hacer, en esos momentos prefería que no me tocara a que lo hiciera para ponerme de nuevo la miel en los labios.
– Tranquila pequeña –dijo inmovilizándome a la fuerza, poniéndome una mano sobre el hombro para fijarme contra la cama y obligándome a tener las piernas abiertas poniéndose él entre medias-. Tienes todas las de perder, así que déjate hacer.
Traté de zafarme pero no era posible. No podía con él y se me iban las fuerzas a medida que llenaba la habitación con mis mitigados gemidos. Esa vez no quise disimular mi excitación y suspiraba y jadeaba a medida que sus caricias me transportaban al cielo. Todo mi cuerpo estaba en tensión por el límite que le marcaba las cuerdas, por el placer que me proporcionaba y por el miedo y la certeza de que en breve Juan dejaría de masturbarme.
Cada vez estaba más cerca, más excitada. Me podría haber quitado la venda en esos momentos porque era incapaz de tener los ojos abiertos. Dejé de tratar zafarme sumida en esa ola de espasmos y, finalmente, me corrí. Resoplé a través de la poca abertura que me dejaba la ballgag con la mente en blanco, haciendo incluso que me olvidara momentáneamente que me había dicho que no alcanzaría ese momento.
– ¿Ves? No soy tan cruel como te hago pensar que soy –creo que me dijo, no lo sé a ciencia cierta porque seguía masturbándome y mi mente estaba desconectada-. Ahora relájate, no hemos acabado.
Acepté su consejo sin dejar de jadear y me pareció raro que me sacara las bolas chinas hasta que escuché el característico zumbido del vibrador. Me quedé otra vez sin aliento cuando comenzó a restregarlo arriba y abajo por mi entrepierna, incidiendo en mi clítoris cada vez que pasaba. Ni siquiera había dejado que mi respiración se normalizara después del orgasmo y mi pecho debía de parecer una locomotora.
Dejó de aprisionarme con su cuerpo cuando se dio cuenta de que estaba rendida y encantada de dejarme hacer. Juan volcó toda su atención en mí y noté como me introducía sólo el inicio del vibrador sin parar de estimularme con un dedo el clítoris. Empalmé los jadeos desahogados del primer orgasmo con los gemidos placenteros del que estaba en cierne.
– Caray, menos mal que te amordacé.
No debían de molestarle mis gritos porque aumentó la potencia de la vibración y comenzó a girar sobre si mismo el consolador. No sabía quién era, ni si habían sido las bolas chinas las que me habían dejado tan sensible o si habían sido todas las ganas de bondage acumuladas a lo largo del día. Lo único de lo que tenía certeza era que no me estaba costando nada volver a alcanzar el climax y Juan debió de percibirlo también, porque comenzó a meter y a sacar el juguete con rapidez.
Recuerdo que creía que me iba a lastimar la dentadura de tan fuerte que estaba mordiendo la ballgag, no me creía que fuera a correrme por segunda vez con prácticamente la misma intensidad, casi siempre el segundo era más suave, pero no esa vez, no cuando saco de mi empapado sexo el vibrador y lo apoyo sobre mi botón haciendo que los espasmos fueran incontrolables. Mi vientre se sacudía con fuerza y me clavaba las cuerdas de tan tensa que estaba hasta que con un prolongado y satisfecho gemido me corrí. Mi cuerpo se medio relajó, mi respiración comenzó a normalizarse y oí como el zumbido de la vibración se apagaba.
– Me encanta ver como llegas al orgasmo, peque –escuché que me decía al mismo tiempo que desabrochaba la ballgag-. Estás guapísima.
Sonreí de puro alivio cuando me quitó ese trasto y pude cerrar la mandíbula.
– ¿Todo bien? –me preguntó para cerciorarse.
– Sí… -respondí agotada.
Y volvió a comerme la boca con más energía de la que yo le podía corresponder.
– Te quiero, cielo.
– Y yo a ti, peque –me dijo abrazándome.
– ¿Me vas a soltar?
– Todavía no, cuando acabe de hacer la cena –me explicó Juan-. Lo que sí que voy a hacer es quitarte la venda.
Algo había en su tono de voz que no me acababa de convencer del todo. Una vez dejé de estar a oscuras y mis pupilas volvieron a adaptarse a la luz caí en la cuenta: el televisor de nuestro cuarto estaba encendida con el fútbol puesto en completo silencio. Abrí la boca de par en par y estallé.
– ¡Maldito! ¡Te mato! –le grité tratando de liberarme de mis ataduras para golpearle.
– ¿Ves como me convenía dejarte atada? –dijo con esa sonrisa de guasón manipulador.
– ¡Me prometiste que nada de fútbol! –dije tratando de parecer enfadada.
– Y eso he hecho –repuso indignado-. ¡Lo acabo de poner ahora para ver el resultado!
– ¡Mentiroso!
– Yo para que me acusen sin pruebas me voy.
Y se fue a cocinar, aunque si se creía que con esa riquísima cena que preparó iba a apagar mi ganas de devolvérsela es que me estaba subestimando.
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