Un profesor, una alumna y un colegio católico – parte 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xander_racer2014.
El viaje transcurría tranquilo.
Las bragas aún húmedas de Cecilia abultaban el bolsillo derecho de mi chaqueta y los Rolling Stones aportaban el marco musical adecuado, pero sentía que hacía falta algo.
Recordé que había un Sex Shop en la zona y decidí hacer una parada para abastecerme de preservativos.
Al ser un lugar no apto para menores, le ordené a Cecilia que me esperara en el auto mientras yo hacía mis compras.
En el local vi un juguete que me interesó.
Era un estimulador para clítoris que consistía en una especie de capuchón que se ajustaba al clítoris cubriéndolo y atrapándolo, y que mediante un cablecito iba conectado a un control que ofrecía siete velocidades o intensidades de vibración.
Lo compré, así como un pack de baterías y una caja de preservativos.
Tan pronto subí al auto le anuncié que tenía una sorpresa para ella y le ordené que se levantara la falda.
Todos los vidrios de mi coche eran polarizados, de modo que no dudó ni se sintió incómoda.
Como sus pantis las tenía yo, tan pronto la tela que cubría sus piernas fue alzada, su vagina quedó expuesta.
Al dirigir mis manos directo al punto que me interesaba y viendo el objeto que le acercaba, sin que yo le dijera nada, ella abrió sus piernas para dejarme hacer.
Eso era buena señal.
Se prestaba a lo que yo quisiera.
Le instalé el dispositivo, puse las baterías en el control y lo até a la palanca de cambios.
Lo encendí en el nivel uno y comencé a manejar.
Cada seis o siete calles aumentaba un nivel de intensidad y a medida que lo hacía, el placer crecía para ella.
Como la música estaba medianamente fuerte no le prohibí gemir, pero sí le ordené que mantuviera su falda en alto.
En el tercer nivel la humedad de aquella concha era notoria.
Cuando algún semáforo en rojo me detenía, aprovechaba para meterle mano y le masajeaba los labios vaginales.
Luego sacaba mis dedos húmedos y se los metía en la boca para que me los chupara.
En el cuarto nivel tuvo un orgasmo y detuve el auto y lo estacioné, para intensificarlo penetrándola con mi dedo medio buscando su punto G.
Su camisa blanca por demás traspirada, se traslucía dejando ver su sostén, también blanco, que parecía cobrar vida para contener vigorosamente aquellos senos voluptuosos, que por el impulso de su agitada respiración, danzaban alocadamente al ritmo de sus hormonas calientes.
A esa altura del camino, mis manos sobre el volante estaban de más.
Podría haber manejado el auto con mi verga.
Seguí aumentando la intensidad del vibrador y para cuando llegamos a casa, hacía rato que estaba en el séptimo nivel y Cecilia estaba en el séptimo paraíso.
Me detuve frente al portal de mi jardín y le ordené que permaneciera en el vehículo hasta que estuviera dentro del garaje y con la puerta cerrada.
Una vez dentro de la protección de mis muros, desaté el control del vibrador y lo apagué.
Cecilia experimentó una sensación de alivio.
Le quité el capuchón que cubría su clítoris y estaba rojo y toda su vagina empapada hasta la entrepierna.
También el asiento quedó bien mojado de sus jugos.
La guié dentro de la casa y fuimos directo al dormitorio.
Ella inspeccionaba el desconocido lugar.
Yo la miré fijo y con firmeza le dije:
– Si realmente fueses agradecida, ya estarías completamente desnuda.
Rápidamente se quitó la corbata de un tirón y comenzó a desabrocharse la camisa.
A mí tampoco me daban las manos para deshacerme de mis ropas.
Tan pronto ambos quedamos con el traje del Edén la arrojé sobre mi cama, aún sin hacer desde la mañana, y me lancé encima de ella con un preservativo en mi mano, de los que había comprado en el Sex Shop.
Comenzamos a besarnos con locura y luego bajé hasta sus deliciosos pechos, que podría jurar, emanaban miel.
Seguí mi descenso por su vientre, pero después pensé: “¿para qué chuparle la concha, después de tanto vibrador?”.
De modo que saqué el condón de su envoltorio, me lo calcé y estando de rodillas sobre la cama, la levanté de las piernas hasta que su raja quedó justo debajo de mi falo, duro como nunca antes y lo frotaba bien en medio de sus labios, anunciando la inminente penetración.
Su respiración se agitaba, producto del nerviosismo del momento.
Le dije:
– Dime la verdad, porque lo sabré de cualquier manera… ¿Cuántas de estas te conocen por dentro?
– Ninguna, señor…
– ¿Estás segura, Cecilia?… Mira que si mientes….
– Segura, señor… aún soy virgen… hasta hoy… hasta que usted quiera… ¡lo juro!
– Lo quieres con delicadeza y suavidad, o ¿prefieres que te parta al medio?
Dudó un instante… se mordía los labios… Su sonrisa se tornaba libidinosa… Le clavé las uñas en las caderas como para arrancarle trozos de carne y le dije en tono firme y seguro:
– Te estoy dando la oportunidad de elegir, pero no tengo todo el día, preciosa… ya te dije que no soy uno de tus compañeros de clase.
Tomó aire y me respondió:
– ¡Pártame al medio!
Puse el glande justo en la entrada, apenas asomándose entre los calientes labios de aquella vagina ansiosa por hacer añicos su virginidad.
La volví a tomar firmemente por sus caderas y de un tirón bien fuerte la atraje hacia mí, hasta chocar cuerpo con cuerpo.
Cecilia cerró sus ojos, dejó ir su cabeza hacia atrás sobre la almohada.
Su cuello ofrecido parecía estirarse mientras un trago de su propia saliva bajaba lentamente.
Sus manos rasguñaban las sábanas y una fuerte contorsión le hizo arquear todo su torso, que quedó apoyado sobre la cama tan solo por sus hombros.
Intentó contener el grito.
Luchó por ello… se retorció como queriendo ahogarlo.
Quiso… pero no pudo.
El dolor la venció, el alarido desgarró su garganta tal como mi pene desgarró sus deliciosas carnes íntimas.
La niña se hundió en sus propias entrañas y las lágrimas de la nueva mujer emergieron.
Mi mayor fantasía desde mi primer día de docente se cristalizaba gloriosamente.
Estaba tan caliente que pensé que si seguía cogiéndola así de duro iba a eyacular muy rápido y no quería eso.
Si quería seguir siendo el dueño de aquella deliciosa hembra, debía darle una primera vez memorable.
Así que la mantuve levantada y le dije que conservara esa posición arqueada, pues favorecía el recorrido de mi pene por su punto G.
Lo llevaba suavemente y tratando de hacer el recorrido más completo posible.
Muy pronto el dolor de Cecilia se fue tornando en placer.
Sus gemidos la delataban y sus apenas entreabiertos ojitos marrones me miraban fijamente, como diciéndome que estaba disfrutando tanto como yo, si es que eso era posible.
La tomé de sus muñecas y la atraje hacia mí para hacerla cabalgar.
Ella rodeó mi cuello con sus brazos y yo me prendí de su cintura, guiándola en el sube y baja lento y armonioso, de un placer por demás intenso.
El roce de sus pechos suaves y bien formados contra mi cuerpo, eran un deleite aparte.
Sus pezones erguidos, el calor de sus mamas, la sedosa sensación de su piel…
¿Qué puede ser mejor que una adolescente bien desarrollada?…
Cuando su respiración comenzó a a agitarse notoriamente, comprendí que se dirigía hacia su orgasmo y quise intentar llegar junto con ella.
La abracé y yéndome hacia delante, la acosté.
Estando encima de ella, tomé sus muñecas y extendí sus brazos sobre la cama.
Me apoyé firmemente y en posición de flexiones comencé a acelerar el ritmo y la fuerza de mis embates contra su cuerpo, que se entregaba a mi vehemencia.
Sus gemidos se transformaron en gritos y su cuerpo era un terremoto hormonal.
Sentí su orgasmo e inmediatamente llegó el mío… intenso… increíble… retiré mi pene, me saqué el preservativo bien cargado de leche.
Sin sentarme sobre ella, me puse de rodillas dejando que mi pene, aún poseído por el placer, descansara entre sus tetas y le ordené que abriera la boca.
Le di vuelta el preservativo y lo vacié dentro de ella y se lo hice chupar hasta que extrajera hasta la última gota y le ordené que lo tragara.
Luego le hice chupar mi verga hasta dejarla reluciente.
Después me acosté sobre ella.
Cada centímetro de mi cuerpo estaba en contacto con el suyo.
Sentía su respiración que lentamente se calmaba, igual que la mía.
Me quedé algo más de media hora sobre ella, disfrutando del calor y la suavidad de aquel colchón humano.
Fue una experiencia exquisita que repetí en innumerables ocasiones.
Pero esa jornada no terminaría ahí.
Siempre me había fascinado su culo y no estaba dispuesto a esperar más que unos pocos minutos para poseerlo.
Lo necesario para mi recarga sexual y nada más.
Cumplido el descanso la llevé al baño a que higienizara su vagina, pues algo había sangrado.
Le pregunté si todo estaba ok a lo que asintió con seguridad.
Luego le apliqué un enema frío.
Le ordené que aguantara el agua durante cinco minutos antes de expulsarla.
Su delicado rostro blanco se iba poniendo colorado, como si fuera a estallar.
Finalmente una potente erupción acuosa irrumpió en mi inodoro.
La sensación de alivio calmó a Cecilia, pero mientras volvíamos al cuarto tímidamente balbuceó:
– Señor… he oído que por el culo es doloroso…
– Relájate y lo disfrutarás.
Además… no pensarás dejarme insatisfecho ya en tu primera vez conmigo, no? Si hago una lista de los orgasmos que te hice sentir hoy, creo que me debes mucho….
– No, señor… insatisfecho no… perdóneme.
Mi culo le pertenece… yo soy suya… hágame lo que le plazca.
Qué caliente me ponía escucharla hablar así.
Ya en la cama la puse en posición de perra, pero como dije antes, me interesaba que su primera experiencia fuese inolvidable.
Fui a uno de mis cajones y tomé un estimulador anal.
Es básicamente un dildo largo y fino con dos niveles de vibración.
El primer nivel contribuye a relajarla y el segundo la deja rogando por algo más grande.
Mientras se lo aplicaba, me puse ante ella y le ordené que me la chupara.
Se notaba que nunca lo había hecho, pero le fui enseñando y pasó la prueba con honores.
Cuando estuve pronto para explorar la puerta trasera de mi nuevo hogar sexual, le retiré el estimulador y froté su esfínter con un gel dilatador.
Luego le fui metiendo los dedos… de a uno… de a dos… de a tres… había que ver cómo se puede agrandar una entrada en principio tan pequeña.
Esta vez, la situación requería una penetración más lenta.
Cada vez que un brusco gemido insinuaba dolor, me detenía hasta que su cuerpo se acostumbrara al miembro intruso y se calmara.
Luego seguía avanzando.
En menos de dos minutos, la tenía toda adentro.
Mi pene es de tamaño promedio en largo y grosor.
Tiene a favor una buena curvatura, pero ahora eso era lo de menos.
Comencé el vaivén lentamente y a medida que el placer invadía su cuerpo y el mío, levanté una pierna sobre la de ella… luego la otra y la monté como me gusta.
Empecé a intensificar el ritmo y ella gemía y se agitaba.
– ¿Y, perrita?… ¿duele mucho?… ¿preferirías que me detenga?…
– No, señor… siga… deme más, por favor…
Sus jadeos eran cada vez más fuertes y mi pene era como de hierro debido a la excitación que ella me producía.
Sabedor de dónde provienen los orgasmos femeninos, le dije que usara una mano para frotar su clítoris y esto la encendió aún más.
Después de varios inolvidables minutos, empecé a arremeter con todas mis fuerzas contra aquel formidable culo en plena fiesta de inauguración.
No me había puesto preservativo en esta ocasión.
Me sabía sano y no habiendo riesgo de embarazo, quería regarla de leche por dentro.
De modo que la acabada la sentí gloriosa, incomparable.
Tan pronto se la saqué, la volteé y me fui de boca contra su vagina húmeda y de suaves lamidas, pasé a una vigorosa chupada hasta que sus jugos emanaron para mi deleite.
El néctar de aquel enjambre hormonal que yo mismo supe provocar, me supo a delicia pura.
A todo esto ya eran casi las cinco de la tarde y pensé que a más tardar a las seis deberíamos partir rumbo a su casa, para que llegara con tiempo suficiente para tomar una ducha, ponerse ropas de entre casa que no hicieran sospechar que estuvo toda la tarde fuera, y esperara por el regreso de su madre.
En ese tiempo preparé una merienda ligera para ambos.
Me dirigí a mi sillón en la sala de estar.
Puse mi bandeja en una mesa baja junto al sofá y la de ella en el suelo.
Le expliqué que como mi esclava sexual que era desde ese momento, debía arrodillarse junto a mí y comer en el suelo mientras yo lo hacía sentado en el sillón.
No protestó ni puso mala cara para nada.
Tan pronto terminamos, le mostré la cocina y le dije que debía lavar las bandejas y las tazas, enjuagarlas y dejarlas en el escurridor.
Cumplió la tarea y me pidió para pasar al baño.
La guié hasta él y me quedé parado frente a ella.
Le dije que quería verla orinar y se mandó la tal meada con una sonrisa de oreja a oreja.
Volvimos a la sala de estar y le indiqué la siguiente postura: Debía ponerse de rodillas y de espaldas al sofá, con la cola pegada a él.
Luego apoyar sus codos en el piso, dejando su espalda bien arqueada.
Cumplió la orden y yo me senté en el sofá y descansé mis piernas sobre sus espaldas.
Le expliqué que no todo era sexo, o mejor dicho, que el sexo no era solo la relación genital.
Ella debía cumplir distintos roles, en este caso el de un mueble.
Una extensión del sillón que servía como posa piernas para mi descanso.
De más está decir que aún estábamos ambos desnudos.
El placer de ver a semejante lolita desnuda y a mi disposición se transformaría en una constante en nuestra relación.
Cómodamente instalado empecé a hacerle algunas preguntas.
– Dime, Cecilia… ¿Qué sabes del BDSM? -la pregunta no pareció sorprenderla.
– Algunas cosas que leí en internet.
– Por ejemplo?
– Bueno… esto de ser sumisa… esclava sexual…
-¿Leíste sobre esto y te interesó?
– Sí… aunque nunca pensé que lo probaría tan pronto.
– ¿Y que te hizo probarlo?
– Usted, señor… siempre me pareció distinto.
Me atrae.
¡Usted me dijo vamos!… y yo fui.
– Muchos de tus compañeros te miran con ganas…
– Ellos son inmaduros… no están aptos.
Mis talones descansaban sobre sus hombros y en un momento encogí un poco mis piernas para apoyar las plantas de mis pies sobre su espalda.
De vez en cuando bajaba uno de ellos y le acariciaba un seno, luego le despeinaba el cabello frotándole el otro pie sobre su cabeza, pero nada la incomodaba.
Ella permanecía inmutable, como si hubiera nacido para ser mía… como si yo hubiera nacido para dominarla.
Todo esto me hacía tan feliz que hasta me daba miedo.
Tenía que mantenerlo en el mayor secreto.
Debía asegurarme que nadie se enterara, especialmente en su familia, sus amigos, el colegio… muy especialmente el colegio.
La que se armaría si se enteraran del giro que había tomado la relación entre uno de sus profesores y una de sus alumnas.
-¿Eres del tipo de las que escriben un diario?
– Sí, señor… lo hago.
Pasando tanto tiempo sola, no era extraño que lo hiciera.
A su edad, el diario íntimo es algo así como un confidente fiel.
Pero no me gustaba la idea de que alguien se apoderara de ese cuaderno.
Sus secretos debían ser solo para mí…
-¿Y has hecho en él alguna mención a mi persona?
– No con su nombre.
Solo escribo sobre un adulto que me gusta.
– Me entregarás ese diario.
Quiero leerlo y buscar la manera de cortar con eso.
Escribirás que ese adulto se fue de la ciudad o algo así.
Empezarás otro diario para hablar de nuestra relación.
Lo harás cuando vengas aquí y de aquí jamás saldrá.
– Sí, señor.
– Debes entender que nuestra relación debe quedar en el más hermético secreto.
– Sí, señor… así lo haré.
Luego de aquel descanso para mis piernas, que de ser por mí habría prolongado por horas, miré mi reloj y ya casi era hora de llevarla a su casa.
Le indiqué que se vistiera y yo hice lo mismo.
En pocos minutos partíamos en mi auto.
La dejé a una calle de su casa y le ordené que me trajera su diario.
La esperé mientras fue y volvió.
Me entregó su documento y se marchó.
Antes de arrancar me quedé unos instantes observándola mientras se alejaba caminando.
El vaivén de la parte trasera de su falda era tan seductor, que ya en ese momento la deseaba de nuevo.
Pero nuestro siguiente encuentro tendría que esperar cuarenta y ocho horas.
Yo iba a ese colegio todos los días, pero algo me hacía pensar que era mejor ir llevando su entrenamiento poco a poco.
Así que antes de despedirnos le dije que nos encontraríamos día por medio.
Eso sí… al leer su diario confirmé mi primera sospecha.
Aquel día nada pasó por casualidad.
Ella lo tenía planeado.
Mi segunda sospecha me dejaba dudas.
Al principio pensé que mi plan era más pervertido que el suyo.
Creo que la subestimé.
Esa chica ya era puta en su mente.
Solo le faltaba un mentor que le hiciera experimentar el sexo que ella buscaba.
Justo ahí entré yo.
Si les gustó esta segunda parte del relato solo háganmelo saber.
Pronto se viene la tercera parte.
Hasta aquí todo fue muy vainilla, pero el BDSM pide más y yo tenía más, pero muchas más ideas para educar a mi esclava.
Espero que les guste esta segunda parte
Gracias y hasta pronto.
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