Un profesor, una alumna y un colegio católico – Parte 3
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xander_racer2014.
La gloriosa jornada del estreno de Cecilia aún proyectaba vívidas imágenes en mi mente, cuando al día siguiente llegaba al colegio para realizar mis labores.
Al pasar frente a ella, fue como cualquier día.
Como estaba claramente acordada la discreción, en ningún momento se acercó a hablarme y como ese día no me tocaba el grupo de ella, actuó normalmente, como si nada hubiese pasado.
Era martes.
Al día siguiente sí, se produciría nuestro segundo encuentro, que sería el primero al que le daría más contenido de sesión BDSM.
Al salir del colegio la recogí en la parada del bus, pero esta vez no la llevé a ningún restaurante, sino derecho a mi casa.
Ordené comida por celular.
Una ensalada primavera: arroz, maíz, arvejas, zanahoria y presas de pollo.
Bien liviano para una buena tarde de sexo y algo más.
Mientras íbamos en el auto le fui mencionando algunas reglas:
– Solo hablarás cuando te autorice y si necesitas hacerlo, me pedirás permiso primero.
Desde hoy, cada vez que estés conmigo a solas y una vez que se cierre la puerta, dispondrás exactamente de un minuto para desnudarte completamente.
Solo usarás ropas frente a mí cuando yo te lo permita y según lo que yo te indique que uses.
Me llamarás Amo o Señor y harás todo lo que te ordene quieras o no, te guste o no, para tu placer o dolor y en cualquier caso me agradecerás todo lo que te haga.
¿Entendido?…
– Sí, Amo.
Al llegar a casa y tras cerrarse la puerta, comenzó a quitarse sus ropas.
Le indiqué una silla donde debía dejarlas prolijamente dobladas.
Le dije también que cuando terminara me esperara arrodillada frente a mi sofá, con las rodillas abiertas y separadas y ambas manos sobre la nuca.
Yo fui a buscar la orden del almuerzo y volví en pocos minutos.
Cecilia estaba desnuda y en la pose indicada.
Dejé la comida sobre la pequeña mesa junto al sillón y le ordené que se pusiera de pie para inspeccionarla.
La pose era piernas separadas, torso bien erguido y manos en la nuca con los brazos bien abiertos.
Su cuerpo exponía de inmejorable manera las generosas formas que había desarrollado.
Le indiqué que mirara hacia abajo mientras la inspeccionaba y obedeció.
Noté que llevaba algo de maquillaje en el rostro y su vagina lucía un bello púbico muy tupido.
La llevé al baño, le entregué una afeitadora que había comprado para ella y le presté mi espuma de afeitar.
– Rasura tu vagina y desde hoy mantenla siempre así… nada de concha peluda conmigo.
Luego quítate el maquillaje y no vuelvas a usar nada de eso sin pedirme permiso.
Te dejo este cepillo de dientes que compré para ti, pero lo usarás después de comer.
Cuando termines estas tareas, recoge la comida, sírvela en dos platos.
Pon el mío en la mesa y en cuanto a ti, ya sabes dónde debes comer.
Date prisa.
Cumplidas sus tareas, sirvió la mesa para mí y puso su plato en el suelo.
Me senté a la mesa, ella se arrodilló.
Esperé a propósito a que lo hiciera, para refrendarle que no había servido agua.
– ¿Quieres que almuerce a pico seco?
– No, Amo… le pido perdón.
– Ve al refrigerador y toma una botella de agua mineral sin gas.
Abre el armario, saca dos vasos y trae todo aquí.
Se apresuró a cumplir la orden y volvió con todo lo requerido.
Sin que le dijera nada destapó la botella, me sirvió primero a mí y quedó expectante.
– Bien, Cecilia… sirve para ti también, ponlo en el suelo y ya puedes empezar a comer.
El almuerzo transcurrió con el debido silencio de su parte y una vez terminado le dije:
– Ya sabes qué hacer con los platos, vasos y cubiertos… Luego ve al baño y cepilla tus dientes y después búscame en la sala de estar.
Levantó todo y sin perder tiempo fue a la cocina a realizar su tarea, mientras yo aproveché para hacer mi higiene dental.
Luego, en mi dormitorio me despojé de mi ropaje y desnudo me dirigí a la sala de estar rumbo al sofá, donde puse en exhibición dos látigos más una fusta que había comprado el día anterior, más mi cinturón, más una fina vara de madera y también un collar de perra de color negro con una chapita con su nombre escrito todo en minúscula, y entre corchetes, mi nombre en mayúsculas.
El collar tenía una argolla con una cadena muy linda enganchada.
Cuando llegó Cecilia y vio todo eso, acusó la sorpresa abriendo sus ojos ampliamente.
No dejaba de observar aquellos objetos.
– Tu mala conducta amerita un castigo.
¿Sabes en qué has fallado?
– No, Amo… -dijo en voz baja y con cabeza gacha-
– En el auto te dije claramente que era tu obligación agradecerme todo lo que te haga, ¿no es así?.
– Sí, Amo…
– Pues no te escuché darme las gracias por la afeitadora y el cepillo dental que te regalé, ni por la comida, ni nada…
– Tiene razón, Señor… estoy en falta…
– Estos látigos y ese collar también los compré para ti…
– Muchas gracias, Amo.
– El collar te lo tendrás que ganar demostrando que eres digna de usarlo.
Los objetos de castigo ya te los ganaste.
Por ser la primera vez, te permitiré que tú misma elijas con cuál de ellos quieres que te azote.
Prácticamente sin dudar, eligió el cinturón.
Pensar que gasté un buen dinero en dos látigos y dos fustas, para que finalmente su primera azotaina fuera con el cinturón que ajusta mis pantalones todos los días.
– ¿Algún motivo en especial para esa elección?
– Me recuerda a mi padre…
– ¿Él te azotaba con su cinturón?
– En pocas ocasiones… cuando me portaba muy mal…
– Y… ¿cómo te castigaba él?…
– Me bajaba las ropas y me daba con el cinturón… a veces solo con la mano.
– ¿Pero siempre te bajaba las ropas?
– Sí, Amo…
– ¿Y qué significaba para ti exponer tu cola desnuda ante tu padre?
– Sentía vergüenza…
– ¿Y crees que a él le gustaba tenerte desnuda?
– Tal vez sí le gustaba… Cuando me bañaba me tocaba toda… pero solo se animaba a tocarme y nada más.
– Bien, Cecilia… Yo me animaré a mucho más que solo tocarte, pero eso será después.
Ahora te daré tu primer castigo.
Ya que no hiciste fiesta para tus quince años, te los voy a festejar hoy con quince azotes.
Quiero que los cuentes uno por uno, en voz alta… ¿entendido?
– Sí, Señor…
Dispuse una silla en medio de la sala y le indiqué que se parara justo detrás, con un pie al lado de cada pata trasera de la silla, ambos por fuera.
Luego la hice flexionar, apoyando su abdomen sobre el respaldo de la silla y los codos sobre el asiento.
Su culo quedaba bien parado, como apuntando hacia arriba, completamente ofrecido para lo que se venía.
No podía arriesgarme a dejarle marcas en ninguna parte del cuerpo donde fueran visibles en su vida cotidiana, de modo que sus preciosas nalgas serían las receptoras de todas las descargas de mi cinturón.
El solo verla así me excitaba a tal punto que mi pene ya comenzaba a erguirse como diciendo, “me desperté y tengo hambre”… Tomé el cinto y doblándolo al medio lo agité al aire una par de veces.
– Lista, ¿esclava?…
– Sí, Amo…
Dicho esto medí mi fuerza para que no fuera ni muy suave, ni tan fuerte como para lastimarla y le descargué un primer azote que le cruzó ambas nalgas.
¡El Chas! resonó en la sala.
Cecilia cerró sus ojos, acuso el impacto, pero supo ahogar su grito y en su lugar contó de viva voz.
– Uno…
Hice una pausa, pero luego decidí darle unos cuantos azotes sin pausas, manteniendo un ritmo…
– ¡Dos!… ¡Tres!… FFFFF… ¡cuatro!… FF ¡ay!… ¡cinco!… Ay, ¡ay!.
¡Seis!…
Continué con la seguidilla y después del séptimo, se le doblaron las piernas como queriendo dejarse caer.
Rápidamente le metí mano en la entre pierna y la levanté.
Pude sentir que su vagina estaba húmeda.
Le ordené que se mantuviera firme.
No podía abandonar esa posición.
Continué castigándola y las lágrimas empezaron a surcar sus ojos, mientras sus carnosas nalgas se enrojecían y yo acariciaba mi pene, como pidiéndole paciencia… ya llegaría su turno.
Tras el décimo cuarto azote hice una pausa.
Cecilia los había contado todos entre quejidos y lágrimas.
Yo levanté mi mano un poco más que en los anteriores y con firmeza le infringí el último suplicio.
– ¡Ay!… quince… gracias, Amo, por el castigo, que es menos de lo que merecía.
Dicho esto apoyó su cabeza sobre el asiento de la silla y lloriqueó un poco.
Sin perder tiempo, arrimé otra silla y la puse justo en frente a la de ella, asiento contra asiento.
Me senté en ella y acercando mi pene a su rostro, la tomé por su cabello para dirigir su atención hacia mi excitado miembro.
Al verlo, solo abrió su boca y lo recibió en ella sabiendo lo que tenía que hacer.
Aún sollozaba al tiempo que me proporcionaba una colosal mamada, que dada la excitación que yo tenía, solo duró un par de minutos antes de llenarle la boca con mi leche caliente.
Le dije que me la mostrara antes de tragarla y abriendo su boca, cumplió mi orden.
Cómo me fascinaba el espectáculo de su delicada boca llena de mi esperma caliente, saboreándolo, manteniéndolo ahí hasta que le ordené tragarlo.
Entonces cerró su boca y pude ver el abultamiento que bajaba por su cuello, al tragar todo el semen que le había descargado.
Luego le dije que se parara frente a mí y lentamente se fue incorporando.
Intentó acariciar su cola, pero se lo impedí deteniéndola con mis manos.
Le prohibí que se tocara o acariciara.
Le expliqué que el dolor, tanto como el placer, era para sentirlo y asimilarlo.
Tomé sus muñecas y las guié a rodear mi cuello, mientras yo la abrazaba por su cintura.
Apoyó su cabeza en mi hombro y lloriqueó durante algunos minutos más, hasta que se calmó y volvió a agradecerme.
Después la llevé al baño y le froté un poco de alcohol en gel para su desinfección.
Esto le provocó bastante ardor.
Luego le apliqué una crema que suavizó su piel, la humectó, refrescó y la ayudó a calmarse.
El resto de la tarde lo pasamos en el dormitorio, teniendo abundante sexo, rico en intensidad y placer.
Cecilia se entregaba cada vez más y comenzaba a transformarse en una mujer capaz de vivir una notable plenitud sexual y sobre todo, me brindaba una maravillosa actitud de sumisión que sublimaba su entrega a mí.
También disfrutamos de los momentos de descanso, en los que aproveché para entregarle su nuevo diario y le di un rato para que empezara a escribir sus primeras experiencias conmigo.
En ese tiempo me dediqué a algunos quehaceres míos que tenía pendientes.
También le dije que quería anotarla en un club deportivo para que hiciera determinadas actividades físicas y otras disciplinas que servirían a su aprendizaje.
El club sería elegido por mí, ya que tenía un amigo que era dirigente en uno muy adecuado para ella.
Le pregunté si su madre tendría inconveniente en darle permiso y pagarle la cuota, a lo que me dijo que no habría problema… que de hecho ella misma le había insistido en que hiciera alguna actividad para distraerse y no estar tanto tiempo Sola en su casa.
De modo que mi plan de educación de mi esclava comenzaba a tomar forma.
Cuando me disponía a llevarla de regreso, le entregué un cd que había preparado para ella el día anterior y le di instrucciones de escucharlo en la cama, antes de dormirse y con auriculares.
Debía hacerlo todas las noches y tenía masturbarse pensando en mí mientras lo hacía.
Lo que ella no sabía era que yo le había mezclado mensajes subliminales a todas las canciones.
Es sencillo hacerlos, si se cuenta con un buen programa de edición de audio.
Los mensajes subliminales eran del estilo de: “Adoro el sexo con mi dueño, mi felicidad es ser esclava sexual de mi profe, hago lo que sea por mi amo sexual, etc.
”.
No es que sean infalibles, ni mágicos.
Pero en una persona que ya de por sí desea estas cosas, los mensajes refuerzan las ideas en gran manera.
Luego la llevé al auto y partimos.
Espero que les guste esta tercera parte.
En la próxima tendrán detalles del entrenamiento de Cecilia y de cómo fue progresando.
Gracias por leer y hasta pronto.
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