Un rancho de ensueño.
Fui por ese rancho buscando un lugar de retiro. Pero encontré allí a tres angelitas que despertaron en mi tal apetito que no pude dejar pasar..
Cuando era un joven entre los 25 y 30 años de edad, me hice de un sueño, o un sueño se hizo de mi: retirarme antes de cumplir los 45 años de edad. Eso significada que tenía que trabajar muy duro para tener el dinero suficiente y haber ese sueño realidad. Estudié finanzas y a temprana hora comencé una carrera en el mercado bursátil. Cuando cumplí 37 años recordé ese sueño y comencé a hacer cuentas. Ya había hecho una modesta fortuna, que prometía poder crecer exponencialmente en los siguientes 3 años. Seguí trabajando muy duro.
A los 41 años, esa fortuna había crecido 10 veces. Desafortunadamente, mi matrimonio ya había fracasado. No pudimos tener hijos. Fue entonces cuando comencé la ruta hacia el retiro. Me programé para trabajar 2 años más. me divorcié. Resolví lo que restara de la vida de mis padres ya en el retiro. Puse dinero en diferentes inversiones a mediano y a largo plazo. Y compré algunas propiedades.
En esos movimientos, le hablé a mi agente inmobiliario sobre mis planes de retiro. Compramos una casa en la playa (Mazatlán), una cabaña en la Marqueza y un departamento en la Ciudad de México. Todas propiedades muy hermosas, pero ninguna tan grata cómo la que me propuso un domingo por la mañana: un pequeño rancho en en el norte del país, productor de leche, con unas 200 vacas lecheras, paisajes hermosos y una casa de ensueño. Era de un hombre ya muy viejo que recientemente falleció y la viuda había decidido irse de allí ¡Vamos a verlo! Le dije al ver unas hermosas fotografías.
El siguiente fin de semana volamos hacia el norte del país. Después manejamos unas 2 horas hasta la propiedad. En persona descubrí que las fotos no habían capturado ni la mitad de la belleza de este lugar. Nos recibió una agente inmobiliaria de aquel lugar, recorrimos el rancho, me presentó a los trabajadores, hablamos de negocios, y estábamos casi listos para cerrar el trato. Pero antes la agente quiso hablar de las personas que trabajan allí. Salvo por algunos ajustes, la plantilla de trabajadores quedaría prácticamente igual. Pero había un tema adicional que por la sensibilidad del mismo, la agente había dejado hasta el final.
Dentro de la propiedad, a unos 15 minutos a pie de la casa principal, vivía en una modesta casita Don Cipriano, el ranchero más longevo del lugar. Había trabajado en este rancho desde niño. Allí había crecido y también allí había envejecido hasta llegar al ocaso de su vida. Enseguida me mostré sensible y le dije a la agente que no había ningún problema. Pero eso no era todo. Me contó que con él vivían sus nietas. Tres humildes chicas que apenas terminaban su infancia.
¿Y los padres de estás niñas? Pregunté. La agente nos compartió que del padre nunca se supo nada, y su madre era la única hija de Don Cipriano, cuya vida estaba regida por el alcoholismo y la drogadicción. Una mujer, dijo la agente inmobiliaria, de unos 35 años, a quien no permitían entrar al rancho.
Don Cipriano, continuó hablando la agente, ya casi no podía trabajar, pero que las niñas respondían por el favor de permitirles vivir allí, siendo muy acomedidas. Lavaban ropa, limpiaban la casa principal, se encargaban de las gallinas y la mayor hasta hacía de comer.
¡Vamos a conocer a Don Cipriano! Les dije. Caminamos hasta la sencilla casita. Olía a café de olla. Ni bien llegábamos, cuando Don Cipriano salió a nuestro encuentro. Era un hombre blanco, cuyo rostro rojizo marcado por el sol y el cansancio ofrecía una sonrisa sincera. Un poco encorvado y de paso ya muy lento. De carácter amable. Nos presentaron, nos caímos bien.
Después de ofrecernos una silla que tenía afuera de esta casita, se enderezó y dirigió una orden al interior de su casa: «Vivi, trae el café, hija». Dos minutos después, salió una chica. Quedé boquiabierto. No media más de 1.70 m. Cabello castaño, largo y virgen, es decir, sin señales de tintes ni arreglos. Un rostro hermoso, aunque su semblante era serio. Pero un cuerpo exquisito ¡Se veía deliciosa! Llevaba una blusita que solo se encargaba de sus bubis, que eran perfectas, ya eran los senos de una mujer adulta. Sin embargo, su piel blanca era la de una niña. Su vientre descubierto. Su cintura diminuta. Una falda de mezclilla casi hasta la rodilla, bien entallada, que no podía ocultar sus caderas y era inútil para disimular sus nalguitas paradas. Sus pantorrillas eran las de unas piernas bien torneadas. Si hubiera tenido que adivinar, hubiera dicho que la chica tenía unos 16. Pero estaba al final de sus 14 años.
Puso la jarra de peltre con café encima de un cajón de madera. Y Don Cipriano le pidió que se presentara: «Me llamo Viviana», dijo bajando la mirada, rompiéndose la seriedad de su rostro, sonrojada y queriendo ocultar una sonrisa espontánea. Su voz era suave, dulce, inocente.
¿Y como nos vamos a tomar el café? Le preguntó burlonamente Don Cipriano mientras se reía y señalaba la jarra de peltre. «Voy por las tazas», exclamó Vivi muy nerviosa. «Siéntate, dile a las cuatas», replicó su abuelo. Obedeciendo, Vivi gritó hacia adentro de la.casa: «Jacki, Monse, traigan unas tazas para los señores».
En breve, salieron por la puerta dos chicas más jóvenes que Viviana. Dos gemelas. Casi de la misma estatura que Vivi. Cabello castaño como su hermana mayor. Su piel más blanca, pero se veía igual de tersa, igual de exquisita. Traían puesto un overol de mezclilla que no dejaba ver gran cosa, salvo sus brazos menudos, frágiles, hermosos. Casi pasan desapercibidas, si no hubiera sido por la picardía que había en el rostro de las dos. Se trataba de Jaqueline y Monserrat, o como Viviana las llamó, Jacky y Monse, sus hermanas menores, dos gemelas que acababan de cumplir 13 años.
Tuve que esforzarme mucho para disimular mi apetito por esas tres princesas. La presentación continuaba con la correspondientes charla banal, que yo le dejé a mi agente inmobiliario, a la agente inmobiliaria de aquel lugar y a Don Cipriano. Yo solo me puse a fantasear en cómo gozar a esas tres joyas. Pensaba ¿Sin vírgenes? ¡Que rico sería lamer y chupar su vagina y su ano, rosaditos! ¿Gemiran igual ambas gemelas? ¿Harán travesuras entre ellas?
Pero pronto me trajeron de vuelta a la conversación. Las cosas se habían puesto serias. Don Cipriano cambió su tono amable por un tono más serio, y me dijo: «No pretendemos pedirle ninguna limosna. Nosotros sabemos trabajar. Mis nietas y yo sabemos ser agradecidos. Solo le pido que nos deje vivir aquí. Yo sé trabajar en el rancho y mis nietas también saben ganarse el pan de cada día». Serio pero inevitable te tierno.
«Don Cipriano…» le dije «…me sentiré muy tranquilo si el rancho puede seguir contando son usted y su familia». Sonreímos, reímos, nos dimos la mano, y nos despedimos. Nos fuimos a la casa principal a cerrar el trato. Desde ese momento no podía pensar en otra cosa que hacer mías a esas tres chiquillas.
Esto apenas fue la introducción. Esperen a leer lo que sucedió en las siguientes entregas.
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