Una cena, mi amiga, la champaña y su lluvia
piss entre amigos.
La primera vez que me enteré sobre lo que era la lluvia dorada lo supe por una película, pero no un video porno sino un film de Roman Polanski. Era a finales de los noventa y yo habría tenido dieciséis o diecisiete años y recuerdo que vi esa película por televisión. La historia es sencilla, dos tipos van en un barco de lujo, uno es mayor y el otro joven, y el mayor le cuenta su historia de vida y sobre todo sus experiencias sexuales. Los dos se juntan a determinada hora en un camarote, y cada historia es más caliente que la anterior, y el tipo joven comienza a sentirse atraído por los relatos. Uno de esos relatos es sobre lluvia dorada. Contar historias, esto es tan viejo como la humanidad, es atávico.
Años después, cuando tenía veinticinco años, en mi ambiente social y grupo de amigos había una chica tres años mayor, que no era una amiga sino una conocida pero que frecuentábamos los mismos sitios y teníamos amigos en común. Nos conocíamos de muchos años en realidad, pero ella nunca se fijó en mí, tal vez por la diferencia de edad o no sé por qué, y también quizá por otras cosas yo tampoco intenté acercarme. El hecho es que un día ella decidió tener sexo conmigo. En una fiesta que terminaba me pidió que la acercara a su casa, y así lo hice, me pidió que bajara a tomar una última copa y así lo hice, y al final terminamos en la cama. Supongo que lo tenía decidido de antemano.
Mi relación con ella fueron cinco o seis encuentros sexuales, nada más. Después de eso nos seguíamos viendo pero como amigos en las mismas reuniones sociales, sin embargo como si entre nosotros no hubiera pasado nada. El último encuentro sexual que tuvimos también ella lo decidió de antemano, sabiendo que iba a ser el último y sabiendo qué iba a ocurrir esa noche. Lo planeó todo. En mi país decimos que cuando una chica te domina de esta manera, en estas condiciones que estoy describiendo, en realidad “te da vuelta como una media”. Y yo absolutamente lo sabía, sabía que me estaba dando vuelta como una media pero no me importaba nada porque estaba fascinado con ella.
El hecho es que hablamos por teléfono y me invitó a una cena romántica en su casa, y que lo único que tenía que llevar era champaña. Sabía de su debilidad por esta bebida por las fiestas que frecuentábamos. Antes de colgar me preguntó si me gustaba la champaña caliente o fría. Creo que le dije fría, y me respondió que a ella de las dos formas. En ese momento no recuerdo en qué pensé, seguramente en algo estúpido, como champaña a temperatura natural. Al otro día me presenté en su casa con dos botellas, y cuando las puse en el freezer ya había otra de la misma etiqueta. Cenamos con vino tinto y luego del postre abrimos la primera botella. Ella estuvo particularmente habladora y jocosa durante toda la velada, y con el champan se puso más risueña. Llenábamos las copas y tomábamos, volvíamos a llenar y fondo blanco. Así las dos botellas. En un momento pensé que no iba a haber sexo.
Con la tercera botella se desnudó y también me terminé desnudando. La bebida era de calidad y estaba exquisita, ambos en las reposeras del patio de su casa. En un momento dice: “¿te gusta la champaña caliente?”. Me pareció raro porque la habíamos tomado bien fría, y le dije que sí. Se puso delante mío de pie mientras yo estaba sentado y me hizo abrir la boca. Se acercó y me colocó el pubis a la altura de la cara. Un vello púbico frondoso. Luego se elevó en puntas de pie y me lanzó un chorro estrepitoso a la cara y la boca. Con los dedos dirigía el chorro. Todavía recuerdo el tono de su voz cuando me dijo: “lo bueno de tomarla fría es que después la tomás caliente… y a mí me encanta caliente”. Nunca me voy a olvidar de sus palabras exactas. El tono de su voz y la forma en que lo dijo. Bueno, ese fue el inicio de una noche lluviosa.
Como dije, ella había decidido que esa fuera la última noche. Y así fue.
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