Una cita en un hotel
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Maite nunca pensó que le pasaría a ella. Había oído hablar muchas veces de las relaciones que se inician por internet, pero siempre las consideró algo de raros, una ilusión de personas solitarias y extrañas que no se atrevían a relacionarse de forma real con los demás. En cuanto a ella… ella era normal, claro está. Una mujer en la mediana edad con un trabajo satisfactorio y absorbente, una vida ya hecha con dos hijos en la adolescencia, amigos, su familia… Eso piensa Maite mientras se conecta expectante a la página de sexo donde le ha conocido. Llega del trabajo y quiere verle, quiere hablar con él, estar con él todo lo cerca que permite el monitor de su portátil, tocar la pantalla y sentir que es su cuerpo el que toca, su cara, sus manos, esas manos que escriben las palabras que la tienen fascinada y enganchada desde hace una semana. En su buzón parpadea la señal de mensaje y en éste, sólo una palabra: “ven”.
Maite siente que jamás su cuerpo y su mente han reaccionado de esta manera. Un delicioso hormigueo baja por su vientre y desencadena una marea de humedad entre sus piernas. Sólo una palabra y su cuerpo reacciona como ante la improbable caricia de sus manos… porque sabe que eso no va a ocurrir, que esas cosas no le pasan a ella, ella es sólo un entretenimiento pasajero mientras llega lo que él busca de verdad. Y sin embargo, cuántas horas de charla, de confesiones y confidencias, de secretos desvelados, de risas, de reflexiones… horas en las que ella ha reconocido finalmente para sí misma que ese vago anhelo que siempre ha rondado sus pensamientos más íntimos no es sino la insatisfacción de no haber encontrado lo que la completa y la hace “ser ella” de forma absoluta.
Aprieta los muslos, sintiendo una oleada de placer ante el roce de la carne contra su vulva palpitante. Desea que sea otra carne la que roce su cuerpo, otra piel la que recorra la suya, que sea una boca, no unas manos, quien susurre en su oído esas palabras que la encienden y la transforman en un cuerpo húmedo y tembloroso. Nunca ha habido más que leves insinuaciones, jamás se han visto las caras por un pacto mutuo de mantener la amistad en un plano anónimo, pero cuánto desea ella que él sienta la misma expectación, el mismo anhelo, la misma necesidad… y ese día sucede. No sabría contar cómo ocurrió ni cómo se desarrolló la conversación, pero ese día ambos comparten su placer, se excitan juntos, se esperan para correrse juntos, observan las palabras que dedos trémulos teclean torpes en el ordenador, y ese día se citan para un encuentro.
Maite está asustada. No de él, en él confía plenamente pese a no haberle visto más que en una mala foto que le envió una vez. Es en ella en quien no tiene confianza, está nerviosa y se revisa una y otra vez ante el espejo… “¿le gustaré?”, “¿sabré darle placer?” Él tiene mucha experiencia y ella sabe que la suya es escasa y bastante convencional… pero ha puesto tanto de sí misma en esta cita, se ha atrevido a dar el paso que la situará en ese otro lado que siempre ha intuido, y será con él, con quien ha conquistado su mente y ha tocado a través de ésta su corazón… Él le advierte “Maite, llevaré mis cosas”. Ella sabe a qué se refiere, se las ha enseñado en fotos en una de sus interminables conversaciones. Y lo desea.
Maite continúa nerviosa… él le ha pedido que sea ella misma, pero no se reconoce en esta mujer que le recoge en el punto en que se han citado. Él es… él. Ni mejor ni peor de lo que había imaginado pero a ella le da igual cómo sea, conoce su mente y es lo que la ha conquistado. Se le ve tranquilo y seguro de sí mismo y ella tiembla por dentro. El primer beso es demoledor. Días después aún recordará esa lengua cálida y deliciosa que llena su boca y la acaricia, la chupa y la succiona golosa. Días después seguirá recordando los siguientes besos de camino al hotel, húmedos y calientes; sus bragas mojadas por la expectación y el deseo y la entrada en la habitación, su abrazo envolvente y sus palabras: “tranquila, no haré nada que tú no quieras y si te sientes mal sólo tienes que decírmelo y me detendré”. Pero mientras desabrocha torpe los botones de su camisa Maite ya intuye que no le detendrá, mientras huele al fin su aroma masculino y acaricia con la lengua sus pezones y los chupa siente que hará cualquier cosa que le pida, mientras baja sus manos por su pecho velludo buscando la hebilla del cinturón y lo desabrocha ya sabe que se va a entregar totalmente y no habrá nada que no vaya a hacer para complacerle… “Ponte esto” dice él, y le entrega un antifaz negro que ella se coloca complaciente. “Pon tus manos atrás”… Maite siente el tacto frío del metal en sus muñecas y por primera vez se encuentra ciega y esposada a merced de un hombre. Maite no tiene miedo, tiembla de expectación. Siente sus bragas mojadas, sus pezones duros de deseo cuando él se coloca detrás de ella y susurra en su oído “tranquila, sólo siéntelo”. Y ella lo siente, siente todo el cuerpo masculino, mucho más grande que el suyo, que la envuelve y la rodea. Siente su mano deslizarse bajo sus bragas y sondear la piel escondida mientras le susurra “ya estás toda mojada, quiero comerte”. Siente su polla rozar sus nalgas y se frota contra ella, deseando… todo. Cogerla, acariciarla, olerla, chuparla, saborearla, comérsela entera y coger de ella todo lo que pueda obtener. Y después empezar otra vez, y otra y una más mientras su piel se sensibiliza y se esponja con el roce de su vello, de su piel cálida, de sus manos grandes que acarician sus pezones y los aprietan y tiran de ellos, de su olor que la envuelve, del olor de su sexo que como una marea impregna la habitación… “Quiero comerte”, y ella siente cómo la deposita en la cama y frota su cara contra sus bragas ya empapadas.
“Me encanta el olor de tu coño”, le dice mientras le quita las bragas, “te voy a poner muy puta, vas a ser mi puta”. Maite no puede pensar, sólo sentir. La nariz que bebe su olor, la lengua que sondea entre sus pliegues, los labios que atrapan su clítoris y lo succionan, y una vez más esa lengua que penetra su vagina y que a la vez parece recorrer su cuerpo entero levantando escalofríos de placer. En la habitación sólo se escucha el ruido de succión y los gemidos de Maite, que siente que no puede más y a la vez no tiene suficiente y susurra jadeante “por favor… necesito correrme, déjame correrme”. Y se corre como si un maremoto sacudiese su cuerpo bajo la boca que sigue devorando su coño, como fuese el único alimento a su alcance, como jamás ha sido comida en toda su vida.
Maite piensa que su coño permanecerá siempre húmedo ese fin de semana, un breve día y medio en que descubre quién es ella en realidad. Descubre el anhelo de obedecer las instrucciones que él va incrementando cuidadosamente, la incertidumbre complaciente de ser atada por una gruesa soga que rodea su cuerpo y la inmoviliza a su entera disposición; observa estremecida las gotas de cera que se deslizan hacia su pezón mientras siente breves aguijones de calor picotear deliciosamente la piel de su pecho; las pinzas que presionan sus pezones mientras le susurra al oído palabras obscenas que mojan aún más la soga deslizada en su entrepierna, los fuertes azotes tumbada sobre sus rodillas, la saliva escupida en su boca, la orina sobre su vientre y su vulva, el flogger que distribuye suaves azotes sobre su cuerpo… Maite pierde la cuenta de las veces que se corre en su boca, en sus manos, penetrada por su polla que la embiste fuertemente mientras la llama zorra, puta, palabras que jamás habría tolerado de otro hombre pero que de él le encantan porque él es ÉL, que se corre gruñendo de placer en su cara y esparce su semen por sus labios, sus mejillas y su cuello, que la hace correrse una vez más follándola con sus dedos y mordisqueando su cuello, que la hace sentirse la más puta de todas las putas porque no habría nada, absolutamente nada que él le ordenase que ella no estuviese dispuesta a hacer, rogaría por ello para complacerle y ver en su cara la satisfacción de saber que ella se entrega por entero, para lo que quiera y cuando él lo quiera.
Maite regresa a casa feliz, sintiendo aún su olor impregnando su piel y restos de su semen humedeciendo su vulva. Calcula el tiempo que él tardará en llegar a su casa y desea conectarse una vez más, sentirle aunque sea en la distancia. Quiere saber si ha disfrutado, recrearse recordando juntos, ver la posibilidad de verse en un futuro no muy lejano. No han hablado de ello pero ella sabe que no es posible que no sientan lo mismo, que no puede haberse equivocado con sus palabras, con las horas interminables de charla, con la complicidad establecida a través de un monitor, no es posible que él haya sacado a la luz su esencia más íntima, que haya conseguido que ella, una mujer ya madura y acostumbrada a asumir responsabilidades y tomar decisiones importantes, se entregue sin condiciones.
Ya llevan unos minutos chateando y Maite se siente segura y valerosa, se la juega y le pregunta.
Varios meses más tarde, Maite sigue viendo aquellas palabras escritas en su monitor. Y sigue sin comprender cómo pudo equivocarse tanto, cómo pudo malinterpretar aquellas conversaciones, los suspiros, los susurros, las insinuaciones, las provocaciones. Y sabe que en aquella cita en el hotel alguien la ayudó a descubrirse a sí misma, como también sabe que nunca más. Porque Maite recuerda…
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