Una sexy y ladrona empleada doméstica.
La descubrí en un robo. O se metía en mi cama o la delataba..
Visité a unos tíos muy queridos en una ciudad de provincia. Después de no vernos por 3 años, me recibieron en su casa y nos reencontramos felices. Ellos son un matrimonio cuarentón. Tienen un par de hijos en plena infancia. Aterricé alrededor de las 9 pm. Me recogieron en el aeropuerto, cenamos, charlamos y finalmente me fui a dormir en su habitación para invitados, una alcoba mediana muy acogedora. Eran cerca de las 2 de la madrugada. Me dormí ni bien puse la cabeza en la almohada.
Al día siguiente, quizá rebasando las 8 de la mañana, yo seguía dormido. Y me despertó el sonido de la puerta que se abrió bruscamente. Somnoliento miré a la puerta, y en la puerta me miraban unos ojos tan o mas sorprendidos que los míos. Era una chica. Vestida como quien viste para hacer las tareas de la casa. Su mirada había sido para mi rostro quizá por un segundo, pero después su mirada estaba fija en mi verga que estaba dura como un leño. De esas erecciones involuntarias propias de cualquier hombre sano por la mañana. Esos segundos parecieron eternos. Finalmente cerró la puerta sin decir nada. Era la empleada doméstica, lo supe minutos después.
Me excitó sobremanera que me viera con la verga dura. Su rostro era de una chica muy joven. Supe ese día que tenía dieciocho años y se llamaba Laura. Pues nos presentaron en el desayuno. Aunque ella no podía mirarme porque la invadía una gran vergüenza, yo la veía que profundo morbo. Era una morenita de cabello negro y lacio, que caía hasta media espalda. De carita muy fina. Un cuerpo delgadito, apenas se notaban unos pequeños pechos, una cinturita que parecía un sueño, y unas nalguitas bien bien paraditas. De piernas delgadas y alargadas. Unos 160 cm tenía de estatura. Su actitud avergonzada y tímida. Vestía cómoda pero encantadora: unos tenis tipo converse, unos leggins negros bien ajustados que dejaban admirar sus lindas piernas y ese culito exquisito, arriba una camiseta blanca muy ligera que dejaba desnudos sus finos brazos y que al menor movimiento regalaba una vista discreta de su espalda baja, si se agachaba, o de su ombligo si se estiraba. Una delicia. Tenía que cogerla y sabía cómo hacerlo.
La mañana siguiente me desperté muy temprano. Puse en la alcoba un rollo de billetes, eran como 500 dólares. Y mi celular semi escondido, grabando. Me salí. Era un volado. Laura podría ignorarlos, o bien, si tenía yo suerte, tomarlos. Era su decisión. Volví cuando escuché que salió de la habitación para ir a limpiar otra. El rollo de billetes allí estaba y eso me desilusionó. Fui por el teléfono y aun decepcionado vi el video. Oh sorpresa. Había tomado solo unos billetes de en medio, quizá esperanzada de que no lo notaría pronto y jamás pensaría que lo habían robado. Tenía que armarme de valor. Mis tíos se fueron de compras, los niños jugaban en su habitación. Me hice de valor y me acerqué a ella mientras guardaba trastos limpios. Fui directo y claro: «Necesitas ver este video». Se puso pálida y antes de que pudiera decir cualquier cosa, le dije: «Tienes dos opciones: al salir de trabajar esta tarde, yo te esperaré afuera, iremos a un motel y te voy a coger como quiera y cuanto quiera; o bien, le muestro este video a mis tíos y le llamo a la policía». Ella estaba muy asustada. Y después de varios segundos, logró decir con voz temblorosa «vamos al motel».
Cerca de la hora en que ella salía le dije a mis tíos que iría a un bar para encontrarme con unos viejos conocidos, que si no era un problema, me prestaran su auto. Y así fue. Esperé a Laura a unas cuadras de la casa. Cuando la vi ella reconoció el auto. Se subió y me fui directo a un motel de ubicación discreta. Ella se veía más tranquila. En el camino hablamos de la mañana en que me despertó. Aceptó que le había causado un gran morbo ver mi verga dura. Le dije que aunque la estaba obligando a hacer eso, le aseguraba que le iba a encantar pues la cogería con tantas ganas.
Y así fue. La besé metiendo mi lengua en su boca. Mordí sus labios. Chupé y mordí su cuello. Metí mi lengua en sus orejas. La desnudé de arriba de la cintura. y chupé como un loco sus pequeños cenos. Acaricié con locura sus piernas, sobé con tres dedos su vulva humedecida, olí, mordí y toqué sus nalgas con gran lujuria, todo encima de ese leggins tan provocativo. No se lo quité. Le hice un hoyo con las llaves para poder meter mi verga sin quitarle la ropa. La cogí tan rico que de los quejidos, pasó a los gemidos. Su ojos, de la angustia pasaron al placer. Finalmente le arranqué toda la ropa. La cogí con cuantas posiciones se me ocurrieron. La acaricié y la lamí por todos lados, incluido su apretado ano que inundé de saliva. Me vine sobre su cuerpo y la obligué a que huntara mi semen en su cuerpo. Después de unos minutos le ordené que me acompañara a la regadera. La bañé. Frotarla me volvió a excitar y la cogí ahí mismo, llena de jabón. Allí no me pude contener. Me vine dentro de ella. Su rostro de angustia me excitó todavía más. Mi verga seguía como un leño. La enjuagué y la saqué para llevarla a la cama una vez más.
Cuando finalmente todo terminó. Nos vestimos. Ella estaba en shock. Su ropa estaba rota. La llevé hasta su casa. Antes de bajarse le mostré como borraba el video de mi teléfono. Y le di un poco de dinero. Se veía más serena. Al día siguiente fue a trabajar y actuó con naturalidad. Yo la veía satisfecho de haber probado cada rincón de ese exquisita morenita.
(ficción).
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