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Dominación Mujeres, Zoofilia Mujer

Valeria, abusada por su mascota. II. Sumisa

Una joven relata cómo a sus 19 años comenzó sumisamente a ser abusada por su perro..

Parte I: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/dominacion-mujeres/valeria-abusada-por-su-mascota-i-el-inicio-borracha-y-aterrada/

Luego de haber sido montada por Roco, un terror hacia él se me instaló en la mente. Tuve pesadillas en las que, cuando mi nuca estuvo entre sus fauces, apretaba su mandíbula despedazándome sin poder verlo.

También soñé con las reacciones de mis padres, amigos e incluso de mi abuela, a quienes acudía por ayuda. En sueños les relataba cómo Roco se había aprovechado de mi situación y me había abusado, recibiendo burlas, humillaciones y demostraciones de asco hacia mí persona.

El corazón se salía de mi pecho cada vez que debía interactuar con él. Alimentarlo, limpiar sus desórdenes, hasta compartir habitación me intranquilizaba. Las únicas puertas de mi casa con cerradura eran las de mi habitación y la puerta principal, así que buscaba permanecer encerrada en mi dormitorio o fuera de mi hogar. Aún así, en algún momento debía volver a suceder.

Debo admitir que mi miedo provocó la sumisión que permitió que todo continuara. Cada vez que nos hallábamos en la misma habitación y Roco me ladraba, mi reacción involuntaria era arrodillarme en el suelo expectante a que se me abalanzara. Los primeros días cuando me ladró algo más quería de mi: comida, que me vaya, agua o que abra la puerta del patio si se había trabado y no podía hacerlo por si mismo. Hasta que volvió a suceder.

La entrenadora nos preparaba para competir y para eso nos exigía. Durante esta semana notó que asistí a todos los entrenamientos, que permanecía luego de terminados para practicar sola algún ejercicio e incluso como comencé a ir días que no me correspondían. Las horas entrenando me hacían enfocarme tanto que olvidaba lo que me esperaba en casa. Lamentablemente mis músculos se vencían y la mirada de la entrenadora me invitaban a irme.

No tuve tiempo para bañarme como siempre, porque el gimnasio estaba a punto de cerrar. Me sentí aliviada de viajar sola en el colectivo, mi ropa de entrenamiento era ceñida al cuerpo, únicamente era un top deportivo y un short de calza diminuto para comodidad. También me ayudó para no sentir vergüenza por viajar toda traspirada.

Al caminar desde donde el colectivo se detuvo hasta mi casa se largó una lluvia por lo que acelere para no empaparme. Ingrese, en los primeros pasos desde la entrada a la sala dejé mis zapatillas, arroje al suelo mi bolso y me senté en el sillón observando el techo, exhausta.

Lo oí entrar. Dejo la puerta abierta y el sonido de la lluvia hacía eco hacia dentro. Sus patas hacían un chasquido contra el suelo según se acercaban. No quise mirarlo, habrá sido la primer vez que no me arrodillé al verlo desde aquella noche, aunque si estaba paralizada.

No quise bajar la mirada hasta que sentí su hocico hundirse en mi entrepierna. Lamió por sobre la tela de mi calza. Su lengua golpeaba y se arrastraba ascendente justo es mi zona vaginal. Por reflejo intenté cerrar las piernas, pero cuando sintió la presión de mis muslos alrededor de su cabeza ladro tan fuerte que me hizo entumecer todos mis músculos cansados.

Su saliva se había mezclado con la transpiración y el agua de lluvia que habían mojado mi calza. En un momento dejó de lamer, con una de sus patas me comenzó a rasguñar desde el abdomen hasta el muslo derecho. Otra vez un ladrido fue determinante. Comencé a bajar mi calza lentamente, con miedo de que eso no fuera lo que el quería. Veía las líneas rosadas que me habían quedado producto de sus rasguños hasta que finalmente mi calza, y con ella mi ropa interior, tocó el suelo y liberó una de mis piernas.

Allí fue cuando sentí que mi vagina también se había humedecido. Se reconocer cuando es producto de mis propios fluidos y percatarme de eso, aunque no había tenido ninguna sensación de excitación, me hizo angustiarme. Si hubiera tenido la mente clara, también hubiera entendido que esa era una reacción típica de mi cuerpo por la estimulación y el nerviosismo. Nada de eso estuvo en mis pensamientos, solo castigos por la vergüenza de mi misma.

A Roco no le importaba que estuviera sucediendo en mi mente. El subió sus patas delanteras al sillón y se arrojó sobre mi. De repente tenía su pecho, su cuello y cabeza a la altura de mi rostro. Entre mis piernas abiertas comenzaba a hacer sus movimientos pélvicos. De reojo miraba como su verga sobresalía cada vez más de su funda y se erectaba. Permanecí inmóvil, incluso cuando su verga se frotaba con mi abdomen, ingenuamente creyendo que si eso era suficiente para el esto no duraría mucho.

Continuo hasta hartarse de solo el frotamiento y comenzó a ladrar al aire. Sus ladridos estruendosos me asustaban, cada vez más movía sus patas delanteras, retrocediendo y avanzando nervioso. Aprovechando mi posición intenté acariciarlo, quizás así se tranquilizaba e instantáneamente comenzó a gruñir.

A centímetros de mis ojos gruñía y ladraba. Me aturdía y mojaba la cara con su saliva. Los pocos segundos que me permitió, pensé, a diferencia de aquella noche. Apenas iba a poder empujarlo y correr, no tenía fuerza en casi todo el cuerpo. Aunque lo intentara, era de seguro que me mordería, y el riesgo de que me despedazara el rostro lo sentí tan real que descarté esa posibilidad. Me tenía sometida en esa grotesca posición de misionero en el sillón. Entonces opté por lo menos peligroso.

Con ambas manos sujeté la verga e intenté masturbarlo. Mi idea empeoró mis temores. Creo que por el nerviosismo la tome muy fuerte o al intentar masturbarlo le cause dolor. Al levantar levemente mi párpado solo veía sus colmillos y el sonido de su ladrido me hizo vibrar los huesos del rostro. No tenía opción.

Dejé de intentar masturbarlo, incluso solté una mano de su verga. Con mi mano libre palpe mi vagina, seguía empapada con mis fluidos. Sus gruñidos no paraban. Flexioné levemente mi abdomen para levantar mi pelvis. El ángulo necesitaba que el retroceda un poco, pero por mis movimientos seguía gruñendo. La impotencia venció mi terror.

  • ¿Acaso no es lo que queres?

Al momento que hable, me arrepentí. Aún así, como si me hubiera entendido, retrocedió. Con una mano en mi vagina y la otra en su verga, solo tuve que frotarla con mis labios superiores para que el retornará a sus movimientos pélvicos. Y así, entró dentro mío… otra vez.

Cuando sentí ese pedazo carne enorme ingresando en mi, solo pude tensar mi cuello, enfocándome en el techo. Dentro de mi campo visual estaba Roco, que dejó de gruñir y jadeaba, también flexionando su cuello hacia arriba.

A él no le importaba ir de a poco, ni yo podía abstraerme de las sensaciones. En la primer estocada ya intentó meter todo su pene y continuó sacando y metiéndolo, solo preocupado por su placer. Esa carne crecía dentro mío, o sus estocadas eran cada vez más penetrantes.

Entonces, sentí como mi top deportivo me molestaba. Estaba empapado de transpiración y agua de lluvia, por eso estaba frío, helado. Rápidamente entendí, mi cuerpo estaba más caliente, hirviendo y hacía parecer ese frío como el ártico.

Sin poder controlarlo tuve un orgasmo fuerte, que me hizo flexionar el abdomen. “No, por favor” pensé… o lo dije, no recuerdo, solo que fue un segundo antes de sentir el hormigueo proveniente de mi útero. No puedo negar que sentía placer al mismo nivel que vergüenza y asco, ya no más miedo. Aunque su enorme cuerpo seguía siendo imponente, instintivamente lo abracé despacio. Mis manos estaban apoyadas en el pelaje corto y suave de la cruza doberman/gran danés.

El segundo orgasmo fue un puñado de penetraciones después, igual de fuerte. Aquí fue donde empecé a llorar porque, a la vez que sentía la explosión dentro mío, gemí. Despacio, sin quererlo, con miedo a su reacción. Las lágrimas de frustración e impotencia por haber perdido el control de todo me desbordaban. La situación, la posición, mi cuerpo, perdí todo el control ante un perro.

El continuó su apareamiento y mi cuerpo reaccionaba retorciéndose con cada orgasmo. Mi voz baja gemía y sollozaba, aunque los orgasmos me hacían elevar mi tono de gemido, hasta volver a la tímida queja. Enfoqué mi mirada en Roco, que al bajar su hocico me dio una cachetada con el hedor y la saliva que disparó de su boca, directa a mi rostro.

El cansancio en todos mis músculos tenía sus consecuencias. Mi espalda baja comenzó a doler, por lo que levanté mi pelvis un poco más, así la desestresaba. Ese movimiento le permitió entrar más cómodamente en mi vagina, sus penetraciones fueron más profundas que, a la altura de mi ombligo, sentí como su verga me invadía, como chocaba. Tuve esas sensaciones hasta que algo se ampliaba dentro mío, su líquido seminal me invadía, pero no paraba de penetrarme.

Ya era la segunda vez que sentía esta presión dentro mío, que me hacía pensar que nada más podría entrar. A este punto, no tengo que aclarar que los orgasmos me superaban, incluso las tensiones de mis músculos con cada uno de ellos se transformó en calambres.

Continuaba, más salvaje, penetrándome con fuerza. Entre mis labios vaginales ingresaba su verga y se escurría su semen, lo podía sentir. “Si ya acabó, ¿Cómo puede seguir?” me preguntaba entre lágrimas y gemidos. Con cada orgasmo tensaba mi cuello hacia la izquierda o derecha, el hormigueo me llegaba a la mandíbula de lo fuertes que eran. Y un gemido fuerte se me escapaba, lo que hacía que Roco mirara hacia abajo y me bañara de saliva nuevamente.

Sin aviso, se detuvo. Incrustado dentro mío, su largo por completo en mi interior. Y entonces, repentinamente recordé que sucedía antes de que todo terminara. Su verga canina estaba inflándose hacia los lados. Al expandirse de esa manera me provocaba una sensación de explosión de mi vagina y útero, que provocaba orgasmos seguidos. Mi abdomen se contraía cada vez que se disparaba un orgasmo.

Roco se mantuvo quieto, jadeante y liberando saliva que caía en el sillón y en mi cabello. Cuando comencé a sentir que el se incorporaba para impulsarse, lo abracé con ambos brazos instintivamente. Su reacción, la que tanto miedo me causaba imaginar, esta vez la ignoré. Me preocupaba que no se separara de mí como aquella noche, porque la sensación que más recordaba era el dolor de que ese globo me extendiera mi entrada vaginal.

Supongo que su reacción no fue agresiva porque, cuando lo abracé como si fuera una niña y el un peluche, contraje mi abdomen y apreté los músculos de mi entrepierna y vagina, seguro causándole algo de placer. Desde de eso, sin quererlo mi vagina temblaba producto de los orgasmos al sentir esa carne enorme dentro mío. A toda esa tensión se sumaba que podía identificar como más líquido me llenaba el útero, y no se filtraba de dentro mío por la posición en la que nos encontrábamos.

Mis orgasmos no paraban, asique permanecí abrazada a él mucho más tiempo del que él quería. Luego de ese momento, mis brazos y abdomen fatigados dejaron de hacer fuerza. Roco aprovechó que lo liberé e intentó saltar hacia atrás. El dolor fue tan fuerte que subí mi pelvis lo más que pude, con las fuerzas que me quedaban. Entonces su cuerpo rotó en media vuelta, sus cuatro patas estaban apoyadas en el suelo, jadeaba de dolor y yo lo sujetaba de la base de la verga.

Fue un reflejo por empezar a sentir el dolor del globo intentando salir. De él solo podía ver la característica cola corta de los doberman y la base de su verga entre mis pequeñas manos. No es que yo lo quería dentro, sino que me no quería sentir… lo que terminaría sintiendo.

Grite de dolor cuando hizo unos pasos y mis manos cansadas cedieron a su envión. Su descomunal verga salió de mi vagina acompañada de una explosión de líquido blanco, lo que pude ver con mis propios ojos.

Me palpitaba mi vagina. Me temblaban los músculos del cuerpo, en especial mis brazos y abdomen. Sentía un dolor dentro de mi útero y tenía revuelto el cabello con un olor fétido de la saliva del animal.

Roco se fue caminando, con su rabo colgando, directo a beber agua de su tazón. Al verlo, aunque quería permanecer llorando en el sillón hasta quedar dormida como la primera vez, me invadió la sed. Así que camine, desnuda por debajo de la cintura. Cerré la puerta al patio, me serví un vaso de agua y lo tomé desesperada. Por la hora, debía darle de comer y yo también debía pensar en mi cena, llene su cuenco de alimento balanceado y busqué mi celular para pedir algún delivery.

En mi bolso de entrenamiento todavía estaba mi celular guardado. Lo tomé y me dirigí al baño, tenía ganas de orinar. Me dolía el rostro de tanto llorar. Sentada en el inodoro primero pedí una hamburguesa, me apetecía comer algo grasoso con las manos, algo que me haga levantar el ánimo. Luego, leí que una amiga me había escrito varios mensajes.

  • Holaaaa
  • Holaaaaaa, Vale estás?
  • Dale, a esta hora ya volviste de entrenar, no tenes excusa para no responderme

Dude en contestarle en ese momento, pero es cierto que la venia ignorando esta semana después de lo que pasó aquella noche.

  • Acá estoy
  • Ay amiga, que desaparecida que estás. No me podes contestar ni un mensaje?
  • Perdón, estuve ocupada estos días
  • Ocupada en que? si solo entrenas. No estarás de novia no?
  • No estoy de novia
  • Me alegro, no quiero perder a mi compañera de fiestas. Pero, igual decime si te estás viendo con alguien, aunque sea para coger
  • Si obvio
  • Pero dale, decime coges con alguien? yo estoy más sola, no puedo más

Me levanté del inodoro, tiré de la cadena y me miré en el espejo. Quería ignorar el mensaje, no quería responder. Hasta que la pantalla del celular se volvió a iluminar, con dos mensajes.

  • estás cogiendo con alguien, por eso no me contestas, yo sabiaaaaa
  • bueno cuando nos veamos me contas todo. Besos

Abrí el agua caliente y me bañe un largo tiempo. Salí del baño más relajada físicamente, pero silenciosamente angustiada. Lo vi echado en el suelo de la cocina, descansando como si nada hubiera sucedido. La puerta sonó y era el delivery, empapado de agua. Lo atendí en bata, le pagué y devoré esa hamburguesa con un hambre que no tenía hacía mucho tiempo, ensuciando mis manos con el queso y la salsa, contrario a los modales de “señorita” que mi abuela me inculcó. Después me lave los dientes, hice mi rutina facial y fui a dormir.

Paso el tiempo, seguí reaccionando sumisa cada vez que Roco ladraba hasta que aprendí a reconocer cuando el quería aparearse. Sin ningún tipo de aviso previo, aparecía en mi habitación, en la sala o en la cocina directamente a olfatear y lamer mi entrepierna. Ahora ladraba y gruñía amenazante si yo reaccionaba rechazando su contacto.

Las penetraciones comenzaron a ser más habituales. Yo intentaba inútilmente oponerme cuando tenía coraje, y el día que acepté volver a salir de fiesta con mi amiga  reaccionó mordiéndome el tobillo que por suerte estaba protegido por un borcego. Obvio que hizo eso para tumbarme al suelo, obligándome a recibir su penetración, quitándome las ganas de volver a salir a disfrutar mi juventud. Esa noche, antes de dormir, escribí un mensaje que aveces pienso hubiera sido mejor no escribir.

  • Mami, no lo quiero cuidar mas a Roco.

Continuará…

En los siguientes capítulos repasaré cómo tuve que acostumbrarme a ser abusada por mi perro, lo que causó en mi y en mi vida, las charlas que tuve con mis padres y mucho más.

Espero su apoyo y comentarios.

55 Lecturas/10 mayo, 2025/0 Comentarios/por dorema
Etiquetas: amiga, amigos, baño, cogiendo, dominacion, orgasmo, semen, vagina
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