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Dominación Mujeres, Incestos en Familia

Viva en la marea

El viento del mar traía olor a algas. Desde la ventana del pequeño cuarto en el ático, Clara veía a su hermana caminar descalza por la playa, con el abrigo abierto y el vestido pegado al cuerpo por la bruma..

La madre dormía aún, con las cortinas corridas. Clara, en cambio, llevaba horas despierta, observando hacía la playa.

—¿Que hacías allá? —preguntó cuando Elena entró, con el cabello empapado.

—Pensaba en mi novio —respondió ella, quitándose el abrigo—. Dijo que vendría si podía.

—No trabaja, ¿cómo no va a poder?

Elena sonrió, sin mirarla.

—No necesita trabajar.

—Vive del dinero de sus padres, duerme hasta el mediodía y se revuelca con cualquiera…

—No es con cualquiera. —Elena se volvió, la voz baja pero firme—. Es conmigo.

Por un instante, Clara se quedó callada.

—Me hace sentir… viva.

Clara quiso responder, pero no lo hizo. Afuera, se acercaba ya precisamente él: un hombre alto, con las manos en los bolsillos y una sonrisa que no se distinguía del todo.

Elena corrió hacia la puerta, pero antes de salir se volvió.

—No le digas nada a mamá —susurró.

La puerta se cerró, y Clara quedó sola

Elena bajó corriendo. Cuando salió a su encuentro, sintió ese impulso que siempre la empujaba hacia él.

Él levantó la mano a modo de saludo

—Creí que no ibas a venir —dijo ella, intentando sonar distante.

—Claro que iba a venir —respondió él, encogiéndose de hombros—. Quería verte.

Caminaron en silencio hasta el porche de la casa. La madera crujía bajo sus pies descalzos.

—No podemos entrar —susurró ella, mirando hacia la ventana del ático—. Mamá sigue dormida.

—Entonces mejor —dijo él, apoyándose contra la baranda—. Me gusta cuando podemos estar solos.

Elena rodó los ojos, pero sonrió. Le gustaba su voz, ronca y la manera en que parecía no importarle nada.

—No todo es un juego, Liam.

—Claro que no. —Se inclinó hacia ella—. Pero contigo tiene sentido.

Él deslizó un dedo por el borde de su muñeca, apenas rozándola.

—¿Sabes lo que pensé cuando te vi la primera vez? —preguntó él.

—No.

—Que eras demasiado virgen para mí. —Sonrió, sin ironía—. Y que por eso iba a necesitar ayudarte un poco.

Elena rió, nerviosa.

—No digas tonterías.

—No son tonterías, amor. Es lo único que me sale bien.

Desde la ventana del ático, Clara los veía.

Elena lo notó tarde: ya estaba demasiado cerca de él.

Liam rozó sus labios con los suyos.

—Vamos a meternos en problemas —susurró ella.

 

Él sonrió de nuevo.

Elena le permitió acercarse. Las manos de Liam, urgentes, se aferraron a sus tetas, arrugándo su camiseta. El roce de sus dedos le subió por la garganta y le tensó los hombros. Sintió el pulso acelerado en el cuello, el aire caliente entre los dos.
Él la besó despacio, con una torpeza que le pareció dulce. Elena se inclinó hacia adelante, abriendo apenas los labios. Su lengua rozó la de él, un gesto mínimo, casi tímido, pero que la estremeció hasta el pecho.
Entonces, un ruido los detuvo.
La puerta principal se abrió con un chirrido lento.

En el umbral, con la bata de dormir aún arrugada y el cabello revuelto, su madre los observaba: primero a Elena, luego a Liam, sin decir palabra.

El aire se volvió denso. Elena se separo de golpe.

—Mamá… yo… no sabíamos que estabas despierta.

La madre no respondió. Solo miró al hombre, y por un instante Elena sintió que también había notado el temblor en su cuerpo, la verga erecta de Liam que rozaba su vientre. Luego se giró hacia el interior de la casa.

—Desayuno en quince minutos —dijo, con voz neutra, antes de desaparecer.

Liam exhaló un suspiro entre los dientes.

—Te lo dije —murmuró—. Siempre terminamos en problemas.

Rápidamente el olor a pan tostado y a mantequilla quemada llenaba la cocina.

Clara observaba a su hermana servir café con manos temblorosas. Su madre, frente a ella, mantenía una expresión serena, casi distante, pero su voz, cuando habló, sonó cortante como el filo de un cuchillo.

—No quiero que ese hombre vuelva a esta casa, Elena.

Elena no respondió. Dejó caer una cucharita dentro de la taza y el sonido metálico pareció romper algo invisible.

—Mamá… —empezó Clara, pero la madre levantó una mano sin mirarla.

—No es asunto tuyo, cariño. —Luego se volvió hacia la mayor—. Tiene casi el doble de tu edad, ¿te das cuenta? ¿Qué puede ofrecerte alguien así?

Elena respiró hondo, los ojos fijos en la mesa.

—No lo entiendes.

—Inténtalo tú. Explícamelo.

Clara sintió cómo la tensión se estiraba entre las tres, invisible y vibrante. En la silla, su cuerpo se mantenía rígido, pero dentro de ella todo ardía. Recordó el gesto de Liam en el porche, la forma en que la besó.

—No quiero molestarte, mamá —dijo al fin Elena, en voz baja—. Pero… quiero estar con él.

La madre suspiró, bajando el tono.

—Elena, cielo, no te juzgo. Solo me preocupa. Eres muy joven. Y él… —se interrumpió, buscando las palabras—, él ya es un hombre.

Elena levantó la cabeza con una determinación nueva.

—Por eso quizás es que me gusta.

—Solo quiero que pienses —dijo Eileen, su madre—. Que esperes. No hay prisa.

Elena negó despacio.

—Sí la hay. —Y entonces lo dijo, con una serenidad que heló la habitación—. Quiero que sea él. Quiero que sea mi primera vez.

La madre se quedó inmóvil. No hubo gritos, ni lágrimas.

Clara no pudo mirar a ninguna. Sintió algo mezclado con miedo y vergüenza… pero también una punzada de deseo incomprensible. La imagen de Liam volvió a su mente: la barba de dos días, la voz grave, el modo en que tocaba a Elena.

No supo si envidiaba a su hermana o si quería ocupar su lugar.

La madre fue la primera en moverse. Le tomó la mano a Elena, con una ternura agotada.

—Hija, el sexo puede esperar —dijo en voz baja.

 

Clara se levantó, fingiendo ir por más café. Necesitaba moverse, respirar. Caminó hasta la ventana de la cocina y se quedó allí. Las voces de su madre y su hermana subían y bajaban.

Escuchaba palabras sueltas: responsabilidad, amor, cuerpo, respeto.
Y luego silencios, largos.

Clara apoyó la frente contra el vidrio. Se preguntó por qué había algo en él que la atraía.
No era deseo, se dijo. O tal vez sí, pero disfrazado de curiosidad, de esa necesidad torpe de entender qué buscaba su hermana en un hombre como él.

“¿Y si fuera yo?”, pensó.
No porque quisiera hacerlo, sino porque comprendió que podía.
Que dentro de ella también había algo que quería ser visto, tocado, elegido.

La voz de su madre la devolvió al presente.

—Clara, ven, siéntate con nosotras.

Obedeció sin decir palabra. Se sentó frente a ellas, notando la calma con que su madre sostenía la conversación. Eileen tenía los ojos húmedos, pero no lloraba.

—Escucha, cariño —le dijo a Elena, con una dulzura firme—. No voy a prohibirte nada. Yo no soy la guardiana de tus decisiones, solo la testigo. Pero antes de que des ese paso, quiero que tengas claro lo que significa.

Elena bajó la mirada, avergonzada pero atenta.

—El sexo… —continuó Eileen, eligiendo las palabras con cuidado— no es solo un cuerpo sobre otro. Es algo que puede unir, pero que puede confundir. No se trata de hacerlo o no hacerlo, sino de saber por qué lo haces. Y con quién.

Clara observó cómo su madre posaba una mano sobre la de su hermana, sin juicio.

—No hay vergüenza en desear —dijo Eileen—. Pero tampoco hay obligación. Nadie tiene derecho a tocarte si no lo eliges, ni siquiera por amor.

Elena asintió, mordiéndose los labios.

—Lo entiendo, mamá. De verdad.

—Lo sé, hija. Solo prométeme que será porque tú lo decides, y no porque él te haga pensar que lo deseas.

Elena se levantó y la abrazó.

Clara las miró en silencio.

—No quiero que te sientas avergonzada —dijo ella, con voz baja, serena—. Esto también forma parte de crecer, de conocerte.

Elena asintió, pero tenía los ojos brillantes.
—No sé por dónde empezar, mamá. A veces me da miedo.

Eileen se inclinó un poco hacia adelante.
—El miedo es natural. Lo que importa es que no te paralices.

—Yo lo deseo —susurró Elena.

Eileen la observó unos segundos más, con un gesto que mezclaba ternura y una pizca de preocupación.
—Entonces háblame, amor. Dime qué te inquieta.

Elena dudó un momento antes de hablar.
—Es que me he bañado con él… cuando estamos solos… —tragó saliva—. A veces me cuesta saber si lo que siento está bien. Le gusta que me toque y me mira mientras lo hago y a mi también me gusta, me gusta como me ve y no se lo digo pero me gustaría que fueran sus dedos y no los míos, también pensaba al tiempo que me daba miedo que tu me descubrieras así con él.

Eileen le tomó las manos con suavidad.
—No tienes que tener todas las respuestas ahora —dijo, mirándola con calma—. Lo importante es que escuches tus propios sentimientos y te des permiso de explorarlos sin culpa.

Elena bajó la mirada, y por un instante dejó que las lágrimas asomaran.
—Gracias, mamá… —susurró—. Solo quería que supieras lo que siento.

 

Eileen la abrazó con ternura, dejando que el silencio hablara por ellas. En ese momento, Elena sintió que no estaba sola en su confusión, y que eso, de algún modo, era suficiente.

Eileen le acarició la mejilla.
—Eso que describes es más común de lo que imaginas. Nadie te enseña cómo comunicarte en esos momentos, pero puedes hacerlo con palabras, con gestos. No tienes que adivinar nada.

Elena asintió, casi en silencio.
—Y si él me pide que yo… —se detuvo, nerviosa—. No sé si debería. […]

Eileen bajó la mirada un instante y luego volvió a levantarla, con una expresión tranquila.
—Lo importante es que no hagas nada que no te nazca. Si algo te incomoda, detente. Si algo te atrae, pregúntate por qué. No hay vergüenza en sentir curiosidad. […]

Clara se movió en su asiento, intentando no hacer ruido. Había algo en el tono de su madre que la desarmaba: la forma en que hablaba sin juicio, con esa calma que hacía parecer que todo podía decirse.

Eileen se volvió hacia ella, sin perder la suavidad.
—Clara, no te escondas. Esto también es para ti. No quiero que aprendan con miedo, ni que crean que hay temas prohibidos.

Clara solo asintió, sintiendo que un leve calor le subía al rostro.

Elena respiró hondo, todavía un poco temblorosa.
—¿Y si me equivoco? ¿Si después me arrepiento?

Eileen le sonrió, con los ojos brillantes.
—Equivocarse también forma parte de aprender. Lo importante es que te escuches, que seas tú quien decide cuándo y cómo. Nadie más. […]

El silencio que siguió fue largo, pero no incómodo. Eileen tomó las manos de ambas y las apretó.
—El deseo no es un enemigo. Es una forma de conocerse, de aceptar quién eres. No lo niegues, pero tampoco dejes que te domine.

Clara bajó la vista.

Elena levantó la mirada, aún con un hilo de duda.
—¿Y si… lo invito a casa? —murmuró, casi temiendo la respuesta.

Eileen sonrió, con una calma que parecía envolver la habitación.
—Si tú quieres, puedes invitarlo —dijo—. Ya te he dado permiso para explorar lo que sientes, siempre y cuando lo hagas porque tú lo deseas, no por presión.

Clara se removió en su asiento, notando cómo un calor distinto le subía al rostro ante la naturalidad de la conversación.

—Solo recuerda —añadió Eileen, apretando suavemente las manos de ambas—, que la decisión es tuya.

Elena asintió, sintiendo que un peso se levantaba de sus hombros.
—Gracias, mamá… —susurró—. Saber que puedo elegir me hace sentir menos… nerviosa.

 

—Creo que vendrá por la tarde… no hemos estado viendo en la playa todos los días para ver el atardecer. .

Eileen asintió, tranquila, como si entendiera la importancia de cada detalle para ella.
—Entonces prepárate para recibirlo como quieras, con calma. No hay prisas.

Elena sentía un cosquilleo en el estómago, mezcla de anticipación y nervios, pero también un extraño alivio: ya no tenía miedo de lo que sentía. Liam iba a llegar, y ella sabía que estaba lista para recibirlo, con la certeza de que todo, en aquel momento, dependía solo de ella.

Eileen sonrió con suavidad, notando el nerviosismo y la emoción en Elena.
—Si quieres que este sea un día especial, escoge algo que te haga sentir bonita, segura… algo que, cuando él te vea, te recuerde a ti misma lo que este momento significa para ti.

Elena la miró, con un leve rubor en las mejillas.
—¿Ropa especial? —preguntó, un poco tímida.

—Sí —asintió Eileen—. No para impresionar a nadie más que a ti misma, pero sí para que él perciba que este día es distinto, que lo que van a compartir es importante para ti. Que vea, incluso sin palabras, que tú lo deseas y que lo has decidido.

 

Elena bajó la mirada, pensando en qué podría ponerse. Una mezcla de nervios y anticipación le recorrió el cuerpo; sabía que cada detalle contaría, que cada gesto suyo hablaría antes que las palabras. Por primera vez, se permitió imaginar no solo su miedo, sino también la emoción de un encuentro que ella había elegido plenamente, desde su propio deseo.

 

 

Elena subió corriendo las escaleras, con el corazón latiéndole rápido, y se encerró en su cuarto. Abrió el armario y, después de unos segundos de indecisión, eligió una falda blanca ligera que se movía con cada paso, combinada con un pequeño top rojo que le daba un toque atrevido.

Se miró en el espejo y sintió un cosquilleo de emoción: la combinación resaltaba su piel, sus hombros y la curva de su cintura, y al mismo tiempo le daba confianza, como si aquel fuera realmente su día para decidir y disfrutar.

Con pasos rápidos y un nudo de nervios en el estómago, bajó corriendo las escaleras y se detuvo frente a su madre y su hermana, con una mezcla de timidez y orgullo.

—¿Qué tal? —preguntó, con un hilo de voz.

Eileen sonrió y le tomó las manos suavemente.
—Elena… te ves preciosa. Esa ropa refleja quién eres hoy, segura y decidida.

Clara también la miró, con un leve rubor en las mejillas.
—Sí… te ves increíble —dijo—. Me gusta mucho cómo te queda.

Elena sintió cómo un calor agradable le subía al rostro y una sonrisa tímida se dibujó en sus labios. Por primera vez, no solo se sentía lista para recibir a Liam, sino que también se sentía bien consigo misma, consciente de que cada detalle de aquel día lo había elegido ella.

El sol empezaba a inclinarse sobre el horizonte cuando Elena llegó a la playa. La brisa le revolvía suavemente el cabello y su falda blanca se movía con gracia a cada paso. Liam ya estaba allí, con esa sonrisa que siempre le hacía temblar el estómago. Liam la vio desde lejos. No podía apartar la mirada. El contorno de su figura se dibujaba con claridad bajo la tela ligera. Era imposible no seguir con los ojos cada curva, cada movimiento que parecía hecho para tentarlo como nunca antes

Cuando por fin llegó hasta él, Elena se detuvo y lo miró directamente.
—¿Te gusta verme así? —preguntó, con una voz baja, casi un susurro que el viento parecía guardar para él.
Liam tragó saliva.
—Me gusta todo de ti —respondió, sin poder disimular el temblor en su voz—. Cada curva de tu cuerpo es perfecta, no puedo creer que solo tengas 16 años

Ella sonrió apenas, disfrutando de su nerviosismo. Dio un paso más, tan cerca que él pudo oler el perfume que llevaba, una mezcla de sal, piel y deseo.
—Entonces no mires —dijo, mientras se inclinaba hacia él—. Siente mis nalgas que se que te encantan. —. Te siento… distinta.

—Quería que este día fuera especial —respondió Elena, sintiendo un cosquilleo de emoción—. ¿Te parece si vamos a mi casa?

Liam la miró con una mezcla de sorpresa y duda.
—¿A tu casa? ¿Y… Tu madre y Clara? —preguntó, arqueando una ceja.

Elena asintió con confianza.
—Sí, estarán. Pero no te preocupes… ya saben todo sobre nosotros. Ellas saben lo que sentimos, y no hay nada que esconder.

Él respiró hondo y sonrió, relajándose un poco.
—Entonces… está bien —dijo, tomando su mano—. Si tú lo dices.

Cuando llegaron a la casa, Elena abrió la puerta con seguridad. Eileen y Clara estaban allí, esperándolos, con sonrisas tranquilas que parecían confirmar que todo estaba bajo control. Liam las saludó con un gesto algo tímido, pero Elena sintió cómo la presencia de su madre y su hermana convertía aquel momento en algo seguro, respetuoso y suyo.

 

—Listo para un día especial —susurró Elena mientras cerraba la puerta detrás de ellos, con la sensación de que todo lo que ocurriría a partir de ahora dependía únicamente de lo que ellos decidieron juntos.
—Creo que en el jardín podemos estar tranquilos —dijo, señalando el patio trasero de la casa. Había un par de sillones y cojines en el suelo, perfecto para estar a solas.

Liam la miró, un poco nervioso, pero confiando en su decisión.
—Está bien —dijo, siguiendo sus pasos y solo levantando la mano hacía Eileen y Clara.

Elena cerró suavemente la puerta tras ellos, sintiendo que aquel pequeño gesto era el inicio de algo que había esperado y elegido por sí misma. Se permitió inhalar profundamente, dejando que la anticipación se mezclara con la calma de saber que estaban solos, pero seguros.

Se sentaron juntos en los sillones, cerca, compartiendo miradas y sonrisas que decían más que las palabras. En ese momento, Elena se permitió un momento de control, el único que había tenido en su corta relación, se acercó y lo besó, sintiendo su lengua con la suya. Liam también se dejó llevar y la abrazó, tomó su mano y la llevó a su verga por encima de la ropa.

Liam llevaba una pantaloneta larga, una bermuda como llamaban allí, Elena que sintió la dureza en el primer contacto seguía animada, metió su mano por el elástico para tomar la verga directamente, piel con piel. En más de una ocasión Liam le había pedido que se la chupara, cuando se bañaban juntos, o cuando estaban solos en la playa, pero nunca se había animado. El momento era ese. Elena se dejó caer, bajo su bermuda y la verga salió libre.  Inmediatamente abrió la boca y comenzó a chupar con desesperación, como si se arrepintiera de haberse reprimido tanto.

De lo que ninguno se había dado cuenta era que Eileen, y detrás de ella Clara, veían todo a través de la puerta transparente que daba al jardín. Hasta que la puerta se abrió y ambas salieron, con los ojos abiertos y la respiración un poco contenida.

Elena se separó rápidamente de la verga de Liam, un poco sonrojada, mientras él ajustaba su bermuda con un rubor que lo delataba. Eileen cruzó los brazos, tratando de disimular la mezcla de sorpresa y curiosidad, y Clara simplemente se mordió el labio, sin saber muy bien qué hacía su hermana.

—Eh… solo estamos hablando Mamá —balbuceó Elena, intentando recuperar la compostura pero sin molestarse en ponerse de pie, seguía acurrucada contra la pantaloneta mal puesta de Liam que no se atrevía a articular palabra.

—Vaya… —susurró Eileen, con una mezcla de sorpresa y diversión—. Parece que no eras tan tímida después de todo.

—Bueno… —dijo Elena, mordiendo su labio—, ¿Necesitan algó mamá o…?

—Creo que mejor nos vamos mamá —respondió Clara, lanzando una mirada medio asustada a su madre.

Elena se mostraba ansiosa por continuar con su mamada y Liam intentaba con gestos decirle que se pusiera de pie, riendo entre jadeos:

—Creo que nos descubrieron.

 

Elena sonrió, colocando nuevamente sus manos sobre el borde de la bermuda de Liam pero esperando a que su madre y su hermana los volvieran a dejar solos.

Eileen cruzó los brazos, apoyada en el marco de la puerta, y los miró con una mezcla de calma y complicidad.
—Sigan —dijo con suavidad, pero firme, una orden implícita envuelta en curiosidad y aprobación.

Elena no dudó. Su corazón latía rápido, pero había claridad en cada gesto: esto era lo que ella quería. Liam la miró, incrédulo, sorprendido por la naturalidad con que su madre los observaba y los alentaba a continuar.

—¿Está segura? —murmuró, buscando confirmación, mientras sus manos temblaban levemente.

—Sí —susurró Eileen—. Quiero ver como la tratas.

Eileen se sentó junto a Liam, su presencia tranquila y curiosa intensificando el momento. Clara permaneció de pie, a un lado, con los ojos muy abiertos, observando cada movimiento, cada mirada, sintiendo una mezcla de asombro, vergüenza y fascinación.

Elena halo con urgencia nuevamente la bermuda de Liam, liberando nuevamente su verga. Liam tragó saliva, todavía incrédulo, pero no resistió la invitación silenciosa.

Eileen observaba con ojos atentos, curiosos y aprobatorios; Clara, callada, no perdía ni un detalle.

—Tú también desnúdate, cariño —susurró Eileen a Elena, con una voz suave que parecía empujarla a sentirse dueña de su deseo.

Elena asintió, miró a su madre, con el corazón latiéndole con fuerza, y respiró hondo. Obedeció con una mezcla de nervios y deseo, quitándose lentamente el top que liberaba unas tetas de tamaño regular, algo separadas pero firmes, con unos pezones rosados, luego siguió con su falda blanca, tan ligera que fue muy fácil de retirar, dejando a la vista unas bragas rojas muy frágiles, al punto que se lograba divisar la forma de su vagina sobre ella, sin dudas se las quitó también, dejándose puestos únicamente sus tenis. Su vagina estaba húmeda, ligeramente abierta y la acompañaban algunos vellos que sugerían que llevaba algunos días sin depilarse.

Eileen la observaba con aprobación, mientras Clara permanecía de pie, fascinada y contenida, siguiendo cada movimiento. La presencia de ambas reforzaba la sensación de seguridad y complicidad que Elena sentía, permitiéndole entregarse a su deseo sin culpa.

 

Elena desnuda, con el corazón latiéndole con fuerza y la respiración acelerada, consciente de cada mirada sobre ella. Liam no podía apartar los ojos, sorprendido por la seguridad y el deseo que irradiaba.

Eileen inclinó levemente la cabeza, mirándolo con seriedad, pero con suavidad.
—Liam… recuerda que Elena es mi niña y que es virgen —dijo, sus palabras calmadas pero firmes—. Preparala con cuidado, guíala… muéstrale lo que necesita.

Liam tragó saliva, aún incrédulo, sintiendo la responsabilidad y la anticipación. Elena, por su parte, sonrió con una mezcla de nervios y deseo.

Liam tomó a Elena de la cintura, sus dedos hundiéndose en su mayor atributo y atrayéndola hacía él, Elena se acomodó sobre el sofá, con una intención clara de permitirle explorar y aprender, confiando en Liam y disfrutando la anticipación de lo que venía. La lengua de Liam se apoderó de la vagina de Elena, era la primera vez que la probaba y era algo que llevaba soñando por mucho tiempo, su sabor le embriagó, el sabor de una vagina virgen no tiene comparación. Sus manos presionaban con fuerza sus dos nalgas y Elena gemía con fuerza sin saber en donde colocar sus manos. Eileen los observaba sentada cerca de Liam, con una expresión tranquila pero atenta, como una guía silenciosa y aprobatoria. Clara permanecía de pie, fascinada y algo contenida, siguiendo cada gesto y respiración de su hermana.

Elena sentía que la lengua de Liam era mágica, llevándola al borde de su primer orgasmo, estaba tan emocionada y fuera de sí que comenzó a rogarle que le metiera su verga, porque quería sentirla.

Elena se acomodó sobre el sofá en el lugar que Liam le había cedido, respirando con fuerza. Eileen permanecía sentada, vigilante, con una mirada aprobatoria, mientras Clara se mantenía de pie, observando cada gesto y cada respiración de su hermana, fascinada y contenida.

Liam se acercó con cuidado, siguiendo las señales de Elena. Su verga se situó en la entrada de la vagina.

Elena inhaló profundamente, su corazón latiendo con fuerza, mientras Liam se preparaba para el primer intento. En ese instante, el aire se llenó de una tensión eléctrica: la mezcla de anticipación, deseo y novedad era casi tangible.

En el primer intento Elena pegó un grito, un sonido que reflejaba sorpresa, intensidad y la magnitud de la sensación desconocida. Su reacción no era de miedo, sino de la intensidad del momento y del placer que aún no había experimentado. Pero a pesar de la decisión la verga de Liam resultaba demasiado gruesa para su virginal agujero.

Eileen, con serenidad, asentía en silencio, reconociendo la intensidad de la experiencia y la libertad de Elena de vivirla plenamente. Clara, aunque contenida, no apartaba la mirada; cada reacción de su hermana la fascinaba.

 

Liam ajustó su postura ligeramente, y la fue introduciendo lentamente, recuperando el control y la confianza, consciente de que cada movimiento era de placer extremo para él. Una buena parte entró, las piernas de Elena estaban completamente abiertas, una de ellas incluso descansaba en las piernas de su madre. Apretaba fuerte sus dientes, reflejo del dolor que la verga de Liam le estaba causando cuando su himen se desgarró.

Liam se movía despacio pero Elena estaba convencida que podía contar cada milímetro de su verga entrar, incluso aseguraría poder sentir la forma de la cabeza de su verga explorar cada espacio nuevo en el fondo de su vagina. Pero ese dolor, no era que se convirtiera inmediatamente en placer, ese dolor era ya placer en sí mismo, porque finalmente se estaba haciendo mujer. Gemidos comenzaron a salir de ella y eso lo calentó más, lo que lo llevó a aumentar su velocidad más y más. Elena sentía que había nacido solo para ese momento. Lágrimas brotaban de sus ojos, pero no eran lágrimas de dolor, al menos no solamente, eran de felicidad por un sueño cumplido. Hasta que Liam ignoró todo y se la metió entera. Elena soltó un gritó entre dientes y miró hacía abajo. Vió como los labios de su vagina apretaban lo que nunca había imaginado podía caber entero en ella y se abrumó.

El choque de los cuerpos comenzó a sonar y con cada uno se acompañaba un gemido de dolor y excitación de Elena. Su rostro estaba iluminado por las lágrimas que resbalaban por sus mejillas y por la saliva que le caía por la barbilla.

Liam miraba también incrédulo, porque no entendía como lo que estaba ocurriendo era una realidad, estaba finalmente comiéndose a la niña que había conquistado y no solo eso, lo hacía frente a su madre y su hermanita menor, ese pensamiento lo llevó a correrse en su interior.

La cogida fue tan fuerte que cuando se retiró el semen salió rosado por los labios de la vagina de Elena. Elena no se podía mover, le ardía su vagina y sus muslos, que por la posición de sus piernas abiertas habían recibido todo el peso de Liam.

Elena intentó ponerse de pie, pero no lo logró. Su cuerpo temblaba, todavía dominado por la intensidad de lo que acababa de suceder. Liam la sostuvo con cuidado, asombrado por la fuerza y la vulnerabilidad que coexisten en ella.

Su madre, a su lado, la observaba con calma, sus ojos transmitiendo aprobación y cuidado.
—Tómalo con calma, Elena —dijo, con una voz suave que parecía envolverla—. Lo que te acabas de comer es una gran verga.

Clara permanecía de pie, un poco a distancia, observando cada gesto y cada respiración. Sus ojos reflejaban sorpresa, fascinación y una curiosidad contenida, mientras intentaba comprender la mezcla de liberación y vulnerabilidad que se desplegaba ante ella.

Elena respiraba con dificultad, tratando de recuperar la estabilidad, apoyando su mano derecha en los hombros de su madre. –Está bien —murmuró Liam, aún incrédulo—. Solo quédate así, descansa un momento.

Eileen asintió, acariciando suavemente el cuello de su hija, como reforzando que estaba segura y que podía permitirse sentirse vulnerable.
—Lo importante ahora es que escuches tu cuerpo, que te tomes tu tiempo y que sepas que todo está bien.

Elena cerró los ojos, dejando que la calma del momento la envolviera. Podía sentir la mirada de Liam en su vagina expuesta, sus piernas estaban completamente abiertas, la atención silenciosa de su madre y la curiosidad contenida de Clara. Todo esto reforzaba su sensación de libertad y de control, aunque su cuerpo todavía no pudiera mantenerse erguido.

La verga un poco menos rígida de Liam aun mostraba su grosor y era inevitable para las tres mirarla, Incluso Eileen alargó su mano un momento y pudo ver que su mano no alcanzaba a atraparla por completo. Liam se sorprendió ante el contactó pero no se movió, sabía que en esa casa Eileen mandaba.

Elena respiraba profundamente, tratando de recuperar fuerzas mientras se recostaba un poco contra su madre. Sus manos aún temblaban, pero había una chispa de orgullo y satisfacción en sus ojos; se sentía libre, dueña de su cuerpo y de su deseo, consciente de que todo había sido su elección.

Eileen la sostuvo con cuidado, admirando la mezcla de vulnerabilidad y fuerza que emanaba de ella.
—Estás bien —murmuró, con una voz cargada de incredulidad y ternura—. ¿Quieres sentarte un momento? Tómate tu tiempo, cariño —dijo—. No hay prisa. Tú decides todo aquí.

Elena asintió, recuperando poco a poco la compostura.
—Gracias… —susurró—. Esto… ha sido… mucho, pero me siento bien.

Clara permanecía de pie, un poco apartada, observando la escena. Sus ojos reflejaban fascinación y asombro, mezclados con una curiosidad contenida. Finalmente, habló, con voz baja y casi tímida:
—Nunca había… he visto algo así… —dijo, y luego se mordió el labio, con una mezcla de sorpresa y admiración—. Pero… me alegro de que lo hayas disfrutado, Elena.

Eileen inclinó levemente la cabeza hacia Clara, con complicidad.
—Tú también, cariño, desnúdate un poco si quieres sentirte completamente cómoda —dijo, de manera que fuera una invitación a la libertad, no una imposición.

Clara sonrió, podía explorar esa sensación de liberación frente a la mirada aprobatoria y no juzgadora de su madre. Ella se comenzó a desvestir, se quitó su camiseta dejando libres ese par de botones en forma de pezones que tenía en el pecho dejando que el aire y la presencia de los demás la observaran. Liam  de hecho la miraba fijamente con respeto y atención

 

El ambiente se llenó de un silencio tenso, cargado de emociones: admiración, liberación, curiosidad y un leve estremecimiento cuando Clara dejó luego abajo su pantalón, mostrando unas bragas de algodón lilas con una imagen infantil en el frente. La interacción no necesitaba palabras; las miradas y gestos lo decían todo. Los gestos de Elena, Liam y la postura de Clara sugerían lo que cada uno sentía, mientras la tensión voyeurista continuaba flotando en el aire.

Eileen permaneció sentada, con la mirada fija, fascinada y sorprendida por lo que sus ojos captaron. Clara, su pequeña hija, había actuado incluso con mayor rapidez. Clara se acercó y también, por iniciativa propia tomó la verga de Liam en su pequeña mano. La mezcla de grosor y firmeza que volvía a ganar era imposible de ignorar, y por un instante, el tiempo pareció detenerse para Eileen. No había juicio, solo una curiosidad infantil, que reforzaba la sensación de libertad familiar.

Clara, apretaba mientras la verga crecía en su mano, también lo observaba, con los ojos abiertos y un leve rubor en las mejillas. Sus pensamientos eran un torbellino: admiración, sorpresa y una fascinación contenida, mientras procesaba lo que veía y cómo su hermana había tenido todo ese instrumento en su interior.

Elena, todavía apoyada contra Liam, recuperaba lentamente la compostura. Su respiración se estabilizaba, y un hilo de sonrisa apareció en sus labios al ver a su pequeña hermanita.

Liam, consciente de lo que ocurría, no podía evitar la incredulidad mezclada con respeto: todo lo que había sucedido era tan intenso como inesperado, pero él aceptaba la dinámica que se había establecido.

Eileen inclinó la cabeza levemente, como en señal de complicidad, y susurró ahora a Clara con suavidad:
—Tómalo con calma, cariño… Tu eres demasiado pequeña para esto

Clara, aún hipnotizada por la escena, finalmente se animó a decir algo, con voz baja y temblorosa:
—Es… impresionante… demasiado grande. Me sorprende que haya estado dentro de Elena…

Elena la miró, sonriendo con ese brillo de satisfacción que solo da la libertad de vivir su propio deseo, y asintió ligeramente:
—Gracias… todo esto es mío… pero te lo presto.

 

«Quiero que también se lo hagas a ella.» Sorprendió de pronto Elena.

—Eres perfecta para mí… En todo sentido. Le dijo Liam. Pero Eileen sonrió y lo negó, no es el momento tu hermana es muy pequeña no hay probabilidades de que eso le entre aún.

Pero Clara, con la actitud de iniciar un berrinche pidió a su madre que le diera permiso, Eileen se mantenía en un No rotundo, aunque lo decía entre risas. Elena le pidió a su hermanita que se subiera al sofá, de pie como lo había hecho ella al inicio. Clara así lo hizo, frente a Elena y su madre quedó una vagina completamente lampiña. Elena la tocó y le dió la razón a su madre. Eileen, con las palabras más amables que pudo y con mucho cariño le indico que físicamente no era posible, que tendría que esperar un poco.

 

Clara hacía pucheros y en ese momento Liam se acercó, sugiriendo a ambas que quizás con acariciarla sería suficiente, cosa que Clara negó, sin embargo, se quedó callada y quieta cuando la verga de Liam tocó sus pequeñas nalgas. 
 Clara miró para atrás y en ese momento sintió algo de miedo. Eileen asintió y Liam comenzó a darle pequeños besos en el cuello, pasando su lengua por las orejas de la niña. Clara sentía su verga aprisionada contra sus nalguitas. Liam no hacía nada con su verga solo la dejaba ahí.

Lo que sí le decía Liam era lo linda que tenía su colita, lo suave que era y eso a Clara la hacía sentirse bien. Notando el rubor en la cara de la niña inclusive comenzó a hablarle más morboso, diciéndole que a él también le gustaría meterle la verga a ella.

Clara le pedía que intentara que ella prometiera no quejarse. Pero Liam se negó, sabía que Eileen había dado prácticamente una orden, así lo hubiera hecho con una sonrisa en la cara, se despegó de Clara y se sentó al otro costado de Elena con su verga apuntando al cielo.

Clara rápidamente se sentó sobre él escuchando su verga en medio de la raja de su cola, lo que avivó los comentarios de los tres, sobre lo lanzada que estaba siendo, mientras se reían Clara se movía en círculos, generando que la excitación de Liam fuera en aumento. Sin que Eileen y Elena se dieran cuenta, Clara tomó la verga de Liam con su mano, metiéndola entre sus piernas la verga quedó instalada en el orificio de su ano. Liam sonrió y le indicó que por ahí tampoco entraría.

Clara no entendió el comentario y Eileen le explico que por la cola también se puede tener sexo. Clara entonces le preguntó sí por ahí no era más fácil, a lo que Aileen le contestó que quizás, porque a su edad el ano podría dilatarse más que su vagina.

Liam entendió esto como un permiso y acercó su dedo índice a la entrada trasera de la niña. Liam le fue metiendo el dedo lentamente, si bien a Clara le estaba causando dolor ella no lo decía, incluso trataba de no demostrarlo con sus gestos. El dedo de Liam le entró completo y así se lo mostró a Eileen y Elena quienes sonrieron sorprendidas, sobre todo su madre. Liam movió adentro y afuera el dedo suavemente y luego un poco más rápido, arrancándole gemidos rítmicos a Clara.

Al escuchar sus gemidos, Liam agarró la cintura de la niña con su mano izquierda y junto el dedo medio de su mano derecha con el índice y los introdujo juntos en el ano de la pequeña niña. Clara se levantó rápido por el susto que esto le causó, pero antes de esperar que su madre le dijera algo y con la intención de no darle la razón volvió a echarse para atrás, por lo que Liam repitió el proceso que había venido haciendo pero ahora con dos dedos. Sin embargo le fue imposible no quejarse, Cuando los dos dedos entraban juntos quejidos salían de su boca y sus ojos se cerraban con fuerza.

Liam en ese momento consideró oportuno adicionar un tercer dedo y está vez lo hizo sin consideraciones, los tres dedos juntos entraron apenas las dos primeras falanges, lo que causó un grito mayor en Clara. La niña se quiso levantar pero Liam la tenía ahora sujeta con fuerza en su mano izquierda. Liam le decía que aguantara que lo estaba haciendo muy bien.

Clara sentía que se partía, pero como antes le había ocurrido a su hermana mayor, le gustaba a pesar del dolor, justo en ese momento su vagina comenzó a soltar gotas y luego un chorro largo, Clara se estaba orinando. El orín caía en chorro sobre el suelo. Eileen soltó un suspiro de asombro a pesar de que Clara parecía avergonzada. Su madre le dijo que no pasaba nada, que eso era normal mientras Liam movía sus tres dedos como si estuviera sacando algo de su interior.

La vergüenza y el dolor causaron que Clara soltara algunas lágrimas. Liam por su parte nunca había tenido una experiencia con alguien tan pequeña y eso causó que por un momento se olvidara de la presencia de Eileen, comenzó a llamarla putita y a decirle que su ano estaba riquísimo.

La soltó de su cintura, Clara estaba completamente abotonada en los dedos de Liam, no podía realmente moverse ni para adelante ni para atrás. Liam entonces con su mano izquierda apretó sus pezones, pellizcandolos y haciendo que la niña se quejara más.

Finalmente Clara cedió y comenzó a decir que le estaba doliendo. Pero ahora Liam le pedía a su putita que aguantara. Ni Elena ni Eileen intervienen. Liam le sacó los dedos de golpe untados con sangre, se puso de pie y dejó a Clara sentada junto a Elena. Clara se asustó por el sonido que había escuchado cuando sus dedos salieron. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar más. Liam le acercó su verga a la boca y se la restregó, obligando a la niña a abrirla. La cabeza era lo único que medio le entraba en la boca, la tomó de la cabeza con una de sus manos, haciendo un nudo con su cabello y se corrió dentro, el semen se regaba en el interior de la garganta de Clara a pesar de sus quejidos.

Liam se separó de ella lentamente. Una leve mancha de semen sobre la barbilla de Clara era un recordatorio silencioso de lo que acababan de compartir, y él la notó sin decir nada. Elena, Eileen y Liam intercambiaron una mirada cómplice, cargada de intensidad. Mientras Eileen Llevaba a Clara al Baño Liam se sentaba junto a Elena, cada uno volvió a sus pensamientos, conscientes de que aquel momento quedaría grabado en su memoria para siempre.

1131 Lecturas/3 diciembre, 2025/0 Comentarios/por Ericl
Etiquetas: baño, hermana, hermanita, hija, madre, mayor, playa, sexo
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