Yegua y Reina: Nina y Gema, de 13, enfiestadas por cinco criminales
El Jefe y el Mayordomo se dan los últimos gustos y fantasías con Nina, mientras degustan a la nueva reina, la mulata alta, tetona y culona de ojos verdes. Después la venderán al Jeque árabe. .
Los dos días de BDSM a Nina fueron intensos, agotadores en todo sentido para los dos, y si bien protagonizarlos y editarlos fue excitante, no agregan nada a la historia de Nina, que quiero terminar de contar aquí, en la celda que habitaré de manera perpetua.
Del tercer día no hay video, pero desde la nochecita hasta la madrugada tuvimos una fiesta de merca y putas en el Aguantadero con tres compinches del Jefe, la nueva mulatita del Jefe y Nina (drogada y atada). En síntesis: éramos cinco machos maduros, viciosos y depravados contra dos nenas de trece.
Como ya he contado, Gema, la mulatita, era alta, tetona, culona, de labios enormísimos y ojos verdes. A los quince iba a ser una hembra apocalíptica; a los trece ya estaba para que le dieran entre cinco.
La pendejita, muy tonta y engreída por lo consentida que la tenía el Jefe, era antipática conmigo. El Jefe le toleraba o incluso algunas veces le celebraba sus groserías, pero ya en un aparte me había dicho, con los ojitos brillando de maldad, ‘Pronto te vas a vengar’. Y verdaderamente lo estaba esperando; a diferencia de Nina, no estaba enamorado de ella ni la deseaba; sólo quería destruirla a pijazos.
Yendo a los hechos: cuando Nina comenzó a espabilarse tenuemente habrá notado que estaba contra la pared, a un costado de la chimenea encendida y bochornosa, en la pared de fondo de la habitación central del Aguantadero. En el centro de la habitación, sobre una alfombra persa, había tres sofás (uno largo de cinco cuerpos, otros de tres cuerpos a los costados) en herradura abierta hacia la pared donde estaba estaqueada Nina. Entre ellos, una enorme mesa ratona de vidrio.
Entramos el Jefe, yo, Gema, Cani (de Caníbal, treinta y ocho años, brazo fuerte y gatillo del Jefe), Edison (El Uru, cuarenta y cinco años, un torturador quizá menos creativo, pero más sádico que yo) y Salva (el nuevo preferido, de veintisiete años, inescrupuloso, bruto y cruel). En cuanto vieron a Nina en cruz y concha para arriba, exclamaron ‘¡Uh, Jefe, nos consiguió una putita para nosotros! Y también es una nenita’.
El Jefe respondió, magnánimo (en voz clara y fuerte para que Nina oyese bien) ‘Aprovéchenla porque es la última noche que la tengo; la vendí a un cabarulo de ruta en Santiago del Estero. Se la van a coger camioneros gordos y viejos de a 50 por día. Y ahí va a entender lo ingrata que ha sido con quienes la cuidaron, la educaron y la convirtieron en lo que es’, concluyó con cínica indignación.
Empezamos a armar rayas sobre la mesa. Aspiramos primero los secuaces del Jefe. Él se sentó en el medio del sofá de cinco cuerpos y sentó a Gema en su verga ya parada bajo el pantalón. La nena se revolvió, tímida, porque nunca se la había manoseado delante de nadie (salvo yo, que no contaba). Estaba vestida con unos microjeans gastados que dejaban escapar sus espléndidas nalgas de ébano y lucir sus interminables y brillantes piernas; podría haber sido una superestrella de Hollywood, pero le había tocado ser pobre y caer en manos de un depravado y sus secuaces. Me dio un poco de pena lo que estaba por pasarle, desde ese punto de vista.
Mientras tanto, el Uru se había arrimado, todavía esnifando, a Nina. Extasiado, le olió la conchita recién lavada pero ya húmeda por el Gotexc, en plena eclosión programada para ese momento. Le empezó a chupar la conchita mientras el Jefe, disimuladamente, metía una mano en el bolsillo de su cárdigan y accionaba el vibrador del ano de Nina y, al mismo tiempo, el vibrador de la vagina de Gema.
De inmediato, la todavía medio atontada Nina empezó a sacudir el pubis, y el Uru rogó ‘Jefe ¿me la puedo coger ahora?’.
El Jefe negó con la cabeza y dijo ‘No. vení a sentarte acá y mirá a Gema cómo aprendió a tomar merca’.
Enseguida, la nena se dobló sobre la mesa ratona sin doblar las rodillas y aspiró una raya corta por cada orificio nasal. Mientras tanto, los cinco machos le mirábamos el orto y nos manoteábamos el ganso, extasiados con el paisaje de su orto. Cuando terminó de aspirar y se quiso enderezar, el Jefe se inclinó sobre ella, apoyó una mano en su cintura para impedírselo y empezó a bajar el microjean a los tirones. La nena se sacudió, espantada. El Jefe contemporizó (para estupor, supongo, de Nina, perfectamente atontada en sus movimientos pero absolutamente lúcida, observando y oyendo todo, cabeza abajo con un traje de latex que la envolvía toda salvo la boca, los ojos, el culo y la concha) ‘Acordate. Sos mi esclavita. Te compré. Sos mía para lo que quiera cuando yo quiera, donde yo quiera y con quien yo quiera’.
Drogada, la nena sonrió, evitando mirar a los otros cuatro machos que oteábamos sus espléndidos jamones con los ojos brillantes de deseo (y de merca). El Jefe terminó de bajarle el microjean y la tanga hasta las rodillas y comenzó a comerle el ojete y la concha (porque era una señora concha, aunque totalmente depilada porque así le gustaba más al Jefe). Después de un par de minutos, se dio vuelta para decirme ‘¿Te abrís unos champús?’.
Mientras yo iba, volvía con las copas y dos botellas, las abría y las iba sirviendo, el Jefe había desenfundado la pija, ensartado la chuponeada y muy húmeda concha (ella también estaba pasada de Gotexc), y ya estaba terminando de cogerla, acabando entre gemidos bajos y dejándola con todas las ganas y bien lecheada.
Jadeando y con el prepucio goteando leche, el Jefe se sentó en el sofá y empezó a sacarse los pantalones. Dejó que contemplásemos a la espléndida hembrita de trece chorreando leche por sus muslos interminables y, ya en bolas y en camisa y pulover, le ordenó ‘Andá a lavarte la conchita y después te quedás en tanguita negra y topcito rojo, mi reina, que te quedan hermosos’.
Avergonzada, la nena sonrió como pudo y fue, evitando mirarnos a los ojos, con la vista baja, a higienizarse. Volvió entangada como un demonio azabache y felino. El Jefe se la sentó en la falda y la manoseó todo lo que quiso mientras seguía charlando con nosotros, ignorándola por lo demás. Ella lo miraba a él fingiendo interesarse por la conversación (de fútbol, chino básico para ella) mientras él le sobaba distraídamente las tetas, el culo o la concha, pobre nena de trece años trasplantada de la casa de sus padres a otro país y en manos de una gavilla de depravados.
El Cani, el Uru y Salva estaban alzados con la mulata, pero también ganosos de Nina. El Jefe, advirtiéndolo, me dijo ‘Desatala y traéselas’.
Nina era un maniquí, sin poder usar sus brazos ni sus piernas. La llevé en andas hasta el sofá de cinco cuerpos y la arrojé a las piernas de los tres. La atajaron, ya con las pijas afuera.
El Jefe se había mudado al sofá de tres cuerpos izquierdo y tenía a Gema otra vez en cuatro, chupándole la concha para calentarla bien y dedeándole el orto. La nena estaba muy caliente por el Gotexc más la merca más la excitación de estar expuesta sexualmente a un montón de desconocidos (supongo). Cuando me vio, el Jefe me dijo ‘Tengo ganas de servirme otra copa. ¿Querés chuparle la conchita a Gema?’.
Encogiéndome de hombros, le contesté ‘Bueno’. Él se fue a servir y Gema se quedó mirándome aterrorizada. Creo que mi gélida sonrisa rubia y lampiña entre todas esas caras hirsutas y morochas la asustó más. Cuando acerqué mi boca a su conchita, la vi temblar; cerró los ojos. Le di un fuerte sopapo en ese soberbio ojete. Se asustó y dio un breve aullido.
De lejos y empinándose la segunda copa, el Jefe le ordenó ‘Sé educada con él. Es mi amigo. Todo lo que es mío es de él también. Así que tu culo, si él quiere, es de él también’.
Me arrojé sobre ese insigne ojete al tiempo que le abría las nalgas, y hundí mi cara entre ellas. Le di una chupada de ojete de campeonato que, de llevarme por los videos de cada una de sus cópulas en el Aguantadero, jamás había recibido del Jefe, y eso la puso más como loca. Me rogó, bajito ‘Cógeme. Necesito que me cojas’.
Le respondí ‘Es temprano, mejor miremos cómo los muchachos se la violan a Nina’. Asintió, desesperada y desilusionada. Me saqué el pantalón y me la senté en la falda, con el culo bien sobre mi verga parada. Miré por encima de su hombro: mi poronga sobresalía entre sus muslitos espléndidos, de top model de trece años (si una top model tuviera semejante cuerpazo).
El Jefe se había instalado en el sofá de tres cuerpos derecho y contemplaba encantado a Nina ensartada rudamente por el Uru. Nina fruncía la carita, pero apenas si podía mover un poco sus extremidades. Transpiraba profusamente bajo el traje de latex; además, le chorreaba el sudor del Uru. Su cabecita de latex descansaba sobre los muslos desnudos del Cani, que intentaba descifrar cómo meterle la poronga en la boca sin sacarle el bozal.
Yo observaba todo mientras seguía masturbando distraídamente el clítoris de Gema, que abría y cerraba sus rodillitas desesperada, al borde de un orgasmo que íbamos a seguir negándole por un buen rato. Le pregunté ‘¿Te gusta ver cómo se la cogen?’
‘No. Me da miedo. Pero estoy caliente. Estoy muy caliente’.
‘Debe ser la merca’, conjeturé con la mayor hipocresía.
‘Sí’, admitió la putita. ‘¿No querés cogerme?’.
‘En un rato. Tenemos toda la noche. Ahora arrodillate entre mis piernas y tragate toda mi verga hasta que te diga que pares’, le ordené impasible.
Cuando volví a mirar hacia el sofá de cinco cuerpos, el Uru le seguía dando firme a Nina, con las manos afirmadas a los costados de la nena, mientras el Cani finalmente se había animado a sacale el bozal rojo y le estaba cogiendo por fin la boca con su tremenda y venosa verga (todo hay que decirlo). La nena se ahogaba con los pijazos que recibía por arriba y daba respingos por los pijazos que recibía por abajo.
Salva los miraba pajeándose de pie, desesperado. Rogó ‘Jefe, ¿me puedo coger a la mulatita con el Mayo?’.
El Jefe negó sin dejar de mirar la violación doble de Nina ‘No. Esta noche es para él, por unos favores que me hizo’. Salva calló y el Jefe ordenó ‘Uru, dejalo al Salva ponerla un poco, y vos si querés, Cani, cogele la conchita. Con cuidado que es mercancía cara’.
El Cani sonrió como sonreiría un predador antes de comerse a su presa viva. Le levantó las piernitas a Nina, las juntó contra su hombro derecho y así, arrodillado, la empezó a cepillar duramente.
En ese momento, le susurré a Gema ‘No te asustes, te voy a ayudar a que te la tragues toda así aprendés’. Acto seguido, le apreté la nuquita con las dos manos y le metí la poronga literalmente hasta el esófago. La mantuve así los siguientes tres minutos, hasta que acabé como un burro. Desesperada, recibiendo leche caliente en el esófago, goteando viscosamente hasta el estómago, sin poder respirar, se sacudió y hasta me golpeó los muslos y las caderas con sus puños. Pero no cedí un ápice y seguí con todo el peso de mi cuerpo en mis dos manos sobre su nuca hasta que me vacié totalmente mientras observaba cómo el Cani y Salva se violaban a Nina en el sofá contiguo.
Cuando se la saqué de la boca, Gema estaba morada, casi inconsciente. Su naricita expelía hilos de semen. Sus ojitos verdes con reflejos dorados se perdían entre sus párpados entrecerrados. Me había vomitado todas las bolas. La levanté de las rastas con una mano, la abofeteé con la otra y le dije ‘Nunca vomites al macho. ¿Entendiste?’. Asintió, medio desmayada. Agregué ‘Es por tu bien, para que no te traten mal. Andá a lavarte la carita y los dientes y después andá a jugar con el Jefe’. Se alejó como pudo, trastabillando y tambaleándose.
Esta mecánica siguió por una hora larga. Los tres secuaces se turnaban para coger la boca y la conchita de Nina y el Jefe y yo la calentábamos a Gema, nos deslechábamos y la dejábamos con todas las ganas, mientras que el Jefe, en pelotas y cardigan, metía cada tanto una mano en uno de los bolsillos de la prenda y accionaba intermitentemente con su único control remoto los dos vibradores (el del culo de Nina, el del clítoris de Gema).
De lejos, adiviné que Gema le rogaba al Jefe que la cogiera. El Jefe claramente la retó ‘Es una fiesta con mis amigos. No seas egoísta y andá con el Mayo, hoy sos de él’.
La nena caminó hacia mí desolada, entangada y oliendo a mujer. Era tan espléndida que casi no la odié. Pero ya no me contuve: en cuanto la tuve a tiro, la arrojé sobre el sofá de tres cuerpos izquierdo y la ensarté hasta el fondo de una.
Gritó asustada, más que dolorida: estaba literalmente chorreando de deseo, y mi poronga entró como cuchillo en la manteca. Le abrí bien las patas y le empecé a dar con todo. La intención era asustarla y hacerle doler, pero estaba tan caliente que le encantó, y acabó en menos de dos minutos con un squirt que no tenía nada que envidiarle a un top ten de Nina.
Como la tonta no entendía que tenía que sufrir, sin solución de continuidad la puse culo para arriba y le ensarté ese ojete que sólo el Jefe (con su pija normal) había hollado. De inmediato empezó a gemir rítmicamente con sonido de cachorrita. Ahora sí le estaba doliendo. Sin embargo, no le había metido más que cuatro centímetros; más la hubiera roto en ese momento.
Seguí empujando rudamente pero con suma pericia para ensancharle el conducto lo más rápido posible sin lastimarla. Mientras tanto, miré un ratito a Nina otra vez con su boca cogida por el Cani, mientras el Uru y Salva intentaban meterle las dos pijas a un tiempo en la pequeña conchita y el Jefe carcajeaba y, cada tanto, accionaba los vibradores. La nena ya se podía mover un poco, pero estaba extenuada por la paliza que le estaban dando y todo lo que había sudado en su traje de latex, al amor de la chimenea.
Después de quince minutos de sufrimiento para Gema, ya le había metido mis veintipico centímetros de verga hasta los huevos, y me movía un poquito clavándola más. Gemía otra vez como un animalito asustado a cada embate de mi pija.
Empecé a cogerla cada vez más rápido y más fuerte. A los diez minutos ya saltaba sobre su ojete para cogerla más; ya podía hacerle doler todo sin romperle nada. Ella, que no comprendía mi acto de piedad, lloraba a chorros y gemía entrecortadamente, entre pucheros. Me aferré a sus caderas poderosas con dos fuertes palmadas y apuré los pijazos. Al final, para mayor horror suyo, acerqué bien mi boca a su oreja derecha y me desleché a los gritos. Cuando acabé, la mulata todavía estaba temblando como un gamo atrapado. Indudablemente, Gema no tenía el temple de Nina: iba a ser un bocadito momentáneo del Jefe, que iba a terminar aburriéndose rápido de ella, extrañando más a nuestra infortunada heroína por comparación, y tratándola peor a la cubanita.
Mientras extraía cuidadosamente mi poronga de ese insigne ojete, sentí verdadera pena por ella y su destino. Quizá tuviera suerte como Nina, pensé, y se la compre un jeque árabe o un empresario estadounidense para cogérsela con exclusividad en una vida de cautiverio. Pero la duración de sus males era potencialmente inagotable: a Nina la buscaba una ciudad y, en menor medida, un país; a Gema nadie la buscaba, nadie en el país sabía que existía, no tenía ni documentos, pensé mientras le aplicaba un fuerte puñetazo en cada muslo, cerca de las nalgas.
‘Esto es porque no me cogiste bien con el culo. Es por tu bien, para que aprendas por las buenas’, le expliqué acariciándole el orto. Como no respondía, le pellizqué fuerte la nalga derecha y pregunté ‘¿Entendiste, putita?’.
Respondió con un largo y gimiente ‘¡Síiiii!’, y volvió a llorar lo más susurradamente que pudo. No le iba a durar nada al Jefe, volví a pensar.
Levanté la vista y el Jefe estaba contemplándonos. Nos miramos a los ojos y nos entendimos. El Jefe, molesto, indicó ‘Chicos, cambiamos. Ustedes le dan a la mulatita y nosotros le damos a Latex’. Los degenerados rugieron de satisfacción. El Jefe se puso de pie sosteniendo a Nina, que todavía caminaba torpemente. La ayudó a ir hasta la ducha, mientras yo les decía a los tres depravados ‘Por razones de seguridad, estas habitaciones están selladas. Ahora nosotros nos vamos a ir al lado a enfiestar a Latex. Les queda ese baño y una cocinita para ustedes. Cocinen lo que quieran’.
Ya la fiesta de cinco contra dos había terminado. Custodié a Nina y al Jefe hasta la Habitación 4 (una mezcla de la 1 y la 2, en cuanto a sus funciones) y encendí las cámaras ocultas de la Habitación Central. Gema estaba lista para protagonizar involuntariamente su primer video de orgías.
Cuando me volví hacia mis compañeros de cogienda, el Jefe le estaba cortajeando el traje de latex sobre los hombros a Nina, que se dejaba hacer con la mirada perdida. La nena estaba exhausta, verdaderamente la íbamos a destruir. Pero era nuestra última vez con ella, nuestra Nina, nuestro secuestrado e indomable amor imposible, y la íbamos a aprovechar.
Por eso, y porque no hay testimonios fílmicos, no recuerdo instante por instante la última enfiestada que le pegamos a Nina. Creo que los dos (el Jefe y yo) estábamos entre tristes y emocionados, además de dados vuelta de alcohol, merca y faso.
En contraste, la nena accedía a nuestras demandas venéreas con indiferencia, dejándose mover como una muñeca de trapo y sacudir como nos viniese en gana. Su cuerpo temblaba de placer por el Gotexc, pero la extenuación por los días y días de maltratos más la violación triple que le acababan de inferir los (otros) tres esbirros más temibles del Jefe y quizá restos del efecto de la droga inmovilizadora, incidían en su gesto inexpresivo. Sólo surcaban su rostro, fugazmente, gestos de dolor cuando un pijazo se cebaba demasiado contra el fondo de su maltratada conchita o dentro del culazo de orificio tan estrecho cuan estirable.
El Jefe prácticamente me obligó a hacerle una doble ensartada para terminar la noche. La tenía clavada por el orto, arrodillado dándole en perrito. Sudado y jadeante, se tiró boca arriba con el choto todavía enhebrado en la nena, le abrió las patas con sus rodillas y me ordenó que le ensartase la conchita.
A Nina le costó más que nunca recibirme, con la chota del Jefe adentro del orto, y pese a que la coordinación entre sus dos machos era perfecta: cuando uno entraba a fondo, el otro sólo dejaba la puntita enterrada. Mientras la ensanguchábamos concienzuda y enjundiosamente, Nina derramaba silenciosas lágrimas, mitad de dolor y mitad de hartazgo, supongo, con esa vida perra que le había tocado.
Yo estaba a punto de acabar, también con los ojos llenos de lágrimas. En ese momento miré fugazmente al Jefe y él también estaba con la mirada brillosa. Avergonzados y como de común acuerdo, empezamos a coger con furia a Nina, arrancándole los primeros gritos de dolor y gemidos de placer del primer y último trío entre los protagonistas de esta cruel historia.
Ella al principio se quejaba del dolor insoportable acumulado todos esos días, pero a los tres o cuatro minutos empezó, sin dejar de expresar inarticuladamente su dolor, a tirar culazos y conchazos para recibirnos más y mejor. Eso nos calentó más a sus machos, y lo que siguió fueron cinco minutos frenéticos de concierto para dos pijas, culo y concha cuya culminación fue un interminable orgasmo cuádruple, con squirt sostenido y los huequitos de Nina rebalsados de leche.
Creo que nos dormimos casi enseguida así como estábamos, ensartados los tres, con Nina ensanguchada y aplastada por nuestros cuerpos peludos y viejos.
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