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Fantasías / Parodias

🎁Regalo para un morro de 12 😁

Lo que habrías querido cuando tenías 12 años.
🆁epentinamente, me vi a mí mismo ante una mesa, un comedor de cuatro puestos con mantel de cuadritos rojos y amarillos. Los cuadritos amarillos tenían dibujos a línea de animales de granja.  Sobre la mesa estaban servidos  un par de pocillos humeantes. Y ni bien con tan poco de la bella visión, empezaron las incongruencias: ¿Cómo sabía que aquel chocolate sí era «Chocolate de verdad» si no lo había probado? Y ni se diga del pan enrollado, dorado e inflado, y a su lado aquellos cortes casi cúbicos de queso de diáfano blanco con apenas uno que otro hoyuelo.
Más allá de la mesa había una pequeña sala, una mata de caucho y un portón doble de vidrio martillado a través del que penetraba luz de día, a juzgar por su color: la primera luz del día. Tampoco sé cómo diantres sabía que saliendo por esa puerta debería haber un pequeño jardín con novios, rosas y geranios. Al lado de la sala, a mi izquierda, había un garaje bajo teja. Este tejado con cercha de varilla prolija, me hizo fijarme en que toda la casa debería estar recién terminada, porque todo lucía muy nuevo en ella. El último brochazo de pintura debió haberse extendido hacía menos de una semana y después de eso debió amueblarse la casa, incluyendo aquel comedor y sus pesadas sillas metálicas con cojines rojos. Ese tipo de sillas se podían usar solo en tierra caliente, de otro modo, el metal entumiría a quien la usase. Tuve la vaga idea de haber pensado «Hacía centurias, no veía sillas de estas».
En el garaje había un coche, un todoterreno del cual veía yo solo su puerta trasera y la llanta de repuesto descubierta. El vehículo era de color verde oliva y de techo blanco. La defensa era de metal pintado de negro y labrada con rayas entrecruzadas. No era un carro de modelo reciente, sino viejo, tanto como yo. No obstante, se veía en tan buen estado que solo quedaba un par de opciones: O este campero poco aerodinámico y de color anacrónico era una restauración que debería estar en una exhibición, o estaba yo en el pasado. Pero no tuve tiempo de pensar más porque se presentó ante mis ojos algo que hizo que todo lo demás se desvaneciera de mi atención como humo al viento. Llegó tras abrir una puerta metálica, tras la que pude ver por un instante una ventana y en esta, el reflejo de un patio y la sombra de un árbol. Era una muchacha, de, creo yo, unos 16 años, máximo. Y es lo más hermoso con que haya yo soñado. Tenía el cabello de color rojo fuego y medianamente ensortijado, como una mata de bucles desordenados. Su piel era blanca, aunque un poco enrojecida por el reflejo de su pelo y, además, lucía una nubecilla de pecas claras en el dorso de su delgada nariz y un poco a los lados. Me puse nervioso y feliz, pues ya sabía lo que pasaba siempre cuando estaba a solas con ella.
Un momento: ¿Cómo es que sé ciertas cosas con certeza si no sé ni dónde (ni cuándo) estoy? Fue el primer indicio de que quizá estaba soñando.
Esta hermosura de muchacha, como salida de un cuento de hadas, se sentó delante de uno de los desayunos. Me sonrío con entusiasmo, más del que había recibido yo en la vida entera… Al sentir eso, tuve la idea de que probablemente estaba yo metido en el cuerpo de alguien más, espiando no solo lo que veía con sus ojos, sino inmiscuyéndome en sus pensamientos y recuerdos. Por eso «sabía sin saber». Entonces me miré las manos: ¡Eureka, era un mocoso! Mis manos correspondían a las de un morro de máximo doce años de edad. Tenían la curvatura delicada del cuerpo de un niño y la suavidad de aquellas que solo han alzado lápices para hacer tareas y balones para jugar, y que, no conocían la dureza del trabajo.
La chica me indicó que comiera. Ella llevaba un saco abierto de lana de color verde, similar al verde del campero. Una de mis dos consciencias me dijo que ese saco ya no lo usaban ni las abuelas. Pero en ella se veía bien, parecía comprado el día anterior, su tejido se veía firme. Al haberla visto entrar, reparé también en su vestido largo y holgado, de flores opacas de color ocre, en sus calcetas cortas y zapatos blancos de hebilla. Mi consciencia, esta consciencia lúgubre y perdida que escribe; trataba de analizar, pero la otra, la del chico, libre y pueril, solo suspiraba. Me hallaba frente al amor de mi vida, desayunando alimentos campesinos en una casa de ensueño.
Una voz sonó desde el jardín, y puedo apostar a que fue la de mi madre. Se despidió y mi compañera le respondió. Pensé que si había otra salida además de ese portón doble de vidrio martillado, la casa debería ser más afortunada de lo que yo había imaginado, incluso que lo que podía soñar con mi debilitada alma. Tenía patio y puerta trasera, entonces. No debía tener vecinos. Pero otra vez, no tuve tiempo de analizar más, porque aquel ángel en frente de mí llamó la atención del niño e inhibió la mía. La despedida y partida de mi madre, hizo que ella me mirara con especial malicia. Pude darme cuenta de que sus ojos eran verdes. Apretó uno de ellos con su pómulo y sonrió a labio unido, sin dejar de mirarme. Puso el pan enrollado y ya mordido de vuelta en el plato y se paró de su silla. Rodeó la mesa y llegó a mí. Tomó mi rostro a dos manos y me besó en la boca. Metió su lengua y dibujó algunos círculos al rededor de la mía. Entré en conflicto. Aquel morro afortunado estaba en la espuma de la felicidad, pero yo quería tomar el control para hacer lo que de seguro ese mocoso (yo mismo) no iba a ser capaz de hacer. Pero la euforia del joven se sentía tan bien que dudé. ¿Valdría la pena arruinarla con lujuria? ¡Mierda! ¿Tan patética es mi vida que renunciaría a un sueño retozón por experimentar la alegría en el cuerpo de un niño?
La boca del pelirrojo ángel sabía al pan dorado que había mordido recién, mezclado con su aliento cálido y la humedad de su lengua rozagante. Sus manos a los lados de mi cara emanaban el perfume del jabón de baño. Tuve una erección. Ella terminó el beso con un apretón a mi labio de abajo y me miró, mordiéndose la boca y sonriendo apenas. Mi Dios, era el rostro más bello que hayan visto—tanto el chico como yo. El rojo natural de sus labios era idéntico al de su cabello. Sin dejar de verme con ese gesto lujurioso, se recargó de cola en la mesa y se arrastró para acercarse más a mí. Se desabotonó el saco de lana verde oliva. Su pecho estaba guardado bajo el peto de su vestido, de encaje de flores blancas. Se inflaba y desinflaba con rapidez. Acarició mi rostro, primero con ternura, con todos los dedos y luego, sorpresivamente, con lascivia. Con el dedo índice recorrió el lado de mi cara y se acercó todavía más a mí. Puso su pecho a centímetros de mi nariz. La temperatura y el aroma de ella se unieron para enloquecerme. ¡Ay, madre mía! Su pecho también tenía pecas. «No quiero despertar de esto, no quiero, quiero morir aquí». Agarró mi cabeza por atrás y la pegó a ella. Mi cara de mocoso, a lo sumo redonda, estaba recostada en las praderas del paraíso, recién creado por Dios. Quise meter mis manos bajo su falda, pero las manos no me respondieron. Quise hablar, pero ni el pecho ni la boca me obedecieron. No obstante, podía disfrutar de todo lo que estaba sintiendo el chico. Ella interpuso su mano y haló su vestido hacia abajo. Dejó que uno de sus senos emergiera y lo dejó a un dedo de distancia de mi cara. Solo seguía respirando profusamente. Ese seno perfecto de adolescente, que sostenía el vestido en vez de que el vestido lo sostuviera a él, estaba ahí, desnudo, casi palpitando delante de mi cara. Ella estaba probándome, a ver si yo sería capaz de moverme por mí mismo. Su pezón estaba… Esto lo supo mi consciencia de hombre, no la del chico… Estaba erecto.
—Béseme —Susurró.
Estiré mi pico y puse mis labios en su piel. Temblaba como gelatina. Tuve un inmenso deseo de darle una mano al pobre morro y tomar el control, pero ya sabía que estaba allí solo como espectador. El contacto de mi boca con su piel me descargó la energía de un rayo a través del cuerpo. Sentí como si el estómago se me arrugara y quedara chico como uva pasa. Ella se movió intencionalmente para que mi beso fuera para su pezón. El cambio de textura fue como haber volado a otra galaxia. Pensé, que uno debería poderse borrar la memoria deliberadamente y poder disfrutar cada vez como si fuera la primera. El sabor de algo desconocido para el chico, pero no para mí, entró en mi boca. Tuve la sensación de que algo actuaba dentro de mí, como si hubiese consumido una droga, y de que aquel sabor y aroma pegados a mi cara, durarían días. Ojalá duraran siglos.
Ella repuso su vestido y se apartó repentinamente, como diciendo «eso es todo por ahora» e incluso, batiendo el índice, jugando conmigo. Su carita estaba enrojecida. ¿Cómo habría de estar la mía? Ella volvió a su asiento y volvió a morder el pan dorado. Y, como antes, señaló mi desayuno, indicándome categóricamente que comiera.
—Coma, coma, que va a llegar tarde a la escuela —Sentenció.

Lo más que pude deducir fue que esta espectacular muchacha era una vecina que me acompañaba al colegio.

Y horas después, cuando la visión del chico cuyo cuerpo ocupara yo por unos minutos para darle una probada a la gloria, y la visión de esta pelirroja angelical e incluso la sensación de su seno en mi cara; estuvieran diluyéndose en mi memoria; pensé con resignada amargura que las mejores cosas deben pasar solo en sueños. O a mí, al menos.

Dicen que esta vida es el sueño, y la realidad es lo que visitamos cuando dormimos.

___________
Eso me pasa por dormirme viendo fotos de Annalise Basso (Actriz y modelo, estas fotos se encuentran con Google)


https://m.media-amazon.com/images/M/MV5BMTQyNzM4NDU0OV5BMl5BanBnXkFtZTgwNTY2MjQ4MDE@._V1_.jpg

https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQd7NIvSp97rxyNbdhVoK_ZUEUfXcdru7XwyFbLyZ3bY0kN5xQi3Q4Q7i2a2xslWTGARTM&usqp=CAU

Ustedes van a decir que me gustan las pelirrojas, pero no.

¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯

©Stregoika 2025

102 Lecturas/30 junio, 2025/0 Comentarios/por Orlok82
Etiquetas: baño, colegio, culo, escuela, joven, madre, recuerdos, vecina
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