A Michelle su papá le compró transparencias y luego no se aguantó y se la…
A mi pretendida se la c0mió primero su papá!!.
🅰proximándome a casa de Michelle, me encontré a su madre.
—¿Qué hubo, Johncho? Vaya, está abierto. Usted sabe que está en su casa. Ya lo alcanzo ¿oyó?
Doña Cecilia me adoraba. Me quería de Yerno. Yo, claro que quería serlo. Todo el día pensaba en Michelle y de noche soñaba con ella. Como Doña Cecilia había dicho, la puerta estaba abierta y bendecido con su permiso, ingresé. En los sofás de la sala estaban las bolsas de papel del almacén del que acaban de llegar. Michelle, su padre y su mi amiga Keyla venían de compras. No obstante, la ropa no estaba, solo las bolsas vacías. ¿Por qué no la habrían subido dentro de los empaques? ¡A quién le importa!
Michelle
Me acerqué al centro de la sala y me hice espacio en un sofá para sentarme, pero algo llegó a mis oídos, estremeciéndome. Era Michelle, lo supe por su timbre de voz, pero no dijo nada, sino que había emitido un gemido. Me enderecé, fruncí el ceño, y agucé los oídos. Pero estos se negarían a haber entendido bien lo que oyeron a continuación. Primero, una afectación agudísima, seguida de un tembloroso «Uhy, así, papi, así… u-hum». Ese agudo u-hum correspondía claramente a un “Perfecto, en el punto, exacto, en el blanco, acertado 100%, preciso y oportuno. Así es, así se hace. Justo ahí”. «U-hum, u-hum, u-huuum…» Michelle pronunció otra rápida afectación a través de los dientes y remató diciendo, con marcado temblor: «No pares papi, no pares». Se me arrugó todo el estómago. Me dirigí a de donde provenían los gustosos gemidos para ver a quién Michelle le decía “papi”. Pero la voz de Keyla sonó: «Eso ¿Qué pichota, no? Lo que te estabas perdiendo». Me faltaban dos pasos para asomarme por la puerta entreabierta del baño, incluso me paré sobre la luz rectilínea que se regaba desde dentro. Estaba preguntándome a quién del curso habrían invitado para cochinear, quién sería el dueño de esa supuesta “pichota”. Pero la puerta de la calle sonó y volteé a ver. Era Doña Cecilia. Me sonrió e iba a hablar, pero otra vez emergieron los arrechos gemidos de su hija. Era como si llorara, pero sin sufrir. Quien fuera que estuviera haciéndole lo que sea, la tenía loca. No me cabía duda de que le temblaban los labios y las mejillas, veía hacia arriba mientras aguantaba el placer y apagaba los ojos. Así sonaba. Doña Cecilia brincó y me hizo frenéticas señas mudas, afanándome a ir con ella. A medio camino se encontró conmigo, me agarró de la mano y me sacó a hurtadillas de la casa. Nos sentamos en la banca que tenían contra la fachada.
—Ay, papito; yo ¡Qué me iba a imaginar! Qué pena con usted, Johncho, qué vergüenza.
—¿Con quién están ellas? —pregunté con extrema ingenuidad.
—No, Johncito.
Por un minuto no dijo más, pero pude oír más gritos de gusto y de incredulidad por sentir tan rico. Levanté mis cejas y vi a Doña Cecilia, que apenas se había quitado las manos de la cara para abanicarse la cara. Al fin pudo volver a hablar.
—Ay, mijito, si yo fuera adivina no lo habría hecho pasar por esto. Perdóneme. Pero ya regada la sopa… ¡Agh! Ese Elías no fue capaz de aguantarse hasta la noche y se las culió de una vez.
Tuve qué sostener mi carraca. A Michelle la estaba subiendo al cielo nada menos que su papá. A ella y a Keyla. ¿Con qué estaría Don Elías estimulando tan intensamente a su hija? ¿Con la lengua? ¿Con un dildo? ¿Con la mano entera? Nunca lo iba yo a saber.
—Mi, Johncho —siguió la señora—, yo sé cuánto ama usted a mi hija y voy a ser todo lo franca que se puede ser. Así me le duela, papito, que no es para que le duela, sino para que sepa la verdad. Yo por mí, cargaría su pena si pudiera. Lo que pasa es que… Elías lleva un tiempo, unas semanas, creo, acostándose con Keyla. Él no solo le compra la ropa a Michelle sino a ella ¿si me entiende?
—Con razón… —mascullé.
—Sí, mijo. Elías es el que le gusta verlas así vestidas, con esas falditas que… ni para qué ponerse nada. Le encanta verlas que parezcan puticas, y es que como son tan lindas, tan esbeltas y tan estilizadas… las dos. Yo al principio los dejaba jugar porque, yo salía ganando. Entre Keyla y nuestra hija, mantenían a Elías como un tigre… ¡Ay, mírenme lo que estoy diciendo al enamorado de mi hija! Elías lleva casi un mes comiéndose a Keyla pero… la mayor obsesión de él es su hija —estiró el pescuezo y miró para adentro—. Allá donde están, es su primera vez. Michelle con su papi. No sufra, Johncito —agregó al ver mi cara—. Yo sabía que iba a ser hoy, lo que no sabía es que Elías no se iba a aguantar. Pero claro, es que si viera los outfit que se compraron. Mejor dicho mire, Johncho —me invitó, sacando su celular—. Se tomaron unas foticos de esas animadas para subir al TikTok.
Al ver las fotos, dije una grosería y de inmediato me disculpé. Pero Doña Cecilia me desvaneció la pena:
—No, Johncho, tranquilo. Si usted se da cuenta lo lindas que están, imagínese a Elías allá con ellas, cómo estaba. Acá llegó como un rinoceronte (Ah, es que mi Elías ¡es tan potente, y tan bien dotado!).
Se oyeron nuevos bramidos desde el baño del primer piso, emitidos sin control desde el vientre de Michelle, habiendo recorrido su tembloroso pecho.
—¡Oiga-oiga! ¡La va a hacer venir! —Dijo la señora, pero de inmediato suavizó el tono para conmigo—: Ay, jetona de mí. Perdóneme, Johncito, perdóneme. Como le decía, imáginese como se pone Elías cuando va a comprarles ropa, si a ellas les gusta jugar con él. Lo ponen a que les alcance cada chiro que se van a medir y ni cierran bien el vestiér. Es que son verriondas esas chinas. Ya la última vez dizque se metió al vestidor con ambas, haciendo de perchero, pero le tocó salirse porque iban a empezar a culiar pero llegó un vigilante todo rabón. Quién sabe qué más habrá pasado hoy, para que haya llegado así y no se haya aguantado. Aunque yo creo que es por esa pinta. Si vio ¿no, Johncho? De rechupete las muchachitas.
Nuevos gemidos desgarradores escaparon del baño, atravesaron la sala y penetraron mis oídos. Pero esta vez no era solo ella, sino que los graves gruñidos de su padre le hacían coro. Gruñidos como los que haces cuando vas a hacer un tercer intento por levantar algo muy pesado y ya no te vas a dejar ganar. Casi un grito de guerra. Por su parte, Michelle gritaba como si la estuvieran rajando en dos. Doña Cecilia seguía con sus comentarios finos y delicados:
—Yo creo que la tiene enculada —me miró, alardeando de su seguridad mediante un firme asentimiento—. Sí, se la tiene por atrás. Y él está que se viene, o se está viniendo ya.
Los gritos llegaron a un clímax sonoro y cesaron. La madre de mi ex-amada subió los labios, recorrió las órbitas de sus ojos con las pupilas y declaró, entre el silencio:
—Sí, acabaron.
Me encorvé.
—Asome, asome, y dígame que se ve —me apresuró la señora.
Obedecí tontamente y vi entre bisagra y bisagra de la puerta, a la terna de amantes salir del baño. Primero había salido Keyla, muy poco traginada, apenas agitada. Después salió Don Elías, subiéndose la bragueta y exhalando como puerco. Se sentó en uno de los sofás y Keyla se lanzó sobre él. En último lugar salió Michelle, andando muy lento, dando pasos muy cortos y apenas terminando de cuadrarse la falda. Estaba roja como un tomate y varios mechones de pelo se le pegaban a la cara por el sudor. Terminó de llegar a la sala haciendo caras y tocándose la cola.
—Ese dolor de culo, mamasita —le dijo Keyla—, va a ser lo mejor de tu vida. Créeme, que es por experiencia.
Michelle duró sentándose en el bracero del sofá una eternidad. Mientras hacía la dolorosa sentada, Keyla siguió:
—¿Le dije o no que su papá tenía tremenda verga?
—Uhy, sí. Y para mi culito —se lo sobó con especial cariño—, que yo cago puras canicas.
—Pues ya vas a cagar bolas de billar.
—¡Yo sí creo!
Todos rieron, aunque Michelle con esfuerzo.
—Tremendo pene, papi —comentó Michelle, al fin sentándose.
—Para que veas —dijo él, alzando un hombro.
—Sí, para que vea, mamita —acotó Keyla—, que el placer lo da es un SEÑOR, no un culicagado como los del colegio…
Sentí una daga en mi ombligo.
—Pues sí —admitió Michelle, todavía con voz de dolor de ano—, porque esas pijitas de los chicos de nuestra edad…
Se reprimió de seguir hablando, porque no quería que su padre supiera que era toda una puta de colegio. Pero él le ahorró la vergüenza:
—Tranquila, mami; al menos ya sabe cuál pene es el que se le encaja mejor entre esas nalgas tan bonitas.
—Ay, tan lindo mi papi… ¡Ay!
—No vayas a dejar de amar a mi hija —me suplicó Doña Cecilia, en tono bajo y suplicante.
—Claro que sí —dije con voz firme.
«Toda culiada por el papá, y según a cabo de escuchar, por todos los del colegio… con más razón».
No aguanté más y me paré bufando, con los ojos aguados e importándome un comino que me vieran. Cuando me hube alejado diez pasos, escuché una gritería. Michelle le reclamó, creo, a su madre por mi furtiva presencia. Después la escuché gritar mi nombre y, puedo deducir que debió intentar correr tras de mí, pero el dolor de ano no la dejó.
Imagínense ustedes mismos cuando tenían 14, y a la nena a la que amaban por primera vez. Ahora imagínense haber casi visto como su padre le rompía el ojo del culo y peor, que a ella le fascinaba. Pues no sé, pero a mí me devastó.
Fin
©Stregoika 2025
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Imágenes: lemonade12
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