CREÍ QUE ERA UNA NENA ALBINA – 1/5
Soy un tanto raro, no lo dudo, pero me siento bien siendo así y aquí comienza la historia del nene-nena que pensé que era albino/a..
NOTA: La historia completa tiene Heterosexualidad, Gays, Incesto, Lesbianismo y otros condimentos, pero no puedo poner un capítulo en un lado y otro en otro lado, por eso lo dejo en Fantasías. Espero que guste…
Mi nombre es Miguel, tengo veintisiete años, mido casi un metro con ochenta centímetros, tengo el cabello castaño claro, tan claro que por momentos parece rubio, pero el color de mi piel no es tan blanco, aunque tampoco llega a ser de mulato, especial para tomar un color bronceado expuesto al sol del verano. Los rasgos de mi rostro son bien masculinos, de labios llenos y, según algunas de las que no recuerdo ni el nombre, tentadores. Mi nariz es aguileña, acorde a los cortes de cara angulosos y varoniles.
Todavía conservo algunas fotografías de una fiesta escolar a los doce años, en la que tuve que disfrazarme con un penacho de plumas de jefe de una tribu de indios americanos y mi rostro se veía como si fuera un originario de los que salen en las películas yanquis de vaqueros e indios, con la ventaja extra de dos enormes faroles de color verde adornados con grandes pestañas que solían ocultarlos porque me cohibía demasiado cuando las amigas de mi madre hacían mención a lo hermosos que eran.
Soy soltero y aunque estoy muy conforme con lo que me muestra el espejo, vestido o desnudo, porque de mi entrepierna cuelga un buen aparato reproductor que en erección mide sus buenos veintiún centímetros de largo por unos casi siete centímetros de diámetro, mis bolas no le van en zaga y, como no le escapo al gimnasio, mis piernas, cintura, abdominales y espalda bien marcada me convierten en un excelente tipo de hombre.
Al margen de eso… soy total y absolutamente introvertido, en algún momento me diagnosticaron una fobia social manifiesta y mis relaciones con personas del sexo opuesto o del propio son totalmente nulas, tanto que, a veces, me molesto con sólo escucharlas hablar, tiene que existir mucha confianza para que me permita estar al lado de algunas de ellas cuando desgranan su cotorreo insufrible, asimismo, muchas veces, la mayoría de ellas, prefiero aislarme a tener que compartir y mi carácter no suele ser el de un tipo amable y empático.
Frecuenté desde chico a distintos Psicólogos caros porque mi madre se había emperrado en lograr que fuera un chico “normal”, hasta que el último de ellos, fue taxativo en su dictamen, “él se siente bien así y nadie puede lograr que se integre socialmente, a menos que él mismo sienta esa necesidad”. Me vino bien a mí y creo que a mis padres también porque dejaron de insistir con esas visitas al diván, todo lo cual me provocaban largos ratos de mal humor que exteriorizaba con ellos.
Tengo un excelente pasar porque trabajo en una empresa importante como Programador de Juegos en línea para Internet. La Informática fue una de las carreras que pude seguir por medio de una incipiente programación on line y me fue bien con eso. Junto con una compañera a la que le perdí el rastro, fui primero en la promoción y obtuve rápidamente el trabajo que llevé a cabo, casi siempre, en un 90%, desde mi casa.
Vivo con mis padres en una hermosa casa en un barrio privado, piletas, cubierta y descubierta, aire acondicionado o calefacción en toda la casa, comodidad, amplitud, parque y árboles, la convierten en un hermoso lugar para que transcurran mis días. Lo de vivir con mis padres es un decir, quizás debo aclarar que vivo en la casa de mis padres, pero ellos no suelen estar en casi todo el año.
Mi madre es heredera de una fortuna incontable, mi padre también, pues, por su lado, había heredado dos empresas importantes y vendieron todo para poner sus dineros en Bancos extranjeros, viven ambos o vivimos todos de los intereses mensuales acreditados en dólares, lo cual, al tipo de cambio de nuestro país, era una pequeña fortuna que ingresaba mensualmente. Sin obligaciones laborales de por medio y sin hacerse problemas por el personal, impuestos, juicios y ganancias por espacios de Poder o hijos problemáticos, habían decidido “perseguir al sol” como ellos decían y se la pasaban viajando por el Mundo.
Apenas si los veía un par de meses al año y eso a mí me venía de parabienes, me había convertido en dueño y señor de mi ostracismo, yo no jodía a nadie y nadie me rompía las pelotas con idioteces. Lógicamente, no estaba solo, el personal que atendía la casa y me atendía a mí estaba compuesto por Gimena, de unos cincuenta años que hacía las funciones de Cocinera y madre sustituta, hacía años que estaba en la casa y sabía bien como tratarme sin joderme la existencia.
También estaban, Josefina y Daniela, que no pasaban de los cuarenta y cinco años, las cuales se ocupaban del aseo y mantenimientos, así como de contratar al personal de jardinería y a quien fuera necesario. Las conocía a las tres desde chico y me sentía cómodo con ellas a mi alrededor, además, eran verdaderas MILF.
Ejercitaban su cuerpo en las mañanas usando mi gimnasio cuando querían, vestían bien, tenían cuerpos llamativos, no se privaban en el cuidado de su cabello y piel y el trato era el de verdaderas damas de manual, tal como se los había exigido mi madre que era la reina de las MILF porque de ella saqué mi cuerpo atlético y mis ojos verdes.
Gimena y Josefina vivían en la casa conmigo, cada cual en aposentos prácticamente individuales y sólo la Cocinera tenía una hija casada que vivía en su casa, propia de Gimena, casa que mi madre le había comprado de contado y ella le devolvió en cuotas. Daniela lo hacía con su marido en un barrio que no quedaba lejos de su lugar de trabajo. Comíamos todos juntos y como yo tenía horarios definidos de trabajo y me los auto-respetaba, esas comidas solían ser como las normales de cualquier familia.
En ese tiempo compartido me enteraba de algunas cosas que hacían a su vida, pero, lo que llegaba a mis oídos, no salía jamás de mi boca y ellas lo sabían. Por otro lado, no buscaban consejos ni opiniones de mí, sólo contaban parte de sus cosas. Tanto es así que varias veces, al margen de las charlas en las comidas, aprovechaban mis ratos de buen humor para sentarse a charlar conmigo de sus cosas personales, preferentemente cuando nadábamos en alguna de las piletas o cuando estábamos en el gimnasio.
La picardía les sobraba y de santas no tenían nada porque cuando abrían la boca para contar de sus cosas íntimas harían sonrojar a un camionero, “cosas de mujeres” de las cuales me hacían partícipe a sabiendas de que nunca las juzgaría. Tampoco preguntaban sobre mis “relaciones” porque tenían claro que yo era muy personal y reservado para hablar de todo eso, aunque tenían claro que, de tonto en cuanto a estar con una mujer, no tenía nada.
Mi vida sexual no era para “tirar cohetes”, pero de virgen sólo tenía mi culito, pues cuando me “pintaban” las ganas de ponerla, aunque lo tomara como una descarga para el estrés, mi agenda estaba llena de nombres de mujeres de primerísimo status a las que llamaba para ir a cenar y/o pasar la noche en algún hotel de lujo. Pagando tarifas elevadas, claro está, pero eso me evitaba cualquier tipo de problemas de acercamientos posteriores o enamoramientos y acepto que en la “volteada” cayó algún travesti de los de “buen nivel”.
Sobre estos, los cuales pasaban por mujeres espectaculares en cualquier lugar, nunca me interesó su “manija”, digo así, por aquello que se dice respecto a que son “mujeres con manija”. Estaba, la “manija” estaba, pero era un tema de ellos/ellas, para mí era como si no estuviera allí, sólo me interesaban las mamadas profundas y que supiera entregar su culo con apretones y movimientos sensuales. Cual si fuera algún tipo de “materia pendiente” en cada uno de estos encuentros “pagos” asimilaba y aprendía lo mejor de los mejores.
Todo había comenzado con una amiga de mi madre cuando yo tenía dieciséis años. En una de las reuniones de fin de semana que antes solían hacer mis padres en la casa, la susodicha se metió en mi habitación pidiéndome que no la descubriera porque se estaba escapando del marido que andaba insoportable y medio bebido. Acepté lo que me decía porque no me molestaba directamente y le dije que se quedara cuanto quisiera.
Nunca supe si la mandó mi madre para que me desvirgara, se calentó por “la de ella” o era cierto lo del marido, el caso es que como a mí no me importaba el “qué dirán” o las posturas hipócritas, me levanté de la computadora para buscar un libro y, como estaba vestido sólo con el bóxer ajustado, ni me preocupé por ocultar la prominencia de mi bulto. No estaba excitado, pero se notaba claramente que no tenía un “maní” y ella no aguantó…
- ¡Madre de Dios!, Miguelito, eso que tenés ahí es todo tuyo.
- Sí, no hago como algunos compañeros que se ponen medias para parecer más abultados, jajaja, -le contesté porque me causó gracia la pregunta-.
- Dejámela ver, -expresó y no me dejó contestar que ya se había lanzado a bajarme la ropa interior-.
Me gustara o no esa invasión a mi privacidad, la dejé, quisiera o no, el solitario “trabajo manual” ya no alcanzaba y perder la virginidad en manos de esa mujer hermosa, esbelta, rubia y apetecible como aquella no me desagradaba. Pronto estuve recostado en el borde de la cama, había desaparecido mi ropa interior y ella se había arrodillado en el piso entre mis piernas entreabiertas y parecía rendirle homenaje a Príapo con su boca.
Aguanté bastante esa primera mamada profunda que se acompañaba de arcadas, gemidos y profusión de babas, luego de un rato no tuve necesidad de preguntar porque ella me pidió “dame la leche” y la inundé, allí aprendí que la que sabe no desperdicia, tragó todo con deleite y como la erección se resistió a bajar, enseguida se sacó toda la ropa dejándome ver un cuerpo escultural, no muy alto, pero cargado de voluptuosidad y de agilidad porque no tardó nada en subirse con las rodillas a los costados, afirmó el miembro con la mano y con el glande apuntando a su cavidad empapada se penetró despacio emitiendo gemidos y quejidos.
Pedía además que le pellizcara los pezones que resaltaban erguidos en medio de unas tetas que, en mi ignorancia, me parecían enormes. “¡Qué verga, madre mía!, ¡qué verga!”, -repetía cerrando los ojos y apretando los dientes mientras subía y bajaba su cuerpo sobre ella y me sentí bien. Sabía que era un poco más grande de la media, pero no sabía si podía gustar o no y me quedó claro que le gustaba y la disfrutaba.
“Llename la concha de leche Miguelito, estoy a punto”, -dijo y sentí sus apretones y contracciones junto a sus temblores cuando mi lechada activó su orgasmo. Tardó un poco en recuperarse y de otro saltó se enderezó, usó la tanga como un paño sobre su vagina y se puso el short por encima, luego me besó diciendo que había sido delicioso y que quería que fuera por la casa cuando saliera del colegio. “Vas a ser un semental, te voy a enseñar todo lo que sé”, -expresó con los ojos achinados y como saboreándose-.
Y fui, claro que fui, durante un mes seguido, de lunes a viernes pasé dos horas con ella, todas fueron de intenso placer y aprendizaje, sin demasiados mimos ni caricias, era entrar, un par de besos profundos y “palos y a la bolsa”. Según ella, gozaba como nunca en su vida, hasta el momento en que paró su culo y me pidió que se lo hiciera poniendo bastante vaselina. Le puse bastante y entré relativamente despacio, pero sufrió como una condenada y no ahorró gritos pidiendo que la sacara, ¡ni en pedo salía de allí!…
Apenas si tuve la condescendencia de quedarme quieto mientras los músculos anales se adaptaban al “invasor” y poco me importaban sus sollozos, era mi primer culo y lo estaba disfrutando a mares. Ella misma me había enseñado a aguantar mi eyaculación pensando en cualquier “verdura” y no me costó esperar haciendo latir mi verga en su interior, aunque sin avanzar ni retroceder.
Sola, por las suyas, comenzó a mover sus caderas cuando se le fue pasando el dolor, en realidad, cuando se acostumbró, según me dijo, el dolor le duró un par de días. El caso fue que cada vez se movió más hasta que pareció enloquecerse y me pidió también a gritos que se lo rompiera. Estuve un rato entrando y saliendo de su culo, la sacaba toda y ya no había impedimentos para que la metiera hasta lo más profundo, lo único que se escuchaba en esa habitación era el chasquido de mi pelvis sobre sus nalgas y sus quejidos amortiguados por la almohada.
Ese aprendizaje me sirvió para después y aunque nunca es una materia definitiva porque siempre se está aprendiendo, acabó por resentir bastante a algunas de las notas de las materias del colegio secundario y alertó a mi madre. Sin que me diera cuenta, una tarde me siguió y, dos más dos cuatro.
A mí no me dijo nada, pero se terminó su amistad con mi “maestra” obligándola a que dejara de “darme clases”, de todos modos, no tardé en darme cuenta de cómo venía la mano, las notas las levanté, aunque a mi madre le costó tres meses para que le volviera a dirigir la palabra y el disgusto con mi padre que, no me lo dijo, pero aprobaba las encamadas furtivas.
Regresando a lo que nos ocupa, aun cuando las tres mujeres tomaban sol o nadaban con biquinis diminutos o tangas, nunca hubo acercamientos ni insinuaciones con dos de ellas. Con Daniela fue distinto, una tarde en que Gimena había salido a hacer las compras del mes y se empeñaba en elegir ella la mercadería y que Josefina tenía franco, se vino a sentar conmigo cuando yo estaba tomando sol.
La vi con ganas de hablar y le pregunté que le sucedía, fue como abrir las compuertas de un dique y me contó que estaba mal porque había descubierto que el marido la engañaba. Se descargó a gusto y, posiblemente por despecho, acabó diciendo: “Lástima que vos sos tan serio con nosotras, si no me podrías ayudar a sacarme la bronca que tengo encima”.
Me agarró querendón y con ganas, además, quisiera o no, las tetas, el culo y el físico de cualquiera de ellas no me pasaban desapercibidos, una cosa era evitarme problemas y otra muy distinta era pasar por tonto cuando se me ofrecía tan abiertamente. El primero que entendió esto fue “el muchacho” que tenía entre las piernas, pero no se dio cuenta de mi erección de caballo porque yo estaba dentro del agua y ella sentada en el borde con las piernas semi sumergidas.
- Ayudar te puedo ayudar, pero que ni se te ocurra abrir la boca o tratar de intentar una segunda vez, es algo así como debut y despedida. Si te va, trataremos de pasarla bien, si no te va, seguimos como hasta ahora y está todo bien, yo nunca haré mención a esto…
Ella no me contestó con palabras, sólo movió la cabeza asintiendo y abrió las piernas apenas me acerqué apoyando las manos en sus muslos. Levantó un poco las caderas para que, prácticamente, le arrancara la tanga y no pudo evitar un gemido de placer que se extendió por todo el parque.
Mi boca se sumergió en su entrepierna depilada y deliró en su placer diciendo que nunca le habían hecho algo igual. Se estremeció y el grito gutural emergió de su garganta cuando me apropié de su clítoris y lo absorbí como si mamara de un pezón. Me costaba mantenerla quieta y ella sola fue aflojando sus temblores y normalizando su respiración, entonces salí del agua y la levanté para ponerla de rodillas sobre la tumbona como le dicen algunos, reposeras para nosotros.
Torció la cara para mirarme cuando todas sus intimidades quedaron a mi disposición y sus ojos se clavaron en la estaca rígida que no tardaría en penetrarla, “me va a doler Miguel, nunca tuve algo tan grande”, -dijo dejando entrever algo de temor-… ¿Querés que lo dejemos?, -le pregunté, aunque conocía de antemano su respuesta-. “Nooo, no, dámela, vamos a hacer que ese idiota sea un cornudo brutal”, -pidió recordando el motivo de su entrega y con un brillo extraño en los ojos apretó los dientes y dio vuelta la cara-.
Lubricación había para repartir y la sentí tensionarse cuando comencé a entrar. Unas más, otras menos o aun disimulando todas sentían la penetración y Daniela no fue la excepción. Los gruñidos y quejidos fueron transformándose de a poco en gemidos y ella ayudaba moviendo las caderas cuando notó que la penetración no era violenta.
Lo que ella no sabía era que yo disfrutaba viendo como el ariete penetraba y me hacía sentir que las carnes se abrían a su paso. No pude entrar hasta que las pieles se juntaran, dos o tres centímetros quedaron afuera y tratar de forzar más la entrada era para sufrimiento mutuo, entonces me dediqué a entrar y salir incrementando mi ritmo.
Los orgasmos de Daniela comenzaron a aparecer entre grititos y gemidos de placer, no terminaba uno y ya tenía al otro encima, mucho más cuando se desquició porque mis pulgares jugaban introduciéndose y tratando de dilatar su ano, “pastilla, pastilla”, -decía enfebrecida y entendía lo que pretendía, pero yo quería hacerla completa, si ella quería un marido cornudo, no debería existir dudas y saqué el ariete empapado para cambiar de lugar-.
Ni tiempo tuvo para arrepentirse, cuando gritó fuerte un ¡nooo!, tratando de moverse para escapar del falo que la penetraba, ya tenía media verga enfundada en su recto. En medio de su grito de dolor se dio cuenta que no podría evitar la “enculada” porque yo mantenía firmes sus caderas y me pidió sollozando que se lo hiciera más despacio.
A mi juego me llamaban, esperé un poco y gozando con un poco de sadismo cuando veía que la verga penetraba hundiendo los músculos de su esfínter y provocaba más quejidos, comencé con mi vaivén al que ayudé con un par de salivazos. Avanzando siempre un poquito más en cada entrada llegué a pegar las pieles de pelvis y nalgas como si se besaran.
Ella también sintió que ya no había más para penetrar y exhaló un suspiro entremezclando alivio y satisfacción, de inmediato dejó de lado los sonidos guturales que emitía cuando el miembro avanzaba y se quedó callada y quieta, yo hice lo mismo, incrustado en lo profundo de sus tripas sólo moví mis manos para acariciar su espalda transpirada y parte de sus muslos y nalgas.
Estaba esperando por otro de mis placeres y éste no tardó, fue cuando ella misma comenzó a moverse para que el vaivén volviera a producirse y la dejé que aumentara el ritmo de sus caderas, hasta que me acoplé e imprimí más velocidad. En ese momento no supe si esa cogida cubría sus expectativas, lo que sí supe es que comenzó a gritar pidiendo más y más y más, rogando porque se lo rompiera.
Le di más, por supuesto que le di más esperando por su orgasmo y cuando ya no aguantaba mi eyaculación, explotó puteando en contra de su marido, me mojó los testículos, los muslos y enchastró la reposera con una mezcla de flujos y orina. La sostuve mientras tembló y luego la dejé que se extendiera boca abajo en la reposera, hasta ahí había llegado mi ayuda, no hablé, no pregunté, sólo salí de ella y me fui a bañar para quedarme luego en mi habitación.
En los días venideros jamás hablamos de lo sucedido, sólo escuché, en el momento de un almuerzo o una cena, cuando ella hablaba con las demás explicándole que se había reconciliado y que le había perdonado el desliz, “él nunca va a saber que le pagué con la misma moneda”, -dijo, pero se negó a darles detalles a las compañeras de trabajo-. Ni siquiera supe si miró para mi lado, yo aparentaba estar en mi mundo y parecía no prestarles atención.
Un mes después de todo aquello, se sucedieron una serie de acontecimientos que trastocaron parte de mi existencia o, por lo menos de la existencia que yo entendía como cómoda. Era la media mañana de un día martes y Gimena me pidió permiso para ausentarse porque había tenido un problema familiar. Le dije que atendiera tranquila y con un gesto de la mano evité que me contara de que se trataba.
Me enteré del tema en horas del mediodía cuando llamó por teléfono pidiendo hablar conmigo. Su hija y su yerno habían tenido una fuerte discusión que se salió de los carriles, en realidad, había descarrilado feo, la paliza había sido brutal, el yerno estaba fugado y la hija estaba internada con un coma motivado por los golpes recibidos en la cabeza y el rostro.
Solicitaba que la ayudase y le expresé que se ocupara de la hija y se tomara el tiempo necesario, pero, el problema que se le presentaba a la mujer estaba relacionado con su nieto Darío, el nene de nueve años no podía ingresar al sector de Terapia Intensiva del hospital, no podía dejarlo solo en la casa y no tenía otros parientes o vecinos solidarios para que lo cuidaran.
Imaginé enseguida cual sería el pedido de ayuda de Gimena y, aun sabiendo que me generaría un problema extra, le dije que lo trajera para la casa, “no te hagas mayor problema por eso, las chicas se ocuparán de él cuando vos no estés y si no fuera así, contrataré a una persona para que lo cuide. Lo único que te pido es que su presencia no trastoque mis cosas y mi modo de ser, ya sabés como soy”, -le hice saber y no hizo falta explicarle más-. Luego de cortar la comunicación las llamé a Josefina y a Daniela y les expliqué la situación, ambas se condolieron por lo que pasaba Gimena y me contestaron que ellas se ocuparían.
Como a las cinco de la tarde escuché al coche de alquiler que la traía a Gimena y, dejando de trabajar, fui a recibirla junto con las chicas. Me vino bien parar un poco, estaba totalmente enajenado y estresado porque me había quedado empantanado en una de las partes de la programación de un juego y no daba pie con bola con la solución. Sabía que mi “cable a tierra” cuando esto sucedía era llamar por teléfono, concertar una cita con alguna de las chicas “pagas” y hacer una descarga por medio del sexo.
Se pueden interpretar como “rayes”, pero a mí me servía, es más, ya estaba medio excitado pensando a cuál chica iba a llamar y a que hotel me iba a dirigir cuando escuché el vehículo, por tanto, mal que me pesara a mí y a mi “amigo” que ya estaba preparándose, eso también tuve que dejarlo de lado y fui a hablar con la Cocinera y a conocer a su nieto Darío.
Apenas bajé las escaleras y la vi a Gimena con “la” nieta, pensé que me había equivocado cuando la escuché por teléfono. La criatura estaba de espaldas, tenía el cabello largo y casi blanco que le caía hasta un poco más allá de los hombros, parecía ser un poco más alta que lo normal en una nena de nueve años, pero tampoco podría asegurarlo, poco sabía yo de alturas de chicos.
Físicamente no era gorda, pero se notaba que era morruda o, como se decía normalmente, bien alimentada y decía que no era gorda porque la remera que usaba dejaba ver parte de su cintura y allí no se notaban rollos o adiposidades desagradables. Calzaba zapatillas deportivas bastante usadas y se sostenía sobre piernas y muslos fibrosos, además un shorcito de jeans que marcaba una cola que parecía más a la de una adolescente que a la de una nena.
Lejos estaba yo de fijarme en el culito y las nalgas sobresalientes de una nena, pero… creo que fue porque venía mentalmente preparado para citarme con una escort que rajaba la tierra y canalicé todo a las ganas de sentir ese culito entre mis manos y demás, claro está.
Gimena me vio cuando terminaba de bajar las escaleras y me presentó a su nieto Darío, efectivamente era un niño, pero los rasgos de su cara, su cabellera de un rubio blanquecino, su piel casi transparente y los enormes ojos claros, me presentaban a una criatura andrógina, es decir, que tenía características de los dos sexos, además, aunque no lo era, creí que era una nena albina.
- Hola Darío, encantado de conocerte, bienvenido a casa y espero que nos llevemos bien, -expresé estirándole tontamente la mano-.
- Hola señor Miguel, le prometo que me voy a portar bien, -me contestó, ignoró mi mano extendida, me puso las suyas en los hombros y me vi obligado a agacharme y acercar mi cara para que me diera un beso en la mejilla-.
- Gimena, ubicalo en una habitación o acomodalo en la tuya, tratemos de que se sienta cómodo, mostrale la casa y luego buscame en el gimnasio, quiero que me cuentes que pasó, -le dije a la Cocinera que esperaba expectante por mi reacción-.
“Parece que fuera una nena”, -acotó Daniela cuando ya se habían ido la abuela y el nieto… “Eso se llama Androginia, no es común, pero suele darse y presenta características de ambos sexos en una sola persona”, -les aclaré-… “Al principio pensé que era una nena albina, es blanquísima, pero lo que sí es seguro es que cuando sea mayor romperá corazones en uno u otro bando”, -opinó Josefina-.
No hice referencia a que yo había pensado lo mismo y me fui para el gimnasio, había que aplicar otro método de descarga, pues la presencia del nene-nena no había ayudado precisamente a aplacar mis ganas de sexo.
GUILLEOS1 – Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.
Amigo sigue contando mas buen relato y saludos…. 🙂 😉 🙂 😉
Muy interesante… 💦💦💦