CREÍ QUE ERA UNA NENA ALBINA. 3/5.
El desvirgue de Darío se estiró un montón, pero valió la pena y en casa todo empieza a “pintar” mejor..
Corrí las cortinas dejando el living en una semi penumbra agradable y me saqué la ropa mientras Darío me miraba y se tocaba su verguita endurecida. El bóxer tapando mi verga erecta me lo dejé puesto y le pedí que me lo sacara despacio. Su vista estaba fija en el bulto cuando me lo tocó sintiéndose impresionado por el tacto, aunque en sus ojos se notaba el deseo, no tardó nada en bajar la prenda y se arrodilló para tomar la verga con sus dos manos.
- Me gusta tu verga Miguel, pero me da un poco de miedo, de cerca parece más grande, -afirmó acercando la boca al glande que goteaba-.
- Metete la cabeza en la boca y llenala de saliva, después sentate arriba, primero quiero besarte y chuparte las tetitas.
Pasó la lengua sobre el líquido que manaba del glande y se lo metió en la boca, ni idea de cómo sería la verga del padre, pero con la mía le costaba, aunque se esmeraba para tratar de meterse la verga lo más profundo que podía, “me duele la boca, no puedo meter más”, -me dijo sacándola de su interior-. De todos modos, como ya la había ensalivado bien, le pedí que se sentara encima de mí, lo hizo directamente sobre el ariete que quedó protegido en la zanja de sus nalgas.
Abrió la boca y sacó un poco la lengua cuando acerqué su cara a la mía con una de mis manos atraje su cabeza y no pudo contener un gemido cuando me “comí” sus labios metiendo la lengua hasta lo más profundo. Su boca era una delicia y enseguida colaboró moviendo su lengua para entrar en contacto con la mía, me besaba y movía sus caderas con un vaivén lento haciendo que el glande lubricara toda la zanja con el pre-semen abundante.
Me resistía a dejar su boca, pero me aparté y bajando un poco la cabeza, me prendí a sus tetitas de “gordito”, sus pezoncitos parados parecían que iban a estallar y gimió alto cuando absorbí uno de ellos. Parecía ser uno de sus puntos erógenos y se movió más cuando alterné mi boca en uno y otro pezón. Una de mis manos tomaba su espalda y la otra se posó en sus nalgas duras a las que apreté con ganas haciéndolo suspirar, allí, cerca de su agujerito fruncido andaba mi glande baboso y aproveché ese líquido lubricante.
Recogía el líquido con mis dedos y punteaba su culito con la yema de mi dedo medio, provocando que frunciera los músculos del orificio cuando intentaba entrar. Junté más líquido y me prendí a sus labios nuevamente, pareció que esto lo aflojaba y toda la primera falange se perdió en su hueco, desde allí en más, sacaba el dedo para apretar el glande y todo el líquido iba a parar a su agujerito que ya recibía medio dedo, entonces comencé a entrar y salir sin llegar a profundizar.
Fueron dos o tres veces y, temblando, gritó que se hacía pis, lógicamente, lo dejé y ni se hizo pis ni tuvo eyaculación, pero había tenido un lindo orgasmo. En medio de esos temblores, ni cuenta se dio de que el dedo índice también había buscado refugio en su interior, pero al moverlos con más profundidad gritó que le encantaba que lo cogiera con los dedos y sus nalgas se movieron con más ganas.
Yo ya estaba a punto de explotar y no aguantaría el intento de penetrarlo, entonces lo tomé de las axilas, lo levanté y lo hice arrodillar nuevamente, “chupalo que te voy a dar la leche, tragala toda”, -le grité-. Como por inercia su boca atrapó el glande y no empujé, pero mis manos en su cabeza no permitieron que se saliera cuando comencé a llenarle la boca de leche. Me encantó porque se esmeró por tragar a medida que el glande escupía mi placer en su boca.
Me limpió con su lengua lamiendo toda esa “cabeza” como si fuera un gatito y me miraba totalmente entregado, “tu lechita me gustó, tenías mucha, pero me la tragué toda”, -me decía con los ojos llorosos y las mejillas arreboladas por el esfuerzo-, “¿ahora es cuando me la vas a meter?”, -preguntó impaciente-…
- Esperá un poco Darío, primero vamos a seguir jugando, quiero dedicarme a tu culito.
- ¿Me vas a meter los dedos como recién?, sentí una cosa en la panza cuando me metías los dedos y me parecía que me iba a hacer pis, pero después se me aflojó todo.
- Eso que sentiste se llama orgasmo, cuando seas más grande tus huevitos van a producir leche y en lugar de sentir como que vas a orinar, vas a largar la leche como hice yo recién.
- Bueno, -simplemente eso me dijo-.
Hablaba conmigo y sus manos chicas se dedicaban a tocar, acariciar y apretar el tronco semi rígido de mi verga que crecía a pasos agigantados, “cada vez se hace más grande, ¿por qué no tenés pelos acá?”, -preguntó intrigado cuando se percató que yo estaba depilado-… “Porque me depilo, me resulta más higiénico y cuando vos te la puedas meter en la garganta no te vas a encontrar con pelos molestos” …
Se quedó pensando y no me dijo nada, sólo agachó la cabeza y se metió el glande en la boca tratando de meterse en tronco lo más que podía, pero le resultaba difícil tragarse más de la mitad, “no te apures, tenés que practicar más, pero ahora ponete en cuatro apoyándote en el respaldo del sofá, quiero comerme tu culito” … Mucho no me entendió eso de “comerme”, pero se acomodó tal como se lo pedía y sus nalgas quedaron a disposición de mis dedos, mi boca o de mi verga invasiva.
Le abrí las nalgas con las manos deleitándome con su zanjita y con el agujerito fruncido tal como si fuera el asterisco de un teclado de computadora. De inmediato mi lengua salió disparada como si fuera la de un reptil y abarqué el pequeño hueco dejándolo lleno de saliva. Darío dio un brinco al sentir la lengua y su gemido de placer sonó claro en la habitación. “De nuevo, de nuevo, me dio como electricidad”, -pidió girando la cabeza- y no había nada que esperar.
Apretar esas nalgas con cada una de mis manos me provocaba una excitación tremenda que parecía correr desde mis dedos a la punta del glande y ni hablar de mi boca pegada a su agujerito y la lengua tratando de dilatar su ano con abundante saliva y golpecitos que intentaban hacer que la “sin hueso” penetrara un orificio pequeño que se aflojaba y se contraía. Si a eso le sumamos los movimientos que hacía Darío empujando sus caderas y el sonido de sus gemidos de placer unidos a su voz entrecortada, eso parecía la gloria.
“¡Ay mamita, ay mamita!, me gusta, me gusta mucho Miguel, meté los dedos”, -decía con un tono bajo urgiéndome a que metiera algo en el asterisco que palpitaba-. Mi verga estaba a reventar y se me cruzaban destellos de sadismo imaginando que lo penetraba de un caderazo y lo hacía gritar aunando el placer y el dolor con que se inicia una nueva vida, pues entendía que algo de eso había, una vez que sintiera la verga en su culito, su vida no sería igual.
De todos modos, no llegaba a tanto, sabía que no podría hacerlo, tendría que lograr que el placer primara por sobre el dolor y para eso tenía que dedicar mi tiempo y aguantar mis ganas de romper. “Otra vez, otra vez, me hago pis otra vez”, -dijo con la voz temblorosa y su cuerpito acompañó con espasmos esa sensación que ya se le hacía conocida.
Fue el momento en que retiré la boca y mis pulgares se hicieron cargo del agujerito semi dilatado. Usando las yemas trataba de estirar sus paredes hacia los costados y, tras cartón, retirando una mano, usaba el dedo medio para introducirlo despacio, una vez, dos veces con intentos suaves y pronto mi palma tocó sus nalgas y las otras yemas sus huevitos duros. El nene se desesperaba al hacer el intento de empujar sus caderas al encuentro de mi dedo más grueso e intenté con los dos, apenas gimió cuando ambos dedos removieron su interior liso.
Luego de esto, el entrar y salir se convirtió en una necesidad y su desesperación y calentura, desconocida en ese momento y a ese nivel, lo impelía a pedir en voz alta que le metiera la verga, que ya no aguantaba el placer que le daba con mis dedos. Yo no quería dejarme llevar por sus urgencias y movía los dedos haciéndolos girar a la par que lo penetraba lo más profundo que podía.
Con tres me resultaría mejor y su culito imberbe y pedigüeño se los “tragó” sin que importara mucho el ruego bajito diciendo que le dolía. Efectivamente, con tres dedos y más saliva, girar los dedos resultó en una dilatación más acorde y seguí en la mía esperando que repitiera sus contracciones y temblores. Sentí los apretones de sus músculos en mis dedos y sus temblores desacompasados, ya no dijo que se hacía pis, pero su culito pareció dilatarse más pidiendo otra cosa.
Entonces me incorporé para apoyar mi glande en el agujerito dilatado, se dio cuenta, sintió la cabeza palpitante y exigió un tanto desencajado: “Meteme toda la verga Miguel”, iluso de él, yo había notado la desproporción y si empujaba estaba seguro que lo desgarraría, con el riesgo de lastimarme yo también, no me quedaba otra que apoyarla con fuerza, echar más saliva y tratar de entrar poco a poco.
Con la mano dirigiendo el tronco dejé que el glande se moviera buscando que el recto se acomodara para facilitar su paso, pero no había caso, el último excedente de saliva no alcanzaba y ya tenía la boca seca. Fue una especie de triunfo lograr que medio glande ingresara y tuve que aferrar sus caderas para que no se escapara de allí, “me duele Miguel, sacala que me duele”, -gritó chillando con voz llorosa-.
Sollozaba pidiendo que no le hiciera mal, pero atiné a quedarme quieto no dándole bola a sus ruegos, sólo me empecé a mover cuando él dejó de agitarse, pero mis movimientos fueron milimétricos y no me esforzaba por avanzar, por lo menos ya no se quejaba y las caricias en toda su espalda daban algunos resultados, pero ni pensar en hacer que el ariete avanzara. Mis huevos pedían una descarga y mi cabeza pensaba en algún lubricante adecuado.
No se me ocurría nada, si hubiera pensado en la posibilidad de cogerme al nene habría traído algún gel dilatador o simple vaselina, pero no salí de casa con su culito en mi mente. Entonces recordé que en el baño principal alguna vez había dejado espuma de afeitar y, con intentar no perdía nada. Salí despacio notando que el agujerito estaba bastante dilatado y le dije que se quedara quieto, que enseguida regresaba.
Corrí apurado subiendo las escaleras y sujetando al ariete erecto, fue como descubrir oro cuando abrí el botiquín y el spray de espuma pareció saludarme con un “aquí estoy”. De inmediato me puse espuma en el glande y el tronco probando que no me provocara ardor y quedé conforme, fueron segundos los que tardé en regresar y vi que Darío se tocaba el culito metiéndose uno o dos dedos, pensé que pronto sentiría más que dedos.
Me miró interrogándome y le dije que había ido a buscar una crema para que no le doliera, “bueno”, -expresó y se puso nuevamente en posición-. Agité el envase, puse el vertedor directamente sobre el ano dilatado y pulsé el botón, Darío dio un respingo cuando la crema entró a presión en su interior, “está fría Miguel, ¿qué me pusiste?”, -preguntó-… “Es crema, vamos a probar con esto, pero si no entra me la vas a tener que chupar toda”, -le contesté pensando que tendría que nutrirme de cremas dilatadoras-.
“Bueno”, -volvió a contestar-, enseguida se puso a tono y comenzó a gozar cuando mi dedo se introdujo y se movió en su interior desparramando la lubricación. Cuando creí que estaba listo puse un poco más en mi glande y aferré el tronco con la mano para que entrara directo. Medio glande entró como al principio y el resto comenzó a deslizarse sin mayores problemas.
En realidad, hubo un problema que se tradujo en el grito de Darío cuando sus carnes se abrieron, pero el chirlo fuerte en una de sus nalgas y el grito para que se callara lo llamó a silencio. Ya no gritó, pero rogaba para que no siguiera, “porfa Miguel, sacala, me duele, mi culito me duele, no seas malo, otro día, cogeme otro día”, -pedía a punto del llanto-. Lo calmé hablándole de forma calmada y esperé escuchando como tragaba sus propios mocos.
En cuanto se movió para acomodarse, comencé con mis movimientos, pero esta vez traté de avanzar, sentía como las paredes lisas se abrían y como se quejaba Darío, aunque ya sin ostentaciones y muy lentamente, acompañaba mis lentas entradas y salidas.
- Me encanta tu culito, es fantástico Darío, nunca me cogí un culito igual, -le decía en voz baja y sintiendo la presión de su estrechez en el tronco-.
- Todavía me duele mucho, pero estoy tratando de aguantar y me dan cosquillas en la panza cuando te movés, ¿en serio te gusta mi culito?
- ¡Claro que me gusta!, ¿acaso a vos no te gusta mi verga?
- Sí, me gusta, hasta tu leche me gusta y quería que me cogieras desde que te vi con mi abuela, ¿te gusta más mi culito que el de mi abuela?
- ¡Por supuesto!, es más lindo y más cerradito, también me gusta que quieras recibir mi verga, ¿viste que no fue tan doloroso?, -le decía mientras seguía moviéndome y trataba de entrar un poco más, sin dudas que la charla ayudaba a que perdiera el miedo-.
- Sí, me dolió bastante, pero ahora me está gustando, ¿ya la metiste toda?
- No, apenas pude meter un poco más de la mitad, pero si empujo te voy a lastimar y quiero que goces y no que llores, además ya no me puedo aguantar y te lo voy a llenar de leche.
- Sí Miguel, si, llename las tripas de leche y haceme feliz, -pidió repitiendo las palabras de su abuela y ya no aguanté-.
Lo sentí quejarse cuando empujé un poco más y me descargué como si fuera la última vez, había aguantado un montón, pero había valido la pena, el culito de Darío ya era mío y lo seguiría siendo, para mejor, en el medio de mi acabada sus músculos me apretaron y el nene se puso a temblar por el orgasmo que experimentó.
“Está caliente, siento tu leche calentita en mis tripas”, -dijo levantando la voz y moviendo sus caderas hacia atrás, impulsado por el placer-. El orgasmo que tuvo y la leche que servía de lubricante, más mis ganas de penetrarlo a fondo como hacía con la abuela y con mis otras amantes, hicieron que lo dejara que fuera él quien se penetrara más.
El beso de mi pelvis con sus nalgas, más el gemido que dejó escapar cuando el glande venció el último esfínter resultaron espectaculares y me moví con más ganas apelando al resto que me quedaba. “Entró toda, entró toda, siento que entró toda y ya no me duele”, -dijo dando un grito como de triunfo-. No podría para otro polvo enseguida, pero no desaproveché la erección que quedaba y pronto la habitación se llenó de sonidos como de aplausos por el choque de pelvis y nalgas, junto a los gemidos infantiles.
Los dos nos cansamos, Darío se dejó caer hacia un costado para estirarse en el sofá y yo seguí su movimiento para quedar tapando su cuerpo con el mío mientras la verga se desinflaba en su interior y lo mullido de sus nalgas me hicieron sentir bien. El cambio en mis modos me favorecería porque podía usar cierta dulzura que no sabía que tenía y el culito del nene me ayudaría pues pensé que trataría de cogerlo cuantas veces pudiera.
La penetración de su culito virgen no había sido igual a como lo había imaginado, es decir, con él sentado y penetrándose mientras hacía gestos de dolor, pero ya habría oportunidad de plasmar esa imaginación en realidad. Traté de salir despacio y aun con la verga reducida a su mínima expresión, Darío acusó el “desenganché” y el ¡ufff! fue muy patente cuando salí de él. No me pude abstener de mirar el hueco, incentivaba el morbo verlo abierto y ver como se iba cerrando como con espasmos.
Tuvimos que ir a bañarnos porque las entradas profundas habían tocado algo desagradable y fue él quien me lo hizo notar, “tenés la verga llena de caquita”, -expresó con cara de inocente-, pero no le di mayor importancia y me lo llevé para el baño. Allí me di cuenta que el jabón neutro en gel también hubiese ayudado y era bueno tenerlo en cuenta, aunque ya nunca faltaría el gel dilatador, las chicas tampoco tendrían porque sentir dolor.
Estábamos debajo del agua y pensaba en eso cuando sentí las manos enjabonadas de Darío que se afanaban para lavarme la verga alicaída. “Ya está, ya quedó limpita”, -dijo acariciándola y aprovechando también para pasar la mano por mis huevos-. Me acariciaba, me miraba con su rostro de nene-nena enmarcado por su cabello blanco mojado y me agaché para besarlo, me respondió y de inmediato dejó mi verga para echarme los brazos al cuello pasando las piernas por mi cintura.
No sé si por el beso, por la forma de mover su lengua, por su cara de inocente mezclada con miradas pícaras, por las nalgas que sostenía con mis manos, por la novedad o por lo que fuera, lo que sí sé es que, como no me había pasado nunca, la verga volvió a erguirse y quedó encajada en la zanja de sus nalgas. “Se te puso dura, pero si me vas a coger de nuevo tené cuidado porque me arde un poco adentro del culito”, -me dijo con su carita un poco compungida-.
No lo hacía a propósito, estoy seguro que no se daba cuenta, pero con sus palabras, sus gestos y sus miradas provocaba en mí unas ganas locas de ensartarlo. Me contuve pensando que la espuma de afeitar podría haber provocado algunos roces indeseables y se salvó de nuevos pijazos por eso, en cambio, así quedara de cama, no volvería a la casa con una erección… “Lo que podés hacer es practicar para que entre en tu garganta”, -le contesté y no tardó en arrodillarse en la bañera-.
Se esmeraba para tratar de meter la mayor parte del tronco dentro de su boca, pero apenas pudo pasar un poco de la mitad antes de tener una arcada que lo hizo toser y casi vomitar. “Ponele mucha saliva y respirar sólo por la nariz, yo te voy a ayudar”, -le dije y asintió sin saber cómo lo iba a ayudar a tragarla-.
Él ya sabía que no debía usar los dientes y volvió a intentar, pero cuando estuvo por la mitad e iba a retroceder, las manos en su cabeza y el caderazo estrellaron su nariz en mi pubis.
Fue sólo un segundo o dos y lo solté, se la sacó de la boca y me miró con los ojos rojos llenos de lágrimas y la cara encendida, “me hiciste mal, casi me ahogo”, -acotó y le respondí con voz dura… “Darío, si de verdad querés hacerme feliz vas a tener que aprender a tragarla toda, de otra forma no me gusta, vos decidís” … No me contestó nada, pero al agachar la cabeza supe que lo volvería a intentar y cuando la tuvo por la mitad levantó los ojos como pidiendo ayuda y volví a hacer lo mismo con mis caderas y mis manos.
Fueron cinco o seis veces así y una de las veces vomitó, pero no cejó en su intentó, él quería hacerme feliz y no lo iba a lograr si se dejaba vencer por su garganta. La última vez lo hizo solo tomando mis caderas con las dos manos, me encantó, aunque no lo dejé seguir, me retiré un poco sabiendo que no aguantaba más y descargué el remanente de mis huevos en su boca, trago todo y tampoco tuve que decirle que me la limpiara con la lengua, eso ya se lo debía haber enseñado el padre porque me la dejó como nueva, destruida y achicada, pero limpia.
Luego nos cambiamos y le reiteré todas las recomendaciones, avisándole también que no me buscara ni me tratara distinto cuando estaban las mujeres de la casa cerca, aceptó todo y nos volvimos para la casa principal. En la camioneta me dijo que el culito le seguía ardiendo y que tenía hambre, eso lo solucionamos rápido.
Paré en una farmacia y compré una crema cicatrizante y analgésica, luego fue el turno de un Mac Donald y estacionados en el lugar nos comimos una regia hamburguesa y tomamos una gaseosa cada uno, de paso, al terminar y aprovechando que nadie de afuera podía vernos, se bajó el pantalón y le puse suficiente pomada en el interior de su culito, esta vez el movimiento de sus caderas por los dedos adentro sólo provocó risas.
Iba conduciendo y me quedó claro que ignoraba, desconocía y no tenía en cuenta la capacidad erótica que podía tener un chico, esto porque me salió con una pregunta que primero tomé a la ligera, pero que después me dejó pensando…
- Miguel, ¿vos me dejarías ver cada vez que te cogés a mi abuela?
- ¿Y eso?, ¿a qué viene eso?, ¿ahora tenés ganas de cogerte a tu abuela?, jajaja.
- No te rías, sé que no podría porque tengo el pitito muy chiquito, pero yo la quiero mucho a mi abuela y ahora que sé besar y chupar, en una de esas…
- ¡Ni loco!, si tu abuela supiera que te “comiste” mi verga, no le va a importar que vos querías recibirla y me echa en aceite hirviendo.
- No entiendo, primero se la chupé a mi papá y yo iba a dejar que me cogiera cuando estuviéramos solos en un lugar, después se armó todo el lío porque me pidió que se la chupara estando mi mamá en casa, después, cuando te vi con mi abuela me dieron ganas de que fueras vos quien me la metiera y vos también quisiste, ¿a quién le hicimos mal?
- A las Leyes y a la hipocresía de la gente, a ellos no les importa que el menor tenga ganas y acceda, deciden que está mal y castigan al adulto sin hacer diferencias entre buenos y malos, por eso es importante que no cuentes nada, las cosas de la intimidad no se cuentan, a nadie, ni a los padres, maestros, curas o amigos.
Dejamos las cosas ahí porque estábamos llegando a la casa, pero se me ocurrió pensar que no me resultaría difícil llevarla a Gimena a un pico alto de calentura y, en el interín, apelando a su sumisión, exigirle que se dejara chupar la concha por su nieto. Lo descarté enseguida, pero me quedó “picando”.
Luego le pedí al nene que, cuando hablara con la abuela o Josefina les contara todo lo que hicimos en el Shopping, que almorzamos ahí, que fuimos a la casa porque yo quería pagar algunas deudas, que la recorriste toda y que después cuando volvíamos paramos a comer en un Mac Donald, “contá todo, menos lo de mi verga y tu culito” … “Bueno”, -contestó y no me molestó, yo, cuando chico, era igual de parco-.
Entramos a la casa por la puerta del garaje y apareció Josefina, descalza y vistiendo un pareo y su tanga amarilla, “los estaba esperando y aprovechando los últimos rayos de sol, Gimena se va a quedar esta noche en el hospital y Daniela ya se retiró”, -me informó y continuó-, “cualquier cosa que necesites, sólo tenés que pedírmelo”. Su mirada me dio a entender que, efectivamente, había hablado con Gimena, pero yo no estaba para ninguna clase de “chiches”, el pendejito me había agotado.
- Gracias cielo, fijate de acomodar las cosas que compramos, yo me voy a encerrar en mi habitación, tengo que terminar un trabajo que dejé pendiente y esto de salir de compras con un nene me agotó.
- Era de esperarse, pero, por lo menos, saliste un poco y eso te hace bien, ¿vas a cenar?
- No lo sé, por las dudas avisame, pero no vayas así “vestida”, soy capaz de trabar la puerta y dejarte adentro conmigo, jajaja.
- Vos sos capaz y me encanta ese cambio, algo me contó Gimena y estoy un 100% de acuerdo, no va a ser necesaria la traba de la puerta, jajaja.
- Hecho, pero hoy no, tengo que terminar ese trabajo y no sé hasta qué hora estaré despierto.
Por lo que me venía venir, mi casa se convertiría en un revoleo de tetas, conchas, culos y culito, no me parecían nada mal esos cambios a experimentar…
GUILLEOS1 – Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.
wow genial el relato amigo sigue contando mas… 🙂 😉 🙂 😉