EL HIJASTRO DE MI HERMANA. (4).
Nico tiene que entender y entiende. Me entero de algo que no esperaba y que, de alguna manera me imaginaba. Carlitos y Javier están dispuestos y les gusta estarlo..
Antes de que anocheciera, los llevé a los chicos y a su madre a la casa y los ayudé a bajar el cajón de huevos. Se pusieron de acuerdo para que los dos chicos fueran a pasar los siguientes dos días en casa, ellos mismos hicieron planes para disfrutar de su estadía y Julia me volvió a agradecer por todo, asegurando que desde la mañana siguiente se pondría en campaña para comercializar todo lo que llevaba, además el brillo de sus ojos pícaros me hizo saber lo que significaba ese agradecimiento por “todo”.
De regreso a casa, lo miré a Nico que estaba serio sentado a mi lado y no le dirigí la palabra, lo cual provocó que se fuera poniendo más nervioso de lo que estaba. ¿Tío, estás enojado?, -me preguntó con un hilo de voz- Pensé antes de contestar y fijé la vista en el parabrisas… “Cuando lleguemos a casa y te deje el culo todo rayado por los fustazos que te voy a dar, te darás cuenta de que tan enojado estoy por haber hecho algunas cosas sin mi permiso”. No pensaba pegarle, pero el susto no se lo quitaría nadie.
- Perdoname tío, perdoname, lo que pasó es que yo le conté cosas a Javier y él me contó a mí, pero no le dije nada de vos, sólo que yo sabía lo que era que te cogieran y él también sabía, -me contaba y las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas-.
- ¿Y por qué hicieron lo que hicieron en la habitación?
- Porque yo quería que se calentara y que vos nos cogieras a los dos, eso es lo que quería y para eso les mostré el video de los chicos, allí fue que Carlitos me dijo que él sólo la chupaba, me contaron todo y nos chupamos.
- ¿Eso quiere decir que porque a vos se te ocurre vas a chuparle la pija a cualquiera y te vas a dejar coger con el que se te ocurra?
- No tío, te prometo que nunca más haré algo así, pensé que a vos te iba a gustar, no quiero que me pegues, perdoname.
- Dejame pensarlo, aunque vos vas a tener que entender que tu culito es sólo mío, aunque tenga que dejártelo marcado a fustazos para que te lo grabes en la cabeza. Ahora apenas lleguemos te quiero todo desnudo y veré que hago.
- Mi culito siempre será tuyo y sólo tuyo tío, perdoname tío, perdoname, -me decía y pedía llorando y acurrucándose en el asiento de la camioneta-.
Cuando entramos en la casa se desnudó rápido y se arrodilló tremendamente asustado cuando descolgué la fusta que tenía colgado en la pared. “La única manera en que te pueda perdonar es dejando que me la chupes hasta ahogarte y te aguantes sin chistar la rotura de culo que te pienso dar, además mañana me voy a coger a Javier y no quiero celos, pucheros o berrinches, yo decido a quien me cojo y si quiero que vos te dejes coger por alguien, ¿te queda claro?”.
Creo que, en ese momento, el pobre Nico hubiera aceptado lo que fuera y a mí me convenía que siguiera pensando así, pero, hasta ahí llegaba mi sadismo y le pedí que se levantara para poder irnos a la cama. Llevaba la fusta en la mano y, luego de desnudarme, me tiré sobre la cama y le hablé: “Yo me voy a quedar quieto apoyado en las almohadas y vos te vas a ocupar de chuparme la verga hasta que yo te diga, ponele mucha saliva porque hoy no te voy a poner crema en el culito”.
Con la cara me decía que no la aguantaría sin crema, pero no se animó a decir nada, por el contrario, se abocó con ganas a la tarea encomendada. Sin dudas que Nico era un mamador innato porque había aprendido bien y tardó muy poco en tocar mi pelvis con su nariz, controlaba perfectamente sus arcadas y subía y bajaba el tronco por el interior de su boca, sus labios me apretaban y su lengua se movía en la medida de lo que podía.
“Tocate, tocate para que te den las cosquillas”, -le dije y no tardó en estirarse y apretarse el pene, eso no lo podía ver, pero los gemidos y los temblores me hacían saber que las “cosquillas” aparecían. La mamada era sensacional y en una aspirada prolongada casi me vació los huevos, ni sé cómo hice para contenerme…
“Bueno, ya está, aflojá con la boca, tomá, ponete crema porque si no te voy a rajar y sentate arriba de mi verga, vamos a ver cómo te movés con todo el tronco adentro de tu culito”, -le dije haciéndome el gran macho dominador-. Tremendo iluso, se puso crema, le puso al glande, lo dirigió a su agujerito y fue descendiendo con un movimiento de sus nalgas, pero no paró, fue sin escalas y pronto la tuvo toda en su interior.
Quejidos sordos y gemidos placenteros se mezclaban, algún rictus de dolor no pudo disimular, aunque cuando llegó a apoyar sus nalgas en mi piel, se le notó la satisfacción por haberlo logrado el solo. Después se propinó una cogida de varios minutos con entradas y salidas controladas y moviendo sus nalgas con gracia, no pude aguantar, lo intenté, pero no pude y me dejé ir llenándole el culito de leche, quedamos los dos bastante cansados.
“Andá a lavarte para no manchar las sábanas y volvé porque te quiero seguir cogiendo”, -le dije y salió corriendo al baño-. No era tan así, yo ignoraba si podría hacer que me excitara nuevamente, pero él no estaba en disposición de negarme nada. Me quedé pensando en que no debería esforzarme porque la noche siguiente debería estar con todas las pilas puestas para hacerle el culito a Javier y, ver si podía meterle algo de mi verga a Carlitos.
Es tremendo cómo funciona el cuerpo ayudado por el morbo, pensaba en los hijos de Julia y en ese momento apareció Nico todo desnudito y dispuesto a seguir. La verga se convirtió en un músculo independiente y se elevó deseando la estrechez del culito de mi sobrino, acabar no iba a acabar enseguida y me pasé casi una hora dándole “bomba y bomba” en distintas posiciones, fue de “patitas al hombro”, llevando sus rodillas a su pecho, a cuatro patas, apoyando los pies en el suelo y el pecho en la cama, boca abajo aplastado por mi cuerpo…
En ningún momento se quejó, por lo menos no ostensiblemente y cuando pude acabar le quedó el culito como para meter una pelota de béisbol, aunque no podía borrar la sonrisa de satisfacción de su cara. No habíamos cenado, aunque no importó mucho, se quedó dormido abrazado a mí y ambos satisfechos y diría que, hastiados de sexo. El descanso me duró como una hora en que me costó dormirme y luego me levanté a “picar” algo porque los ruidos de mi panza vacía me molestaban.
En la madrugada Nico se movió inquieto en la cama y lo desperté con besos preguntándole que le pasaba, me sentía un tanto culpable por cómo había actuado con él. Me comentó que le ardía el culito y tuve que curarlo poniéndole una pomada cicatrizante y anestésica, después durmió como un bendito y a la mañana se pudo mover mejor.
Igualmente, no lo dejé levantarse conmigo, le hice el desayuno y se lo llevé a la cama con una bandeja, feliz de la vida con eso porque nunca lo había experimentado, le puse algo más de pomada y lo dejé durmiendo. Yo le di de comer a los animales y me metí en el galponcito de las ponedoras.
Tendría que trabajar toda la mañana para poner ese lugar en condiciones, asearlo bien, desinfectar, acomodar los nidos y recoger los huevos para ir llenando los maples. Quedó todo como una “pinturita” y ya para esa hora había juntado cuatro maples de huevos grandes y dos de menor tamaño, paré al mediodía cuando apareció Nico diciendo que estaba con hambre. Ordené lo que sobraba y nos fuimos a comer carne asada fría pues estando conmigo jamás me puso un “pero” por la comida que le servía.
Mientras preparábamos la comida me dijo que le había gustado todo lo que había pasado y que nunca más me daría motivos para enojarme, además que el culito ya no le ardía nada, estaba de lo más cariñoso y besucón, no obstante, lo mandé a lavarse bien y a ponerse más pomada, más valía prevenir. Luego de almorzar le pedí que me acompañara porque tenía que buscar en Internet datos sobre la mejor alimentación de las gallinas.
“¿No le alcanza con el maíz partido y esas semillas amarillas que les das?”, -preguntó intrigado-. Le expliqué que, como los huevos tenían que comercializarse había que mezclar algún tipo de energizante en los alimentos y agregarle un preparado al agua, esto hacía que las gallinas aumentaran la producción, que los huevos tuvieran la cáscara más dura y fueran más nutritivos.
El caso es que, sentado en mis piernas leyó conmigo todo los que sería necesario comprar, algo que haría yendo al pueblo luego de entregarle los caballos a Julia para dar las clases. El lunes venía atareado, pero a mí eso no me molestaba, al contrario, me sentía muy bien con ese movimiento…
Hubo un rato de religiosa siesta sin ningún tipo de “jueguitos”, después de ésta, que nos vino de maravilla, Nico se quedó nadando y yo me fui a buscar a los caballos para tenerlos listos y no perder tiempo. Julia llegó un poco antes con los dos chicos y pasó con el coche directamente para la casa. Venía embaladísima y más contenta que unas pascuas.
- ¡Hola Oscar, necesito más huevos!, -fue lo primero que dijo al saludarme, luego se ocupó de los besos y los chicos saludaron y se fueron a la pileta-.
- Pará un poco mujer, me vas a agotar, no doy para tanto, -le contesté sonriente y empleando un doble sentido que captó en el aire-, es mucho trabajo…
- Jajaja, que tonto que sos, vendí todo, hasta una docena que había guardado para mí, todavía no voy a abrir el local para no pagar impuestos y habilitación, pero ya se corrió la bola y se vende como “trompada de loco”, uno atrás del otro.
- Te junté cuatro maples de números 1 y dos de huevos más chicos, compará porque me parece que los que venden en el Súper son los chicos, los grandes no entran en los porta-huevos de seis unidades.
- Ya me fijé, los del Súper son más chicos y ya me dijeron lo mismo, los más grandes se rompen en esas cajitas.
- Igual no te “subas a la moto”, el que compra un maple no repite hasta casi diez días.
- Es que vendí solamente un maple completo, los demás fue por docena o media docena. El cajón tiene doce maples, así que sería, más o menos, un cajón por día y hoy uno me pidió precio por un cajón para poder vender casa por casa. En cinco días ganaré lo mismo que el sueldo de todo el mes.
- El problema es la producción, lugar tengo, pero tendría que comprar unas doscientas gallinas más y separar varias que “usa” el gallo, esas no se utilizan para carne y están al pedo. Recién estuve mirando para ir a comprar alimentos con energizantes y un preparado para el agua, todo implica más inversión. Yo diría de probar de a poco.
- ¿Es mucho lo que hay que invertir?, yo podría vender el autito.
- Julia, usá la cabeza y ¿después qué?, andarías en bicicleta y a las corridas por los horarios de las clases. Yo tengo para invertir, eso es lo de menos, luego averiguo bien y hago las cuentas. Vení, mirá como quedó el galponcito.
Fuimos a ver el galpón de las ponedoras y se asombró del cambio. “Está fantástico y mirá todo el lugar que sobra”, -me decía y me apoyaba el culo para notar mi bulto-. La hija de puta de mi verga reaccionó enseguida y me tuve que aguantar, “portate bien porque te voy a hacer gritar como para asustar a los caballos, ese culo no se desprecia”. No insistió, pero puso una cara divertida mezclada con algo de desilusión, aunque gozó de un par de apretones. Luego se llevó los caballos y le dije que me llevaría a los chicos para hacer las compras de alimentos y averiguar otras cosas. “Chicos, tienen que ir con Oscar, pero antes pónganse shorcitos secos”, -les ordenó a sus hijos, rápidamente los sacaron de las mochilas que traían y que habían dejado en las reposeras y fueron los tres a cambiarse, al poco rato regresaron con sus pantaloncitos cortos de lycra.
Cuando subieron a la camioneta se sentaron los tres adelante, Carlitos lo hizo en la consola que estaba junto a la palanca de cambios y los otros dos en el asiento restante. Los dejé, yo no correría y tampoco había policías que pudieran multarme por el tema de los cinturones de seguridad, así que emprendí tranquilo el camino al pueblo, no tardaríamos más de quince minutos en llegar. Yo no era un tipo que le hiciera ascos a culos femeninos y masculinos, máxime en ese momento en que también estaba entusiasmado con los culitos infantiles, pero las actitudes que los chicos tan chiquitos dejaban entrever con respecto al sexo, no dejaban de asombrarme y, ciertamente, calentarme como un burro. Carlitos pidió e insistió haciendo “pucheros” en que lo dejara manejar porque la madre nunca lo dejaba, “yo me siento arriba tuyo y llevó el volante”, -dijo decidido-.
Pensando en lo que podría hacerle a él y al hermano y sabiendo que me había aguantado con la madre por eso, mi entrepierna reaccionó, entonces paré a un costado apenas habíamos salido de la tranquera de casa, me acomodé el bulto y moví el asiento hacía adelante para quedar pegado a sus nalgas chiquitas y prietas. El muy ladino y calentón, (me convencí enseguida de eso), se sentó sobre mis muslos y acomodó sus nalgas pegadas a mi tronco semi erecto. Nico me miró sonriendo y luego siguió hablando con Javier al que le preguntaba por el ganado vacuno que se veía en los campos a los costados de la ruta.
Carlitos movía el culito, el bulto se había encajado entre sus nalgas y ya la dureza era evidente, el nene no podía ignorarlo, parecía concentrado con sus manos en el volante, aunque fuera yo quien en realidad manejaba y seguía con sus movimientos suaves. Mi mano izquierda dejó el volante y comencé a acariciarle el cuello y luego el pecho pasando los dedos por debajo de la remera. Sus pezoncitos estaban duros y apoyó toda su espalda y su cabeza en mi pecho emitiendo un gemido, indudablemente, de satisfacción.
- ¿Te gusta cómo te estoy tocando?, -le pregunté arrimando mi boca a su oído izquierdo y le lamí la oreja suavemente-.
- Sí, me gusta mucho, tengo el pitito duro y vos tenés el pitote grande, duro y parado apoyado en mi colita, -expresó en voz baja y girando la cabeza para seguir disfrutando de la lamida de oreja-.
- Eso es porque tenés una colita muy linda y me dan ganas de jugar con ella, ¿te animarías a chupármelo y a tomarte la lechita?, -le pregunté en su oído-
- Sí, parece que es muy grande, pero yo quiero tomarme esa lechita que sale, igual ahora no podemos porque estamos manejando, -acotó tragando saliva y casi me hace acabar en seco-.
- ¿Me vas a dejar que te chupe el culito y que te meta un poquito de mi verga?, -noté que se endureció, se tensionó cuando le dije eso-.
- Nunca me chuparon el culito, ¿es lindo eso?, ¿no está sucio ahí?, lo de meterme tu “coso”, no sé, me da miedo, Ezequiel es mi vecino y una vez me lo quiso meter para cogerme y me hizo gritar y a Javier también lo hace gritar, por eso no quiero con él, pero me pide que se lo chupe.
- Vas a ver que conmigo te va a gustar, algo duele, pero yo le pongo mucha crema al culito y no va a dolerte mucho cuando te la meta despacito, -le dije acariciándole, por sobre la ropa, el penecito endurecido-.
- ¿A Javier y a Nico también te los vas a coger?
- No sé si van a querer…
- Sí, ellos quieren, Javier ya sabe, yo sé que le gusta y se deja con Ezequiel, también Nico nos dijo que el de Natación se lo había metido.
- Veremos, pero no se puede andar contando nada de lo que vos hacés o de lo que hacen otros, así se van a enterar tu mamá y tu papá y los van a matar a palos, esto tiene que ser un secreto que sólo conocemos nosotros.
- Bueno, nunca más voy a decir nada, te lo juro por mi mamá.
- Bajate un poquito el shorcito porque quiero tocarte el culito.
- Está bien, pero no me metas tu pitote porque me duele mucho y me vas a hacer llorar.
- Sólo quiero jugar con mi dedo, vamos a ver si te gusta o no.
Los otros dos estaban en su limbo y Carlitos se bajó parte del short y se puso un poco de costado para permitir meter mi mano con el dedo medio ensalivado. Tenía una calentura que volaba, podría haber parado a un costado y haberle roto el culito al chiquilín por más que llorara y pataleara, estaba seguro que los otros dos participarían o no se meterían, pero mi mayor triunfo sería penetrarlo en una cama, aunque tuviera que pasarme un rato largo dilatando ese agujerito. Como iba relativamente despacio podía mover mi mano a mi antojo y conducir con la otra, tuve que sacarla y poner más saliva porque al pasar la yema por su asterisco cerrado el nene emitió un gemido que interpreté como de placer.
No iba a penetrarlo, la posición tampoco ayudaba mucho y el repetido pasaje con el dedo mojado, “picando” de vez en cuando, pero sin intentar nada más, provocó que Carlitos se soltara y perdiera un poco de sus miedos, “tratá de meterme el dedo, yo lo hago en mi casa para que se me ponga duro el pitito, me gusta, pero hacelo despacio”, apenas si metí media yema y no se sintió disgustado, al contrario, se movió casi como pidiendo por más.
No quise insistir más, ya estábamos llegando al pueblo y lo bajé para que se sentara en el lugar anterior, no me convenía que alguien viera que llevaba al nene sentado al volante. Javier dormitaba y Nico miraba por la ventanilla. La erección desapareció de a poco y el negocio al que tenía que ir para comprar el alimento y los suplementos estaba frente a una heladería, cuando paré allí les pregunté si querían tomar un helado y se escuchó un sólo grito de aceptación.
“Mi papá y mi mamá nunca nos compran helado”, -expresó Javier– y Nico afirmó que a él tampoco le compraban seguido, me dio cierta rabia enterarme de esto, menos que menos por parte de mi hermana que estaban más holgados de bolsillo, el caso es que cada cual se comió ¼ de helado con cuatro gustos distintos. Se quedaron sentados frente al negocio al que yo entré, compré varias bolsas de lo que me recomendaron y el suplemento de lo que le debía poner al agua.
Luego de cargar todo en la camioneta y de transpirar como un beduino, charlé un rato con el dueño porque me pasó las proporciones que debía usar por día y, además, me podría conseguir pollas jóvenes para que empezaran a producir enseguida, quedé en estar en contacto y llamarlo a la brevedad. El tipo, de unos cincuenta años hablaba hasta por los codos y sabía lo que decía, por lo menos de los alimentos para ponedoras. Había mirado un par de veces a los chicos y cuando estaba despidiéndome en la puerta del negocio, le salió “la cotilla” o “chusma” de pueblo.
- ¿Esos son los hijos de “la” Julia, ¿no?
- Así es, ella da clases de Equinoterapia en mi campo y será la encargada de la venta de lo que produzcan las gallinas, ¿la conoce?
- Acá en el pueblo nos conocemos todos, ella es muy buena chica, lástima el marido que tiene, ¿ya se separó?, seguro que sí, ya lo debe haber descubierto.
- No tengo idea de lo que me dice, hablo poco con ella de su vida privada, pero por lo que sé, el marido es Viajante de Comercio y esta semana se fue de viaje, no me gustaría que me mintiera, yo confió mucho en ella y ya ve que con esto hago una buena inversión, -acoté con cierta voz amistosa y compinche porque quería que siguiera hablando-.
- No creo que le mienta, la piba es “de fierro”, lo que pasa es que el marido tiene otra mujer con un crío en un pueblo que está a unos doscientos kilómetros y no le miento.
- Bueno, no digo que me mienta, pero ella no debe saber nada.
- Si lo aguanta es seguro que no sabe nada porque si no lo echaría a patadas de la casa, porque esa casa es de ella, se la dejó la madre cuando murió y a él le vino bien. Para que sepa, yo fui a visitar a mi hermano que tiene un campito en ese pueblo y lo vi caminando en la plaza abrazado de esa “petisita” rubia y en la otra mano llevaba un crío de unos cinco años, por eso le digo que no le miento, no le saqué una foto en ese momento porque no sé manejar bien el celular.
- No, si no dudo de lo que usted me dice, lo que pasa es que creo que en estos casos es mejor no meterse, prefiero que trabaje con ganas y no que ande mal por los “cuernos”.
- Jajaja, tiene razón, mejor es que siga ignorando, mi mujer también lo vio y me dijo que no abriera la boca.
Lo despedí entre risas cómplices y me subí a la camioneta dónde ya me esperaban los chicos. Me quedé pensando en lo que me había dicho “el/la chusma de pueblo”. Me cerraba el tema por lo poco que me había contado Julia de la falta de “atenciones” por parte del marido, aunque por mi parte no se enteraría de nada, no obstante, me sonreí y me dije a mi mismo: “Después dicen que las mujeres son las chusma o cotillas”.
Los chicos estaban contentos con el helado que habían tomado y les pregunté si querían helado de postre para después de cenar, otra vez volvió a vibrar la cabina de la camioneta con el “síííííí” que gritaron a coro. De resultas de esto, vuelta a la heladería y compré dos kilos de helados. En el regreso les dije que se sentaran en el asiento trasero porque me habían dicho que si me veía la policía con los chicos adelante me pondrían una multa fuerte y no habría más helados.
Al llegar a casa nos encontramos a Julia guardando los aperos y las monturas de los caballos que ella utilizaba y me apuré a ayudarla, inútilmente, porque ya había desensillado a todos, los había largado al campo y tenía todo listo para guardarlo.
- No era necesario mujer, eso me correspondía a mí, sucede que se nos hizo un poco tarde porque me quedé averiguando sobre las proporciones del alimento y sus distintos nutrientes para lograr mejores huevos.
- No hay problema, hombre, jajaja, no me costaba nada y ya que traje los caballos no los iba a dejar ensillados, están muertos de calor, ¿cómo se portaron?, ¿qué compraron ahí?, ¿no me digan que comieron helados?
- Sí mami, nos comimos unos helados así de grandes, -dijo Carlitos haciendo un ademán con las manos-.
- Espero que no te joda, me tenté con eso.
- No, para nada y me alegro por ellos, en casa ese gasto es casi prohibitivo. ¿Gastaste mucho en los alimentos?
- Eso es un tema del inversor, tu función es otra, jajaja.
- No me quiero meter en lo tuyo, pero habría que sacar bien los costos, yo vendí muy barato, aunque si aumentan los costos…
- Está calculado porque yo hice las cuentas con mayores costos, nadie va a perder, vos seguí con los mismos precios. Ahh, otra cosa, el de los alimentos me puede conseguir pollas jóvenes para agregar, si lo tuyo camina yo le compro las pollas.
- Se llama Pedro, es buen tipo, pero un “chusma” de aquellos, mañana todo el pueblo va a saber que tenés ponedoras, jajaja, eso en parte nos conviene.
Luego de eso y sin que supiera que ya me había dado cuenta de lo “lengua larga” que era el tal Pedro, me ayudó a recoger algunos huevos más y juntamos casi medio cajón entre grandes y chicos, ella se ocuparía de repartirlos por los precios, perder no iba a perder y, por consiguiente, yo tampoco. Los chicos querían comer pollo a la parrilla y los mandé a la aventura con el alambre para capturar a dos pollos por las patas. Hubo risas a granel y desparramo de plumas en el gallinero, Julia los ayudó mientras yo ponía el agua a hervir. Notaba que ella se quería quedar, pero, ni loco quería eso, había culitos más chicos que me esperaban. Finalmente decidió irse después de ayudar a limpiar los pollos que comeríamos, el tema de separar y fraccionar los huevos en medias docenas para venderlos así le llevaría un tiempo bastante prudencial, eso sí, antes de irse se comió un rico helado y lo disfrutó más que los chicos.
Cuando terminamos de comer había miradas entre ellos que hablaban de picardías, temores, deseos, dudas y una palpable excitación, las risitas afloraban y un cierto rubor se dejaba entrever, pero, entre todo eso se notaba determinada inquietud o miedo en Javier, ya había notado que no me miraba de frente.
- ¿Tienen ganas de que juguemos todos desnudos en mi cama?, -me lancé y les pregunté porque no sabía cómo encarar el tema con los tres juntos-.
- Sí, sí, vamos todos a la cama, -dijo Nico y junto con Carlitos encararon para mi habitación-.
- Bueno, pero primero vayan ustedes dos y pónganse a jugar, Javier y yo vamos a charlar a solas, -les dije notando como el nene se tensionaba-.
- ¿Van a coger entre ustedes primero?, -preguntó Carlitos con una sonrisa y dando a entender que, indudablemente, era eso lo que pasaba por sus cabecitas-.
- No, ya les dije que vamos a conversar, Nico, vos podrías enseñarle a Carlitos a usar la pera de agua para lavarse, así estamos todos limpitos.
- ¿Qué es la pera de agua?, -preguntó intrigado Carlitos y Nico contestó que él le enseñaría-.
Al quedar solos lo abracé a Javier y le pregunté que le pasaba porque lo había visto muy callado conmigo, balbuceó y se le llenaron los ojos de lágrimas, entonces lo acaricié en su cara y lo arrimé hacia mí para tratar de que se calmara.
- Si te cuento te vas a enojar mucho.
- Contame sin miedo, te prometo que no me voy a enojar, -le dije acariciándole las piernas y las nalgas paradas y duras sólo tapadas por el shorcito-.
- Es que hoy le dije a Ezequiel que no podría cogerme más porque le diría a mi tío policía y a mi mamá y se asustó, pero me pidió si me podía coger de nuevo por última vez y me dejé, me hizo doler mucho y estoy mal porque vos me habías dicho que no lo hiciera más.
- Bueno, no me gusta, pero si no te molesta más está bien, ya pasó y te voy a perdonar, aunque no podrás hacerlo nunca más con otro, primero dame un lindo beso y bajate el shorcito que te voy a revisar el culito.
Me jodía enormemente eso que me contaba y no debía hacerlo notar, pero lo miré serio mientras se sacaba rápido el short y tomándolo de las nalgas le comí la boca metiendo mi lengua en el interior, nada que ver con Nico, a Javier nunca lo habían besado ni sabía cómo hacerlo, pero gimió y movió la lengua tratando de aprender de forma acelerada y fue aflojando el cuerpo tensionado.
El dedo de una mano buscó su ano pequeño y lo moví allí sin penetrarlo, no se quejó, pero noté cierta relajación en su esfínter, su penecito se puso erecto y con un hilo de voz me pidió que le metiera el dedo mientras él me la chupaba, pero, no le iba a dar el gusto, en ese culito entraría mi verga y se la haría sentir, luego pensaría que hacer con ese pendejo de mierda que se cogía a “mis” nenes.
- Ahora no, pero como hiciste algo mal, algún castigo vas a tener, primero me la vas a chupar metiéndola toda en tu garganta y después te voy a coger fuerte, eso sí, no quiero quejas, gritos o rechazos. -No me contestó nada, asintió con la cabeza y sus manitos me bajaron la bermuda-.
Me miró la verga, luego a mí y, aunque ya la conocía, un sesgo de sorpresa o quizás admiración le cruzó por la mirada. Enseguida la tomó con las manos y se llevó el glande a la boca abriéndola lo más que podía y yo sabía que ahora no sería tan fácil. Se babeaba todo, salivaba muchísimo y, cuando podía mirarme, de sus ojos caían lágrimas de súplicas, pero mis manos, una en el costado y otra sobre su cabeza no lo dejaban escapar de esa penetración. Se quejó, aunque no amagó a escaparse y le pude coger la boca entrando hasta topar con su nariz, no dejaba que se ahogara mucho, la sacaba para que tomara un poco de aire y volvía a hacer topar su nariz, así varias veces hasta que él sólo hizo los movimientos.
Yo estaba sentado en el sofá y él arrodillado, pero no me costó mucho levantarlo, cruzarlo en mis piernas y tener su culito a disposición, lo toqué lo acaricié y el dedo ensalivado se aventuró ingresando y arrancándole algunos gemidos. El “ejercicio” que había tenido al mediodía ayudó a mi dedo y seguramente mi verga encontraría el camino más liberado, de cualquier modo, no pensaba en tener contemplaciones con él.
Mi dedo se movía entrando y saliendo con ganas y sumé el índice a la “exploración”, apenas si tuvo una contracción de sus nalgas al sentir más grosor y comenzó a mover sus caderas acoplándose al ritmo de penetración de los dedos, al muy “calentón” le gustaba todo eso y al ponerme a pensar que no le deberían haber rogado mucho para volver a cogerlo, decidí que sintiera mi verga sin que esperara más. Lo coloqué de rodillas sobre el sofá y rápidamente se apoyó en el respaldo dejando su culito apuntando hacia mí y, lógicamente, sabiendo lo que pasaría. “Voy a tratar de no llorar, pero entrá despacio”, -pidió sollozante-. Lo haría de ese modo, pero no porque él lo pedía, sabía que si entraba de golpe podría rajarlo y lastimado no me serviría al día siguiente, además, intrínsecamente, quería que gozara con el tronco enterrado en sus entrañas y lo siguiera deseando después.
Escupí bastante saliva en el asterisco suficientemente dilatado y me ayudé con mi propio líquido lubricador, el glande, dirigido con mi mano, hacía un movimiento ondulante y firme empujando sólo lo suficiente y comenzó a entrar suavemente. Javier sintió el tamaño y se quejó a la par que llevaba una mano hacía atrás, se la golpeé para apartarla y le dije: “Si hacés algún otro movimiento te la entierro de golpe y te rompo todo el culo”. Lo entendió, supo que pasaría si yo hacía lo que decía y se aguantó.
Ya sabía que esa noche debía armarme de paciencia y la estaba ejercitando con Javier, salí, puse más saliva y volví a entrar ganando centímetros de penetración a medida que lo hacía, escuchaba sus quejidos, pero no pensaba en entrar en una variante sádica más extrema y mantuve el ritmo más que lento. Me extasiaba mirando como el culito blanco absorbía el cilindro de carne que parecía enorme, hinchado, venoso y totalmente desproporcionado para ese lugar.
Todos sus músculos y la estrechez del conducto que se abría internamente se hacían sentir en el tronco, me generaba algún dolor que podía pasar por alto pensando en que él no lo debía estar pasando mejor, eso me daba una enorme satisfacción interior que se trasladaba a la erección y, para mejor, Javier comenzó a moverse como para que el ariete avanzara más rápido. Finalmente, mi pelvis se pegó a sus nalgas y un gemido placentero escapó de su boca, ya era totalmente mío y él lo sabía…
“Me dolió, pero sentí unas cosquillas raras en mi panza, mi pitito parecía que iba a explotar y ahora siento todo mi culito ocupado, dale, movete más y dame más de tu “coso””, -expresó y me moví con más ganas-. La cogida fue tremenda por el ritmo que le metí y los “pará, pará”, “dale seguí” y los “ayyy” repetidos se sucedieron, pero ya no eran lastimeros o con temores, Javier estaba gozando de la cogida que yo le propinaba a su culito, tan adictivo como el de Nico. No me pude aguantar, mi leche salió a presión y la exclamación de placer de Javier no se hizo esperar, “tu leche está muy caliente y me gusta que me la dejes adentro de mi culito”, -expresó contoneándose y haciendo notar que, verdaderamente, le agradaba-.
- ¡Faaaa!, yo también quiero, te metió toda la pija grande y no lloraste, te gustó y yo quiero que me guste a mí también, -dijo Carlitos desde el marco de la puerta parado junto a Nico y con los penecitos a punto de reventar-.
- Bueno, está bien, ahora te toca a vos, pero vamos a la cama, -les dije mientras levantaba a Javier con mis brazos en su pecho y panza y lo llevaba alzado con mi verga en su interior-.
Lo deposité sobre la cama boca abajo y salí de él sin preocuparme por su posible dolor, el “plop” se hizo escuchar y el agujero abierto de su culo quedó ante nuestros ojos. “¿Te duele?”, -le preguntó el hermano menor-, “¿a mí también me va a quedar abierto así?”, -siguió y se notó cierta preocupación en su voz-… “Sí, pero enseguida se cierra, a mí me había quedado así la primera vez”, -le contestó Nico-, mientras yo me iba a lavar, Javier aún no había aprendido a usar la pera.
- Vení Carlitos, ponete encima, ellos van a jugar entre los dos y vos vas a contarme que hicieron.
- Sí, dale, yo te cuento, se la chupé toda a Nico y me la quiso meter, pero no pudo, además, mi culito está limpito, él me dijo que me lo vas a chupar todo y que es muy rico, pero tiene que estar todo limpio.
- Nico, ¿vos también estás listo para darme tu culito?
- Yo también estoy lavadito tío, pero aún me duele, si querés te la chupo toda como te gusta.
- No, por ahora está bien, enseñale a Javier a dar besos y si querés, metésela, ahora vas a poder entrar.
Le brillaron los ojos a Nico y se abrazó con Javier para “ilustrarse” un poco con el tema de los besos, yo preferí no mirar, tendría que concentrarme en el placer de Carlitos y el mío propio, por supuesto. Lo puse sobre la cama y me ubiqué encima de él sin apretarlo, intenté con los besos y, aunque tampoco sabía darlos, su predisposición y la forma de su boca era distinta, “como los de la televisión”, -decía y se prendía recibiendo y dando lengua-.
Los besos en el cuello y las orejas lo hicieron moverse como si recibiera golpes eléctricos, lo mismo pasó cuando le chupé sus tetillas y jugué con su ombligo. “Ahora te toca a vos”, -le dije presentándole mi verga erecta mientras tomaba el pote de crema dilatadora de la mesa de luz. Miró lo que tenía en la mano, pero no dijo nada y se invirtió en la cama para dejarme el culito cerca de mi cara.
- Me dijo Nico que a vos te gusta que te la chupen toda, pero es muy grande para mí, no sé si voy a poder meterla toda en mi boca, -me dijo torciendo la cara y aferrando mi verga con sus dos manos-.
- Proba de meterla todo lo más que puedas teniendo cuidado con los dientes, -le contesté acariciando su culito paradito, chiquito, aunque de unas formas espectaculares-.
Abrirle las nalgas con mis manos y tener al alcance de mi lengua su asterisco fruncido y virginal, fue como si fuera un manjar de dioses, pasarle la lengua mojada de saliva y escuchar su gemido de satisfacción por esto nuevo que experimentaba, me llevó a mover mis caderas y meterle media verga en la boca. No tosió ni se amilanó por esto, al contrario, su mamada era muy superior a la de Nico y Javier y se me dio por pensar que su cavidad bucal era similar a la de la madre que se la tragaba toda sin que fuera necesario indicarle nada.
Mi lengua no podía con su asterisco y apenas si podía introducir una pequeña parte de la punta afilada, pero él se relajaba con su mamada y su culito se aflojaba. Por momentos se retorcía porque yo besaba aspirando en su agujerito y pugnaba por entrar, entonces decidí probar con la crema y los dedos, pero para eso lo hice cambiar de posición.
- ¿No te gusta lo que te hago?, a mí me encanta que me chupes el culito, nunca me lo habían hecho, es muy rico y me dan las “cosquillas””, -expresó cuando me arrodillé frente a su cuerpo recostado-.
- Después seguimos con mi lengua, ahora voy a tratar de jugar con los dedos y la crema.
- ¿Me vas a meter el dedo como cuando íbamos en la camioneta?, dale, eso también me gusta, te quiero y todo lo que vos me hacés me gusta, -me dijo mirándome como entregado-.
Me hizo sentir bien eso que me dijo y le señalé mi verga para que siguiera con su mamada, aunque esta vez con el cuerpo de costado para que yo pudiera tener libre acceso con mis dedos. No escatimé crema, tampoco me apuré para entrar, jugué en derredor de su asterisco hasta lograr que se relajara y recibiera un par de centímetros en su interior sin que acusara dolor.
De a poco y, tratando de aguantar la acabada que, por momentos me asaltaba al notar que tenía más de media verga en su boca, fui metiendo mí, no tan fino, dedo medio hasta que el tope de la mano marcó la imposibilidad de seguir. Tuve que decirle que parara porque me haría terminar y quería seguir mucho tiempo con él. Su cara tuvo visos de desilusión porque quería llenarse la boca de leche, pero le pasó rápido cuando lo puse boca abajo para poder seguir sin que otra cosa me limitara.
- ¡Se lo metí, se lo metí!, -acotó casi gritando Nico parado detrás de Javier que estaba en cuatro recibiendo la primera penetración de mi sobrino-.
- Felicitaciones, ahora movete despacio esperando que él goce con tu cogida, -le contesté-.
- Jajaja, Nico se la está metiendo a Javi, después me toca a mí porque Nico es muy bueno. Vos también sos muy bueno, ¿te puedo llamar papi?
- ¿Por qué me querés llamar papi?, -pregunté y se me dio por imaginar cualquiera-.
- Porque vos sos más bueno que mi papá, él no nos quiere y a mi mamá tampoco, ni tele nos deja ver, nunca nos compró helados ni nos hizo el pollo como vos, siempre nos reta y nos pega con el cinturón, si supiera que vinimos a la pileta se enojaría mucho.
- Bueno, llamame como quieras, pero él seguirá siendo tu papá.
- Sí, pero vos sos más porque nos vas a coger y no nos hacés doler.
- ¿Tu papá también les hace lo mismo?
- No, no se puede enterar de nada, mi mamá tampoco, pero es Ezequiel el que le hacía doler a Javi y a mí cuando quiso meterme el pito.
Me resultaba extraño el razonamiento de los chicos, pero no me iba a poner a discernir sobre eso, ya trataría de encargarme de ese Ezequiel si insistía, por lo pronto, el culito que tenía ante mí estaba dilatándose a pasos agigantados y un poco más de crema ayudó a que ingresara otro dedo más, además, me permitía meterlos, sacarlos y moverlos hacia los costados. Carlitos apenas si acusaba alguna que otra molestia por esto y levantaba sus nalgas como para que entrara más, gemía apretando su cara contra la almohada y él marcaba el ritmo del ingreso y salida de los dedos. “Me gusta mucho eso que me hacés con los dedos y me dan cosquillas lindas, pero, ¿cuándo me vas a meter tu pitote?”, -preguntó-. En cierto modo me estaba apurando, quería ser cogido por completo y no podía seguir haciéndolo esperar.
GUILLEOS1 – Continuará… Se agradecen comentarios y valoraciones.
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