El Pequeño Alec, mi bebé favorito
Mi trabajo de niñero nunca había tenido muchas emociones, hasta que conocí al pequeño Alec esa noche.
Me llamo Bruno, mi trabajo de niñero no había tenido nunca muchas emociones. Comencé a ofrecer mis servicios cuando el colegio en el que enseñaba tuvo que cerrar, yo tenía 32 años.
Al principio solo recibía llamadas de mis primas y vecinas para cuidar a sus hijos durante sus juegos de cartas o las salidas al supermercado. Mi madre se encargaba de conseguirme clientas y siempre recibía los mismos halagos de las satisfechas madres:
-«Ay Bruno, eres un encanto, dejaste todo impecable.»
-» Solo fueron un par de horas y lograste que recogiera todas sus cosas, ten un pequeño extra. »
Los pequeños nunca me pusieron difícil el trabajo, siempre tuve carisma con los niños varones al ser el primo mayor de varios en la familia. Sabía disfrazar quehaceres con juegos y siempre encontraba películas que los mantuvieran calmados.
La mayoría de ellos estaba entre los 5 y 10 años, así que los carritos de juguete y los balones de fubol nunca fallaban.
Al pasar un tiempo pude subir mi tarifa por hora, lo cual me dejaba tiempo para estudiar mi especialización en la universidad en línea, aunque no tanto tiempo para ir a un gimnasio.
Nunca fui delgado, pero al iniciar de niñero subi unos cuantos kilos y mi corpulencia se notaba un poco más en mi 1.75m de estatura. Mis muslos eran gruesos y mi trasero aumentó un poco, al tiempo que una pequeña barriga asomaba en mi torso lampiño, al igual que mi cara que me daba el aspecto de un jovencito todavía.
Pasaron tres años entre tardes de juegos y películas en muchas casas del vecindario. Mi buen trabajo me convirtió rápidamente en el niñero de cabecera de muchas familias incluso del otro lado de la carretera que corría cerca de casa.
Una tarde me despedía de la señora Hernández después de cuidar a su hijo durante su clase de Arte.
-Bruno, casi lo olvido.
Me volví hacia ella y la miré revolviendo en su bolso. Al instante me extendió un trozo de papel arrugado.
-Me preguntaba si podrías llamar a este número. Uno de mis compañeros de Arte necesita ayuda con su hijo porque le han modificado los turnos en su trabajo y no dudé en recomendarte de inmediato. -me sonrió y tomé el papel de su mano.
-Muchas gracias señora, lo llamaré esta noche, es usted muy amable.
Al llegar a casa tomé un baño y llamé al número del señor Iván, que me pidió ir a su casa al día siguiente a las 7 de la noche para darme las indicaciones sobre el trabajo.
La tarde siguiente decidí caminar hasta la casa del señor Iván al descubrir que no estaba muy lejos de la plaza. Llegué a las 6:50 y preferí gastar los minutos restantes en la acera para no verme maleducado y verlo al punto de la hora.
La casa se hallaba a la mitad de una calle con pocas construcciones, su vecino más cercano estaba en una casa de la esquina, a unos 15 metros de la suya. Estaba rodeada por una reja alta y muchos árboles impedían la vista de la fachada. El jardín parecía descuidado con el césped crecido y las hojas de los árboles regadas por ahí. Intenté sin éxito asomarme entre la reja para ver las ventanas, pues los árboles y además una gruesa cortina apenas dejaba ver un poco de luz del interior de la casa.
Llegada la hora toqué el timbre junto a la puerta metálica y pasados unos segundos se abrió la puerta de la casa. Para mi sorpresa el señor Iván era un hombre mayor de lo que pensaba. Adivinaba unos 45 años en él por unas líneas de su rostro y algunas canas en su cabello corto. Vestía un pans y una sudadera deportiva que le iba muy holgada. Se acercó apresuradamente a la puerta metálica y la abrió con un chirrido apagado.
– Hola, eres Bruno? -me extendió una mano áspera y le di un apretón formal.
– Sí señor, buenas noches.
-Iván Villa, mucho gusto. Llegaste a buena hora, pasa por favor. Te explico adentro lo que necesito. -se hizo a un lado para dejarme pasar y cerró la puerta de la calle detrás de mi.
La puerta de la casa también tenía una reja metálica delgada y no tenía cristal tragaluz. Entré delante del señor Iván y lo primero que noté fue un gran televisor encendido en un canal de deportes a buen volumen que no se alcanzaba a oír ni siquiera en el jardín.
Al cerrar la puerta de la casa detrás de mi, tuve la sensación de entrar en una bodega sellada. Inmediatamente el sonido de las ramas agitadas por el viento se apagó, al igual que los cantos de las aves de los árboles. El sonido del televisor era directo, sin ecos, pues una gran alfombra gris cubría el piso de la sala que solo contaba con un sillón de dos plazas y un sofá individual, una mesita de centro cuadrada y el mueble estante donde reposaba el televisor y algunos libros.
Di un par de pasos adelante y dejé pasear la mirada por la casa.
Era una casa bastante minimalista. Había solo tres cuadros en las paredes, que tal vez había pintado el mismo señor Iván. El comedor del fondo contaba con una mesa cuadrada y cuatro sillas únicamente junto a una alacena bastante sobria de piso a techo. Junto a la puerta de entrada habían unas escaleras que yo supuse llevaba a los dormitorios y junto a la escalera la gran cocina abierta de lo más moderno en estantes blancos y una isla con estufa y electrodomésticos en color acero. No parecía una casa en la que habitara un niño.
-Por favor toma asiento. -La voz del señor Iván me tomó desprevenido después de mi revista de la casa. -Ya está por terminar el juego, te ofrezco algo de tomar?
Me adelantó para bajar el volumen del televisor y me indicó el sofá para sentarme.
-Un poco de agua si es tan amable, gracias señor.
Se dirigió al refrigerador y volvió con una botellita de agua. Me la entregó y se sentó mirándome discretamente.
-Has tenido problemas para encontrar la casa?
-No señor, sus instrucciones fueron claras y no vivo lejos de aquí. -Sonreí cortésmente.
-Muy bien, me agrada saberlo. La señora Hernández me recomendó tus servicios de inmediato pero olvidé preguntarle tu edad. Cuando me llamaste anoche también olvidé hacerlo y temía que fuera un adolescente quien fuera a venir. Pero me da gusto ver que eres un poco mayor. – me sonrió y su rostro se volvió muy joven por ese gesto, sus ojos eran de color marrón claro y su piel clara se ruborizó un poco.
– Disculpe señor, no sabía que la señora Hernández no se lo había dicho. De haberlo sabido yo le habría informado eso, en un par de ocasiones mi edad ha sido motivo de desconfianza con algunos padres que opinan que soy muy mayor para este trabajo.
-No te preocupes amigo, ¿Qué tienes? ¿Unos 29, 30 años?
Sonreí un poco abochornado.- Tengo 35 años señor, aunque creo que no los aparento porque no es la primera vez que me dicen que luzco más chico.
-Vaya! Pues no, no los aparentas. Yo tengo 44 años por cierto, aunque sé que me veo más viejo. Y no te preocupes, me tranquiliza mucho saber que cuentas con experiencia.
Pues verás, yo soy enfermero, trabajo en el hospital de la calle 38 en la ciudad desde que me mudé aquí hace cinco años. Nunca nos había faltado personal hasta hace unos meses que recortaron nuestro presupuesto y los supervisores comenzaron a modificar las rondas del personal médico.
He tenido el turno diurno siempre pero ahora me asignaron dos noches a la semana de turno nocturno y eso me pone en dificultades con mi hijo.
-Entiendo.- yo seguía su explicación con atención intentando no perderme la información.
– Gracias. Como podrás imaginar, soy divorciado. Me separé de la madre de mi hijo hace 6 meses y hasta ahora no había tenido ningún inconveniente en encargarme de mi hijo por mi cuenta. -hizo una pausa durante la cual me miró tal vez evaluando si era digno de confianza y continuó. – En realidad no causó un gran cambio su ausencia, no era como si se preocupara mucho del cuidado del pequeño mientras estuvimos juntos y al irse a formar una nueva familia, no sufrí demasiado adaptándome. – me extendió una sonrisa un poco forzada, pero amable.
-He trabajado en algunas casas de familias separadas y los niños reciben mucho cariño de sus padres, señor. Lo entiendo bien.
El señor Iván se relajó un poco y continuó en un tono más familiar.
-De acuerdo, me alegro de ver que comprendes la situación, ahora te indicaré lo que necesito de ti. – se levantó del sillón y me indicó que lo siguiera hacia las escaleras. – Te necesitaré aquí a las ocho de la noche en punto, ya que tengo que salir de aquí media hora antes de mi turno para llegar a tiempo. – dijo mientras llegábamos al final de la oscura escalera de duelas grises.
El pasillo de arriba estaba iluminado con dos luces bajas en los muros que permitían ver con claridad sin deslumbrar los ojos. Había una puerta con cristal biselado al fondo del pasillo que adiviné sería el baño y dos puertas altas a lo largo del corredor que lógicamente eran los dormitorios. Nos dirigimos en primer lugar al baño.
– Una vez que me vaya, a las 8:30 dale de cenar, leche y galletas o cereal está bien, no suelo darle algo demasiado elaborado. -Abriò la puerta del baño y entramos. – Al terminar, déjalo reposar la cena media hora en la sala, mirando la TV o jugando con sus juguetes y una vez que haya reposado necesito que le des un baño.
Esperaba ver una tina de baño dentro pero solo vi el inodoro, el lavamanos y una ducha de media puerta de vidrio al fondo del baño. Tal vez el señor Iván adivinò mis pensamientos pues añadió rápidamente. – No tengo ya su tina de baño, se la regalé a mi hermana cuando nació mi sobrino, así que por favor báñalo en la ducha, vamos.
Salimos del baño y abrió la puerta del primer dormitorio mientras me indicaba que no olvidara el lavado de dientes. Encendió la luz y tuve que entrecerrar los ojos porque la lámpara era muy intensa.
-De esta habitación puedes tomar mantas extra si lo consideras necesario al recostarlo.
Al mirar la habitación noté que se trataba de una oficina y no de un dormitorio. Había un sofá reposet, un escritorio, libreros y el clóset que me señalaba para las mantas. ¿Acaso el señor Iván y su hijo dormían en la misma habitación? Decidí no hacer ningún comentario, ya que sabía que algunos padres divorciados se sentían más tranquilos teniendo a sus hijos cerca, así que solo asentí.
Salimos de la oficina e instintivamente di un paso hacia la otra habitación pero inmediatamente giré porque el señor Iván se dirigía hacia la escalera de nuevo.
-Ese es el dormitorio. -dijo mientras bajaba, señalando la puerta restante más alejada de la luz del corredor. – Cuando lo hayas bañado, recuéstalo y se duerme de inmediato por la relajación del agua.
Llegamos a la sala y fuimos directamente a la puerta de entrada.
– Te pagaré por adelantado al irme, no le he preguntado a la señora Hernández por tu tarifa, pero te pagaré lo que ella te pague por hora. ¿Está bien?
-Claro señor, todo está claro.
¿Cuándo necesita que empiece?
-Mañana mismo, si es posible.
-Por supuesto, con gusto. Estaré aquí 10 minutos antes de que usted deba irse.
-De acuerdo. Nos veremos aquí, no olvides traer algo para cenar, lo pagaré aparte, no te preocupes.
– Entiendo, hasta mañana señor.
Al día siguiente realicé mis actividades con toda normalidad. Había sido una tarde particularmente calurosa y pensé en trabajar en mi proyecto pero lo dejé al no tener ideas y puse una película recién salida en el cine que busqué en una página web pirata en mi celular.
Iba hacia la mitad de la película, sumamente metido en la historia con mis audífonos puestos, cuando saltaron cuatro o cinco ventanas de publicidad que me sacaron del suspenso.
Rápidamente intenté cerrarlas pero una de ellas, al parecer de apuestas, me redirigió otra pantalla completa donde se mostraba una hada animada al estilo anime con un gran culo rosadito que ocupaba toda la ventana.
La exageración del tamaño del culo de la hadita de cabello rubio y su expresión lasciva me mantuvieron mirando la animación un par de segundos antes de intentar cerrarlo, pero faltaban 20 segundos para poder hacerlo sin cerrar la película.
La animación hizo una transición y apareció la misma hadita siendo penetrada brutalmente por dos ogros musculosos de miembros enormes e irreales que llenaban su boca y su culo. La hadita miraba con lágrimas en sus grandes ojos azules al ogro que le daba de mamar mientras el que le penetraba el culito rugía y golpeaba con sus manazas las enormes nalgas brillantes de la hadita, enrojeciéndolas.
Me quedé mirando la pantalla por el gran morbo que me generaba lo irreal de la escena. La exagerada diferencia de tamaños, lo irracional de la historia, no lo sé, pero no podía dejar de mirar y solo lo hice cuando los ogros llegaron a un orgasmo brutal que no pude ver pues la pantalla se tornó blanca con el nombre del videojuego en letras japonesas que no entendía.
Al cerrar la ventana miré de reojo la hora en mi laptop y me quedé frío al instante, eran las 7:40, tenía que estar en 10 minutos en casa del señor Iván para que pudiera partir a tiempo a las 8. La película había resultado más larga de lo que pensaba y no reparé en la hora.
Tomé rápidamente mis zapatos deportivos, mi telefono celular y mi billetera y corrí lo más rápido que pude a casa del señor Iván.
Había tomado demasiada soda con la película y la sensación de rebote en mi estómago al correr no le ayudaba en absoluto a mi falta de condición física. A medio camino consulté mi reloj y faltaban 8 minutos para las 8, tras lo cual aceleré mi paso aún más, ya comenzaba a faltarme un poco el aliento.
Llegué a la casa del señor Iván a las 7:57pm y toqué el timbre apresuradamente mientras intentaba recuperar el aire para hablar lo más calmado posible.
-Voy para allá. -Me dijo su voz por el intercomunicador. Al instante se abrió la puerta de la casa y miré su silueta salir y atravesar el oscurecido jardín con rapidez.
-Estaba por llamarte, pasa. -Se le oía apresurado pero no molesto, así que no di excusas y me limité a seguirlo hacia adentro. Ya llevaba su uniforme médico y al entrar miré su maletín en el sofá de la sala, pero no vi al niño.
-Está arriba, vamos.
Subimos apresuradamente las escaleras y fuimos directo al dormitorio. Al entrar me quedé sorprendido de lo que vi.
El niño no se veía mayor de un año de edad, se hallaba sentado en la alfombra jugando con algunos bloques de plástico y mirando un gran televisor sobre la cómoda con espejo frente a la cama. Era una habitación amplia y eso lo hacía ver aún más pequeño sentado en el suelo, con nada más ahí que la cómoda, una cama colocada en la esquina del fondo y una fina y alta mesita de noche junto a ella, sobre la cuál solo había una lámpara sencilla.
Me quedé mirándolo por unos segundos que a mí me parecieron muy largos mientras el señor Iván sacaba ropa del clóset.
-Toma, ésta es su pijama y en el baño está su toalla, ya no ha tenido accidentes por la noche, pero usa calzoncito desechable de todos modos, por si acaso. – Se acercó al pequeño y lo levantó en brazos fácilmente mientras apagaba el televisor. -Vamos abajo, se me hace tarde.
Bajamos rápidamente la escalera mientras el pequeño me miraba curioso por encima del hombro de su papá. Llegamos a la sala, lo colocó en la alfombra con cuidado y le dio sus bloques antes de girarse hacia mi.
-Preparé gelatina de limón, por si quieres darle un poco con la cena. Está en la nevera. -dijo mientras tomaba el maletín del sofá y rebuscaba algo por la sala.
Miré al niño mientras tanto, llevándose un bloque rojo a la boca. En ocasiones anteriores había cuidado niños pequeños pero nunca a uno así de pequeño. No estaba seguro de poder hacer que comiera o si lloraría al no ver a su papá en casa, pero estaba muy apenado por haber llegado tarde y no le haría perder más tiempo al señor Iván con esas dudas.
-Aquí están… NO! DÉJALO!. -El grito del señor Iván me hizo dar un respingo. Se acercó al pequeño y le arrebató el bloque empapado de la boca. – Por favor no dejes que se los lleve a la boca, se lastima las encías. Procura dejar tu teléfono en la mesita de noche y no en la cama, porque si lo toma lo puede mojar y descomponer. Toma, tu pago.
Me extendió el dinero antes de que yo pudiera decir nada y de reojo pude contar que era el monto de 12 horas. Entonces reaccioné.
-Disculpe señor, ¿Cuánto tiempo quiere que me quede?
-No me digas que no te lo dije.- Compuso una cara de preocupación. – Yo regreso a las ocho, por la mañana. Necesito que te quedes con él hasta esa hora. ¿Puedes?.- añadió con impaciencia.
La respuesta me dejó perplejo. Nunca había tenido que pasar la noche completa en ninguna casa. Siempre volvía cuando los padres regresaban por la noche. Había dado por hecho muchas cosas la noche anterior y el plan estaba cambiando por completo, pero al ver su impaciencia me sentí obligado a aceptar.
-Claro señor, no hay ningún problema. -le dije componiendo una fugaz sonrisa.
-Muchas gracias! Toma. -me extendió un gran juego de llaves. -Olvidé sacar un duplicado así que te dejaré las mías. Acompáñame a la entrada para que cierres la reja de la calle y ambas puertas de la casa, y mantén tu teléfono en vibración porque te llamaré antes de volver para que bajes a abrirme al llegar.
Lo acompañé a la entrada mientras me decía con mucha prisa cuál era la llave para cada cerradura y al llegar a la puerta metálica de la calle echó a andar con rapidez hacia la carretera, dejándome la sensación de olvidar algo…
-SEÑOR!!
Se paró en seco y giró.
-Qué pasa!? -preguntó con un deje de fastidio.
-Lo siento pero no me ha mencionado el nombre del niño.
-Ah. -sonrió apenado. -Se llama Alec. -Y tras decirlo lo perdí de vista al girar en la esquina.
Tras unos instantes dejé de mirar el punto por el que se fue y me apresuré a cerrar con llave la puerta metálica de la calle para volver a la casa. Lo conseguí y crucé el jardín que se quedaba en penumbra para cerrar ambas puertas de la casa.
Cuando corrí el cerrojo de la puerta interior dejé la llave puesta y giré hacia el pequeño Alec, que me miraba curioso desde el suelo.
Tenía grandes y vivos ojos que con la luz de la sala se veían color gris muy profundo. La piel muy blanca al igual que la de su padre y mejillas sonrosadas y redonditas junto a una boca pequeña de labios rosados. Un par de dientitos inferiores me decían que aún no debía cumplir ni los dos años. Su cabello castaño oscuro muy lacio afinaba sus rasgos y lo hacía lucir como uno de esos bebés que aparecen en la TV, la madre debía ser muy guapa si tenía la expresión coqueta del pequeño.
Vestía una playera a rayas horizontales en azul pastel y blanco, de marinerito, bajo un peto de mezclilla y zapatitos blancos. Tenía manos pequeñas y regordetas con dedos cortitos que recorrían un bloque de juguete por todos lados sin mirarlo.
-Hola, Alec. Me llamo Bruno. -Le dije en tono amable para presentarme.
Se limitó a mirarme y esbozar una sonrisa tierna con un leve balbuceo que no entendí y regresó su atención al bloque en sus manos. Confirmé lo que pensaba, no sabía hablar aún. Había mirado al señor Iván cargarlo para llevarlo a la sala, pero dudé que tampoco supiera caminar.
En ese momento sentí un rugido en el estómago y recordé que no había comido nada desde el almuerzo y no llevaba nada conmigo, así que decidí que era hora de darle al pequeño Alec la cena y tomaría algo de la nevera para mí, (que le pagaría al señor Iván después, claramente).
-Vamos Alec, a cenar.
Le dije aquello tranquilamente mientras extendía mi mano hacía él solo para saber si debería cargarlo, pero para mi sorpresa se removió de inmediato para ponerse de pie y echar a andar a la cocina sujetandose de los muebles dando pequeños pasitos. Lo acomodé en una silla de la isla y le di una banana del frutero para que se entretuviera mientras le servía un poco de la gelatina de limón que su papá dejó para él.
Busqué una de las botellitas de agua que me había ofrecido la noche anterior, ya que el correr hasta la casa me había dejado la garganta muy seca, pero solo encontré un par de latas de bebida dietética y varias latas de cerveza de una marca que no conocía en el cajón de abajo. Preferí tomar una lata de cerveza, ya que al ser solo dos latas de bebida dietética, pensé que sería más conveniente no tocarlas. Me bebí la cerveza rápidamente y decidí beber otra para saciar completamente mi sed.
Me hice un sándwich y volví a la isla con el pequeño Alec, que no había tocado aún su gelatina por jugar con la banana que le di antes.
La pasaba por sus pequeños labios y mordía un poco el extremo de abajo, sus manitas torpes no la rodeaban por completo y perdía coordinación por el peso de la fruta. La saliva hacía brillar la cáscara a la luz blanca de la cocina.
En un intento de aferrarla mejor, bajó sus manos sin soltar el extremo con la boca y se encontró con el borde de la isla con el que la banana chocó, haciendo que entraran de golpe un par de pulgadas dentro de su boca, lo cual le produjo una arcada que resonó en la cocina silenciosa. De inmediato soltó la banana y me miró asustado con sus grandes ojos azules enrojecidos y lagrimosos, pensé que lloraría pero se limitó a sonreír ingenuamente después de un instante, mientras un hilito de baba brillante le escurría por la barbilla hasta el cuello.
La situación me había tomado por sorpresa y no pude ignorar la inocencia con la que el pequeño había reaccionado ante ese accidente. De inmediato volvió a buscar la banana pero reaccioné y preferí darle la gelatina a pequeñas cucharadas.
Disfrutaba tomar un trocito en la cuchara y acercarla a su boquita que de inmediato la buscaba apenas yo le decía «Abre». A cada bocado yo le indicaba abrir la boquita con la cuchara un poco más alejada y me deleitaba mirándolo buscar impaciente su premio con la boquita bien abierta, haciendo contacto visual conmigo de rato en rato con esos hermosos ojos curiosos. Comía la gelatina cucharada tras cucharada y al llegar al fin, después de unos 15 minutos, yo no quería terminar el plato.
Lo contemplé por unos instantes, con las comisuras de la boca verdes por la gelatina pero feliz y satisfecho de su cena y decidí llevarlo de vuelta a la alfombra de la sala con sus bloques mientras yo lavaba los platos de la cena y sacaba las latas de cerveza vacías a la bolsa de reciclaje.
Al terminar me senté a jugar con él por un rato con sus bloques mientras pasaba el tiempo necesario para bañarlo. Desde el inicio me recibió como si fuera su compañero habitual de juegos. Me extendía sus bloques, me sonreía y balbuceaba cosas indescifrables, se divertía.
Pasado un rato, decidí que ya era hora de que tomara su baño. Me levanté del suelo y tuve que sujetarme del brazo del sofá, pues sentí un mareo repentino ocasionado sin duda por la cerveza en mi estómago casi vacío, supuse que esa marca desconocida tendría un grado alcohólico mayor que la que solía beber. Me repuse, abrí los ojos y extendí mis brazos hacia el pequeño.
-Vamos Alec, es hora de tu baño.
El pequeño me miró con sus grandes ojos y se puso en pie sujetándose dificultosamente de la mesita pues no quería dejar sus bloques. Lo tomé por debajo de los brazos, le pasé uno por las nalguitas y con el otro le quité el montón de bloques que llevaba y lo dejé en la mesita para llevarlo arriba sin nada que pudiera arrojar algo en las escaleras.
Al llegar al pasillo me dirigí al dormitorio por su ropa y de después al baño. Cerré la puerta tras de mí y bajé al pequeño a la alfombrilla frente a la puerta de la ducha.
-Ok Alec, puedes quitarte la ropita para entrar.
Me observó con una expresión desenfadada pero no hizo nada, se limitó a apoyarse en la puerta de cristal. Comprendí que no entendió mi indicación, probablemente porque su papá lo desvestía él mismo para bañarlo. Tomé su bata de la percha y me la puse al hombro antes de agacharme frente a él para desnudarlo.
Desabroché con cuidado los seguros del peto de mezclilla que tenía en el pecho y dejé caer los tirantes, Alec me miraba sonriente y curioso.
Desabotoné el pantalón y tiré de él con cuidado hasta los pies, dejando sus piernitas descubiertas, regordetas y suaves. Levanté su playera a rayas y él me ayudó levantando sus brazitos para que pudiera sacarla, rió un poco cuando su cabeza se atoró por un momento en el cuello de la playera y di varios tironcitos para sacarla, revolviendo su cabello, del cual cayó un mechoncito castaño sobre sus ojos azules.
Su torso era suave y liso, una pequeña barriguita infantil le asomaba bajo sus pezoncitos rosados. Usaba un calzoncito de dibujos animados un poco grande para él. Retiré sus zapatos y calcetines uno a uno y tiré del pantalón para sacarlo sin desequilibrarlo.
Me acerqué un poco más y me agaché frente a él sin necesidad realmente de hacerlo. Tiré del calzoncito cuidadosamente y reveló un penecito blanco y pequeño, sin circuncidar, que lucía más claro aún sobre un escroto rosadito y proporcionado. Lo contemplé por unos instantes y sin dejar de mirarlo alcancé la bata y se la pasé por los hombros para dejarlo cubierto mientras preparaba el agua de la ducha. Al levantarme experimenté el mareo nuevamente y me sujeté de la media puerta de cristal.
Esperaba que las llaves estuvieran junto a la puerta, pero me llevé una sorpresa al descubrir que se hallaban en la pared del fondo, a un metro de la puerta, y que detrás de la otra mitad de la entrada no habia piso, sino un asiento lateral de mármol que reducía a la mitad el espacio dentro de la ducha.
Analicé mis opciones por un instante. No llevaba ropa para cambiarme, y mi plan de agacharme junto a él para bañarlo desde fuera de la ducha sin mojarme no sería posible con la regadera al fondo. La solución no podía ser otra, tenía que entrar con él a la ducha.
Rápidamente me dirigí al armario de la oficina, de donde tomé una toalla vieja y algo raída. Regresé al baño y me quité la ropa sudada por la carrera hasta la casa y la puse sobre la tapa del inodoro. Decidí dejarme el boxer, pues no creí apropiado desnudarme del todo frente a él, a pesar de que él no sabía nada acerca del cuerpo aún.
Entré a la ducha y abrí las llaves para preparar el agua antes de meter a Alec. Recibí un fresco chorro de agua fría que disfruté después del cansancio y poco a poco comenzó a entibiarse. Alec observaba desde la puerta de cristal con curiosidad. Al fin consideré que la temperatura era la adecuada y me acerqué con cuidado por el suelo resbaloso hasta la entrada.
Le retiré la bata al pequeño y lo llevé adentro de la mano, decidí no cargarlo por la inestabilidad del suelo mojado. Alec soltó una carcajada ahogada al sentir el agua tibia sobre su piel y se llevó las manitas a la cara y el cabello, revolviéndolo. El aspecto del cabello mojado y pegado al rostro del pequeño y el agüita sobre su cuerpo semejaban al sudor después de hacer una actividad intensa.
Alcancé la botella de shampoo para niños que había en la repisa metálica bajo la regadera y me puse en cuclillas frente a él para limpiarle el cabello. Al usar las dos manos me quedé sin mucho apoyo en el suelo y constantemente tenía desequilibrios que casi me hacían caer y a él le divertían. Las piernas comenzaban a dolerme en esa posición y decidí sentarme en el banco lateral para hacerlo más fácilmente. El pequeño se divertía manipulando la espuma del jabón en el banco, junto a donde yo estaba sentado.
Se hincó y me dejó en una posición más cómoda para manipular sobre su cabeza. Lo enjuagué y le apliqué shampoo nuevamente. Tomé la esponja y la froté con abundante jabón para limpiar su cuerpecito. En esa posición disponía de sus hombros y su carita con facilidad, froté firmemente mientras él seguía jugando con la espuma en el banco. Tomé cada uno de sus brazos y los limpié con cuidado, al llegar a sus manitas comparé el tamaño con las mías y la diferencia era enorme, sus deditos apenas cubrían mi palma y eran muy suaves y regordetes.
Froté su pechito y cuello con abundante espuma y rozaba con mis dedos esa piel de bebé tan tersa y clara, no dejaba de mirar su cuerpecito infantil. Lo ayudé a levantarse sujetándolo suavemente del brazo y lo recorrí para colocarlo justo frente a mi, giràndolo para tener su espalda a mi alcance. Contemplé su cuerpo por detrás y una extraña emoción iba creciendo dentro de mí. Por detrás no parecía más que un hombrecito pequeño, de cabeza grande y hombros angostos y lisos, su espaldita era fina y tenía una cintura delgada y curva que terminaba en una cadera prominente de nalguitas redondas, rosadas y grandes para el cuerpecito del que eran parte.
Comencé pasando la esponja por su nuca, a lo que él respondió inclinando levemente la cabeza a un lado, tomé mi tiempo para frotar su cuello antes de seguir con sus hombros, que sujeté con ambas manos, descubriendo que mis dedos tocaban desde las clavículas por delante hasta los omóplatos por detrás. Limpie su espalda con abundante espuma que comenzaba a escurrir en canal entre sus nalguitas.
Al llegar a la cintura froté primero la cadera y los muslos, evitando tocar sus nalguitas pero sin dejar de mirarlas. Al fin pasé la esponja de una a otra, en pequeños círculos una y otra vez. Intenté introducir la esponja entre ellas pero estaban muy apretaditas para llegar al fondo, así que preferí frotar mis dedos en el jabón y frotar con ellos solamente. El tacto de su piel directamente en mis manos era muy suave, exploré cada centímetro de la separación de sus nalguitas desde la espalda baja, descendiendo poco a poco hasta que mi dedo medio alcanzó su anito pequeño y rugoso.
Usaba las uñas muy cortas, así que pude maniobrar con calma sin temer rasguñar esa piel tan sensible. Con la yema de mi dedo frotaba meticulosamente la entrada de su anito procurando limpiar bien. Una vez que consideré que era suficiente continué descendiendo entre sus nalguitas y el pequeño me sorprendió separando sus piernitas e inclinándose un poco hacia adelante, lo suficiente como para pasar mi mano entre ellas para limpiar su penecito por delante.
El verlo adoptar esa posición me causó un interés muy extraño, de leve control sobre el pequeño que me permitía frotar su cuerpecito desnudo, confiado en que yo sabía lo que hacía, que yo era el adulto al que él debía obedecer.
Mi mano se deslizó entre sus piernitas abiertas y pasé la esponja por su penecito sin poder mirarlo.
Me encontraba muy inclinado hacia adelante sentado en el banco y decidí adelantar mi cintura hasta el borde. Saqué mi brazo de entre sus piernas y de inmediato volvi a poner mi mano en su penecito rodeando su cuerpo por un costado. Con ese medio abrazo hice retroceder al pequeño un par de pasos hasta que la parte trasera de sus piernas se encontraron con el borde del asiento, situándolo entre mis rodillas abiertas.
Miré hacia abajo, mi cintura aún se encontraba lo suficientemente atrás como para no rozar al pequeño por la espalda con mi barriga o con mi entrepierna, curiosamente abultada dentro del boxer empapado.
Incliné mi torso hacia adelante para mirar sobre sus hombros dónde estaba colocando mis manos y reanudé la limpieza con la esponja. Mi barbilla rozaba el hombro del bebé y percibía el dulce aroma de su piel y del jabón en su cuerpito.
Continuaba limpiando en círculos su penecito con la esponja, mientras él miraba con su cabeza inclinada hacia abajo. Mi cintura se recorría unos centímetros hacia adelante en el banco. Dejé su penecito y comencé a frotar por debajo sus testículos, dentro de una bolsa arrugada y durita. Los llené de abundante espuma y con la esponja los oprimí un poco entre mis dedos.
Mi cintura se seguía deslizando y de pronto lo sentí. Sus firmes nalguitas de niño se encontraron con el bulto apretado dentro de mi boxer. Era un roce leve que apenas percibía en el costado de mi pene dormido, que no moví hacia atrás ni un milímetro al no ver una reacción suya. La sola sensación de tocar su piel con mi miembro, incluso dentro de la ropa, me hizo sentir tenso de inmediato.
Era algo normal, dentro de la ducha no había mucho espacio y era lógico que nuestros cuerpos se encontrarían. Yo estaba haciendo mi trabajo y su cuerpecito estaba quedando muy limpio. No había nada de malo en eso, yo disfrutaba mi trabajo como nunca antes.
Continuaba oliendo ese embriagador perfume de su piel tierna y el gusto de la cerveza en mi boca combinaba perfecto con ese aroma, así como la estimulación del alcohol en mi cuerpo.
Levanté mi mano de su penecito a su pancita y el tacto de la esponja en sus costillas reveló que era cosquilludo. Soltó una carcajada al tiempo que su cuerpecito se agitó de lado a lado y hacia atrás intentando alejarse de la esponja. El menear de sus nalguitas colocó mi bulto más apretado contra él y lo masajeaba. Reprimí un suspiro de placer al sentir el vaivén de su cuerpecito meneando mi pene dentro del boxer.
Con el agua caliente sentía el fluir de mi sangre directo al punto en el que mi cuerpo tocaba el suyo por debajo de esa delgada tela. Mi pene intentaba despertar en esa posición tan incómoda, lo cual comenzó a deformar poco a poco ese bulto que aumentaba de tamaño hasta hacerse el doble de grande. Continué frotando su costado y su barriguita causándole pequeños espasmos de cosquillas y mi bulto palpitaba violentamente contra sus nalguitas más y más apretadas contra mi.
Estaba seguro que él podía sentir las palpitaciones en su piel pero no reaccionaba de ningún modo.
De repente el agua comenzó a bajar de temperatura a un ritmo apenas perceptible y comprendí que se agotaba el agua del calentador. Recuperé la lucidez al instante y sentí un poco de vergüenza al reparar en lo cerca que frotaba mi cuerpo contra el suyo. Me apresuré a limpiar cada centímetro de su piel de la espuma del jabón y notaba una respiración entrecortada y exhalaciones ahogadas por el frío del agua.
Al terminar de enjuagarlo perfectamente y pasar por última vez mis dedos por su penecito y entre sus nalgas, me levanté del banco para llevarlo afuera. Miré una vez más hacia abajo una vez que me puse de pie y observé con gran sorpresa que el bulto de mi pene quedaba palpitando apenas un palmo encima de su cabeza y era casi de la mitad del tamaño que ella.
Dejé que un chorrito de agua escurriera de mi bulto sobre su cuerpo y de inmediato lo llevé de una manita hacia la entrada de la ducha. Volví a cerrar las llaves pero consideré que sería mejor darme un último enjuagon de agua bien fría para bajarme esa sensación de excitación. Al cerrar los ojos podía ver su mirada azul profundo coqueta y a la vez inocente. Me apresuré a enjuagarme y cerré las llaves para salir.
Lo coloqué de pie sobre el tapete de felpa fuera de la ducha y le pasé inmediatamente la bata por el cuerpo para secarlo. Tenía las mejillas sonrosadas y las pestañas pegadas por el agua, lo cual le daba un aspecto encendido e íntimo a su carita. Al secarlo completamente tomé la toalla raída y me sequé frente a él sin dejar de mirarlo. Sus ojos recorrían mi cuerpo por los puntos en los que pasaba la toalla.
Me detuve al llegar a mi barriga y comencé a bajar poco a poco, mirándolo seguir mi mano con atención. Al llegar a mi cintura, extendí la toalla y la amarré a mi cintura por detrás para cubrirme. Metí las manos por debajo y tiré para sacarme el boxer empapado. Lo deslicé por mis piernas y levanté uno a uno mis pies para sacarmelo. La sensación de libertad que sentí al soltar mi pene de esa prenda tan ajustada fue deliciosa.
Dejé de mirar sus ojos para ver mi erección bien marcada debajo de la toalla que se alzaba como una carpa. Sequé mis ingles y mis testículos mientras el pequeño Alec miraba con curiosidad, quizá preguntándose lo que habría debajo de la toalla.
Al terminar de secarme tomé el bulto de mi ropa sucia que habia dejado sobre el inodoro y sin acercarlo a mi rostro pude percibir claramente el olor a sudor que desprendía. No había podido notarlo antes porque mi olfato se había adaptado al olor y ahora podía percibirlo al contrastar con el aroma del jabón.
Exprimí el boxer dentro de la ducha y lo coloqué entre mi ropa sucia para que se secara. Extendí mi mano hacia Alec y salimos del baño, apagando la luz tras de mí. Nos encontramos caminando de la mano en ese pasillo apenas iluminado, como dos amantes que se dirigen al dormitorio juntos al final del día.
Al llegar al dormitorio el pequeño Alec entró delante de mí y palpé en la oscuridad en busca del interruptor. Encontré un botón giratorio que regulaba la intensidad de la luz de la habitación y nada se me antojaba mejor.
Ajusté la luz en un nivel bajo que me permitió mirar a Alec parado al centro del dormitorio mirando hacia mi abrazando su batita de baño a la altura de la cintura y cerré la puerta definitivamente tras de mí. Mi erección proyectaba una sombra en el suelo que se aproximaba a cada paso a la del pequeño nene de un año que pasaría toda la noche conmigo.
Llegué hasta donde Alec se encontraba y estiré mi mano para alcanzar la pijama que su padre había dejado sobre la cama para él. Me coloqué nuevamente en cuclillas frente a él aún con la toalla ceñida a mi cintura y le quité lentamente la batita de baño, deleitándome con cada centímetro de suave piel que se descubría ante mi en la intimidad de esa habitación.
La dejé caer al suelo y contemplé ese cuerpecito hermoso y tierno desnudo frente a mi. Tomé el calzoncito desechable con dibujos animados y coloqué la manita de Alec sobre mi hombro para que pudiera levantar su piecito sin perder el equilibrio, lo mismo hice con el otro mientras él me miraba y sonreía.
Le puse el short y la playera con más facilidad de lo que se los había quitado y se hallaba listo para subir a la cama. Corrí las cobijas con cuidado antes de subirlo y coloqué una almohada larga entre el borde del colchón y el pequeño espacio que quedaba con la pared del fondo, de esa forma Alec no se acercaría demasiado al frío muro. Acomodé esmeradamente las almohadas en la cabecera y me descubrí nervioso, como si preparara un espacio íntimo por primera vez, deseando que todo fuera primoroso.
Giré mi cabeza y descubrí a Alec mirándome realizar aquella tarea con los ojos entornados y una expresión perdida pero serena (¿tal vez de sueño?).
Me apresuré a colocar la última almohada y me acerqué a subir al bebé a la cama que con tanto cariño preparé para él. Apenas lo coloqué sobre ella, Alec balbuceó algunos gorgoritos alegres y gateó hasta colocarse en el espacio que le preparé.
Me miró con una expresión ansiosa, hincado sobre las rodillas y apoyado con los puños en la cama, como un perrito esperando que lo acompañara en la cama al fin. Eso volvió a encender en mi esa sensación de deseo de sentir su cuerpo cerca. Di un paso hacia la cama pero me detuve de inmediato al sentir la tela húmeda de la toalla en mi pierna. No podía entrar a la cama con esa toalla completamente empapada.
En el armario de la oficina no había más que una y volver a colocarme mi ropa no sería lo más adecuado dado el olor a sudor seco que despedía. Miré una vez más a Alec a los ojos y la respuesta fue clara. Si no podía hablar, no habría ningún problema en dormir desnudo con él, después de todo yo me había bañado unos minutos antes y no ensuciaria las cobijas al hacerlo.
Encendí la lámpara de la mesita junto a la cama y solamente noté a un lado de ella un pequeño estuche de plástico transparente dentro del cual había un chupón de goma para bebé.
Volví a la entrada de la habitación para apagar las otras luces, no sin antes tomar mi teléfono celular del bolsillo de mis pantalones doblados. Al girar el interruptor el dormitorio quedó sumido en una luz roja muy tenue que lo iluminaba eróticamente.
Alec me miraba en esa posición tan exquisitamente suplicante y yo me acercaba con la mirada clavada en la suya, sintiendo mi erección caliente rozando en la fría tela de la toalla. Al llegar junto a la cama dejé mi teléfono en la mesita y tomé el estuche del chupón.
Lo abrí con dedos temblorosos y se lo ofrecí a Alec, qué había mirado con impaciencia aquel procedimiento. Al tomarlo entre sus deditos de inmediato se lo llevó a la boca con una velocidad sorprendente, y se tumbó sobre la cama de espaldas comenzando a succionar a buen ritmo.
Aproveché esa distracción para apagar la lamparita de la mesa y quitarme la toalla de la cintura para meterme a la cama. La única ventana de la habitación estaba cubierta con una gruesa cortina que apenas permitía el paso de un poco de luz de luna al cuarto. Apenas pude notar en la oscuridad la silueta de mi verga erecta en contraste con la cama de sábanas blancas antes de levantarlas y meterme debajo de ellas.
El tacto de la tela suave y cálida fue delicioso y al levantar la mirada pude distinguir la figura de Alec recostado aún sobre las sábanas y el sonido acompasado de la succión del chupón. Me acerqué a él recorriendo mi cuerpo y con un solo brazo tiré de las sábanas debajo de él para cubrirlo con ellas.
El pequeño cooperó levantando su cuerpecito apoyando los pies en la cama y al hallarse bajo las sábanas cambió de posición recostándose sobre su costado derecho, mirando hacia mi con su cabecita sobre una pequeña almohada.
Ahí nos hallábamos, acostados de lado, frente a frente con un espacio de apenas medio metro entre nosotros. Él con las manitas entrelazadas sobre la cama y yo con mi cabeza apoyada en mi puño izquierdo.
Aún en la oscuridad pude ver sus grandes y hermosos ojos abiertos y mirándome. El chupón se movía de forma hipnotizante en su boquita y su respiración se volvía cada vez más profunda a medida que sus parpadeos se hacían más frecuentes.
Yo lo miraba con atención, sintiendo mi pene reposar sobre mi pierna izquierda mientras mi erección bajaba por la calma del momento. Se sentía caliente y aún notaba leves palpitaciones en él.
Pasados unos momentos un gran suspiro de Alec me indicó que se había quedado profundamente dormido. Sus ojitos se quedaron cerrados con las cejas arqueadas hacía arriba y su silueta subía y bajaba con el mismo ritmo que él succionaba su chupón. Lo contemplé unos minutos mientras dormía y decidí que era tiempo de hacerlo también yo.
Me recosté sobre la espalda y alcancé mi teléfono de la mesita con el brazo derecho. Debía poner una alarma en el reloj para despertar a tiempo. Localicé con mis dedos el botón de encendido y muchas cosas pasaron a la vez.
Al desbloquear la pantalla de inicio, me encontré con lo que había dejado abierto horas atrás en mi casa. Una hadita de enormes ojos verdes me miraba desde la pantalla con su diminuta boca deformada al extremo para recibir una verga de ogro descomunalmente grande hasta el fondo de la garganta.
La estridente música me causó un bloqueo mental momentáneo en el que no supe qué hacer. Los gemidos de la hadita se mezclaban con los gruñidos lascivos de los ogros y el impacto de la luz en mis ojos. Solté mi teléfono que cayó sobre mi pecho y de inmediato lo recuperé para apagarlo. El ruido del teléfono se apagó pero a mi lado se encendieron pequeños quejidos y movimientos.
Sin duda Alec se había despertado con semejante escándalo. Intenté mirarlo pero la imagen de la hadita mamando verga se había grabado en mis retinas y ahora no podía ver otra cosa más que eso en la oscuridad. Sus gemidos ahogados continuaban pero los movimientos que percibía se hacían más insistentes. Intenté parpadear muchas veces pero eso solo avivaba la imagen de la hadita en mis ojos.
Dejé mis ojos cerrados y con la mano derecha tanteé en la mesita para encender la lámpara roja. Encontré el botón y lo activé con un click. Abrí mis ojos y pude distinguir la habitación bajo esa luz rojiza muy tenue. Al girarme hacía Alec, noté de inmediato que se había movido un par de palmos hacía mi en la cama pero seguía dormido, con el entrecejo fruncido y la boquita abierta con los labios formando puchero entre gemiditos de angustia.
Sus manitas tentaban de un lado a otro en el colchón, como buscando algo invisible. Al girar mi cuerpo hacia él sentí una ligera molestia causada por algo que se encajaba en mis costillas y entonces lo vi con dificultad a pesar de la imagen de la hadita que se desdibujaba de mis retinas, su chupón se hallaba bajo mi cuerpo. Tal vez por el susto del ruido lo había escupido accidentalmente y el no sentirlo en su boquita lo había asustado más.
Continuaba tentando con sus manitas por todos lados y se acercaba cada vez más a mi hasta que sus deditos rozaron la piel de mi abdomen. Me quedé pasmado un instante, mirándolo angustiado entre sueños buscando su chupón en la oscuridad. Su expresión inocente e infantil ahora lucía desesperada y deseosa. La imagen de la hadita aún se apreciaba en mis ojos con claridad y el calor empezó a recorrer mi cuerpo.
Tal vez se debía a las sábanas cálidas o a su cuerpito cada vez más cerca del mío, pero era un ardor vigorizante en mi.
Alec aproximaba primero las manitas y después recorría su cuerpo al no hallar su anhelado chupón. Sus manitas recorrían mi abdomen mientras sus deditos buscaban meticulosamente entre mi cuerpo y el colchón.
Yo disfrutaba la sensación de sus deditos en mi piel mientras aferraba su chupón con una mano sudorosa alejada de él. Noté que acercaba su torso mientras sus piernitas quedaban un poco más atrás en cada intento. Sus manitas desistieron por un instante que el pequeño se quedó quieto con el entrecejo fruncido y esa pequeña boquita entreabierta y en puchero. Su carita se hallaba a un palmo de mi abdomen y reprimí un espasmo al sentir su respiración sobre mi piel desnuda, se encontraba ya tan cerca de mi cuerpo que ese cálido aliento me acariciaba.
Su manita permanecía debajo de mi cuerpo pero ya no se movían sus deditos y su respiración volvía a ser acompasada mientras arqueaba poco a poco las cejas hacia arriba, relajando su expresión. Estaba tan cerca ya de mí, yo no podía creer que hubiera desistido de sus esfuerzos por encontrar el chupón que tanto le gustaba, que tanto deseaba.
Intencionalmente moví mi cuerpo para presionar su manita y sacarlo de su tranquilidad pero no lo conseguí a pesar de hundir su manita en el colchón bajo mi peso un par de centímetros. Lo miré dormir plácidamente por unos instantes hasta que su respiración reveló que había caído en un sueño profundo nuevamente. Me encontraba aún embargado con una excitación íntima hacia ese pequeño bebé que pesaba la quinta parte de lo que yo y era dos veces más pequeño.
Decidí encender nuevamente sus deseos tentándolo con el premio que tanto esperaba. No podía permitir que lo olvidara. Con una mano sudorosa y temblando levemente por la emoción, acerqué el chupón a su boquita entreabierta, conteniendo mi respiración sin saber muy bien por qué.
Alcancé sus labios y los recorrí en un roce circular con el pequeño bulbo de goma. Alec reaccionó apenas, acelerando su respiración y soltando aire a bocanaditas irregulares por la boca.
Llevé el chupón hacia la entrada de su boca y de inmediato sentí la succión tirando de él hacia adentro. Instintivamente sujeté el arillo de plástico que servía de asa e impedí que cruzara completamente sus labios, dejándolo a la mitad. El pequeño jaló con más fuerza y de inmediato sus deditos comenzaron a moverse debajo de mi intentando liberar su manita, al tiempo que su entrecejo se fruncía nuevamente en señal de concentración.
Lo había conseguido. Al notar su cabecita moverse hacia adelante para albergar todo el chupón en su boquita, comencé a tirar de él por el arillo hacia afuera y hacia abajo en el mismo movimiento, en dirección a mi cuerpo ansioso de sentir al pequeño más cerca.
Sus deditos se agitaban insistentemente debajo de mi peso para liberarse y su respiración se sentía más cálida y más acelerada sobre mi abdomen, cada vez más cerca de mi ombligo.
La posición era incómoda para mi brazo que tomaba un ángulo extraño a medida que lo acercaba tirando del chupón lentamente hacia mi.
La carita de Alec hizo contacto con el borde de las sábanas cuando comenzaba a meterse debajo de ellas y al sentir el roce de la tela movió su carita soltando el chupón con un ¡POP! y se rascó la mejilla con su mano libre.
Aproveché ese instante para poner rápidamente el chupón sobre la mesita y retraer las sábanas que le habían rozado la cara y a mí me cubrían hasta la cintura, bloqueando de mi vista lo que pasaba debajo. Tiré de ellas de un jalón hacia abajo hasta la mitad de mi muslo, que fue lo máximo que alcancé con la mano, cuidando no descubrir a Alec más allá de su cinturita. Lo que vi me hizo sofocar un suspiro de excitación.
Mi verga se encontraba completamente erecta y palpitante separada apenas por un palmo de su carita infantil y ya sin la sábana encima pude sentir claramente su aliento sobre mi glande descubierto. Los 24 centímetros de carne gruesa se estiraban al máximo hacia el pequeño nene que tenía delante, completamente a su merced.
A pesar de la escasa iluminación de la lámpara, pude apreciar la textura de cada una de las venas saltadas y palpitantes a lo largo del tenso tronco. Tenía el vello recortado unos días atrás hasta mis grandes bolas que reposaban repletas dentro de su saco rugoso en mi pierna izquierda. El glande brillante reflejaba la luz de la lámpara como una luciérnaga balancéandose a cada palpitación de mi agitado corazón.
Los piecitos de Alec habían quedado casi exactamente en el punto donde se hallaban al cubrirlo con las sábanas al recostarme, lo que se había acercado a mí era únicamente su torso girando en la cama como una manecilla de reloj. ¿Podría esa manecilla girar solo un poquito más?
El roce de la sábana había detenido su forcejeo para lograr meter el chupón en su boquita, que ahora se encontraba entreabierta y boqueando a ciegas con un brillante hilito de saliva resbalando por la comisura en su mejilla derecha, hacia la cama. Su respiración entrecortada y su ceño fruncido delataban su crecida desesperación por recuperar el chupón que tan cerca estuvo de conseguir unos momentos antes.
Esa pausa le había costado cara, ahora el chupón se había ido. ¿Aceptaría algo más en su lugar? Estaba a punto de averiguarlo.
No podía más con la excitación de esa escena, tener la boquita de un hermoso bebé tan cerca de mi verga parada y monstruosa, tan cerca que sentía su aliento sobre el glande en el que relucía una gotita de líquido preseminal a punto de escurrir.
Me encontraba inclinado sobre mi costado izquierdo con la cadera echada hacia atrás. Llevé mi mano derecha a la base de mi verga y la sujeté para evitar las sacudidas violentas que tenía con cada palpitación. Quedó quieta y dura apuntando a la boquita de Alec que seguía dormido, boqueando ansiosamente sin saber el delicioso premio que recibiría.
Muy despacio, desplazando mi cadera milímetro por milímetro, comencé a acercar mi enorme verga a la carita del nene. A medida que mi glande se aproximaba a su boquita, yo inclinaba mi torso y cuello hacia abajo para ver más de cerca el momento del contacto de nuestras pieles.
Mi verga se hallaba a una pulgada de la boquita de Alec cuando súbitamente cerró sus labios y su cabeza se sacudió un poco. Temí que fuera a retirarla pero de inmediato noté el sonido de su naricita olisqueando hacia adelante como un perrito. Me había bañado un rato antes, estaba limpio, pero no retiré el prepucio en la ducha, por lo cual el glande no había recibido el chorro de agua y conservaba mi olor de macho acumulado durante todo ese día.
El pequeño olfateaba insistentemente y pensé por un instante en alejar mi verga lo suficiente para dispersar el olor de su carita, pero el nene detuvo el olisqueo y volvió a relajarse y abrir su boquita como antes.
A esa distancia pude notar la enorme diferencia de tamaño entre su boquita y la cabeza enorme de mi verga. Su chupón era tan pequeño en comparación con ella que comencé a dudar si el bebé la recibiría sin soltarla de inmediato pero eso no me importó, lo único que quería era sentir mi pito tocando esa boquita virgen y tierna de nene. Conteniendo la respiración apreté en mi mano la base de mi verga con fuerza, intentando detener por completo las palpitaciones que la sacudían, haciendo que las venas se marcaran aún más en el tronco por la acumulación de sangre en ella. Moví mi cadera con mucho cuidado hacia adelante esos pocos milímetros que faltaban y tuve que sofocar un suspiro de éxtasis.
Mi glande hinchado y enorme tocó los carnositos labios de Alec. La boquita de ese tierno bebé estaba besando la primera verga de su vida antes de cumplir los dos añitos de edad y esa verga era la mía.
La mantuve firme en mi mano con la respiración detenida, esperando que en cualquier momento el nene quitara su carita pero ese momento no llegó. Alec se quedó ahí, quieto, con mi verga tocando sus pequeños labios. Al ver que no se movía, me animé a mover un poquito la verga con mis dedos para abrir un poco más sus labios con el glande.
Conseguí separarlos un poco más y movió un poco su cabecita pero sin retirarla. Logré colar el borde de la cabezota de mi verga entre sus labios un par de milímetros y sentí en la punta de mi glande el borde durito de un dientito inferior. Yo me calentaba más y más a cada segundo. Con un poco menos de delicadeza aumenté el contacto de mi glande con su dientito y percibí también el borde de uno superior, pero casi en el mismo punto que el otro. Sus boquita estaba muy cerrada, me estaba negando su lengüita.
Casi imperceptiblemente comencé a mover mi verga con la mano que la apretaba tanto. De un lado a otro de sus labios por fracciones de centímetro cada vez más amplias para abrir su boquita, como un pez que se quiere colar por un agujero pequeño. Alec no respondía más allá de fruncir y relajar su entrecejo en sueños. Mis ansias crecían al mismo nivel que mi paciencia se agotaba. La boquita del pequeño no abría ni un milímetro y sus labios comenzaban a secarse por el roce de mi glande al no humectarlos con su salivita.
Aumenté la presión y sentí al fin que sus dientitos inferiores se deslizaban hacia abajo en mi glande un poco. Continué aumentando el contacto. Su boquita se estaba abriendo. Sentí una gotita de sudor resbalar por mi frente y noté todos los músculos de mi cuerpo tensos en concentración. Estaba a punto de sentir su lengüita en mi glande.
Continué frotando hasta que, en un suspiro cálido, sentí el roce de la lengüita de Alec en la rayita de mi uretra por un instante fugaz. Solté un bufido bajo y cerré los ojos al sentir la suavidad de su lengua tocándome y de inmediato escuché los movimientos de su boquita al degustar el nuevo sabor que sus papilas habían probado.
Tragó un poco de saliva sonoramente y aspiró aire por la nariz antes de abrir sus dientes un par de centímetros para recibir más de mi glande en su boquita. Le había gustado el sabor.
Su boquita comenzó a moverse enérgicamente. Cerró las comisuras de los labios alrededor de la punta de mi glande y noté que el aire dentro se convertía en un vacío que succionaba la punta de mi verga hacia adentro. Yo estaba extasiado sintiendo la succión rítmica que el pequeño le daba a la punta de mi glande.
Los bordes de sus dientitos rozaban la piel y mi uretra se abría un poco con cada succión. Mi mano presionaba con más fuerza que nunca mi verga amoratada. Ya la había recibido como su chupón y yo sabía muy bien que no la soltaría por nada del mundo. Su expresión era tranquila, sus cejas se arqueaban de nuevo pacíficamente.
Disfruté la succión de Alec por unos gloriosos minutos, sin soltar ni un poco la presión de mi mano en mi verga.
En la habitación solo se oía su respiración nasal y el pacifico succionar de su boquita.
Tras esos minutos mi excitación me exigió más. Moví suavemente mi verga con la mano que la apretaba y aumenté la presión contra sus dientitos, logrando deslizar un par de milímetros más de mi glande en su boquita. Un tercio de mi glande ya pasaba de sus labios pero no era suficiente.
Mi morbo estaba al mil por ciento. Tenía a un nene de un año de edad para mi solito toda la noche y no me conformaría con un par de centímetros de mi glande en su boquita.
Todo mi cuerpo estaba en tensión y el bebé succionaba pacíficamente, le había gustado mi verga, yo estaba obligado a darle un poco más.
Preparé mi cadera y la aproximé al cuerpito de Alec un poco más mientras sujetaba mi verga con la mano. Comencé de nuevo a presionar la punta contra sus dientes para abrirlos un poco más, estaba a punto de alcanzar la curva del capullo y eso me permitiría entrar en su boquita con más facilidad.
Su succión no cesaba, se mantenía a un ritmo constante y riquísimo.
A medida que separaba sus dientitos con mi glande, su boca se abría muy lentamente, albergando cada vez más carnita dura entre sus labios. Logré abrir lo suficiente para que rodeara la punta del capullo y en ese punto, Alec consiguió un mejor agarre con sus labios carnositos.
Cada vez succionaba con más fuerza, haciendo crecer mi morbo y mi excitación. Con cada succión yo podía mirar tensarse las venas de mi verga por todo mi tronco y soltaba bufidos apagados como un toro dormido.
Sus dientitos ya no serían un impedimento para entrar más en su boquita, pues mi glande resbalaría sin problemas. Sentía su aliento cálido en mi uretra y la suavidad de sus labios. Mantuve la presión contra su boquita deslizando más mi glande hacia adentro y abriendo más su mandíbula que ya comenzaba a adoptar una abertura poco común para chupar un simple chupón.
Poco más de la mitad de mi glande ya estaba dentro de su boquita y de pronto toqué su lengüita con la punta. Fue una sensación deliciosa tocar esa lengua infantil y calientita que reposaba dentro de su boca. Yo quería más. Continué introduciendo lentamente hasta que sentí que sus labios cubrieron el borde de mi capullo.
Abrí mis ojos que había mantenido cerrados, concentrándome al máximo y lo que vi me excitó demasiado. Su boquita se hallaba muy abierta albergando dentro de ella solamente mi enorme glande. Las succiones continuaban sin alteración y mis venas se saltaban con cada una.
El nene no había reaccionado ante ese capullo de carne que invadía su boquita y lo chupaba incesantemente mientras dormía. El sudor me resbalaba por la cara y el cuello. Todo mi cuerpo se encontraba tenso y mis energías se concentraban en disfrutar la deliciosa boquita de Alec.
En ese momento todo mi glande ya se encontraba dentro de su boca, tal vez 4 o 5 centímetros de carne dura de mi cuerpo, mucho más grande que cualquier chupón que hubiera probado antes. Fuera de su boquita un gran trecho de casi 20 centímetros de carne venosa y palpitante separaban su carita de mi abdomen y mis bolas.
Continuaba apretando mi verga desde la base con la mano derecha y aún con mi glande dentro de su boquita quedaba un trozo de carne de al menos 5 centímetros entre sus labios y mi puño. ¿Podría el pequeño de un año albergar en su boquita esos centímetros extra?
No lo pensé ni un segundo y mi excitación me llevó a intentarlo. Apreté más fuerte que nunca mi verga y continué deslizando mi carne hacia adentro. El borde de mi glande desapareció en el interior de sus labios y continué al no ver reacción de su parte.
Dos milímetros, cuatro, seis, ocho se deslizaron adentro. Los mismos que su mandíbula se abría. Dentro podía sentir la punta de mi glande recorriendo su lengüita y los bordes de sus dientitos rozando mi capullo al entrar. Al llegar a la mitad de esos cinco centímetros, pude sentir que el borde superior de mi glande rozó el paladar del pequeño. Me acercaba al fondo de su boquita, se estrechaba la altura dentro.
Alec reaccionó únicamente frunciendo un poco el ceño pero no dejó de succionar ni por un momento. Yo respiraba entrecortadamente como un animal en alerta de no ser descubierto. Casi llegaba a mi puño, solo dos centímetros más. El nene tal vez tenía 7 centímetros de mi verga ya en su boquita sin el menor problema.
Tras detenerme por un segundo continué deslizándola cuidadosamente, sus labios estaban solo a un centímetro de tocar el puño con el que apretaba mi verga. Dentro podía sentir mi capullo aumentando el roce con su paladar y su lengüita abatirse hacia abajo para abrirme paso. La succión no disminuía y mis venas continuaban palpitando entre mis dedos. Deslicé los últimos 3 milímetros con un poco menos de cuidado y el nene frunció el entrecejo al tiempo que escuché un pequeño quejido apagado y detenía la succión.
Contemplé esa bella escena bajando la mirada. Sus labios rozaban mis dedos rodeando mi grueso palo de carne. El pequeño Alec tenía dentro de su boquita un tercio de mi verga y continuaba soñando pacíficamente mientras a mí me embargaba el morbo más bestial.
Seguía sin succionar mi verga y pude sentir en la parte baja de mi glande su lengüita moverse de un lado a otro, masajeándola, hasta que comprendí lo que pasaba. Intentaba moverla libremente en su boquita pero mi verga no dejaba espacio para eso. Noté que la naricita de Alec se arrugaba y hacia gestos graciosos y me di cuenta que mis dedos le hacían cosquillas en la punta de la nariz así que con todo el cuidado que pude aflojé la presión que había mantenido todo ese tiempo sobre mi verga para alejar mi mano y detener el roce.
Cerré mis ojos y de inmediato sentí el alivio en mis testículos y en mi verga al soltarla poco a poco. La sangre comenzó a fluir de inmediato dejándome una frescura en toda esa zona. Alec también debió notar un cambio en mi glande, quizá se redujo su hinchazón o su dureza pero apenas solté mi verga el pequeño movió su boquita de un lado a otro y súbitamente comenzó a retirar su carita de mi verga poco a poco.
Abrí mis ojos al sentir eso y de inmediato coloqué mi mano izquierda, sobre la que me apoyaba, en su cabeza para impedir que la retirara por completo. No iba a permitir que se sacara su chupón de carne de la boquita que yo tanto estaba disfrutando.
Lo detuve justo antes de que el borde de mi glande abandonara sus labios y el bebé forcejeó aún un poco en sueños para continuar sacando piel de su boca. Sujetaba su cabecita firmemente pero con toda la suavidad que me era posible, sin encajar mis dedos, deteniendo solo con mi palma.
Estaba más tenso que nunca, literalmente estaba obligando al pequeño niño a mantener mi glande en su boquita. Tras unos segundos que me parecieron eternos, sintiendo el miedo que me daba que Alec despertara, finalmente cesó sus intentos y dejó su cabecita quieta. Decidí dejar mi mano sobre su cabeza aunque ya no lo presionara, solo como precaución para impedir un posible nuevo intento.
Comencé a sentir de nuevo ese deliciosa succión de su boquita y comprendí que había caído en sueño profundo nuevamente. Solté un suspiro profundo, no había notado cuánto tiempo dejé de respirar en el silencioso forcejeo y me faltaba el aire.
Notaba una parte de mi verga muy fría y miré hacia abajo. Mi grueso tronco lucía todo su largo fuera de la boquita de Alec sin mi mano sujetándolo. Las venas palpitaban al compás de las chupadas del pequeño bebé marcándose por todo mi palo y el trozo que el nene había sacado de su boquita brillaba a la luz de la lámpara rojiza con la saliva que lo había humectado dentro.
La separación de la parte húmeda y la parte seca de mi verga mostraba cuánta carne había tenido el bebé en su boquita antes de sacarla y me puso como loco.
Era sorprendente cuánto podía tragar sin problemas ese pequeño de un añito. Quería volver a esas profundidades. No podía quedarme así.
Decidí no volver a sujetar mi verga con la mano, quería mirar mi palo suelto deslizándose dentro de su boquita hasta donde lo había metido antes.
Con mi mano izquierda como tope, impediría que el bebé retirara su cabeza hacia atrás. Tuve que avanzar con mi cadera cuidadosamente hacia adelante para recuperar los pocos centímetros que el pequeño se había movido.
Una vez en posición comencé a introducir nuevamente mi grueso palo entre sus labios y miraba lleno de morbo la parte humedecida de mi verga recuperar el terreno perdido en esa deliciosa boquita infantil.
Un centímetro, dos, dos y medio. Mi glande volvió a encontrarse primero con su lengua y después, por encima, con su paladar, para llegar a la parte estrechita de más atrás que ya me era familiar.
Solo quedaba medio centímetro húmedo fuera de su boquita y lo introduje nuevamente, volviendo a colocar en su boca todo el trozo que antes había podido comer.
La succión de Alec continuaba sin alteración y respiraba profundamente por la naricita. Disfruté por un par de minutos su deliciosa boquita, con mi cuerpo menos tenso que antes pero igualmente excitado.
Con la mano que había antes apretado mi verga ahora masajeaba mis bolas una a una, mientras con mi otra mano hacia piojito en la cabecita de Alec, haciendo círculos en el hermoso cabello castaño del bebé, después de todo yo era su niñero y lo trataba muy bien.
Gozaba de la vista del nene chupando mi carne hasta que de pronto comencé a sentir nuevamente los movimientos de su lengüita bajo mi glande y la succión se detuvo, volvería a intentar sacarla de su boquita pero esta vez yo estaba listo y no lo permitiría.
Interrumpí el piojito y apoyé mi palma en su cabeza una vez más en el justo instante en que el pequeño hizo un intento por hacerla para atrás. Lo detuve y noté que la fuerza con la que lo intentaba aumentaba. Su entrecejo estaba muy apretado y sus labios vibraban curiosamente alrededor de mi carne.
Alec comenzó a respirar de una forma rara por la nariz, soltando pequeños bufidos de aire. Yo mantenía mi mano sobre su cabeza, intentando detenerla para que no sacara de su boca ni un milímetro de mi verga. Su paladar y su lengua masajeaban mi glande por arriba y abajo, yo disfrutaba aquel jadeo con el cuerpo tenso.
Me animé a aprovechar ese pequeño momento de movimiento para introducir un poco más mi verga y sentí al fin que la punta del glande rozaba algo al fondo de la boquita del pequeño.
De inmediato Alec reaccionó con una fuerte arcada que me tomó por sorpresa y el pánico me llevó a sujetar con fuerza la cabeza del nene.
Había tocado sin querer su campanita de la garganta con mi verga. Había llegado al fondo de esa boquita deliciosa por fin, causándole asco a mi hermoso bebé.
Alec tosió un poco meneando levemente su cabecita hacía los lados y salió de mi boca un suspiro de placer al sentir ese masaje lateral sobre mi verga.
Sus labios, lengua y paladar me rozaban deliciosamente el glande y pequeñas gotitas de saliva salpicaban el tronco de mi pito por encima con los tosidos del bebé. El sonido apagado de los tosidos de Alec continuaba pero solo su cabecita se movía, sus manos y piernas seguían inmóviles, por lo que la sensación no debía ser tan fuerte para él, así que seguí sujetándolo de la cabeza.
Mi nene podía soportar esa molestia por mi, por su niñero que tanto lo quería, debía aguantar un poquito.
Mi excitación seguía creciendo a cada momento. No debía haber pasado ni una hora desde que nos habiamos ido a la cama y tendría esa boquita deliciosa para mí por el resto de la noche. Para mí disfrute, para usarla en mi placer personal.
Esos pensamientos invadían mi mente y no podía pensar en nada más, mantenía mis ojos cerrados atento a cualquier sonido de su boquita y me mantenía con cada musculo de mi cuerpo en tensión, sintiendo el único movimiento en mi verga, que el pequeño Alec intentaba ansiosamente sacar de su boquita para respirar con normalidad.
Ya no podía más con mi morbo, era injusto que solo esa pequeña porción de mi verga gozara de tan gloriosa boquita. Era poco más de un tercio el que sentía la calidez de la lengüita y la saliva de Alec y el resto de mi grueso palo seguía afuera, palpitando desesperadamente entre su carita y mi cuerpo.
No era justo. Aún sintiendo los leves tosiditos del pequeño comencé a presionar su cabeza hacia mi con mi mano. Toqué de nuevo la campanita de Alec con mi glande y una nueva arcada lo sacudió pero no me detuve. Apreté mis labios sintiendo una gran culpa pero mi morbo me impedía detener mi mano.
Alec tosió un poco más fuerte esta vez y sentí sus labios vibrar cada vez más alrededor de mi verga. Movía su cabecita de un lado al otro pero lo ignoré completamente, apenas había introducido dos centímetros más, yo estaba seguro que él podía aguantar más.
Sentía en la palma de la mano la vibración de su cabecita intentando soltarse pero no detuve la presión, solo intenté animarlo a resistir acariciando su cabello con las yemas de mis dedos.
Continuaba deslizando mi verga dentro de su boquita, empujando su campanita a medida que los centímetros pasaban entre sus labios.
De la nada sentí algo que me causó un susto repentino y muy fuerte. Abrí los ojos y miré de inmediato que Alec había colocado su manita izquierda sobre mi pene fuera de su boquita.
Su boquita se hallaba ya muy abierta en una posición muy extraña, nada normal. Sus mejillas normalmente abultadas ahora estaban muy estiradas al igual que sus labios que se ceñían apretadamente a la circunferencia de mi verga como si fuera un condón que le quedara pequeño.
Alec palpaba desesperadamente sus labios y mi verga como intentando desunirlos o hallar un punto para separarlos con sus deditos pero no lo encontraría. Al retirar su mano para rascarse la mejilla comprobé estallando de morbo que sus esfuerzos serían inútiles. Para ese momento ya debía tener en su boquita al menos 12 o 13 centímetros de mi palo.
La mitad de mi palpitante trozo de carne ya estaba enterrado en su boquita y no podría sacarlo por más que lo intentara.
La palma de la mano con la que le sujetaba la cabeza se sentía húmeda y comprendí que estaba sudando muy nervioso. Con mi mano libre retiré un flequillo de su carita y descubrí su frentecita perlada en sudor mientras continuaba tosiendo muy agitado.
Entonces llevó también su manita derecha a mi verga y trató con ambas de desatascarla de su boquita. La sensación de sus deditos enterrándose en mi grueso palo y tirando de él hacia afuera me causaba un delicioso dolor.
No tenía las uñas largas pero sus deditos eran muy finos y lograban encajarse entre mis venas hinchadas que le daban agarre. Forcejeó por unos instantes que disfruté gimiendo sin abrir mis labios. El sudor de sus manitas pronto hizo que sus dedos comenzaran a resbalarse por mi tronco y empezó a recorrerlo cada vez más desesperado.
Respiraba aceleradamente por la naricita y agitaba su cabeza de un lado a otro con el entrecejo más fruncido que nunca.
Recorrió mi tronco hasta tocar mi pubis con sus deditos y apoyó sus manitas en mi abdomen para comenzar a empujarme.
Las manitas de Alec empujaban mi barriga con todas sus fuerzas y se hundían en ella sin éxito alguno, yo no retrocedía mi cuerpo ni un milímetro.
Yo contemplaba la escena vuelto loco de placer. Ver al pequeño de un año intentando mover mi pesado cuerpo de adulto era tan tierno.
Sus piernitas comenzaron a moverse debajo de las sábanas y podía mirar sobre ella como se deslizaban de un lado a otro desordenadamente. Pronto un piecito descalzo salió de debajo de la sábana moviéndose por todas partes hasta que me tocó el muslo y se apoyó sobre él.
La piernita de Alec ahora también me empujaba la pierna junto con los esfuerzos de sus manitas en mi barriga. Los tosidos del bebé eran el único sonido en la habitación y mis gemidos ahogados. El sudor me escurría por el cuello y la cara, no de cansancio, sino de concentración y morbo.
Era excitante la facilidad con la que yo podía sostener su cabecita e impedir que la retirara. El nene continuaba respirando desesperadamente por la nariz al ver su boquita bloqueada por completo.
Ya había alcanzado la mitad de mi verga pero yo estaba seguro de que no era todo lo que podía tragar. Mi bebé era muy especial y muy bueno, seguro podría tragar otro poquito de la verga de su niñero y estaría feliz de hacerlo por mi.
Olvidando por completo que se trataba de la boquita de un niño de un año presioné su cabecita con la mano y hundí dentro de su boquita cinco centímetros más de palo duro de un golpe. Alec respondió agitando sus piernitas como loco y comenzando a patearme las piernas.
Sus manitas empujaban desesperadamente mi barriga, luchando contra mi peso y la presión de mi mano en su cabeza. Yo estaba como en un trance, mirando al nene recibir ese gran trozo de carne viva en su boquita sin poder hacer nada para evitarlo. Pude sentir que mi glande se abría paso por el estrecho túnel de su boquita estirando la piel interior.
El roce de sus dientes ahora se había convertido en un raspado muy doloroso pero que me fascinaba. Sus dientecitos funcionaban ahora como un ancla que se encajaba en el tronco de mi verga a medida que pasaba entre ellos, impidiéndole regresar hacía afuera.
Su boquita estaba abierta al máximo, en una visión hardcore casi de abuso y yo podía notar sus músculos faciales muy estirados brillando a la luz rojiza de la lámpara con el sudor de su carita.
Las venas de mi tronco palpitaban muy saltadas y cruzaban sus labios para desaparecer dentro de su boquita.
Seguramente mi nene estaba disfrutando recorrerlas con la lengua porque yo notaba cómo la movía por todos lados en el poco espacio disponible que quedaba dentro de su boquita, en los rincones que mi carne no llenaba.
Por su naricita comenzaron a escurrir mocos líquidos y transparentes que se perdían bajo su mejilla, hacia la cama.
Con mi mano libre palpé en la oscuridad en busca de una almohada y la agité tras de mí para quedarme solamente con la funda de tela, que usé para limpiarle los mocos con mucho cuidado, aunque de inmediato escurría de nuevo.
Decidí colocar la funda enrrollada entre su carita y mi cuerpo sobre la cama, para absorber todo lo que escurriera de su piel, con todo el cuidado de no tocarlo para no despertarlo.
Su cuerpito se sacudía violentamente y me parecía asombroso que aún siguiera durmiendo con esos 17 centímetros de carne encajados tras su campanita, quizá soñaba que uno de sus bloques que tanto le gustaba chupar ahora se le atoraba en la boquita por travieso.
De repente sentí un tope extraño en el estrecho túnel de su boquita y comprendí que había llegado a su gargantita. Era el fin del camino. Tenía hundidos dos tercios de mi enorme verga en ese tierno niño y él los recibía gustoso.
Mantuve su cabecita aferrada durante unos minutos que él debía sentir interminables mientras yo gozaba cada segundo.
Alec sudaba mucho y moqueaba demasiado y ahora su cabellito estaba empapado en sudor. No dejaba de empujarme y yo me sorprendía de que no se hubiera cansado aún, debía estarlo disfrutando mucho mi pequeño bebé. Volví a acariciar mis bolas con la mano libre y las descubrí muy hinchadas y calientes, con el semen de tantas semanas hirviendo en su interior.
La parte de mi verga que quedaba fuera de la boquita de Alec estaba muy gorda y más venosa que nunca, tal vez sus dientitos no permitían que las venas más saltadas pasaran y ahora se hinchaban afuera. Sus labios y comisuras se hundían en mi grueso tronco completamente estirados y la presión de sus dientitos sobre mi verga comenzaba a dolerme en verdad. No podía abrir más su boquita y actuaban como pinzas sobre mi piel.
Apreté su cabeza con mi mano un poco más pero era inútil, su gargantita estaba muy cerrada y no me dejaría pasar más adentro. Parecía que mi nene me quisiera decepcionar a propósito o se divirtiera teniéndome tan excitado y tan adolorido. O tal vez era un juego de mi pequeño bebé, sí, tal vez quería que yo encontrara el modo de abrir su gargantita con mi grueso palo para seguir divirtiéndonos más tiempo.
Era muy travieso mi bebé, pero ahora yo entendía su juego y le demostraría que podría lograrlo.
Más excitado que nunca y sin relajar la presión de mi mano, lo tomé de un mechón empapado de su cabellito y tiré de él hacia atrás con firmeza. Sentí un dolor agudo en mi verga al tirar hacía afuera y sentir la presión de sus dientes que no me lo permitían.
Ignorando el dolor tiré de nuevo y pude mover mi verga al menos dos o tres centímetros hacia afuera. Las piernitas y manitas de Alec dejaron de empujar por un instante. Tal vez creía que me habría rendido en nuestro juego y sacaría mi verga al fin, pero era un pequeño truco para distraerlo. Justo cuando sus piernitas se detuvieron yo volví a empujar su cabeza con mi mano y clavé de golpe lo que había retirado, chocando con su garganta una vez más con más fuerza que antes.
La abriría a empujones de mi pitote para ganar el jueguito que tanto estaba disfrutando mi pequeño. Una vez más Alec retorció sus piernitas y brazos, lo estaba pasando en grande como yo. Repetí el mismo intento varias veces empujando cada vez más fuerte contra su garganta pero parecía no funcionar, seguía igual de cerrada y solo me causaba ardor con sus dientitos raspando mi verga por arriba y abajo.
Mi bebé era muy juguetón y no me lo estaba dejando fácil a pesar de estar tan cansado y sudado.
Decidí cambiar de estrategia al notar que me empezaba a molestar con sus trampitas. Tenía que demostrarle que yo era el adulto y tenía que jugar limpio, sin lastimar.
Levanté la pierna derecha que tenía sobre la izquierda y con mucho cuidado levanté del colchón la cabecita de Alec aún con mi verga encajada hasta el fondo. Con mi otra mano extendí la funda de la almohada completamente y posé su cabecita sobre ella justo al centro.
Pasé mi pierna por encima del cuerpecito de Alec mientras apoyaba la mano sobre la que recargaba mi cabeza en la cama para girar todo mi cuerpo y colocarlo encima del bebé. Mis rodillas se apoyaban sobre la cama, una a cada lado del cuerpito de Alec, que ahora se encontraba acostado completamente sobre su espalda, con la carita apuntando al techo, recibiendo mi verga desde arriba en posición vertical.
Apoyé mis puños en la cama con los brazos estirados y bajé mi cabeza para mirar a Alec y sonreí, seguramente mi niño no esperaba que yo cambiara de posición.
Los bracitos de Alec empujaban ahora hacia arriba pero sería ahora más inútil que antes ya que no lograría moverme ni un poco.
Volví al juego más animado que antes.
Comencé a bajar mi cadera sobre la carita de Alec intentando de esa forma usar mi peso sobre mi verga para abrir su gargantita con ella. Me encontré nuevamente con el tope de su gargantita y esta vez en lugar de intentar a empujones, decidí bajar más mi cuerpo para abrir por la fuerza de la presión con mi peso.
Mi bebé había caído en mi trampita. Sus manitas seguían empujando a ciegas y yo sentía su respiración agitada en los vellos de mi pubis.
Continué bajando mi peso sobre mi verga pero no lograba abrir esa gargantita tan cerrada, solo comencé a hundir su cabecita en la cama a medida que apoyaba mi cuerpo. Alec empujaba a ciegas y con sus piernitas pataleaba detrás de mi culo ya sin un punto donde apoyar sus piecitos para empujarme.
Continué bajando mi peso pero no lograba nada abrir su garganta infantil y mi verga comenzaba a doler en serio por presionar tan fuerte contra su garganta y ser raspada por sus dientes. Detuve la presión y levanté mi cadera de nuevo. Estaba muy enojado.
Mi nene estaba muy tramposito y eso no estaba bien en un niño.
Seguramente estaba disfrutando verme tan desesperado y pataleaba de risa al ver qué no lograba meter más mi verga en su boquita, estaba haciendo trampa para ganar nuestro jueguito. Tenía que enseñarle que eso no estaba bien.
Me erguí completamente sobre las rodillas y sujeté la cabecita de Alec por ambos lados con mis manos. Retrocedí un poco con las rodillas y al mismo tiempo levanté la cabecita del nene de la cama para que siguiera mi verga. Ya no me importaba moverme lentamente por lo enojado que estaba.
Su cabellito estaba pegado a su cara por el sudor y lo aparté con un dedo para ver bien su expresión. Estaba moqueando demasiado y por el extremo de sus ojitos cerrados escurrían lagrimas. Su cabeza estaba resbalosa por el sudor así que decidí entrelazar mis dedos por detrás, en su nuca, para no perder firmeza en el agarre.
No me engañaba con esa carita tan extraña, él debía estar disfrutando mi desesperación y pensar eso me enfadó mucho más.
No me importaba tenerlo en esa posición tan incómoda. Acostado sobre su espalda entre mis piernas con la cabeza tan levantada y el cuello tan doblado. Se lo había ganado por tramposito.
Di un último vistazo y di un tirón de su cabeza hacia mi. Una vez más mi verga chocó con su gargantita sin abrirla. Apreté más fuerte con mis manos, más y más fuerte.
Sentía un ardor muy doloroso en mi grueso palo en donde sus dientitos se encajaban en mi carne pero no lo dejaría ganar.
Relajaba y empujaba cada vez más rápido y fuerte pero su gargantita seguía sin abrirse. Esa boquita de un añito de edad se negaba a obedecerme. Sus tosidos ahogados se escuchaban más rápido que antes y sus pataleos en la cama retumbaban en el colchón.
Moqueaba y lagrimaba pero seguía empeñado en no dejar pasar mi verga.
Cada vez más enojado comencé a atacar también con mi cadera, retrocediendo al relajar el agarre sobre su cabeza y empujando mi verga con la cadera al jalarlo hacia mi.
Pasaron así unos minutos muy dolorosos e interminables.
El sudor me escurría por la cara y el pecho pero no de cansancio, sino de enojo. El cuello me dolía por mirar tanto tiempo hacia abajo así que tenía que darme prisa.
Olvidándome por completo de que era un nene que no cumplía ni los dos añitos, comencé a apretar con todas mis fuerzas su cabeza contra mi verga.
Di tres embestidas durísimas contra su garganta sin éxito pero a la cuarta comencé a sentir algo extraño en mi glande. Rozaba un borde raro en la rayita de mi uretra que me causó un dolor agudo, me detuve un instante pero de inmediato di otro empujón más fuerte para no perder ese espacio. Empujé varias veces más, sintiendo ese borde abrirse más y más.
Seguramente la boquita de Alec nunca había pasado tanto tiempo abierta ni tan abierta como yo la obligaba a estar pero él se lo estaba buscando por desobediente y tendría que aguantar aún mucho tiempo así si no se portaba bien.
Seguía embistiendo su garganta hasta que en un empujón particularmente fuerte pude sentir como mi glande resbalaba un poquito entre los bordes como hace un largo rato hizo entre sus dientitos, ya no había vuelta atrás.
Clavé mi mirada en la carita del nene para no perderme su expresión al hacer lo que haría. Despacio y con fuerza jalé su cabecita en un solo y laaargo movimiento para hundir dentro de su boquita los últimos ocho centímetros de mi verga.
Mi glande obligó a su gargantita a abrirse completamente como una palanca de carne dura y lubricada. Senti sus dientitos raspando las venas más gruesas de mi verga al pasar por sus labios que llegaron al fin a la base más gruesa de mi tronco.
Detuve la presión sobre su cabecita cuando sentí con gran morbo su naricita llena de mocos chocar contra mi abdomen entre los vellos de mi pubis.
Casi exploté de placer al observar los párpados de Alec apretarse al instante y abrirse de golpe casi al mismo tiempo que su naricita tocó mi cuerpo.
Al fin mi bebé había despertado y sus grandes y hermosos ojos ahora no podían mirar otra cosa que mi velludo abdomen frente a él.
Los ojos llorosos de mi nene brillaban con la luz de la lámpara y le llenaban el rostro de desesperación. Yo estaba fascinado mirándolo forcejear con sus manitas inútilmente y patalear como loco, debía estar muy molesto porque yo había ganado nuestro jueguito y ahora quería llorar de enojo.
Lo dejé seguir con su rabieta tratando de sacarse mi verga de la boca con sus manitas, yo sabía que no lo conseguiría por más fuerte que me pellizcara y me reía cuando se le resbalaban sus deditos de mi grueso palo. Su boquita estaba más abierta y estirada que nunca pero no me importaba, tenía que aprender a perder y no hacer trampa.
Mi pequeño Alec lucía muy tierno haciendo bizco para mirar la cosa que tenía atorada en la gargantita y yo disfrutaba sentir las contracciones de su cuellito en mi verga al intentar pasar saliva o seguramente intentando gritar de desesperación.
De repente el pequeño levantó la vista y me miró directo a los ojos hacia arriba.
Tenia sus grandes ojos abiertos como platos y muy irritados. Sus lagrimitas salían sin parar y se combinaban con el sudor de su carita.
Su mirada estaba llena de miedo y al mirarme comenzó a golpear con más fuerza con sus manitas mientras su cabecita vibraba muy fuerte en mis manos intentando moverse.
Le sonreí para tranquilizarlo, yo estaba ahí, su niñero, no permitiría que nada malo le pasara a mi pequeño bebé.
Disfruté la gargantita de Alec masajeando mi verga por un largo rato en el que solo se oían en la habitación sus pataleos y la respiración agitada de su naricita en mi pubis.
El sudor resbalaba por mi cara y mi pecho hasta mi abdomen y por la carita de Alec.
Tal vez el calor estaba aumentando a causa de la lámpara de noche así que volteé para apagarla pero me llevé un susto al ver una silueta moverse detrás de la mesita y después el susto se transformó en excitación al descubrir que era mi propio reflejo en el espejo de la puerta del clóset.
Me miré en esa extraña posición de rodillas en la cama aferrando la cabecita de Alec con ambas manos. Sus piernitas pataleaban detrás de mi cuerpo hacia todos lados mientras yo mantenía mi verga hundida en su garganta. Solo en el reflejo pude notar que su boquita estaba abierta en una posición bestial con su barbilla casi tocando su cuellito y que mi verga debía estar muy doblada dentro de su boca para entrar a su garganta, quizá por eso fue tan difícil meterla por completo y por doblarla era que me dolía tanto mantenerla ahí.
La diferencia de tamaño entre su cuerpito y el mío era deliciosa. Sus piernitas apenas sobresalían de mis muslos y nalgas gordas y su cabecita parecía una pelotita entre mis manos grandes. ¿Cómo era posible que un pequeño bebé de ese tamaño pudiera darle tanto placer a un adulto como yo?
Disfruté contemplar esa escena por unos momentos que Alec debía estar usando para reflexionar sobre lo malo que es hacer trampa. Sus pataleos y manoteos no cesaban y cada uno movía mi verga en sus dientes haciéndome daño.
Tenía que pararlo de una vez por todas. Moví mis pesadas espinillas una a una sobre las piernitas de Alec y las atrapé debajo de las mías para que no se movieran más. Luego sujeté con fuerza su cabecita con una sola mano mientras con la otra llevaba su manita bajo mi rodilla y lo repetía con la otra.
Antes de volver a sujetar su cabeza con ambas manos le limpié las lagrimitas a mi bebé con un dedo. No me gustaba verlo llorar pero era por su propio bien aprender que lo que hacía no estaba bien.
Aparté la vista de sus ojitos llorosos mirándome suplicantes para no sentirme triste y volví a ver el espejo. Era sorprendente el parecido de mi reflejo con las figuras de los ogros que sometian a la hadita.
En esa posición se miraban embistiendo sin piedad el culito y la boquita de la hadita dando bufidos brutales de placer.
Cuando lo vi en mi casa me parecía ridículo que un cuerpito tan pequeño pudiera ser placentero para un par de monstruos de vergas enormes pero ahora entendía que era cierto.
Me imaginé a mí mismo penetrando a la pobre hadita de esa forma tan abusiva, escuchando sus gemidos exagerados y femeninos en la oscura mazmorra del juego y comencé a sentir un dolor muy agudo en la gruesa base de mi verga.
La excitación de imaginarme de esa forma me había puesto el pito muy duro de nuevo y el extraño ángulo en el que lo tenía metido en la boquita de Alec hacia que sus dientitos se encajaran en mi carne incapaces de abrirse más.
Seguía mirándome a los ojos con esa expresión suplicante y traté de acomodar su cabecita con mis manos para que me dejara de lastimar con sus dientitos pero no habia modo en esa posición.
Mi glande me dolía por lo doblada que estaba mi verga y al mover su cabecita solo me lastimaba más. Intenté mover mi cadera en círculos pero con resultados más dolorosos pues encajaba sus dientitos en mi palo con más fuerza.
Pensé por unos minutos lo que tenía que hacer mientras gozaba esa deliciosa boquita indefensa y la respuesta llegó a mi de pronto.
Si esa no era la posición más cómoda tendría que cambiar a mi nene de posición en la cama.
Sujeté su cabeza con una sola mano mientras movía mi pesado cuerpo sobre él para sacarlo de debajo de mi.
Con mi mano libre lo tomé de una piernita antes de que comenzara a patalear nuevamente y lo hice girar tirando de ella con mi verga como eje encajado en su boquita.
La sensación de sus dientes rodeando mi gruesa verga fue muy dolorosa y más aún al alcanzar la parte más gruesa de mi palo, pero logré girar su cuerpecito por completo para que sus piernitas quedaran en dirección a la cabecera de la cama.
El cambio fue delicioso. Ahora mi verga entraba en una posición mucho más cómoda y se encontraba perfectamente recta desde su boquita hacia adentro.
Agaché mi cabeza para echar un vistazo y descubrí un gran bulto en donde debía verse su manzana de Adán. Mi verga le llenaba por completo el cuellito y lo deformaba de un modo muy extraño, perdiéndose entre sus clavículas.
Solo podía ver su barbilla, ya que sus ojitos ahora estaban debajo de mi culo, como pude ver al voltear al espejo. Volví a colocar sus manitas bajo mis rodillas y aferré su cabecita con ambas manos nuevamente.
Su estomaguito se contraía de un modo extraño como lo hace al jadear después de correr una larga distancia, tal vez desde antes lo había estado haciendo pero no lo había notado por tener su pancita bajo mis nalgas.
Intentaba contemplarlo divirtiéndose en esa nueva posición pero sus piernitas pataleaban con más desesperación que antes por alguna razón y me pateaban la cabeza al tenerla agachada hacia abajo.
Intenté sujetar sus piernitas con una sola de mis manos pero pataleaban con demasiada insistencia y una lograba soltarse después de forcejear un poco.
Volví a mirar su cabecita y el modo en que mi verga la mantenía clavada a la cama y sus manitas bajo mis rodillas y decidí soltar su cabeza para sujetar sus piernitas con ambas manos.
Como pensé, aún sin sujetarlo no podía mover su cabecita, estaba apuntalada a la cama con mi grueso palo funcionando como un perno de carne dura.
Mantuve mi verga clavada hasta el fondo de su gargantita mucho más cómodamente que antes. Sentía sus dientitos rodeando mi palo pero con una presión deliciosa y no dolorosa como antes.
Mi tronco palpitaba felizmente dentro de esa tierna cuevita de nene y yo podía ver cada palpitación moviendo su cuellito. Mis bolas se apretaban contra sus labios y notaba en ellas un movimiento extraño de succión al que no le di mucha importancia, al fin me estaba divirtiendo con mi pequeño Alec sin trampitas ni enojo.
Yo había ganado nuestro jueguito y estaba disfrutando mi premio que era su deliciosa garganta abierta para mí.
Mi erección se había extendido ya por casi dos horas y no sentía ningún cansancio ni dolor en los testículos que estaban hirviendo de excitación. Sin duda a mi nene le encantaba jugar conmigo y la prueba es que yo seguía sintiendo la fuerza con la que intentaba librar sus piernitas y manos de mi agarre. Sus piecitos se retorcían y contraía los deditos como loco.
Su pancita seguía moviéndose con esos espasmos extraños cada vez más profundos y aún sentía la rara succión en mis bolas.
A los pocos minutos comencé a notar que sus intentos de soltarse eran más débiles y los espasmos de su pancita tan profundos y violentos que podía mirar sus costillas marcándose cuando contraía el estómago.
Tal vez mi nene al fin se había cansado y se estaba quedando dormidito. Sentí una ternura muy grande y sonreí. Niños. Un momento están jugando como locos y después caen dormiditos. Intenté mirar su carita pero estaba bajo mis nalgas, en esa posición solo podía mirar su barbilla entre los vellos de mi pubis. Miré al espejo pero solo veía mi culo y piernas que me estorbaban para ver su carita.
No podía mirar a mi nene dormidito. Entonces vi mi teléfono en la mesita y lo alcancé con un brazo. Lo encendí, abrí la cámara y lo pasé por detrás de mi cuerpo intentando apuntar al lugar donde calculaba que estaría su carita. La posición con mi brazo era muy incómoda.
Oprimí el botón y toda la habitación se iluminó con el destello del flash, qué tonto! No lo había desactivado y ahora tal vez la luz despertaría a mi bebé.
Parpadreé rápidamente varias veces para disipar el flashazo mientras accedía a la galería de mi teléfono para mirar la fotografía. Tardé unos instantes en entender lo que estaba viendo.
Sus hermosos ojitos grises casi se perdían bajo sus párpados con la mirada perdida y casi todo el iris enrojecido. Mis enormes bolas peludas reposaban cubriendo casi toda su carita. Donde debía estar su naricita solo había piel arrugada y con pelos.
Esa era la succión que sentía en mis testículos hace ya mucho rato, los intentos de su naricita de respirar mientras su boca estaba llena de mi verga.
En la posición anterior Alec podía respirar a través de mi vello púbico sin problemas por su naricita, pero ahora, con mis bolas sobre su carita, al intentarlo solo jalaba la piel de mi escroto como una bolsa plástica que lo asfixiaba.
Un súbito pánico me invadió. Había pasado mucho tiempo ya desde que dejó de forcejear y sus contracciones en la pancita ya casi no se notaban. Arrojé mi teléfono sobre la cama y levanté mi pesada cintura desalojando su gargantita en un solo y largo movimiento de mi cuerpo.
Sentía su carne adherida como una funda apretada alrededor de mi verga muy erecta todavía. La saqué con mucha dificultad y sentía mucha culpa de ver salir de su boquita centímetro tras centímetro de ese enorme palo grueso. ¿Cómo era posible que mi bebito Alec hubiera tragado tanta carne? Era un glotoncito.
Sus dientitos raspaban cada centímetro de mi pene causándole un dolor muy agudo que me merecía por descuidado y cuando el borde de mi glande llegó al tope tuve dificultad para desatascarlo.
Con mucha pena tuve que abrir con mis dedos su maltrecha mandíbula para soltar mi capullo y al conseguir retirar mi pene, una gran carga de saliva espesa y blanca brotó de ella tras mi pitote, del cual quedó colgando una gruesa hebra que se derramaba por su carita inexpresiva y completamente sudada.
La saliva le escurrió por las mejillas y las orejitas hasta la funda sobre la cama.
Alejé mi cadera hacia atrás para dejarlo respirar. Su aspecto era terrible pero muy delicioso. Mi pequeño Alec yacía sin moverse con los brazos y las piernas extendidas y la carita sin expresión con los ojos abiertos pero sin mirar y la boquita abierta con la mandíbula casi dislocada y una gran hebra de saliva escurriendo por las comisuras.
No respiraba y mis nervios crecían. ¿Qué diría el señor Iván si le entregaba a su bebito en ese estado? Me regañaria por hacerlo jugar tanto tiempo cuando debía haber dormido más.
Intenté reanimarlo dándole unas cachetaditas pero no funcionó.
Mi desesperación crecía. Lo golpeé más fuerte y sentía mi verga palpitando por la excitación de estar sometiendo a ese bebito indefenso.
No era el momento para eso.
Alec no reaccionaba, así que me agaché sobre él desde atrás como estaba y puse mi boca en la suya para darle el beso de la vida.
Coloqué mis labios sobre los suyos y sentí su mandíbula muy suelta. Sus labios eran muy suaves y podía notar el olor de mi verga mezclado con saliva en su boquita. Soplé con cuidado pero con fuerza y miré hacia arriba para notar su pancita inflarse.
Soplé lo máximo que pude y dejé sus labios para presionar su pechito con mis puños para reanimarlo. No ocurrió nada. Repetí la operación aunque esta vez metí un poco mi lengua en su boquita infantil al soplar. Solté y presioné de nuevo sin lograr nada.
Repetí y repetí disfrutando el sabor de su boquita en cada beso hasta que en medio de una arcada muy fuerte, mi pequeño bebé escupió una nueva carga de baba blanca que le borboteó por la carita embarrando sus pestañas y ojitos abiertos.
Su estomaguito comenzó a moverse de nuevo arriba y abajo empezando a respirar débilmente. Seguramente tendría un tapón de saliva o flema bloqueando su esófago como un inodoro tapado. Jamás lo alcanzaría con mis dedos y si continuaba ahí, mi nene no podría respirar con normalidad.
Yo sabía qué es lo que tenía que hacer.
Coloqué una almohada debajo de su cuellito y lo dejé con la cabeza echada hacia atrás en una posición que lo alineaba desde su boquita hasta el cuello. Iba recuperando la respiración y gemía un poco pero yo lo iba a ayudar como buen niñero.
Coloqué la punta de mi verga en sus labios justo en el instante en que sus ojitos tiernos volvían a enfocarme y como una enorme palanca hundi mi pitote en su gargantita de un solo golpe que sonó húmedo y ahogado.
Sus dientitos volvieron a rasparme la verga muy dolorosamente pero eso no era importante, estaba cumpliendo mi trabajo y debía ayudar a mi nene a respirar mejor desasolvando su gargantita del tapón de baba que seguramente le impedía jalar aire.
Con una mano presionaba mis bolas para mantenerlas pegadas a mi verga y que no le volvieran a cubrir la naricita como antes, las notaba muy calientes y duras por la excitación que llevaba horas hirviendo en mi.
Apenas chocó su barbilla contra mi abdomen saqué la mitad de mi verga de su boquita y la volví a clavar con fuerza. Usaría mi pitote como un destapacaños en su gargantita, metiéndolo y sacándolo con fuerza hasta que el tapón saliera y le despejara las vías respiratorias. Era una idea infalible.
Comencé entonces un mete y saca de mi verga en la gargantita de ese pequeño de un año de edad. A cualquier persona le hubiera parecido algo brutal y enfermo pero yo era un profesional y sabía que estaba haciendo lo mejor por mi bebito.
Puse mi mano libre en el cuellito de Alec intentando sentir cualquier bulto o bola que me indicara donde estaba la obstrucción pero solo sentía mi enorme tronco abriéndole el esófago con cada embestida.
Llevaba un largo rato con esa estrategia sin ningún éxito y comenzaba a desesperarme.
El sudor me escurría por el pecho y la espalda mientras mi nenito pataleaba muy inquieto.
Sujetar mis bolas con una mano me hacía perder estabilidad y fuerza en la cadera y de esa forma no podría mover el tapón por más que lo intentara.
Solté mis agrandadas bolas que cayeron con un ¡Plaf! sobre la naricita de Alec y sin perder un segundo apoyé mis dos manos sobre la pancita de mi nene para tener un buen punto de soporte en mis empujones.
El cambio era notable. En esa posición podía levantar mejor mi pelvis y empujar con más fuerza contra su carita, incluso sacar más verga para que los empujones fueran más profundos.
Inconscientemente disfrutaba de estar penetrando de esa forma tan abusiva la boquita de Alec.
Obviamente estaba haciendo mi trabajo, pero gozaba hundir mi verga de 24cms en esa gargantita infantil tan apretada. La excitación y el morbo de estar violando a mi nene me hacía empujar con más fuerza y velocidad.
¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF!…
Mis bolas repletas de semen caliente se estrellaban en la carita de mi bebé con cada embestida y resonaban en toda la habitación con mis gemidos ahogados de placer.
Su barbilla se estiraba como si fuera de goma cada vez que lo forzaba a recibir mi palo entero y su cuellito se deformaba al albergar ese enorme trozo de carne dentro.
Cerré mis ojos para disfrutar aun más las sensaciones de su boquita hasta que comencé a sentir algo viscoso que lubricaba mis embestidas en su esófago. Por fin había logrado despegar el tapón.
Me incorporé y miré hacia su barbilla retirando mi pito poco a poco hasta que a la mitad del recorrido una plasta verde y pegajosa comenzó a salir de su boquita adherida a mi verga.
Lo miré con una expresión de asco y morbo sin saber qué sustancia era la que le bloqueaba la respiración hasta que percibí el aroma inconfundible de limón que provenía de mi verga.
Se trataba de la gelatina que el pequeño Alec había comido en la cena. Literalmente lo estaba haciendo sacar su cena del estómago.
Me llené de morbo ante esa escena y aspire todo el delicioso olor de gelatina. Al sacar mi glande de su boquita, mi bebito vomitó una gran cantidad de gelatina espumosa y mezclada con los fermentos de su estomaguito.
La mezcla escurrió por su carita y de inmediato mi pequeño comenzó a llorar a gritos con las vías respiratorias notablemente despejadas retorciendo su cuerpecito bajo mis manos.
Mi plan había funcionado, me sentí orgulloso al ver esa enorme carga de gelatina que casi asfixia a mi nene al fin fuera de su cuerpo.
Sin embargo Alec lloraba, no lo entendí, le acababa de salvar la vida, debía estar muy feliz. Hasta que comprendí lo que pasaba, le había sacado toda su cena de la pancita y ahora tenía hambre y como su niñero no podía dejarlo dormir así.
La solución hervía dentro de mi.
Mi pequeño bebé dormiría con la pancita llena de leche calientita.
Con una sonrisa volví a posicionar mi glande en sus labiecitos y empujé mi pito hasta el fondo de su gargantita despejada de golpe.
Comencé a violarle la boquita una vez más con nuevas energías y esta vez solamente con gozo, sin preocupaciones.
Mi nene ya podía respirar con tranquilidad.
Mis bolas rebotaban contra su naricita y se formaban hebras largas y viscosas de la gelatina espumosa que se alargaban desde su naricita hasta mis piernas en una imagen asquerosa.
Ahora que podía respirar de nuevo golpeaba con sus puñitos en mis brazos haciéndome desequilibrar ya que los tenía apoyados sobre su pancita.
En dos ocasiones perdí el equilibrio pero sin detener mi penetración en su boquita. Empezaba a sentir como mis pulsaciones aceleraban, se acercaba el momento.
Me sudaba la cara y tenía la vista clavada en la cabecera de la cama, ignorando los deditos de sus pies retorciendose desesperadamente para concentrarme al máximo.
Mis piernas estaban muy tensas y la sensación de un calambre se iba haciendo más fuerte, tenía que darme prisa.
En un solo movimiento deslicé mis puños por sus costados y dejé caer mis manos hasta la cama para abrazar su cuerpecito por completo, de modo que recargué mi pecho en su abdomen.
Lo tenía sujetado con más fuerza que antes y continuaba cogiendo su boquita como un perro que abraza a la hembra para que no se mueva mientras se aparean. Mi cadera se movía de forma animal y casi con voluntad propia enterrando mi verga en esa carita tierna una y otra y otra vez.
La excitación aumentaba y comenzaba a escuchar los golpes de mis bolas en su carita más distantes y apagados hasta que llegué a mi clímax.
Sentí un calor intenso recorrer mi cuerpo desde mi cabeza hasta el capullo de mi verga y unas fuertes palpitaciones lentas me la inflamaron completamente mientras mis bolas se contraían vibrantemente.
Estiré mis piernas completamente hacia atrás en un espasmo que me tensó todo el cuerpo y de ese modo el pequeño Alec quedó completamente sepultado bajo mis noventa kilos de peso, con mi pecho sobre su abdomen y mi pelvis aplastandole la cabecita con mi verga hundida en su gargantita deslechando todo el semen de mis bolas en su esófago directo hasta su estomaguito.
Sin el sonido de mis bolas estrellándose en su carita, el único sonido en la habitación era el de los grandes tragos de semen que mi pequeño nene hambriento estaba bebiendo.
Sus piernitas dejaron de sacudirse y se estiraron por completo en un gran espasmo como el mío. Sus piecitos juntos estaban frente a mi cara y podía mirar sus deditos moviéndose y entrelazandose con cada palpitación de mi verga que descargaba en su pancita más y más de mi nutritiva leche de macho.
Expulsé en su boquita diez o doce potentes chorros de semen hasta que suspiré profundamente con una última y larga palpitación de mi pitote, luego del cual pude flexionar una vez más mis piernas y apoyar mis rodillas en la cama para aligerar mi peso sobre Alec pero sin mover ni un centímetro mi verga.
Debía sacar mi verga de su boquita con mucho cuidado si no quería que vomitara la valiosa lechita que acababa de disfrutar al igual que la gelatina.
Con una mano quité la almohada que puse bajo su cuellito y lo recosté completamente recto en la cama. Lentamente levanté mi pelvis aún sujetando su cabecita con mi verga al fondo y cuando lo tuve levantado lo suficiente comencé a desalojar su gargantita de mi verga semi flácida.
Con mi otra mano apreté mis testículos a la base de mi verga para que se hiciera lo más ancha posible y saliera como corcho. Ahora mis testículos habían recuperado su tamaño y suavidad normal y me sorprendió ver qué eran de menos de la mitad del tamaño que tenían unos minutos antes. Mi bebito había bebido bastante lechita, eso me hacía sentir satisfecho y él debía estarlo también.
Cuando por fin sus dientitos alcanzaron mi capullo para sacar mi verga por completo tuve que reprimir un gemido por el dolor que me causaban en el glande hipersensible después de haber eyaculado.
Acerqué mi mano con la que apretaba mi verga a sus labios y en un solo movimiento mi verga salió en un ¡pop! Y cerré su boquita de inmediato, tapándola con mi palma para que Alec no pudiera escupir ni una gota del precioso esperma.
Sus cachetitos se inflaron como los de un hámster al regresarsele a la boquita una buena cantidad de leche pero ni una gotita escurría por su barbilla, debía tragarla por completo como un niño bueno.
Comenzó a mover su cabecita de un lado a otro pero lo tenía bien sujeto y cuando abrió los ojitos me miró con una expresión cansada pero suplicante, llevando sus manitas a mi mano para quitarla de su boquita.
Mi bebé forcejeaba pero yo debía asegurarme que bebiera toda su lechita de macho. Sacudí su cabeza pero no tragaba nada de lo que tenía en los cachetes.
Recargué su cabeza en una de mis piernas y lo solté del cuello para apretar su naricita con mis dedos. Si no bebía el semen no podría respirar. No me gustaba ser duro con mi bebé pero debía obedecer a los adultos.
Le mantuve tapada la boquita y la nariz por varios segundos en los que retorció su cuerpito con todas sus fuerzas mientras me miraba con sus hermosos ojitos grises desorbitados y enrojecidos hasta que al fin de un solo trago engulló todo el semen de su boquita. Ahí estaba, no había sido tan difícil después de todo.
Solté su boquita y su nariz y lo acaricié del cabello mientras lo colocaba sobre mis piernas para abrazarlo.
Mi nene lloraba con ganas pero ya estaba bien. Había bebido su lechita y nos habíamos divertido mucho con nuestro jueguito.
Con una parte limpia de la funda limpié de su carita los restos de gelatina y saliva que le escurrían hasta el cabello y con uno de mis dedos llevé hasta su boquita un poco de semen que le escurría por la nariz. Debía beberlo todo.
Una vez que lo limpié completamente alcancé mi toalla del suelo estirando el brazo por el borde de la cama y descubrí con gusto que aún se encontraba muy húmeda, aunque fría.
La pasé por la cabecita de Alec, por su cabello castaño y su hermosa carita. Ahora olía una vez más a jabón. Lo contemplé con mucho cariño por unos segundos mientras sollozaba ahora más tranquilo y tocaba su mandíbula con sus manitas. Seguramente le dolía mucho por tanto tiempo que jugamos. Pero se había divertido mucho.
Lo recosté en la cama, hice un nudo a la funda y la llevé al baño a lavarla con abundante agua de toda la gelatina y saliva que la había manchado hasta que quedó impecable y la puse a secar con mi toalla en uno de los tubos del baño.
Regresé caminando desnudo a la habitación que volví a cerrar tras de mi y volví a la cama, donde descubrí a Alec dormidito nuevamente, con lágrimas escurriendo de sus ojitos y sollozando entre sueños.
Al permanecer en pie junto a la cama mi bebito se veía demasiado pequeño. Como un juguete hermoso. No podía creer que algo tan pequeño fuera tan placentero para un adulto como yo. Lo contemplé dormido por un momento y note mi verga palpitando nuevamente mientras recuperaba su grosor. Me recosté en la cama y con cuidado jalé a mi pequeño de los pies hasta que su cabecita quedó a la altura de mi cintura.
Mi nene dormía mejor con su chupón y yo se lo daría para que durmiera contento toda la noche.
Acerqué mi glande a sus labios con mucho cuidado sujetando mi verga morcillona con los dedos y para mí sorpresa, mi bebé abrió los labios docilmente recibiendo de nuevo mi glande en su boquita. Comenzó a succionar con ganas y después de un momento soltó un gran suspiro y cayó en sueño profundo acompasando sus succiones con su respiración.
Al instante yo caí dormido también sintiéndome satisfecho con mi verga recibiendo esa mamada que duraría horas.
A la mañana siguiente desperté sobresaltado por el timbre de mi teléfono y lo alcancé a tientas en la oscuridad de la habitación. Una débil luz del alba cruzaba las ventanas y la gruesa cortina.
Era el señor Iván quien llamaba.
-Sí, buenos días señor. -dije con una voz ronca de haber dormido plácidamente.
-Buenos días Bruno, perdona si te desperté. Solo llamo para decirte que estoy a 10 minutos de llegar a casa. No quiero tocar el timbre para no despertar a Alec así que baja por favor para abrirme.
-Sí señor, gracias por avisarme. Lo veo en un momento.
Colgué la llamada y me tallé los ojos con mis puños. Miré hacia abajo y el pequeño Alec dormía profundamente aún disfrutando de su chupón de carne con una expresión serena y tranquila.
Sonreí ante esa imagen y con mucho cuidado encendí la cámara de mi teléfono para tomar una foto de mi bebé disfrutando ese momento conmigo.
Devolví mi teléfono a la mesita de noche y tomé su chupón de plástico. Con mucho cuidado saqué mi capullo de sus labios y coloqué el chupón de plástico de inmediato, pues apenas saqué mi pito él comenzó a boquear como pescadito buscando algo qué chupar.
Ni una sola gota de saliva había escurrido de su boquita, lo cual me hizo querer saber cuanto dulce precum habría tragado mi pequeño durante toda la noche.
Mi glande estaba hinchado y lleno de arrugas por haber sido lamido y humectado con salivita todas esas horas.
Me levanté de la cama luego de contemplar una vez más a mi nene y me dirigí al baño en silencio. Mi boxer se encontraba ya seco y me vestí rápidamente. Tomé la funda de la almohada seca una vez más y regresé a la habitación para colocarla en el cojín, que coloqué en la orilla de la cama para que Alec no se cayera sí rodaba.
Le di un tierno beso en la mejilla y noté un leve aroma a semen en sus labios. Le sonreí mientras dormía y bajé a la sala para salir a abrir la puerta.
Afuera hacia frío aún y cuando crucé el jardín el señor Iván llegó a la puerta metálica de la calle.
-Hola Bruno. Justo a tiempo. Gracias por todo. Tuviste problemas con Alec?
-No señor, es un niño muy bueno y fue muy divertido poder cuidarlo.
Me quedé un instante callado pensando en todo lo que había gozado abusando de la boquita de su pequeño hijo y la delicia que lo había hecho probar haciéndole tragar mi semen.
-Bueno. Me da gusto saberlo. Entonces creo que podré contar contigo para cuidarlo el jueves, no hay problema?
La pregunta del señor Iván me sacó de mi letargo, había olvidado por completo que el trabajo era dos noches, y no solo para una.
-Cuente conmigo señor, por nada del mundo me perdería un minuto de cuidar a Alec.
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Agradezco sus comentarios.
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No olviden comentar si quieren más.
comos igue
Estoy escribiendo la segunda parte
Muy buen relato a pesar q solo me gustan las nenas pequeñas de esa edad felicitaciones amigo continua con la saga de ese pequeño de garganta profunda
Gracias por tu comentario.
Es sin duda una de las mejoras fantasías que he leído. Por favor continúa escribiendo más historias.
Aún que es un relato muy largo se hace corto de leer, y da para más de una paja. Realmente me dejó más que satisfecho.
Soy lector de estos relatos, llevo siguiendo esta página desde la anterior que cerraron y hoy me registre despues de tanto tiempo, gracias a ti, este fue el mejor relato despues de tanto tiempo, sin tocarme me hiziste acabar 1 vez y luego me vine otras 3 veces mas sos el. puto amo
increible relato, espero las demas partes, cuando salen?
Un relato demasiado delicioso, cuando subiras la segunda parte?
Enserio espero la segunda parte, vuelvo a leer todo el relato cada vez que puedo esta muy bueno y quiero saber que más pasará con el pequeño Alec
releo tu relato una y mil veces, saca mas partes!
No mames que relato!! Te aseguro que eyacule como esos hogros cogiendo a la hadita!! Uffff que morbo leerte
me hubiera encantado ser el tal Alec y tragar tu lechita papi
Que delicia~ ¿Eso pasó de verdad?
Año 2024 y sigo esperando segunda parte 🙁
X2, a qué hora le atraviesa ese culito de bebé con su verga dura?
Si algún lector ve mi comentario, me recomendaría alguna historia tan deliciosa como esta? para disfrutar leyendo. Muchas gracias.
Para cuando la 2 parte la espero con ansias
De los mejores relatos que he leído, extenso y bien construido.
Sería genial ver una secuela, donde comienzan a dilatarle culito mientras duerme para más tarde reclamar su culito.