Mi novio es un guerrero mexicano (octava parte)
La batalla entre dos mundos diferentes por el honor y la sangre para complacer a los dioses dejará huella en la vida de nuestros dos protagonistas.
Este relato es un poco más largo de lo usual, espero que lo disfruten.
. . .
– ¿Otra vez escribiendo SIN MI?.
– Lo siento. Es solo que han ocurrido bastantes cosas y no quería que te aburrieras.
– ¡Sabes que mataría por estar a tu lado siempre!. Literalmente, digo, sé como hacerlo.
– Bueno, siéntate a mi lado mientras comienzo…
– ¿Aún no inicias?.
– Estaba acomodando unas ideas. No se como empezar esta vez.
– ¡Yo te ayudo!. Después de todo nadie se quejó de lo que escribí en el relato anterior…
– ¡Hey, usted, escritor!.
¡Oh no!. ¿Ese chico atractivo con esa gran cicatriz en el brazo quería hablarme después de lo que le hicimos?.
– ¿Me hablas a mi? – le pregunté al chico.
– Sí. Quiero preguntar. ¿Puedo yo vivir con usted? – debajo de ese acento extraño se ocultaba una dulce voz carente de rencor.
Apenas conocía a este chico y no creía que mi madre estuviese de acuerdo en que se quedase en casa a vivir. No quería ni imaginarme las preguntas que haría cuando me viera traer a casa a un chico tan peculiar como él. A pesar de ello quizá era él era ese pequeño árbol que había soñado.
– ¡Claro, con mucho gusto!.
– ¡Muchas gracias! – dijo mientras se inclinaba ligeramente.
Ya se me ocurrirá algo de camino a casa.
. . .
Bajo la luz de la luna y las sombras del bosque dos chicos expresaban su amor mutuamente, lejos de los ojos de la gente. Al día siguiente comenzaría la batalla y, en el peor de los casos, sería quizá la ultima vez que puedan demostrar su amor. Entre besos y abrazos sus cuerpos experimentaron el placer prohibido que solo dos enamorados podían disfrutar en secreto. Ante la mirada del búho como único testigo, los dos enamorados aceleraron el ritmo hasta que la semilla de la vida se vertía por encima de ambos cuerpos mientras el flujo de sensaciones llegaba a su fin.
. . .
– ¡No!.
– ¿Que?.
– ¡No puedes empezar con “eso”!, ¡Se supone que es lo mejor del relato!. Además los lectores quieren un poco mas de acción y detalle.
– Bueno, ¿Que tenías en mente?.
– No lo sé. Tuve un sueño extraño, desperté, me puse ese vergonzoso taparrabos… ¡Eso es!.
– ¿El taparrabos?.
– ¡No!.
. . .
Todo estaba obscuro, solo un señor misterioso me miraba fijamente con esos penetrantes ojos rojos. Tardé en reconocerlo, era mi señor el desollado. Lo saludé con una reverencia y sin decir una sola palabra me hizo una seña para que lo acompañara. Muy pronto vi la luna, apenas visible bajo las nubes que se cernían sobre nosotros. Dos árboles jóvenes descansaban en medio del campo. Apenas me llegaban al ombligo, pero eran fuertes y vigorosos.
De pronto una fruta apareció frente a mis pies. La tome entre mis manos con cuidado y olfateé su suave aroma. Cuando estaba a punto de comérmela mi señor me detuvo y con una seña me indicó que la plantara en el suelo. Cavé un par de centímetros en la tierra y la enterré. Pronto la lluvia descendió del cielo y aquella fruta dio paso a un pequeño y hermoso árbol. Rápidamente los tres árboles crecieron hasta llegar a mi altura.
El primero era muy frondoso y los pequeños frutos rojos lo cubrían. Tardé un poco en reconocerlo pero cuando me fijé en sus frutos me di cuenta de que era un árbol de capulines. El de en medio lo reconocí al instante ya que sus hermosas flores solo podían pertenecer a una jacaranda. Sin embargo el último árbol floreció cuando dejó de llover, sus hermosas flores llenaban de color el trío con su exótico y hermoso color rosado. Jamás había visto un árbol tan hermoso y mientras admiraba su belleza no pude dejar de preguntarme que clase de árbol era.
Tan maravillado estaba admirando aquellos árboles que mi señor tuvo que tocarme en el hombro para hacerme ver al enorme búho que nos vigilaba en el cielo. Sus grandes y amenazadores ojos nos observaban desde el cielo nocturno esperando quizá a una presa que poder cazar. Sin embargo aquel ave se posó sobre la rama del primer árbol. Y lentamente los frutos comenzaron a pudrirse y mientras las hojas se caían. Pronto la jacaranda tiró sus bellas flores y sus ramas se volvieron quebradizas.
Tenía que hacer algo si no quería que el último sufriera un destino similar. Al pie de este último había una espada curva. Con rapidez empuñé la espada y me acerqué al búho con la esperanza de alejarlo…
– Ale, ya despierta – dijo mientras me daba un beso en la frente.
– ¡Tengo que proteger al árbol!… Oh…
– Parece que estabas soñando. Bueno. ¡No hay tiempo que perder!. La batalla nos espera a medio día, así que mejor vístete.
Me entregó solo un taparrabos, una especie de capa y un par huaraches. Extrañado le pregunté por la demás ropa.
– ¿Cuál demás ropa?. Esa es toda. Déjame ayudarte a ponerte el maxtlatl y el tilmatl.
– ¿Que? – De pronto parecía que empezaba a hablar en chino o algo así.
Me desnudé y me ayudó a ponerme el maxtlatl (taparrabo). Era blanco y suave, me cubría mi entrepierna y gracias a los remates del frente y por detrás no se alcanzaba a ver ninguno de mis atributos. A pesar de ello me sentía un poco descubierto. Una vez terminado me ató la capa por atrás del cuello y me pidió que si le ayudaba a amarrar su traje rojo. Lo recuerdo desde la primera vez lo vi en aquel callejón, le cubría todo el cuerpo menos los dedos de los pies y la cabeza.
– Gracias, mi amor – me dijo dándome un beso en la mejilla
– ¿Estas seguro de que debo usar esto?.
– Bueno, nosotros preferimos vestirnos a la antigua en estas ocasiones. ¡Además te ves muy guapo!.
Me sentía casi desnudo, pero cuando salí de la tienda y observé como vestían los demás dejé de sentirme tan extraño. El día anterior cualquiera pensaría que solo eramos excursionistas, pero ahora me sentía como si hubiese retrocedido en el tiempo. Un aspecto curioso era que no todos llevaban la capa de igual manera, algunos la llevaban atada del hombro derecho, otros del izquierdo y algunos otros del cuello como yo.
Me reuní con los jóvenes para desayunar y establecer la formación de batalla. No todos iban a pelear solo con el arco, para algunos esta sería su oportunidad de capturar su primer enemigo sin ayuda una vez que se deshicieran del arco y empuñaran su arma. Para otros, como yo, solo nos limitaríamos a alejarnos del frente y recibir a los cautivos.
No voy a mentir, me sentía aterrado mas de convivir con estos chicos desconocidos para mí que por la batalla. Usualmente no estaba acostumbrado a socializar con chicos de mi edad, pero ahora que me encontraba ante estos chicos hallaba aún mas imposible poderles siquiera dirigirles la palabra.
– ¡Oye!. ¿Tu eres el nuevo, no?.
– Si – respondí un poco avergonzado.
– Me llamo Opochtli, ¡Mucho gusto!. ¿También es tu primera batalla?. Oí que eras ixiptla de Xipe Totec. ¡Debe ser genial poder representarlo!.
Mi cara estaba toda roja y a pesar del aire fresco de la mañana estaba sudando a cántaros. A pesar de todo terminé conociéndolo junto a algunos de los demás chicos, pero él era el que me caía mejor. Muy pronto nos trajeron el desayuno que consistía en una torta sencilla, una alegría y un champurrado. La verdad esperaba algo diferente pero tenía hambre y no quería participar en la batalla con el estómago vacío.
Entre plática y convivencia el sol pronto se colocó en su punto mas alto y nuestro tlatoani nos llamó para tomar nuestras posiciones y comenzar la batalla. Rápidamente tomé mi escudo, mi arco y carcaj lleno de flechas, mis compañeros y yo adoptamos nuestras posiciones mientras el ejercito enemigo aparecía en correcta formación.
Estaba atónito, jamás se me pasó por la mente la identidad de nuestro enemigo. Vestidos con armaduras de hierro y cuero, armados con solo una espada mientras su estandarte parecido a tres hojas ondeaba entre las filas enemigas. Entre los cascos y la aparentemente pesada armadura se hallaban hombres y algunas mujeres de ojos rasgados y piel clara. Algunos de ellos portaban mascaras de color rojo que me inspiraban terror. ¿Como nuestras armas iban a penetrar eso?. Por un instante temí que todos nuestros guerreros cayeran derrotados con facilidad, pero la batalla aún no comenzaba.
El sonido de la caracola retumbó en nuestros oídos, la señal que estábamos esperando. Apunté a la cara, donde tenía posibilidad de hacer algún daño, mientras ambos ejércitos se cubrían de la lluvia de flechas. No estaba seguro de haberle atinado a alguno de ellos, se movían como peces en un río caudaloso.
La caracola volvió a sonar. Mi papel en la batalla había terminado pero aún era muy temprano para relajarme. Observé a lo lejos la carnicería que se llevaba a cabo mientras algunos de mis compañeros abandonaban el arco y empuñaban su arma, siendo que no todos usaban el clásico macuahuitl. Por mi parte solo esperaba que mi amado guerrero regresara con vida. Mis pensamientos se volvieron realidad cuando reconocí al par de guerreros que se acercaban con un enemigo capturado. ¡Eran Atzin y su hermano!.
– ¡Yo quería capturarlo solo! – exclamó Atzin.
– Te iba a cortar la cabeza. No me lo agradezcas.
– En fin – dijo suspirando – Ale, te toca amarrarlo y todo eso. Nosotros volveremos al campo de batalla hasta que vuelva a sonar la caracola.
– Ten cuidado con este – me advirtió su hermano – Si no lo amarras bien puede suicidarse. Asegurate de mantenerlo alejado de su espada.
Rápidamente tomé una cuerda y lo até de manos y pies. Una vez inmovilizado le quité su pesada armadura y su espada para ver a un joven de edad parecida a la mía con hermosos ojos rasgados y tez moreno claro. Debajo de esa armadura se hallaba vestido solo con un taparrabos pero la belleza de ese cuerpo tan bien trabajado casi hace que se me pare el corazón, pero recordé que este guerrero iba a ser sacrificado próximamente.
Mientras el sol continuaba con su descenso la caracola volvió a sonar por tercera y última vez. Los guerreros dejaron de luchar y se despidieron para volver a reunirse con su gente. Sería una mentira decir que todos habían salido victoriosos, pues algunos de mis compañeros no regresaron jamás. Sin embargo no había tristeza entre los nuestros, solo felicidad y mas tarde una celebración.
– ¿Voy a tener que sacrificarlo en frente de todos? – le pregunté a Atzin.
– No a éste. Yo lo voy a sacrificar en nombre de mi señora, pero a ese otro de ahí si. Solo debes tomar el cuchillo, abrir en el pecho, sacar el corazón y mostrárselo al público. Es sencillo en realidad.
No lo era. Me vestí con la piel de un enemigo desollado (que me regalaron) pintada de rojo y amarillo y diversos adornos alrededor del cuerpo para comenzar con los sacrificios. Pero antes de ello venía la celebración llena baile y comida.
Al caer la noche se encendió una hoguera junto a la piedra para sacrificios. Todos nos reunimos para observar un par de bellos bailables y luego llegó la parte que algunos esperaban y los cautivos temían. Mi corazón latía velozmente mientras nuestro tlatoani me presentaba ante el público. Estaba lleno de nervios, la piernas me temblaban y la casi se me va la voz al pararme frente a todos. Con lentitud y ante la mirada de todos clave suavemente el cuchillo e hice lo que me indicó Atzin. Tomé el corazón de la victima en mis manos y con lo alcé bien alto para que todos los presentes pudieran ver sus últimos latidos.
Cuando terminé me lavé las manos inmediatamente, estaba un poco asqueado por lo que había hecho pero muy en el fondo estaba satisfecho por lo “bien” que había salido. Me quité la piel que ya me estaba incomodando y volví para el próximo “acto”. Esta vez le tocaba a mi novio representar una pequeña batalla junto a nuestro tlatoani.
Atzin estaba vestido con una falda con dibujos de serpientes y su antifaz mientras que nuestro tlatoani estaba vestido con una traje completo, varios adornos, un penacho de largas plumas, un macuahuitl y un escudo muy bonito. Si recordaba bien mis clases de historia, aquello estaba por convertirse en la representación del nacimiento de Huitzilopochtli, el colibrí del sur. Como antagonistas estaban tres de los guerreros capturados vestidos solo con un taparrabo, un escudo muy pequeño y portando un macuahuitl que en lugar de tener placas de obsidiana tenía plumas. No había forma en que aquellos guerreros pudiesen escapar de su destino y sin embargo tanto el público como los representantes quedaron estupefactos al finalizar.
Uno de los guerreros, aquel que Atzin había capturado, se enfrentó a ambos representantes usando nada mas que sus pies y alguno que otro golpe con su arma. Se movía velozmente mientras lanzaba poderosas patadas contra ambos. En una oportunidad mi novio logró esquivar una patada y con un rápido movimiento le hizo una herida muy grande en el brazo, dejándolo gravemente herido y con un bazo inutilizable. A pesar de ello jamás se rindió y continuó peleando hasta que tuvo una oportunidad y la aprovechó para derribar a Atzin.
No se suponía que eso ocurriera pero el hecho de poder derribar a un guerrero completamente armado solo usando los pies y una burda imitación de arma era un logro que admirar. Ante el impresionante despliegue de habilidades para el combate nuestro tlstoani detuvo la representación y le concedió la libertad frente a todos los presentes. Ante este reconocimiento el afortunado hizo una reverencia y dio las gracias.
Lo que para uno era casi un milagro para el otro era casi una deshonra el haber perdido contra semejante presa fácil. Atzin estaba muy avergonzado y se alejó del resto mientras se perdía en el bosque. Rápidamente corrí hacia él y cuando lo alcancé lo vi llorando desconsoladamente al pie de un gran árbol.
– Mi señora va a estar furiosa conmigo – dijo entre sollozos – ¿Como pude perder contra alguien tan fácil?. ¡Debo ser el peor guerrero del mundo!.
Me senté a su lado y lo abracé con fuerza.
– No eres el peor – le dije para consolarlo – Mi mamá siempre dice que «hasta a la mejor cocinera se le quema la sopa». Además eso no es nada comparado a lo que tu haces. Vas a la secundaria, haces mil tareas, entrenas todos los días, preparas las ofrendas para la diosa. ¡Y todavía tienes tiempo para que salgamos juntos por un par de horas!. ¡Nadie de mi edad, ni siquiera yo, puede hacer eso!. ¿No te das cuenta de lo increíble que eres?.
– Pero el pelea mejor que yo…
– Si, sabe pelear muy bien, pero solo eso sabe hacer. ¡Tu puedes incluso mover montañas si quisieras!.
De entre sus lágrimas una pequeña sonrisa se asomó y no pude dejar de hablarle de lo increíble que era, de su hermoso cuerpo bien trabajado , su linda sonrisa y aquellos ojos verdes que me derretían el corazón. Muy pronto las lágrimas cesaron y fueron reemplazadas por besos y caricias. Una cosa llevó a la otra y en menos de lo que canta un gallo ya estábamos desnudos en el suelo.
El se acostó para saborear mi miembro mientras del lado contrario yo me metía el suyo en la boca. El placer nos inundó como río desbordado mientras nuestros miembros disfrutaban del interior de nuestras bocas.
– No aguanto mas, pero no quiero terminar – le dije.
Nos detuvimos, mientras nos besamos con pasión hasta que él coloco sus manos en mis pezones para jugar con ellos. Estaba en mi límite pero justo antes de acabar se detuvo para acercar su cabeza a mi entrepierna y abrió la boca para recibir todo el amor que sentía por él.
Pero no quería terminar ahí y con mi mano en su miembro lo acaricié mientras me metía sus duros pezones a la boca. Con mi lengua jugué un par de minutos con un pecho para cambiar al otro mientras mi mano frotaba con suavidad el magnifico miembro de mi novio. Su respiración aumentó mientras su corazón latía a toda velocidad hasta que no pudo aguantar ni un minuto mas y soltó tres grandes chorros sobre su bello abdomen.
La imagen de mi novio empapado en sus propios jugos me éxito y rápidamente mi miembro se endureció de nuevo. Nos dimos un beso y luego me acerqué a su abdomen para pasarle la lengua enfocándome en donde había caído su dulce leche. Un par de minutos después su miembro se levantó nuevamente y ambos acercamos nuestra entrepierna para disfrutar de esa maravillosa sensación del choque de nuestros miembros.
Nuestras lenguas se entrelazaron mientras nuestras caderas se movían frenéticamente y nuestra masculinidad se empapaba con el liquido del otro. Pronto nuestras caderas aceleraron el ritmo y como un volcán en erupción nuestros miembros quedaron empapados por el néctar del amor.
– Te veías muy guapo con el traje.
– Tú siempre me pareces lindo.
Ante luz de la luna nos dimos un tierno beso y nos vestimos para regresar a nuestra tienda. El hermano de Atzin estaba furioso por que nos habíamos desaparecido un buen rato, pero aliviado al habernos hallado ilesos.
– ¡Y no se atrevan a hacer cohinadas en la tienda o tendré que sacrificar a uno de ustedes!.
Adivinen que hicimos en esa tienda…
Continuará…
Wow que hermoso relato me gustó mucho sigue así amigo