Mi novio es un guerrero mexicano (séptima parte)
Alejandro prepara su arco para la batalla pero una tormenta detien su marcha. Mientras esperan a que pase la lluvia tendrán un encuentro placentero sin interrupciones.
El viento corría con fuerza y el cálido sol del medio día me llenaba del calor que necesitaba. Entre mis manos una pequeña mariposa reposaba. Podía sentir su ligero peso y la facilidad con la que podría aplastarla, sin embargo aquella hermosura resplandecía como un campo de mil flores. De pronto el viento arrastró algo inusual hasta mis pies. Era una hermosa flor de pétalos rosados que jamás había visto en mi vida.
– Oye, amor. ¿Estas escribiendo a esta hora?. Deberías practicar un poco antes de la batalla.
– Tienes razón, pero quiero escribir un poco antes de entrenar.
– Déjame leer… ¡Ah!.
– ¿Que opinas?.
– Creo que puede mejorar.
– ¿Como?.
Me dio un tierno beso en la mejilla y sin decir ni una sola palabra extendió su mano. En la palma de su mano se hallaba una hermosa flor amarilla que despedía un olor dulce. Lo reconocí inmediatamente, era vainilla.
– Solo deja que las emociones fluyan desde tu corazón.
. . .
Aquella noche nuestros señores habían lanzado la desgracia sobre la familia. Los alimentos se pudrían rápidamente, el agua escaseaba y las plantas del jardín empezaron a morir. No era de extrañar, después de todo el hermano mayor los había ofendido y había pagado caro el precio. Todos los días ofrecía un pedazo de su piel y lo colocaba en la tierra con la esperanza de que algún día los dioses le perdonasen.
¿Que ofensa pudo haber provocado semejantes desgracias?. Nada mas ni nada menos que haberse interpuesto al deseo de los dioses al intentar acabar con la vida de sus representantes. No lo culpo, después de todo aquel tipo de relaciones estaban prohibidas y el castigo era la muerte para quienes participaban. A cambio de su silencio y penitencia nuestros señores le perdonaron la vida.
Cada día que recuerdo que por nuestra culpa su hermano debe sufrir tan cruel castigo me hacían sentir enteramente culpable. El que debería de recibir ese castigo debería ser yo…
– Veo que escribes con mucha pasión – dijo la abuela de Atzin mientras encendía una veladora frente a mí.
– Solo un borrador para mi próximo relato.
– Me recuerdas mucho a mi amado esposo. Nunca fue un buen guerrero, pero escribía hermosos poemas llenos de amor y pasión. ¡Ah, como me encantaba la forma en la que escribía!.
– Debió ser un gran poeta.
– Lo era, pero nunca publico sus poemas. Era muy tímido y le daba vergüenza lo que pensarían al leerlos. Pero a mí me fascinaban tan bellas palabras.
Encendió otra veladora y luego continuó.
– Ahora solo quedan fragmentos en mi memoria, pero su corazón aún esta conmigo. Papá siempre decía que un poeta no serviría jamás en la guerra, que era la peor decisión de mi vida el quedarme con él. Pero no hice caso y muy pronto tuvimos una hermosa niña.
Suspiró y encendió otra veladora.
– Te diré un secreto. Ni siquiera los dioses pueden destruir algo tan puro como es el amor.
El viento rugía ferozmente, las nubes amenazaban con dejar caer la lluvia y por encima de ellas estruendosos relámpagos anunciaban la inminente tormenta. Hacía tiempo que nos habíamos preparado para la batalla y muy pronto el momento llegaría. Fuertes hombres se habían preparado toda una vida solo para complacer a los dioses y equilibrar al mundo. La sangre iba a correr por montones.
– Oye, ¿Por que yo no tengo armadura o algo así? – le pregunté a mi novio.
– Primero tienes que ganártelas trayendo guerreros cautivos. No es tan sencillo como suena.
– ¿Pero como me voy a proteger?.
– ¡Con esto!.
Era un escudo pequeño pero algo pesado. Estaba decorado en la parte frontal por un dibujo abstracto de rojo y amarillo. En la parte posterior había un par de agarraderas para sostenerlo en el brazo con facilidad. No voy a mentir que me parecía bonito pero dudaba de la protección que me podía ofrecer a pesar de no estar en el frente de batalla. Al ser un novato mis labores se reducían a cargar con el armamento, comida y agua de los demás durante el viaje y en la batalla causar el mayor numero de bajas a la distancia.
– Mañana nos reuniremos con los demás – dijo el hermano mayor de Atzin – ¡Por favor no vayan a cometer alguna estupidez esta vez!.
Asentimos ambos con la cabeza y partimos hacia el campo de batalla. Durante el viaje me enteraría que una vez Atzin había errado una flecha y por poco lastima a su hermano mayor. A diferencia de las flechas que usábamos para practicar las flechas para la guerra tenían punta de obsidiana, que al impactar producían una hemorragia severa y difícil de curar.
Instalamos un par de tiendas de campaña por debajo de los árboles mientras la tormenta azotaba con fuerza. Las tiendas eran resistentes aunque un poco frías. Al siguiente día nos reuniríamos con el resto del ejercito y nuestra ultima oportunidad para demostrar nuestro amor era esa noche. No nos hicimos esperar y comenzamos a desvestirnos rápidamente.
Nos dimos un apasionado beso mientras nuestros cuerpos desnudos se fusionaban en cálido abrazo. Nuestros miembros estaban erectos y nuestra calentura no se hizo esperar. Me acerque a su entrepierna y lentamente fui devorando ese manjar que me encantaba degustar. Con mi lengua jugueteaba mientras él solo gemía de placer.
Tomé el ritmo y para meter y sacarme su miembro mientras su salado pero delicioso líquido brotaba por montones dentro de mi boca. Aceleró su movimiento mientras el placer recorría nuestros cuerpos hasta que finalmente acabó con una explosión dentro de mi boca. Me tome mi tiempo para saborear cada gota de tan dulce leche y juguetear con ella antes de tragármela por completo.
Pero lo nuestro no había terminado aún. Me empujó suavemente al suelo acarició mi entrepierna mientras su boca acercaba lentamente para meterse mi miembro en la boca. Jugueteó un poco con la lengua mientras recorría mi virilidad, que ya estaba mas que despierta en ese momento. De pronto se detuvo y abrió un condón. Me lo colocó correctamente y lo untó con bastante lubricante.
Abrió las piernas y con delicadeza fue introduciendo mi miembro por si estrecha pero placentera entrada. Todo el peso cayó sobre mi entrepierna y con un movimiento rítmico comenzó a moverse. Muy pronto aquel hermoso cuerpo que parecía de ensueño se retorcía de placer mientras brincaba sobre toda mi masculinidad. Rápidamente comencé a moverme a su ritmo mientras nuestros cuerpos chocaban produciendo un sonido rítmico y casi musical.
Cuando estaba por terminar me levanté y me retiré el condón para arrojar mi leche sobre su hermosa carita. Aquellos ojos verdes que me miraban esperando que el preciado líquido blanquecino mientras su boca abierta me invitaba a descargar hasta la ultima gota. Muy pronto su boca logró atrapar la mayor parte mientras el resto de su cara se quedó con el resto. Después de tragar nos dimos un tierno beso, nos vestimos con pijamas y nos dormimos profundamente.
Las nubes se hicieron de lado para dejar paso a los primeros rayos de sol. El suelo estaba empapado, los pájaros cantaban y nuestros corazones estaban contentos. Después de desayunar levantamos las tiendas y recogimos nuestras cosas para continuar con nuestro viaje. El suelo lodoso hacía incomodo el viaje pero para el amor de mi vida era un placer sentir la tierra y oler los aromas que despedía la naturaleza.
No tardamos mucho en encontrar al resto del ejercito. Fuertes y valientes guerreros de todos los rangos se habían reunido en un lugar solo para entregarse al campo de batalla. Las vestimentas y los escudos eran todos los colores y patrones, algunos rojos como el de mi novio y otros asemejándose a un águila. Al centro, en una tienda grande, se alzaba una bandera que se asemejaba a un amanecer.
– Ale, antes que nada debo presentarte ante nuestro Tlatoani, nuestro líder. El te explicará tus deberes.
Entramos juntos a la tienda e hicimos una reverencia a nuestro líder. Era un hombre atlético de mediana edad vestido con un amplio penacho de plumas y una capa hermosamente bordada con vivos colores que le daban un aire de realeza.
– Atzin, ixiptla de Coatlicue. Es grato verte nuevamente.
– Me honra poder pelear en esta batalla.
– Veo que tienes un nuevo amigo.
– Así es, señor. Este es Alejandro, ixiptla de Xipe Totec.
– Es honor conocerte. Soy Ilhuitemoc, ixiptla de Huitzilopochtli, el colibrí del sur. Te doy la bienvenida a nuestro pueblo como uno de nosotros. Espero disfrutes tu estancia con los demás miembros.
– Muchas gracias – contesté – Estoy encantado de conocerlo a usted.
– Atzin, ¿Por que no vas a verificar que los nuevos tengan todas las flechas necesarias?.
– ¡Enseguida, mi señor!.
No quería separarme de él, cuando salió a toda prisa de la tienda los nervios me invadieron.
– Alejandro, ¿Vienes de voluntario para participar en la batalla?.
– Si, señor.
– Bien. Te reunirás con los novatos y lucharás usando un arco. Es tu primera batalla, así que no debes preocuparte por capturar enemigos. Cuando suene la caracola intentarás derribar tantos enemigos como puedas, si vuelve a sonar deberás detenerte y dejar que los otros luchen.
– Entendido. ¿Y que hago el resto de la batalla?.
– Observar. Si alguno de los nuestros llega a capturar un enemigo deberás atarlo con fuerza, desarmarlo y prepararlo para la ceremonia, los demás ixiptlas te ayudarán con eso. Recuerda que a quien representas no puede ayudarte en el campo de batalla. Ahora dale estas alegrías a tus compañeros, necesitarán fuerza para el día de mañana.
Tal como me lo ordenó me reuní con los más jóvenes. Aquellos vestían muy poca ropa y algunos llevaban un chaleco blanco. Los saludé y repartí las alegrías. Me sentía extraño al estar rodeado de chicos mas jóvenes que yo pero mejor preparados. Conversé un poco con los demás y descubrí que nuestro enemigo no era siquiera parecido a lo que yo me imaginaba. En mi mente se pintaban guerreros vestidos con ropa y escudos similares pero la realidad parecía casi imposible.
. . .
– Oye, ¿No deberías revelar a nuestros enemigos para mas tarde?. Ya sabes, para darle un aire de misterio.
– Mmm… ¡Creo que tienes razón!. Pero ahora no sé como terminar el relato.
– ¡Tengo una idea!. ¿Me permites?.
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El sol se estaba ocultando por el horizonte, pronto el choque de los mejores guerreros sembrarían la tierra con sangre y honor. Dos naciones perseguidas por el hombre blanco luchando por conservar los valores de antaño. Mientras nuestros cuerpos se retorcían de placer de placer a lo lejos en el bosque el enemigo afilaba sus espadas y extendía su estandarte. Ante los ojos de un búho nuestros corazones latían con fuerza ante el despliegue de sensaciones tan únicas que solo el amor puede otorgar. Algunos de los nuestros no volverían jamás, por lo que quería experimentar aquellas sensaciones una vez mas antes de que fuera demasiado tarde.
. . .
– ¿Que te parece?.
– Quizá sea mejor hacerlo antes de narrarlo.
Miré a ambos lados para asegurarme de que estuviéramos solos y le di un beso en la mejilla. Esta noche nos esperaría un encuentro especial.
Continuará…
Por cierto. Quiero agradecer a todos los lectores que calificaron mis relatos y en especial a Alex, que sin su apoyo quizá no me hubiese atrevido a seguir escribiendo. Muchas gracias y espero te guste este relato. Los invito a comentar aquí abajo, eso me ayudaría mucho. ¡Hasta la próxima!.
Gracias a ti por tu mención en tu relato que me transportas hacia nuestros antepasados y que bella historia de amor adolescente sigue así por favor y muchas gracias buena suerte..
Estaría bien que escribieras una historia de amor con un soldado español del siglo XVI cuando llegó a Tenochtitlan… esos hombres españoles rudos y viriles.. mmmm