Profe, yo estoy muy chiquita para eso!
Profesor le tira mecos en el cabello a su alumna de grado octavo.
🅲ontrolarse si es que te atraen las morritas y tienes la fortuna/desgracia de ser docente de básica, es difÃcil al principio, pero se aprende. Bachillerato contiene a los grados séptimo y octavo, que es justo donde están las pequeñas diosas, justo cuando empiezan a serlo, entre los 12 y 13 años. No hay un momento de mayor belleza ni perfección. Yo llevaba unos tres años siendo profe de media, y ya podÃa controlarme muy bien. No es imposible y deja una grata recompensa a nivel laboral; Una reputación de oro.
Una buena tarde de mayo estaba yo recogiendo el reguero de mi salón, solo, en mi ‘hora libre’ tranquilo, pensando si acaso habrÃa sido primero el huevo o la gallina, hasta que la rectora tocó a la puerta.
—Mr. López, hágame un favor y permÃtale a esta niña quedarse con usted esta hora. Es que no está presentable. Entre, señorita Florencia.
Y Aihnara entró. Se me hizo raro verla asà y no lo disimulé, pues arrugué los ojos como uvas pasas. La rectora no se habrÃa rebajado a darme la explicación si no es porque mi cara se lo imploró.
—Se llenó la falda de engrudo en el taller de Miss Avellaneda, se le volteó un tarro completo. Tenga la bondad, Mr López, de estarse con ella mientras la mamá le trae otra falda.
Entonces, lo que acababan de ver mis ojos y lo que mi mente acababa de completar, se unió y se me alborotó todo. Aihnara era la nena más divina de grado octavo, sobresaliente deportista y artista. Pésima estudiante de otras áreas. TenÃa el cabello negro y muy largo, ligeramente ondulado y brillante. Sus ojos, color café clarito, eran particularmente enormes y pestañones y sus labios parecÃan inflados como fresas vistas por un hambriento. Y aquél dÃa infernal, Aihnara estaba sustituyendo su falda del uniforme por una delgadÃsima, casi roÃda bata blanca de laboratorio que le quedaba a la mitad de lo que hacÃa su falda. Nunca habÃa aspirado a ver con tanta luz ni por tanto tiempo sus pantymedias azul oscuro hasta tan arriba. Aihnara ya era mostrona de por sÃ. Sus cucos que eran mis favoritos eran unos que tenÃan pinticas que no sabÃa lo que eran, nunca habÃa tenido la fortuna de ver uno de sus desencajantes upskirts tan de cerca. A esa edad casi todas las morritas son muy mostronas porque apenas están aprendiendo a portarse como mujeres, y la prudencia y el recato de usar una falda está apenas en currÃculo. ¿Quieres verles los cucos a tantas morras de uniforme que te vuelvas loco? Estudia cinco años para ser profesor. Debe ser lo único bueno de ese oficio.
—Salude —le increpó la rectora.
—Buenas tardes, Mr. López —sonrió Aihnara.
Ay Dios. Si quieres tentarme ¿por qué no mejor me dejas una billetera repleta de dinero junto a la identificación y contacto del dueño? Ponme a prueba asÃ, pero no con Aihnara sin falda. Quieres que me condene ¿cierto? Que me vaya al infierno o a la cárcel. O… por el contrario ¿quieres que ascienda al paraÃso, montado en Aihnara? Pero ¿Por qué a mÃ? ¿Disfrutas de torturarme, Dios? Me he ganado mi reputación a pulso, con años de hacer la vista gorda, la ansiedad que provoca eso y, no lágrimas, pero sà mucha paja. Demasiada. No sé cómo no se me ha caÃdo el pito.
Pero, era precisamente mi reputación la que me traicionaba. ¿Hay una sexy estudiante de octavo grado sin falda? Déjela con Mr. López, que es eunuco, o maric*.
La rectora se fue y Aihnara cambió de plano. Trotó hasta una de las mesas y se lanzó a ella de cola. Lo que temÃa desde hacÃa dos segundos, ya estaba ocurriendo.
—¿Qué hacemos, profe?
«El amor ¿Qué otra cosa? Hagamos el amor, Aihnara» contesté, mentalmente. Su salto y giro para mandarse a la mesa y aterrizar de posaderas fue una pirueta suficiente para mostrarme toda la gloria infinita de su figura. Y tenÃa esos cucos de pinticas oscuras sobre tela blanca. «Hijueputa vida, maldita sea la puta existencia» renegué interiormente. Solo por verla asà ya me estaba palpitando la próstata. Eso, no es que duela, es hasta rico, pero es una tortura medieval si es que tienes qué aguantarte. Los caballeros saben que asÃ.
—Mr. López, donde Miss Avellaneda yo estaba probando una mezcla para el color verde exactico del escudo del colegio. ¿Puedo seguir probando aquÃ, con las pinturas de los niños de tu curso?
«Claro, pero ábrele un agujerito a tu pantymedia justo a la altura de tu lindo ano, y mientras tú trabajas, yo te bananeo ese jopo» grité mentalmente. Pero dije:
—Claro, estás en tu casa. Solo no te manches más.
«Te vas a machar pero de mis mecos espesos, te va a escurrir leche desde las nalgas hasta los tobillos ¡treinta-mamassita rica!». Pensé eso y me pasé las manos por la cara para volver a renegar en contra de la vida. «¿Por qué a mi? ¿Que no hay profesoras? Claro, por mi puta hora libre. Hay un docente libre por hora. Todos los demás están ocupados. La vida me odia, goza de mi sufrimiento. Es como sustancia para su comida».
Aihnara volvió a ponerse de pie y se fue a la bodeguita del salón, a esculcar los materiales. Se dobló para buscar abajo y luego se empinó para buscar arriba. Me sobé el pantalón. La bata de laboratorio le quedaba como a una palma arriba de la mitad del muslo. O sea, tenÃa una sexy, ceñida y delgada minifalda en vez de la falda del colegio —que no me volvÃa menos loco—. «Me la tengo qué comer. Me la voy a comer. Aquà va a haber sexo» me decidÃ. Y le dà rienda suelta a mi erección. Qué carpa de circo tan verrionda ¿oyó? Hice lo que no hacÃa desde hacÃa mucho, mucho tiempo. Dejé colar al macho en horario y lugar de trabajo. Me fue al lado de Aihnara y me puse juguetón. Un paso atrás de ella, la contemplé con cara de perro ex-presidiario violador. Me mordà el labio de abajo.
—¿Qué le pasó a tu falda?
—Unos niños de primaria pasaron corriendo y tiraron el tarro de engrudo. La falda ya se dañó, ya toca comprar otra.
Inventé una mentira para hacerla agacharse:
—Hay pinceles nuevos, están ahà abajo, en el rincón.
—Ay ¡gracias Mr. López! —replicó y se agachó.
Alabados sean los dioses del Upskirt. Aihnara casi pegó la cola al piso y apuntó a mi orejas con sus rodillas. El parchecito de su pantymedia se estiró haciendo una adorable mueca y se transparentó. No lo pensé, solo actué:
—Están al otro lado.
Me agaché y fingà buscar detrás de su espalda. En el camino eché el vistazo más cercano y lindo a su pequeño panty. Las figuritas eran nada menos que corazones. Y además, percibà el aroma de sus muslos, a través del aroma del nylon. Ya no quedaba nada de profesor, solo habÃa un descontrolado semental. Dije, con la voz temblorosa como gelatina:
—Aquà tampoco están. Creo que alguien los prestó. Hueles muy a rico.
—Ay, gracias profe, tan lindo.
Ambos nos pusimos de pie, pero con un agregado inusitado: Yo la habÃa tomado y la sostenÃa de las manos. Y mi pita al 110% estiraba mis pantalones hacia adelante y casi tocaba su alto vientre.
—No puedo creer lo hermosa que eres.
Habiendo dicho eso, mi falo tomó el control. El pobrecito se portaba como si no fuera una situación peligrosa sino una ‘normal’. Ya estaba listo para entrar, hurgar, divertirse y pegarse su vomitada. Es más, me decÃa: «¿Por qué sigo aquÃ? Sácame de esta prisión, déjame hacer lo mÃo». «Aguántese» le contesté «no se puede asà tan cavernÃcola, no somos violadores». Agarré a Aihnara en posición de baile. Ella reaccionó con una risilla. Yo tenÃa el pulso a mil y el corazón que se me salÃa por la boca. Nunca habÃa estado tan cerca (verdaderamente cerca) de un ser tan divino. Ella sintió mi pene como mango de pala en su alto vientre y quiso mirar a ver qué era, pero antes que se zafara, me lancé a besarle el cuello. Ella rió y aguantó por tres o cuatro segundos, hasta que al fin unió su hombro y su oreja, sin dejar de reÃr. Me pasé a su otro lado del cuello y ella se abrazó a sà misma y se pegó más a mÃ.
—Profe, yo estoy muy chiquita para eso.
Sentà como si algo o alguien hubiera retirado un gran tapón de mà y por la fuerza de gravedad se hubiera vaciado toda mi lujuria. La abracé con mediana fuerza, casi apenado. Le fui a decir «Perdóname, no volveré a molestarte» y algo salió de mi boca, pero no sé que fue. La voz se me habÃa ido y solo podÃa balar.
—Ponte a pintar —mascullé.
E iba a retirarme, pero decidà no alejarme sin tocarle al menos la cola. Al tiempo de dar ese paso final hacia la nada, metà la mano bajo la bata y le manoseé ambas nalgas. Qué redondez tan celestial. Sentà una descarga eléctrica en el pecho y que bajó por el vientre y se enterró en mi pubis. La sensación no era desconocida. Era el pródromo de una terrible ansiedad y esta a su vez el anuncio de un insoportable existencialismo. Eso me conducirÃa a querer matarme, con seguridad. «DeberÃa violarala ¿no?». No, obvio no.
Le dà otro paseo a mi mano por sus glúteos, sobre el electrizante nylon, me detuve un poco más en el centro donde ese vacÃo calientito me consentÃa la palma de la mano. La palmeé amorosamente y al fin me retiré de ella. Nunca habÃa mojado tanto. Estaba casi como si me hubiera pegado una pequeña orinada.
Aihnara agarró lo que pudo de la bodeguita y se puso a pintar en una de las mesas. Pasó un perÃodo de quizá 10 min. y ella me estaba ignorando absoluta y completamente. Lo entendÃ, no querÃa enredar las cosas. No me hablaba, volteaba a ver ni nada. Yo tampoco me atrevÃa. Mientras probaba su mezcla para verde, se dobló y su bata se le pegó y subió un poco. Se le veÃa la unión de las piernas, tan pero tan poco que también se podÃa decir que no se le veÃa nada. Se le veÃa un miserable átomo del parche del entrepierna. Pensé si ir a tocarla otra vez y quizá terminarÃamos cogiendo, pero la verdad era que ella me habÃa perdonado la besuqueada y a la manoseada, pero otra cosa ya me costarÃa la vida entera. Entonces, ya que no me miraba ni tenÃa en cuenta, me la saqué y me masturbé, ahÃ, a tres pasos detrás de ella. Fue la pajeada más brutal y excitante de mi vida, aún después de semejante frustración. Tuve qué hacérmela en absoluto silencio. Le decÃa a mi pene «Mire, mire lo que no se pudo comer» y lo estiraba por el pescuezo hacia ese culito. Me lo jalé, lo ahorqué, lo sobé, y me vine en la otra mano. Lo hice mirando esa preciosidad que me fue negada. Ahogué mis gruñidos mientras terminaba de ayacular. Eché montones. Eso pasa cuando previamente palpita la próstata. Esa es la cocina donde se prepara la leche. Me salió tanta que tuve una idea instantánea y la realicé sin miramientos. Se la tiré en el cabello a Aihnara.
Te amo, te amo Aihnara. No me diste permiso de cogerte pero igual algún dÃa vas coger tanto, tanto que no habrá diferencia si yo te hubiera hecho el amor hoy. Vas a probar mecos de muchos hombres, vas a conocer más penes que los orinales de El CampÃn, te las vas a dar de santa pero vas a sudar semen. Vas a predecir qué comió un hombre por el sabor de su venida y qué tipo de jabón usa por el sabor de su pija recién sacada de su bóxer. Pero siempre te amaré. No creo que llegue a conocer morra más bonita que tú. Te has clavado en mi corazón más por rechazarme que si me lo hubieras dado.
Nunca, nadie se dio cuenta del cabello de Aihnara escurriendo semen. Se secó rápido y en adelante fue para ellos, quizá, engrudo del que no se habÃan dado cuenta.
Haberme pegado esa pajeada detrás de ella, mirándole ese culito ultra-perfecto —Dios alardea de lo que es capaz de hacer— fue la mejor idea del mundo. Me quitó de encima la ansiedad y con esta la depresión y las potenciales posteriores ideas suicidas.
Aihnara, quizá por propia pena y porque yo no fui más allá de lo que ella permitió, nunca habló. Mi reputación no solo perduró, sino que se acentuó. ¡Maldita vida de porquerÃa! A la siguiente semana, en mi hora libre, a mi salón, llegó una profesora:
—Mr. López, es que tengo que atender a unos papas. A usted, que es tan lindo ¿le molesta si estas niñas ensayan aquà un baile?
Ipso facto entraron cinco morritas de grado octavo cargando un pequeño parlante. Estaban en sudadera pero una vez se quedaron a solas conmigo, se las quitaron y quedaron en top y escasa calzonetica de gimnasio. Discutieron por unos minutos si ensayaban el baile para el colegio o aprovechaban para ensayar otro que, según entendÃ, tenÃan para una actividad de su barrio. Acordaron lo segundo y se pusieron a hacer Twerking.
¿Ven? Estudien para profesores. Pero quedan advertidos, todo lo demás es una asco.
–Stregoika ©2025
Ufff enserio como me hubiera gustado que eso le pasase a mi novia en la escuela aunque ella tiene 18 🔥🔥
Tocará estudiar licenciatura ðŸ¤