Sé que no debo llegar tan tarde
Una mujer narra cómo es asaltada en un callejón..
Sé que no debo llegar tan tarde. De noche, mi barrio no es un barrio tranquilo, lo pueblan las sombras y todo tipo de debilidades humanas que esperan la oscuridad para satisfacerse. Llego en el último autobús y debo andar todavía un trecho hasta mi casa, apresuro el paso. El temor me provoca una subida de adrenalina y mi estómago me insta inquieto a correr más, mis tacones repiquetean sobre la acera y suenan urgentes en mis oídos. No me encuentro a nadie por el camino y pienso que eso aún hace el trayecto más inquietante. Estoy llegando al «callejón» un rincón entre dos edificios, sin salida, sin luz, almacén de contenedores, orines y basuras de toda especie que siempre me ha provocado escalofríos y que debo atravesar por fuerza, no tengo otro camino.
Cómo mi más terrible imaginación hecha realidad, surge del callejón una sombra y rápidamente me sujeta desde atrás por la cintura mientras me tapa la boca con la otra mano. No he tenido tiempo de reaccionar, no he podido gritar, ni correr, estoy indefensa entre unos brazos poderosos de hombre que me arrastran sin miramientos hacia la oscuridad. Mi pánico sí reacciona ahora y como puedo, pataleo y lanzo puñetazos hacia mi espalda, gimo a través de su mano, grande y dura contra mi boca.
Se detiene entonces y mira a su alrededor. Llevándome con él en su búsqueda me lanza al fin contra el muro y su boca se acerca a mi oído, me susurra: no te defiendas más, no quiero hacerte daño. Es la primera vez que oigo su voz y su tono, profundo, caliente, me hace sentir un escalofrío, me eriza el vello de la nuca, tensa mi columna y siento, con asombro, como mis pezones se hinchan y endurecen bajo la blusa. Me quedo quieta a mi pesar, no entiendo qué me esta pasando, pienso que esto es una violación, este hombre trata de forzarme, eso ha quedado claro, y sin embargo yo me estoy excitando, mi respiración empieza a ser entrecortada y noto flujo entre mis piernas.
Me quita la mano de la boca, me suelta la cintura, ha entendido mi inmovilidad y falta de resistencia como un acuerdo tácito. Mientras baja la mano pasa rozando uno de mis pezones y una sensación de ahogo me hace tomar aire, él lo nota y vuelve a subir sus manos con una caricia suave pero intensa, a través de la tela las siento calientes, sin prisa, las detiene sobre mis pechos y los oprime, los acaricia en círculos, los está disfrutando con pausa, sabiendo que podría devorarlos, pero gozando sólo con la idea. Me desabrocha la blusa con cuidado y la retira, bajo el sujetador, mis pechos pugnan por sentirse libres, mis pezones duelen con las ganas. Y entonces retira el sujetador, tira de el hacia abajo con brusquedad y mis pechos se disparan hacia él, al fin respiran y esperan. Pronto sus dedos los recorren, otra vez lentos y golosos recorren la aureola, la suavidad con que se han preparado para su tacto. Mis pezones esperan, ansiosos, que los elija al fin, pero entonces retira las manos. Cuando las devuelve a mí, sus dedos están húmedos y tocan mis pezones con el frío de la noche que aún los excita más, se regodea en ellos con usura, los roza con suavidad y los retuerce con dureza en un juego desesperante que me esta volviendo loca de deseo, hasta que instintivamente y casi sin darme cuenta, abro las piernas en muda invitación.
Aunque no le veo la cara, sé que sonríe, sabe que ha logrado lo que quería, mi excitación, mi rendición total a sus deseos. Con un movimiento firme empuja mi cuerpo hacia un montón de neumáticos. Permanezco quieta y sigo en silencio, con las manos crispadas sobre los neumáticos, él aparta las suyas de mi cuerpo y le oigo abrir su gabán y desabrochar el cinturón de su pantalón, le noto acercarse hasta quedar pegado a mis nalgas y entonces me sujeta por el pelo y me obliga a inclinarme. Mientras mis tetas quedan aplastadas contra la goma fría y polvorienta vuelvo a sentir sus manos sobre mí y esta vez son mis piernas, mi culo, mi pubis los que recorre con la misma desesperante lentitud, con el mismo excitante calor en las palmas.
He empezado a respirar entrecortadamente, han empezado a temblarme las piernas, he comenzado a sentir su miembro erecto, ahora liberado, contra mi piel y ya sólo puedo pensar en sentirlo dentro de mí, forzándome al fin con ese miembro duro y caliente que restriega incesante. Pero no digo nada y permanezco expectante, acoplada a él, con el olor dulzón de la basura a mi alrededor, el tacto rugoso del caucho, el sabor a instinto en la boca.
No ceso de gemir cuando escucho que él también gime, que su excitación comienza a ser tan imperiosa como la mía, sus caricias se han vuelto más rudas, amasa mi carne, ha penetrado ya mi coño con sus dedos y los siento moverse, buscando mis fluidos. Echado sobre mi espalda, juega y goza de nuevo a demorar el desenlace, noto su respiración en mi nuca como un vaho ardiente que deseo tragarme. Intento moverme, volverme a él, morderle la boca, pero no me deja, vuelve a forzar mi cuerpo sobre los neumáticos y mi culo queda entonces completamente expuesto a su lujuria. Me penetra y siento su miembro durísimo entre mis piernas, agarrado con fuerza a mis caderas me penetra profundo, su polla es grande y golpea sin compasión haciendo que me abra húmeda y deliciosamente. La presión excita todos los nervios de mi coño, frota mi clítoris y siento que ya no puedo soportarlo más, me corro con un sonido gutural desesperado y oprimiendo todo mi cuerpo contra esa polla desmesurada que no quiero dejar salir. Entonces le siento rugir sofocado y bombear con más rapidez, aplastándome en cada envestida contra los neumáticos hasta que para de golpe clavándose a mí con furia, como si quisiera traspasarme. Su eyaculación es un surtidor que parece desparramarse por todas mis entrañas.
Caigo desmayada sobre los neumáticos, con las piernas agotadas por tanta tensión. Trato entonces de incorporarme, de volverme a él y conocer la cara que me ha follado y me ha hecho disfrutar como una perra, pero no se me permite y mientras siento chorrear su semen por los muslos él, sujetándome otra vez para que no pueda moverme, y antes de salir corriendo del callejón, me susurra al oído: Gracias, eres una puta deliciosa.
Cada noche, de camino a casa, vuelvo a pasar por delante del “callejón”, pero ahora lo hago lentamente, demorando mis pasos, esperando que, algún día, mi asaltante vuelva a surgir de la oscuridad.
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