A los 14 con mi bully
El corazón me comenzó a latir fuerte. Puso ambos pulgares por encima de la pretina de la bermuda. Introdujo un poco ambos dedos y los acercó a la zona baja de su abdomen. Comenzó a tirar lentamente hacia abajo. Y así, de pronto, pude ver un bulto que me hizo abrir los ojos como un animal que mira un.
Cuando no te falta nada y la vida se vuelve monotonía pura, entonces comienzas a ser un imbécil. También la escuela tenía una parte de culpa, y mis padres, por supuesto; su hijo de 14 años sale del clóset y lo mejor que pudieron pensar fue enviarlo a una escuela católica. Nada podía salir bien, y claramente nada salió bien. Aunque debo admitir que besar a Daniel enfrente de todos se sintió extrañamente bien. Todos sabían que era gay. Con esa etiqueta llegué a esa escuela y es con la que salí de la anterior. Daniel se encargaba de inventar un sobrenombre diferente todos los días, y a veces llegaba a los empujones o zancadillas, pero nunca nada más allá. Y si, era un bully típico, aunque conmigo se ensañaba el doble o triple que con cualquier otro. Cuando pasó lo del beso fue casi a mitad de año. Nos expulsaron a ambos, y aunque sentí satisfacción, también me sentí un poco triste por el, pues el beso no fue nada consensuado. En resumen nos aliamos con unas compañeras y en el medio del juego de «la botellita», el pobre juraba que iba a besar a una de las chicas, la condición era que fuera con los ojos cerrados, y ahí entré yo. Aún recuerdo su cara cuando abrió los ojos después de 10 segundos porque ya nadie aguantó la risa. Hubieron fotos, videos y obviamente terminaron en internet. El resto es historia; escuela católica, dos niños besándose, hasta luego y cierren por fuera.
Así terminé en una escuela pública después de haber sido «sustraído» y expulsado de una privada y una católica. Mis padres lo vieron como un castigo (aunque también es cierto que no habían más escuelas con cupo a medio año), sin embargo para mí era el paraíso. La gente era mucho más liberal ahí, habían chicos y chicas que estaban fuera del clóset y nadie parecía darle mucha importancia. Mis compañeros no parecían notar mi existencia al principio hasta que comenzaron a conocerme y, sobre todo, cuando supieron que tenía dinero. A mí no me importaba si se acercaban por interés o por amistad; a mi me gustaba que los chicos siempre jugaban a agarrarse el bulto, algún arrimón y esas cosas, y sabiendo que a mí me gustaba, con más ganas lo hacían. Pero hay una parte que omití; Daniel también fue a parar ahí. Y claro, también omití por qué besé a mi bully.
Por un lado era una venganza perfecta, pero también había cierta atracción masoquista; era un imbécil, sí. Pero un imbécil muy atractivo y desarrollado para su edad. Yo no me quedo atrás por la natación, pero no hago mucho más que eso. Tengo piel blanca y cabello negro, para ese entonces tenía unas pocas pecas en la cara que hay han ido aumentando y son mi principal atractivo. Cejas bien pobladas aunque finas, y pestañas largas, herencia familiar de mi madre. Un miembro promedio y un trasero nada exagerado, pero paradito por la natación. Me considero promedio. Pero Daniel se salía absolutamente del promedio, cabello negro azabache, piel trigueña, sonrisa perfecta y encantadora, nariz respingada, labios apetecibles y ojos grandes y penetrantes. Vamos, que parecía un peluche tierno, un modelo juvenil de pijamas… pero era un hijo de puta.
Disfrutaba las duchas porque podía disfrutar de los cuerpos de mis compañeros a mi antojo. Casi ninguno tenía problema con que fuera gay, salvo a Daniel y un grupo pequeño de conflictivos.
Y ya saben, uno es medio tonto y aunque hubieran 500 peces en el mar, aunque noté miradas recurrentes de algunos compañeros, algún arrimón que duraba más que uno de broma, y algún que otro ofrecimiento, a mi la vista se me iba con Daniel. La vista y algo más, pues el corazón se me aceleraba. Sabía que era riesgoso mirarlo, que era darle pie a las burlas o que incluso me llegara a pegar, pero me tenía bobo, no hay otra palabra. Su trasero se había vuelto una imagen recurrente, y no llegué a ver su miembro nunca (al menos en las duchas), lo que me frustraba, pero hacía volar mi imaginación cuando me corría pajas pensando en él. Me imaginaba que me trataba duro (ya dije, era una atracción medio masoquista), que me jalaba el cabello, me tomaba por el cuello y esas cosas. Dicho sea de paso, una imaginación bastante limitada. Culpo al porno.
Entre más me molestaba, más me atraía. Y así continuamos casi hasta fin de curso. Las bromas en algún momento se intensificaron, y a pesar de que no tenía a su grupito de toda la vida, Daniel se las había arreglado para encontrar otro. Yo por mi lado me había hecho de un grupo de lo más diverso, había de todo, gays, lesbianas, heteros, y siempre actuaban como escudo cuando alguien intentaba molestar a quien fuera de ese círculo, como una manada que defiende a un cachorro recién llegado a mí me ponían especial atención. Todo eso hizo que las cosas se fueran calmando, más por cansancio que por aprendizaje, pero llegado el final del semestre, el profesor de inglés tuvo la mejor idea de la historia; TRABAJO DE PAREJA AL AZAR. Y si, Daniel y yo, por obra del azar (o el destino) salimos sorteados juntos.
El trabajo en si era una mierda, aprender un poema en inglés y recitarlo entre ambos en frente de todos. Era para salvar el promedio, así que me imagino que para el profesor era más una humillación, un castigo que otra cosa.
Cuando nos nombraron, contra todo pronóstico, Daniel no parecía enfadado. Es cierto que las bromas habían parado, pero no pensaba que su actitud de mierda también lo hubiera hecho. Y efectivamente, apenas terminó la clase y se me acercó comprobé esto último.
– No te creas que somos amigos — dijo resignado
– Estoy seguro que se te ocurre algo más ingenioso, anda, has trabajar las dos neuronas que tienes
– Has que trabajen las tuyas, que una te sirve para pajearte y la otra para verme en bolas en las duchas. Bien que te gusta lo que ves — y amigos, razón no le faltaba. Touché.
– Enserio, ¿no te vas a cansar nunca? — respondí
– A ver si te cansas tu, que apenas te digo algo y ya estás llorando
– Pero si eres un pesado de mierda, no entiendo qué traes conmigo — ahora la víctima era el. Estupendo.
– Da igual, si quieres hacemos esta mierda en mi casa, mi padre no estará durante la semana.
Acepté por dos razones: la primera, en ese momento supuse que habría alguna persona ahí, una encargada de limpieza o algo, y dos, no quería que Daniel pisara mi casa y por consiguiente mi habitación. Es un santuario y no quería malas vibras ahí por ningún motivo.
Quedamos un viernes en la noche, le dije a mis padres que debía ir a casa de Daniel para el trabajo. Para ese entonces ya habían más o menos aceptado que su hijo era un pecaminoso, pero no les terminaba de convencerque fuera donde Daniel por el incidente del beso. Les expliqué que estaba todo bien y que habíamos limado asperezas. Mentira total, yo quería tener la oportunidad de intentar alguna cosa.
A regañadientes me dieron permiso, era solo ir un par de horas y volver, así que solo llevé mi mochila y un par de cuadernos para hacer peso. El poema lo tenía en el teléfono.
Llegué a su casa y la primera sorpresa vino al entrar; no había nadie. Un chico de 14 años se quedaba absolutamente solo en su casa un día viernes. Resulta que, según él mismo me explicó, sus padres hacían eso de manera recurrente, viajes por negocios o algo así. La segunda sorpresa fue el recibimiento. Final de año, calor a borbotones, y Daniel con una bermuda de algodón holgada y sin playera. Me perdí de su rostro a su abdomen, sus oblicuos y su paquete que se notaba de un tamaño considerable.
– Qué miras — me dijo. Fui muy evidente o estuvo mucho rato mirando. O ambas.
– No mucho, por lo visto — contesté hostil. Puras mentiras, la boca se me hacía agua, ya me comenzaba a dar calor y no por el sol.
– ¿Ves? Vienes a mi casa a acosarme y luego el pesado soy yo — respondió. Y nuevamente, razón no le faltaba.
– ¿Acosarte? Desde que salí del clóset nos has hecho más que acosarme, ya vas más de un año con lo mismo — estaba comenzando a enfadarme.
– Mira, da igual — dijo mientras me daba la espalda. No esperaba esa respuesta — sin problemas, mis padres me tienen sobre aviso — se dirigió a la cocina — ¿Quieres jugo?
Quedé colgado. Daniel no quería conflictos y me estaba ofreciendo jugo. Sospeché de que estuviera envenenado, pero acepté. Sí hacía mucho calor.
– Gracias — dije cuando terminé de beber. No respondió.
– No tengo ganas de estudiar — soltó de pronto — juegas FIFA?
– Si — me miró sorprendido — qué — dije
– Nada, no pensé que te gustara el fútbol
– No me gusta el fútbol, solo el FIFA
– Vaya espécimen eres, Samuel — dijo soltando una risilla
Instaló la play y nos pusimos a jugar. Empatamos 3 partidos y el cuarto lo gané yo. Me pidió revancha, pero no le iba a dar chances de ganarme así que lo dejamos. De todas maneras lo que más disfrutaba era la vista que tenía al lado; sus brazos no eran anchos, pero estaban muy bien definidos. Su abdomen marcado, sus piernas fuertes. De perfil su rostro era aun más atractivo. Comenzaba a sentir envidia. Era ilegal que fuera tan atractivo y tan idiota al mismo tiempo.
– Deberíamos comenzar a trabajar en el poema — dije. Se levantó de mala gana del sofá y, aunque casi lo susurró, pude escuchar perfecto «no debería hacer tarea en mi maldito cumpleaños».
– ¿Estás de cumpleaños? — dije casi gritando
– Si — susurró blanqueando los ojos
– Pero, y tus padres? — respondí casi por inercia, sin pensar mucho
– Qué perceptivo, señor sensibilidad. Cuánto tacto — contestó con sarcasmo. La había cagado con la pregunta, era obvio que si no estaban es porque no les importaba lo suficiente.
– Vale, perdón, lo siento — dije mientras movía las manos en señal de calma — pues feliz cumpleaños — dije. Y en un acto que se podría considerar suicida, me acerqué para darle un abrazo. Puso cara de «x» y no fue correspondido, pero pude sentir su piel desnuda por primera vez. Se sentía tibia por el calor que hacía, pude respirar su cuello de pasada, una mezcla de aroma dulce y a perfume. Tenía buena higiene por lo visto.
– Qué haces — contestó encogiéndose de hombros cuando lo solté — ya te dije que no somos amigos. No necesito tu lástima — se notaba hostil.
– No es lástima (sí era lástima), cuando alguien está de cumpleaños se le felicita — contesté intentando parecer natural.
– Ya, pues hazlo de lejos para la próxima.
– Mira, a la mierda, me voy a mi casa — dije indignado. Intentaba ser amable pero no me lo ponía nada fácil.
– Vale vale, tranquilo, está bien, disculpa — se apresuró a tomarme del brazo en cuanto me giré.
– Así que sí conocías esa palabra — contesté. Solo se limitó a entornar los ojos. Yo ya me había derretido por el contacto.
– Es que está siendo un cumpleaños de mierda — soltó. Pensé que sería por sus padres, pero no — tenía pensado invitar a una chica que me gusta, pero llegaste tú primero
– Pero si tú dijiste que en tu casa
– Si, pero no hoy
– Entonces se más específico, dijiste «esta semana». No tenía como saber nada, me pudiste decir cuando llegué.
– Da igual — contestó fastidiado — ya estás aquí. Y entonces mi cerebro hizo click. Era el momento de jugarmela. Si quería que algo pasara, sería ese día.
– Vale, como arruiné tu cumpleaños — hice un enfasis sarcástico en la palabra arruiné — hagamos de cuenta que tienes un deseo. Lo puedes canjear hasta antes que me vaya.
– De qué estás hablando — dijo no entendiendo nada.
Mi orgullo ya se había ido, seguramente a unas 4 cuadras de distancia. Me armé de valor y solté:
– Que un chico también te puede ofrecer lo que una chica — dije. En ese momento sentí como se me ponía la cara roja. Dios, qué vergüenza, qué poca honra.
Me miró con los ojos muy abiertos y luego soltó una carcajada sonora. Luego me volvió a mirar con una sonrisa dibujada en la cara.
– ¿Enserio acabas de decir eso? — respondió. Me mantuve en silencio, la vergüenza no me dejaba hablar — no pensé que fueras así de ofrecido — Auch. Eso dolió. Yo seguía en silencio mientras intentaba disimular el rubor que se me había puesto en toda la cara. Al no ver respuesta, siguió — entonces, si te digo que mi deseo es una mamada, lo harás? — esa fue la bati-señal. Evidentemente lo preguntó en broma, pero para mí fue la luz verde que necesitaba. Me encogí de hombros.
– Pídelo y averigua — dije sacando por fin la voz. Me miraba con la cara más divertida que le había visto nunca. Estaba entre la risa y la sorpresa.
Un silencio incómodo se extendió por unos 30 segundos, y entonces pasó.
Sus brazos lentamente bajaron hasta la altura de su cintura. Su cara cambió al mismo ritmo de la diversión a una expresión indescifrable. Ojos entrecerrados, mirada pícara. El corazón me comenzó a latir fuerte. Puso ambos pulgares por encima de la pretina de la bermuda. Introdujo un poco ambos dedos y los acercó a la zona baja de su abdomen. Comenzó a tirar lentamente hacia abajo. Y así, de pronto, pude ver un bulto que me hizo abrir los ojos como un animal que mira una presa. Llevaba un boxer negro, pero se le marcaba a la perfección el paquete. Lo tenía hacia abajo y las bolas hacían que se viera aún más grande. Noté por como se marcaba la cabeza que estaba circundado. Comencé a sentir que se me tapaban los oídos al punto de escuchar un pitido. Parecía un sueño.
– ¿Y? — dijo — ¿ya te acobardaste?
Continuará
¡Amigos, he vuelto! Lamento la laaaarga ausencia. No prometo nada, pero les dejo este relato que espero no tenga más de tres partes.
Xoxo
gran relato