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Fetichismo, Heterosexual

A mis 9 años le entrego mi virginidad al señor de los helados a cambio de una paleta de fresa

Un día de mucho calor durante mis vacaciones de escuela, el hombre de los helados me ve en poquita ropa, se excita y acaba follandome a cambio de un helado de fresa.
Hola. Mi nombre es Estrella, tengo actualmente 30 años. Esto me pasó cuando tenía 9 añitos y estaba en mis vacaciones de verano. Desde siempre me gustaron los hombres. Recuerdo que me gustaba espiar a mis primos cuando se bañaban en la alberca completamente desnudos. Ya desde muy chica me daba gusto ver sus entrepiernas y comparar el tamaño de sus vergas. No sabía por qué motivo, eso me daba un ligero cosquilleo en la entrepierna a mi. Espié no solo a mis primos sino también a mi padrastro, a quién no le guardaba mucha simpatía. Lo mejor para mí era el verano. Ver a los chicos de mi barrio en short de deportes cuando jugaban fútbol, me gustaba mucho. Mientras jugaban corriendo sin parar, la verga se les movía y yo avergonzada pero feliz los veía jugar su partido. Normalmente iba sola, ya que mi familia siempre estaba ocupada en verano, porque salían del pueblo rumbo a la ciudad a hacer las compras.

Yo era algo tímida aún pero igual todos me hacían la conversación. Los hombres mayores o más jóvenes después del partido me invitaban galletas o gaseosas y celebraban conmigo su victoria. Yo aprovechaba para acercarme y ver mejor sus cuerpos sudados, algunos se quitaban la camiseta y se bajaban un poco el short. Algunos bromeaban entre ellos «Cuidado, que la niña está viendo» «Es una nena aún, no se da cuenta» «cuando estés grandecita vas a venir también a ver los partidos ¿No?» Se reían hasta que empezaban a desertar y despedirse de mi. A veces me quedaba hasta el último con ellos para ver un poco más sus entrepiernas y otras veces me iba a mi casa antes. Como esos días estaba sola, aprovechaba para bañarme en el patio, completamente desnuda en el lavadero enorme, bajo el fuerte sol del verano. Recordando a todos esos hombres, comencé a tocarme la conchita desde pequeña. Yo no entendía por qué me gustaba tanto hacer eso, pero lo hacía a escondidas. Sentía muy rico sobarme con mis dedos la entrepierna mientras imaginaba que uno de los chicos de mi barrio después del partido de fútbol me hacía lo mismo. Así entraba en un trance de excitación que no podía calmar fácilmente.

Un domingo, mi familia fue a celebrar el cumpleaños de uno de mis tíos en un pueblo a dos horas de dónde vivía. Yo no quería ir, porque sabía que ese día había partido de fútbol nuevamente en la loza deportiva del parque. Menos mal mi familia no insistió mucho en llevarme y me dejaron sola. Luego que se fueran, fui a mi habitación y busqué la ropa más bonita que tenía: Una playera sin mangas que terminaba a la altura de mi ombligo, una minifalda cortita y mis sandalias rosadas que tanto me gustaban y dejaban prácticamente mis pies desnudos. Me bañé y limpié bien mis uñas antes de vestirme, me dejé el cabello suelto, y partí a la carrera antes que empezara el partido.

Cuando llegué a la loza deportiva del parque había una discusión terrible. Faltaba un jugador y los equipos rivales no se decidan a jugar con un jugador menos o jugar disparejos. Fue en ese momento que llegué, pero nadie me observó, me senté en una de las bancas casi vacías y vi a un heladero que estaba con su carrito de helados viendo la escena entre divertido y paciente. Me acerqué un poco cerca del hombre viendo ese carrito de helados que debía estar repleto. Junto a él había una sombrilla, lo que me gustaba para protegerme del sol que comenzaba a brillar.  Caminé despacio hasta él tratando de no tropezar con las piedras del suelo. Me gustaban esas sandalias rosadas pero eran incómodas para caminar. De pronto el hombre de los helados volteó a verme:

– «Hola niña, ¿quieres comprar algo?».

– No. Solo vine a ver el partido.

El hombre me vio de arriba abajo con mirada lasciva. No era muy mayor, debía tener unos treinta y cinco. Vestía con una playera que publicitaba la marca de los helados que vendía, gorra, y también shorts y zapatillas deportivas:

– Este es un evento para hombres nenita. ¿Qué haces aquí sola?

Y de pronto uno de los jugadores se acercó hasta nosotros:

– Supongo que ya conoces a Estrella. Es nuestra admiradora.

– Sí. Eso veo. Una niña que le gusta el fútbol, eso es sorprendente.

– Hombre. ¿No quieres que te compremos como veinte helados? Necesitamos un jugador. Si aceptas y juegas para nosotros, te compramos varios pero luego del partido.

– ¿Así pierdan o ganen?

– Sí. ¿Cómo te llamas?

– Raúl.

– Ven Raúl. Deja tu carrito con la niña. ¿Quieres un helado nena? Dale uno mientras ella te cuida el carrito.

Raúl me preguntó qué sabor quería «Fresa» y me entregó entre sonriente y excitado, viéndome los pies: «Cómo el color de tus lindas chanclas». Después se despidió y empezó el partido.

Oír a Raúl hacerme ese cumplido me excitó mucho. Fue el único que se dió cuenta de que me había vestido linda para ver el partido mientras los otros jugadores solo estaban discutiendo.

El partido comenzó y junto al carrito de los helados, sentada y cruzando mis piernas, vi a Raúl. Estaba sudando pero jugando de maravilla. Quienes lo habían jalado para su equipo estaban felices. Pedía que le pasaran la pelota y hacía varias artimañas para esquivar a los jugadores rivales. De rato en rato, Raúl volteaba a ver el carrito de los helados para verme. Me excitaba sentir sus ojos sobre mi y empecé a sentir que mi vagina lubricaba. Me sorprendí mucho.

Cuando el partido acabó y el equipo donde jugó Raúl, ganó se acercaron hasta el carrito de los helados.

– Bueno Raúl. Lo prometido es deuda.

Y todos compraron un helado, incluso varios del equipo rival que empezaron a despedirse porque ya llegaba la hora del almuerzo y debían volver a casa con sus esposas e hijos.

– Dale uno más a estrellita. A mí cuenta – dijo uno de los jugadores.

Raúl buscó pero no había de fresa:

– No importa – dije yo tímidamente – de lo que sea.

Entonces él hipersensible y viendo que yo estaba avergonzada me dió uno de chocolate.

Estuvimos así hasta que los últimos hombres se fueron y yo decidí volver a casa. Cuando estaba dejando el parque y a los últimos jugadores, Raúl montado en su carrito de helados hizo sonar su corneta. Voltee y me di cuenta que me había estado siguiendo:

– ¿A dónde vas Estrellita?

– A mi casa.

– ¿Está lejos?

– No mucho.

– Si quieres te llevo. Caminar en sandalias no es muy cómodo.

Voltee a ver y ya estábamos lejos del parque. Nadie nos veía:

– Bueno – dije.

Raúl hizo un espacio delante de él y me hizo subir de costado: Agárrate fuerte niña y levanta las piernas.

Entonces condujo en una dirección imprecisa: Mi casa no es por aquí, dije.

– Sí estrellita. Pero pensé que podíamos dar una vuelta juntos.

Sentí la respiración agitada de Raúl que luego del partido estaba cubierto de sudor, se esforzaba por impulsar el carrito mientras avanzamos por un descampado en las afueras del pueblo. Luego de unos veinte minutos manejando me dijo:

– ¡Mira! Ahí repongo los helados.

– No parece una heladería – respondí.

– Vamos adentro. Verás que te gustará.

Entonces entramos en una especie de caseta de madera con techo de calaminas. Ahí adentro solo había una cama, un frigobar pequeño, y una cocina de mesa.

– Cierra despacio nena. Sino los helados se escapan.

Entonces yo emocionada, entré sin saber lo que pasaría pero con el corazón retumbando.

Raúl se acercó a la única ventana de ese cuartucho, luego de meter el carrito de los helados, y corrió la cortina. Había oscuridad adentro a pesar del calor.

– El trato es este estrellita. Yo te doy helado de fresa y tú juegas un jueguito conmigo.

– ¿Qué juego?

– Es fácil. Cierras los ojos. Y chupas la paleta que te voy a dar hasta que adivines el sabor.

Y así cerré los ojos y él me acercó una paleta de limón lo que me hizo apretar mis labios.

– Es limón. No me gusta – dije.

– Bueno, Bueno. Ahora otra a ver si adivinas pero no abras los ojos.

– No los abriré.

Entonces sentí el sabor de los líquidos pre seminales de Raúl que se había sacado la verga y me la había acercado. Yo sabía lo que él hacía y empecé a sentir lubricar mi vagina otra vez. Lamí su glande mientras él emitía pequeños pero varoniles gemidos ahogados. Procurando que no lo escuchara. Pero yo estaba dispuesta a seguir lamiendo ese rico trozo de carne:

– ¿Puedo agarrarlo? dije.

– Sí pequeñita. ¿Adivinas qué sabor es?

– Humm no. Pero sabe rico.

– A ver estrellita mételo todo en tu boquita. Ufffff…. Linda nenita qué rico lo haces. Sigue lamiendo tu paleta.

Entonces abrí los ojos tímidamente y Vi la enorme verga de Raúl que excitado miraba hacia el techo de calaminas. Luego bajó su mirada y me dijo «Lo de hoy, no le puedes contar a nadie. Es nuestro secreto, Estrellita. Si te portas bien ahora, te doy una paleta de fresa».

Raúl comenzó a desvestirme y a desvestirse él también. Me quitó las sandalias mientras me sacudía los pies de un poco de polvo y comenzó a chuparme los deditos de los pies «Puta madre, qué rico tienes tus pies mi amor» seguía lamiendo mis plantas mientras se sacudía la verga que la traía dura. Verlo excitarse me hizo empezar a tocarme con los deditos la conchita que traía húmeda. Raúl disfrutaba de mis pies diciendo «¿Quieres tu helado de fresa, mi pequeñita? Si tus pies parecen estar hechos de fresa mi amor». Entonces se detuvo y acercó su cara hasta mi vagina:

– Uff nenita. Ya estás lubricando. Quiere decir que ya estás lista para recibir verga.

Primero me introdujo un dedo sobándome el clítoris pero luego metiéndolo hasta el fondo. «Ahhh, me duele».

– Tranquila estrellita. Ya verás que poco a poco entra. Aguanta un poquito.

Y luego de tanto introducirme sus dedos. Sentí que mi vagina se abría poco a poco:

– Ahora estás lista, pequeñita.

Y empezó a introducir su verga caliente. Sentí que los labios de mi vagina de abrían por completo «Ahhhhh, qué rico» «¿Te gusta no putita?».

– Me estabas provocando desde que llegaste. Ahora tienes verga.

– Ahhh. Me duele fuerte.

– Aguanta. Me estabas calentando todo el rato ¿No? condenada putita. Si quieres verga, ahí la tienes.

Raúl me penetraba con fuerza. Yo sentía dolor pero también placer. Estaba loquita sintiendo esa verga gruesa entrando en mi conchita. Su pene se deslizaba con mayor facilidad mientras él excitado me decía «putita, putita, mi niña putita». Me seguía penetrando mientras me chupaba los pies:

– Puta madre, condenada niña qué ricos pies tienes.

Yo estaba muriendo de calor en ese cuartucho de madera donde Raúl y yo sudábamos mientras follábamos.

Al final después de hacerme el amor de perrito, y luego de frente, me pidió que me subiera sobre él. Mi conchita me ardía pero yo le obedecí.

– Así, así putita. Muévete con ganas.

Yo hacía lo mejor que podía hasta que de tanto intentarlo y sentir su verga cada vez más dura me pidió que me levantará y de un vuelco me volteó sobre la cama y él sobre mi. Acercó su verga que agitaba fuertemente a mi carita y me pidió:

– Abre la boquita y saca la lengüita.

Así lo hice y Raúl eyaculó en mi boca como nunca antes he visto eyacular tanto a otro hombre en mi vida. «Ahhhhh…. Qué rico….Por la puta madre».

Su semen me mojó toda la cara. Y yo pude por fin disfrutar de esa leche que le salía.

– Parece leche – dije.

– Pruébala.

Y así lo hice. Me tomé la leche de Raúl que empezó a sobarme todo el cuerpo «Estás bien rica, condenada Estrellita».

Luego nos vestimos, y antes de salir de su covacha de madera me advirtió «Ni una palabra de esto a nadie».

Nunca pude acusar a Raúl, si gracias a él disfruté del rico sexo, siendo apenas una cría de 9 años. Me duele saber que solo nos vimos esa vez. Yo quise prolongar nuestra estancia pero él se negó «si alguien te descubre aquí, me meterás en problemas».

Al menos, esa vez, le pude ayudar a reponer los helados que sacamos desde el frigobar:

– ¿Pensabas que era mentira que aquí guardaba los helados?

Luego me llevó de nuevo hasta el parque donde nos conocimos horas atrás, y donde no había nadie.

– Bien estrellita. El viaje se acabó. Te daría más verga pero tengo que trabajar.

Y me dejó sentada sobre las bancas. Antes de irse con su carrito de helados se acercó a entregarme un helado de fresa:

– Te has portado muy lindo, pequeña. Eres una buena niña.

Luego bajó su mirada hasta mis pies:

– Te quedan linda esas sandalias. Y tus pies ufff qué ricos que están. Sabor a fresa.

Y así Raúl se fue. Dejándome sola y comiendo mi helado. Durante todos estos años he tratado de buscarlo pero nunca más volví a verlo. Cuando me animé a buscar su cuartucho de madera me di con la sorpresa de que estaba abandonado. Quizá él pensó, días después, que lo acusaría pero nunca lo hice. Me hizo mujer, y yo le guardo mucho cariño esté dónde esté.

Ahora que estoy mayor, cada vez que como un helado de fresa, recuerdo sus palabras: Tus pies tienen el sabor de las fresas.

17 Lecturas/20 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Locurafetiche
Etiquetas: cumpleaños, madre, mayor, mayores, primos, sexo, vacaciones, viaje
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