Alicia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por peliu.
Aunque Alicia llevaba algún tiempo esperando recibir aquel correo, no pudo evitar que al verlo su corazón latiese más deprisa. La remitente, de sobras conocida, y la breve frase que figuraba como asunto no dejaban lugar a dudas. Le iban a obligar a cumplir una nueva tarea.
Abrió el correo y leyó: “Vete a un centro comercial vestida con una falda o un vestido y esta vez ponte bragas. Elige unas de algún color llamativo, ya verás por qué. Entra en el servicio y hazte una paja con las bragas puestas, asegúrate de que cuando te corras queden bien húmedas. Quítatelas y guárdatelas. Vete entonces a la sección de deportes, dirígete a la ropa de hombre y busca un mostrador con ropa encima. Haz como que buscas algo y coloca tus bragas empapadas entre la ropa expuesta, pero no las escondas completamente, deben verse un poco. Después haz lo que quieras: vete o quédate. Si te apetece quedarte para ver como alguien las encuentra, tienes mi permiso para hacerlo”
Alicia notaba ese cosquilleo tan conocido dentro de ella, como le pasaba cada vez que una de sus tareas le era asignada. Notaba la boca seca y las manos frías, pero en el fondo sabía que iba a hacerlo, que iba a disfrutarlo igual que había disfrutado de todas y cada una de las anteriores tareas que le habían asignado. A sus diecinueve años había aprendido a ser una buena sumisa.
Decidió hacerlo aquella misma tarde. Se vistió con un top negro y una mini vaquera, unas zapatillas de lona y busco unas bragas que no fuesen demasiado nuevas, tampoco era cuestión de ir malgastando. Encontró una verdes de algodón que tenía desde hacía bastante tiempo, había dejado de llevarlas porque le venían algo justas, eran perfectas y se las puso, mirándose en el espejo y sin poder evitar pasar la mano por su entrepierna, dibujando los labios que se marcaban. Sintió las cosquillitas otra vez.
Cogió el autobús para ir al centro comercial y durante el camino se le ocurrió que podría introducir alguna variación en su tarea. Pensaba en Pablo, que había sido compañero suyo en el instituto y ahora trabajaba precisamente en una tienda de aquel mismo centro comercial en la que ella iba a comprar ropa de vez en cuando, por lo que, en vez de masturbarse en el servicio, sería mucho mejor hacerlo en alguno de los probadores. Se recreó en esta idea y notó como sus bragas empezaban a mojarse un poquito, empezó a sonreír pensando en que si aquello duraba mucho más no le iba a hacer falta ni tocarse.
Cuando llegó al centro comercial, fue deprisa a la tienda en la que trabajaba su amigo. Lo encontró tan guapo como siempre, alto y delgado y con aquella sonrisa encantadora.
– Hola, Pablito!
– Hola guapa! Te enseño lo último que nos han traído?
– Venga!
Cogieron una buena cantidad de tops, camisetas, falditas y Pablo la acompaño hasta el probador. Sintió la enorme tentación de decirle que pasara con ella, que le ayudara a probarse todas aquellas prendas y que, de paso, le echase el polvo del siglo, pero recordó que estaba allí cumpliendo su tarea, que su obligación era obedecer lo que le habían dicho y que, si bien alguna variación en el desarrollo como la que había introducido era tolerada, tirarse a su amigo no sería visto con buenos ojos y el castigo sería, como mínimo, doloroso. Su amigo tendría que esperar fuera.
Alicia entró en el probador y cerró la puerta. Por un momento, pensó que le iba a resultar muy difícil correrse allí, tan estrecho e incómodo, pero al pensar en que Pablo estaba al otro lado de la puerta y en la cochinada que iba a hacer, su sexo le indicó que realmente no le iba a costar en absoluto. Se quito el top y la falda, quedándose en bragas y zapatillas ya que no se había puesto sujetador, raramente se lo ponía ya que su pecho casi no lo necesitaba y a ella le encantaba notar sus tetas moviéndose libres, con los pezones rozando el top o la camiseta. Precisamente empezó por ellos, acariciándolos con suaves movimientos circulares mientras se le iban poniendo duritos, los pellizcó levemente, retorciéndolos y notando como ganaban en consistencia y sensibilidad. Una de sus manos bajó hasta alcanzar su ombligo, jugó un poco con él y continuó un poco más abajo hasta encontrar la goma de las bragas, dudando entre entrar o continuar sobre la prenda. Ahora deseaba quitárselas, la excitación que iba notando le pedía deshacerse de ellas, eliminar la barrera entre sus dedos y su vulva, su vagina que empezaba a abrirse, su clítoris que se iba hinchando por momentos. Empezó a acariciarse los labios por encima de las bragas, rascando el tejido con sus uñas, la sensación era deliciosa y pronto empezó a notar humedad en las puntas de sus dedos, se miró en el espejo y vió una manchita apareciendo tímidamente. La mano que aún jugueteaba con sus tetas bajó hasta su clítoris y empezó a frotarlo por encima de la tela, suavemente primero y mas fuerte después, mientras que la otra decidía comprobar el estado de sus humedades, apartando la braguita y metiendo primero un dedo, luego otro. Estaba empapada, un tercer dedo entró en su vagina y se unió a los otros dos, buscando el punto exacto donde frotar para que todo su caudal se desbordase. El dedo del clítoris se había cansado de acariciar la tela y había entrado, marcando ahora un ritmo rápido en los círculos que trazaba sobre el clítoris, frotando, apretando y enviando las primeras olas de placer que rebotaron dentro de Alicia y amenazaron con escaparse de su boca en forma de gemidos. La chica tuvo que morderse los labios para que su amigo no la oyera desde fuera.
– ¿Qué tal te va? – pregunto el chico.
– mhhh…bienmm…- consiguió contestar, con la voz apagada. Oír la voz de su amigo mientras se estaba haciendo una paja a pocos centímetros de él provocó el desenlace. Sus dedos habían encontrado el punto mágico dentro de su vagina y ahora mismo sus jugos empapaban sus manos, sus labios, sus bragas. Había traspasado el punto del que ya no hay vuelta atrás. Las piernas no habían podido aguantar y Alicia estaba sentada en el suelo, apoyando un pie en cada esquina del exiguo probador, y todo su cuerpo empezaba vibrar con los primeros espasmos del fulminante orgasmo que llegaba, sobre su clítoris el dedo que marcaba un ritmo frenético se colapsó, mientras su cuerpo se arqueaba y una mueca de placer se dibujaba en su cara.
– ¿Oye… seguro que estas bien? –
– …Sí!…..si…estoy bien ahora salgo…- Con las piernas aún temblando se levantó como pudo sin hacer demasiado ruido. El orgasmo había sido fantástico y se sentía feliz, el espejo le devolvió una imagen de si misma que le encantaba, con las mejillas rojas y esa expresión de recién corrida que le daba a su preciosa cara un aire entre angelical y lascivo. Se volvió a poner el top, la falda y entonces se quitó las bragas. Estaban casi chorreando, completamente mojadas, Alicia se las acercó a la nariz y las olió. Olían divinamente, puro sexo, le encantaba ese aroma producto de su placer, de hecho muchas veces se divertía en las situaciones mas insospechadas metiéndose un dedito y oliéndolo. Acabó de limpiarse con las propias bragas, las guardo en su bolsito, recogió la ropa que había traído con ella al probador y abrió la puerta.
– ..bueno, mira…que no me llevo nada eh? – El aire de la tienda, más frío que el del probador, le acariciaba por debajo de la falda. Se miró para asegurarse de que no iba enseñando nada, la falda le tapaba pero de todas formas debería tener cuidado en como se movía o como se sentaba para no ir dando el espectáculo.
– Sin problemas, ya sabes que puedes venir cuando quieras.. – Se despidió con dos besos de Pablo, quien se quedó contento e ignorante de lo cerquita que había estado de tener el mejor día de su vida, y se dirigió a la tienda de una conocida marca de deportes. Mientras caminaba se le hacía patente su desnudez debajo de la falda, tanto por el aire como por el roce de sus piernas y sus labios, la sensación era excitante y notó como algo de flujo empezaba a mojar otra vez la cara interna de sus muslos, un momento más y cualquiera podría verlo resbalando por sus piernas.
Llegó a la tienda de deportes, busco un expositor adecuado a su tarea y se aseguró de que nadie la veía, entonces sacó las bragas del bolso y antes de dejarlas entre la ropa aprovechó para secarse entre las piernas, las olió por última vez y las dejo entre dos sudaderas, de manera que la mitad de la prenda quedase colgando fuera, bien visible. Sería divertido ver la cara que ponía el que las encontrara, por lo que se quedó por allí, tonteando por los pasillos hasta que vio a alguien acercarse al estante del que colgaban sus bragas. Era un hombre joven, bastante guapo, y Alicia pensó que le gustaría que fuese él quien las encontrase. Efectivamente, así fue. El hombre iba mirando las sudaderas y, cuando vio las bragas, se paró y las cogió. Al principio su cara era de sorpresa, pero rápidamente comprendió lo que era y en su cara se dibujó una bonita sonrisa. Alicia se quedó sorprendida cuando vio que aquel hombre también olía sus bragas, varias veces, antes de mirar hacia los lados y guardárselas en el bolsillo del pantalón, alejándose con una sonrisa que claramente indicaba que decididamente el día se le había alegrado.
Alicia salió de la tienda sintiéndose feliz, notaba la satisfacción del deber cumplido y pensó que, en el viaje de vuelta en el bus, se daría el premio que se merecía.
Entonces oyó aquella voz a sus espaldas….
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