Aventuras de un groper
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mucho se ha dicho y se tiene que seguir diciendo al respecto de los abusos y los acosos sexuales que, en la gran mayoría de los casos, son cometidos por los hombres contra las mujeres. El tema siempre gira en torno de luchas entre machismo y feminismo, desigualdad en la sociedad patriarcal que se vive en todo el mundo. Sin embargo, ¿qué pasaría si los abusos fueran perpetuados por las mujeres? Si ahora las promiscuas irrespetuosas fueran ellas, justo como si, nosotros hombres, pudiéramos obsequiarles una cualidad (o defecto, visto bajo un dogma moralista) y fuera precisamente ésta: la de ser las que tuvieran el ímpetu de poder ser tan hijas de puta como se les diera la gana y que sin importarles la integridad de los hombres, los piropearan, les chiflaran, los ofendieran, los acosaran, los manosearan en el transporte público, los violaran y hasta los prostituyeran o hasta mataran. Y todo esto, sólo porque no podrían controlar el vehemente impulso de saberse con la capacidad de que pueden hacer lo que el morbo les dicte, ya que cualquier momento de excitación proporciona tanto placer que es peligrosamente adictivo, a tal grado que es fácil dejar atrás principios y educación marchita y retrógrada para darle rienda suelta a la satisfacción.
Me viene esta reflexión a la mente luego de haber llegado a mi casa con los calzoncillos húmedos por el precum, luego de haber viajado en el metro de mi ciudad.
Pero vamos a un par de detalles que pueden ayudar a plantear ciertas hipótesis; soy un joven varonil de 1.80 mts, robusto, de un aspecto más bien similar al de los vikingos, A veces estoy rapado, casi todo el tiempo me dejo la barba, que varía entre tonalidades rubias, castañas y rojizas, tengo los ojos azules, soy robusto (peso 90 kilos). Considero que mis facciones no son feas. A pesar de eso, no tengo mucha fortuna en el sexo, porque soy introvertido sexualmente y tengo problemas de autoestima. Además, creo que he visto durante tantos años tanta pornografía y cualquier cantidad de material erótico que por eso siento al sexo femenino en pleno acto carnal muy ajeno a lo que comúnmente me provoca excitación. Perdí la virginidad a los 21 años, así que ya se podrán imaginar todos los años que perdí en pajas y en frustración sexual descargada siempre con parafilias cada vez más extrañas y menos sorprendentes cada vez. Ya se me ocurren muy pocas cosas que no haya al menos buscado en la web habiéndomelo imaginado previamente, con las más transgresoras y vejadoras escenas. Me considero a mí mismo un "omnisexual" en cuanto a la imaginación se refiere.
Bueno, ahora sí a lo que íbamos. Es común que cuando voy en el metro o en los camiones, esté todo el tiempo buscando el mejor culo, las mejores tetas, el escote más atrevido, el putito más sofisticado, la vieja más guarra, la más "girl", la más "nice", la más pinche sabrosa, o ya de perdida la menos fea, la menos mal hecha o como fue en mi último encuentro, la gordita de los leggins. Ya que localizo a la presa, procuro acercarme lo más posible; las sigo con discreción a varios metro de distancia, doy paseos errantes o maniobras discretas con tal de aproximarme lo más posible. Cuando me siento intrépido, saco mi celular y voy grabando aquello que llamó mi atención: un par de tetotas, un bulto marcado, unas nalgas apretujadas en cualquier pedazo de tela, un bello rostro, un cabello sensual, una falda que invite a ser contemplada. Hay incluso algunas veces en que he conseguido obtener y proporcionar placer en plena jornada, entre montones de personas.
Empezando por las veces en que me exhibí sin haberme percatado de haber sido visto, las historias van desde una vez que me masturbé en el mismo cuarto y la misma cama en que dormíamos mi hermano, mi madrastra, mi padre y yo; otra ocasión en que la jalé en un tren que aparentemente iba vacío, en Italia, mientras iba en estado de ebriedad. También me he masturbado en baños públicos y en autobuses foráneos. Luego siguen las historias en las que he tenido contacto con la gente. Las escribiré a manera de lista, para sentir que han sido varias.
– Una vez que grabé a unas jovencitas en una academia de ballet italiana. Mientras me agarraba el paquete, un par de niñas me vieron y salieron corriendo entre risas.
-Una ocasión en un concierto masivo le estuve punteando las nalgas a una chica que jamás se movió de donde estaba, a pesar de que tenía espacio. Sólo dejaba ahí sus hermosas y anchas carnes y las bamboleaba al ritmo del reggae.
-La vez que estaba en el metro tratando de grabar a una de las mujeres más perfectamente bellas que alguna vez he visto en persona, pero que en vez de ir tomándola a ella, más bien estaba enfocando a su amiga, que no era ni bella ni estaba buena, pero en cuanto se dio cuenta de que la estaba filmando, se me quedó viendo y se lo comunicó a su amiga, la diosa. Lo que dijo e hizo lo pude ver por la grabación: dijo – mira, ese wey me está grabando- luego me miró de arriba hacia abajo, para posar su vista directo hacia la lente y lanzar una mirada lasciva a la vez que sacó la lengua para mojarse los labios.
-Otra ocasión en que iba con mi novia en un camión que iba abarrotado, un tipo bajito, delgado, muy moreno y feo iba agarrado del tubo que estaba justo frente a mi cadera. Por los movimientos del camión, involuntariamente aprisioné con mi pubis su mano contra el metal; y el tipo, en vez de quitar su mano, comenzó a pasar velozmente su mano por mi zipper.
Apenas me di cuenta, me puse nervioso y traté de alejarme un poco, pero el muchacho volvió a rozarme el bulto. Como no lo volteé a ver para reprenderlo con mi mirada, él siguió haciendo lo mismo,y en cuanto sintió que mi erección comenzaba a notarse, pasó de los roces casuales a aplastarme el pene con su mano y hacer masajes en mi glande.
-Cuando un muchacho de traje bastante atractivo y varonil se vio obligado, por la cantidad de pasajeros que íbamos en el camión, a restregar su paquete contra uno de mis glúteos. Yo al momento de sentir su pene envuelto en unas trusas ajustadas, instintivamente me deslicé a manera de que ese compacto pedazos de carne quedara justo entre mis nalgas que eran cubiertas por un pants delgado. Al vaivén del camión le acompañaron un par de embestidas que el muchacho parecía tratar de controlar, sin conseguir resultados. Tal fue la incomodidad que experimentó el chavo, que sólo pudo acompañarle algo aún más incómodo; comenzó a ponerse duro ese rico bulto. Era obvio que no se sentía cómodo, porque trataba de guardar distancia, al mismo tiempo que yo la iba acortando, ya que me quedaban pocos segundos de placer.
-La más intensa ocurrió también en el metro. Esa vez yo estaba en la zona que bien se sabe es donde viajan los gays que están buscando algo de acción. Primero, un fulano de nalgas firmes se posó frente a mí y me las ofreció descaradamente, pero yo no me atreví a hacer nada con él, porque todavía no estaba seguro de si quería actuar ese día. Pero unas estaciones más, un par de suaves pero bien formadas y paraditas nalgas comenzó a rozarme el brazo. Eso ya no lo pude resistir y comencé a frotar mi brazo para demostrar mi interés.Inmediatamente el putito comenzó a tomar posición para acariciarme la entrepierna mientras me ofrecía como tributo su culo respingado y suave como si fueran de bebé. El muy marica abrió mi zipper y empezó a sobarme la verga, casi con descaro. Mientras yo estrujaba su suculenta cola, me agarró una mano y la llevó directo al interior de su pantalón. Esa fue la primera vez que toqué un pene que no fuera el mío. Me encantó la sensación; su suavidad, sentir sus venas palpitantes, la textura de su ropa interior. Fui más allá, le toqué directo en la piel mientras lo pajeaba y luego empecé a tocar la ranura de su ano. Después de un rato los roles cambiaron y él era quien me agarraba las nalgas peludas y luego me hacía una torpe pero rica chaqueta. Y todo esto, a unas estaciones de llegar a casa, bajo más de una mirada curiosa que estaba tratando de adivinar qué estábamos haciendo dos tipos tan esquinados y juntos en un vagón que ya se había vaciado lo suficiente.
-Otra fue totalmente intempestiva. Iba yo en mis asuntos, pensando quién sabe qué, cuando sentí que iba tocando ligeramente a una mujer que iba frente a mí. No vi su cara o pude distinguir con claridad su figura, sólo logré atinar que era una mujer que probablemente pasaba de los 35 años, tal vez ama de casa o comerciante, por lo informal de su vestimenta. Al darme cuenta del ligero contacto de mi pene y sus poco llamativas nalgas, no pude controlar la erección, cosa que pareció gustarle a la mujer, que en cuanto sintió los roces y muy livianos empellones que estaba acometiendo contra ella casi inocentemente, comenzó a echarse un poquito hacia atrás, cada vez un poco más, con el fin de que en vez de golpecitos, consiguiéramos estar frotando nuestros cuerpos por encima del pantalón. Así fuimos por unos 5 minutos, tranquilos, pero gustosos.
La última ocasión hasta el momento ocurrió hace unos días y es la que mencioné casi al inicio. Después de varios días en que me he masturbado prácticamente sólo con videos de frotteur, arrimones y corridas en el transporte público, ya iba yo con las mejores intenciones de rozarme contra quien fuera. Creí que no lo conseguiría, porque no tuve suerte para conseguir estar cerca de ninguna mujer a mi alrededor, ni siquiera de algún afeminado. Pero ya a unas cuantas estaciones de llegar a mi casa, una mujer chaparrita, gorda que consideré bastante joven, logró colarse por entre la gente para aferrarse a un tubo, justo a un costado mío. A pesar de que nos encontrábamos considerablemente cerca, no me quedaba a modo para intentar algo, o eso parecía.
En eso, un movimiento de la gente hizo que mi cartera fuera a incrustarse en medio de su culo ancho y mal formado, aunque contenido por unos leggins que parecían estar sufriendo por las leyes de la elasticidad. Fue más que notoria para mí su exaltación, porque luego de eso, comenzó a buscar pegarse bien a mi cartera; probablemente creía que estaba restregándose contra mi pito. Para dejar de engañarla, me retiré un poco, sólo para acomodarme justo entre ella y un hombre que por un momento pensé que acompañaba a la gorda.
El wey se iba durmiendo, así que iba casi recargado sobre mí, lo cual comenzó a calentarme y antes de poner mi verga cerca del culote, ya estaba tieso pensando en que estaba muy cerca de tocarle el bulto al fulano con el muslo. Ya en esta posición, empecé a darle de piquetes al par de chuletones, aunque de manera muy pasiva y discreta, hasta el momento en que sentí que la excitación de la chubby era tanta que prácticamente brincó en un pequeño movimiento del metro para arrojarme el cabús encima, como invitándome a que me siguiera aprovechando de su "vulnerabilidad femenina", pero como iba algo pacheco, no llegué a gozarlo tanto, porque venía pensando en muchas cosas.
Preferí apartarme faltando ya un par de estaciones antes de arribar a mi destino, no sin antes ofrecer una mano amiga que se despidiera de la dama. Empecé a frotar con la parte frontal de mi mano uno de sus glúteos, ella se acercó de inmediato, como si una madre hubiera encontrado al hijo que se le echó a correr en el parque de diversiones y por fin lo encuentra. Yo continué con el masaje y me ayudé de mis dedos para hacerle notar que siempre fue mi intención demostrarle que ser promiscuo proporciona placer, y que el placer es la única manera de conocer, al menos por espasmos de tiempo, lo que es la felicidad; que dicho sea de paso, es considerada el objetivo máximo de la vida.
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