Cabezas brillantes.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por engominado.
-Te veo bajo, tio…
-Ya, pero que quieres, desde que lo dejé con Ana hace meses, no quiero saber nada de nadie.
Jose me miró y sonrió.
-No puedes seguir así, necesitas una novedad, le voy a dar tu teléfono a mi hermana.
-¿Pero no tenia novio?
-Ella sí pero en su trabajo ha habido una remodelación y ha entrado gente nueva y creo que anda en plan celestina…
-No sé, yo…
-Venga hombre, una cita a ciegas…
-¿Por qué no?
Cambiamos de tema y la conversación siguió por otros derroteros. Los días pasaron y una noche al volver del gimnasio sonó el teléfono.
-Dígame.
-¿Eres Daniel?
-Sí, ¿quien habla?
-Me llamo María, Daniel, Laura la hermana de Jose me dió tu teléfono…
La voz era muy dulce y agradable, bueno, pues mejor…
-Sí, claro, encantado de hablar contigo…
Poco a poco empezamos a hablar de Laura, de su trabajo, del mío y el tiempo pasaba… Así que pregunté:
-¿Por que no quedamos a tomar un café después del trabajo? ¿Que tal mañana?
-¿A las 7 y media, al lado de la cafetería Oso Polar?
-Hecho. ¿Como te reconoceré?
-Llevaré un traje de chaqueta blanco y una blusa azul claro, soy morena…
-Yo también, llevaré una camisa de rayas blancas y rojas.
Y así quedó la cosa.
Mmmm… Un traje de chaqueta, era una mujer muy clásica ¡Y amiga de Laura! No podía presentarme al natural, un bohemio como yo siempre vestido de modo informal, con barba de tres dias y el pelo algo revuelto… Tendría que arreglarme un poco, menos mal que al ser a las siete y media me daba tiempo de pasar por casa.
Así lo hice ese día me afeité, me puse unos pantalones de paño y una americana y con el cuello de la camisa abierto me dirigí a mi cita. La acera estaba llena delante de la cafetería, pero ni rastro de ninguna mujer con traje de chaqueta blanco…
Los minutos pasaban y estaba echando un vistazo distraido a los titulares de un periódico expuesto en un quiosco cercano, cuando con el rabillo del ojo vi una silueta blanca delante de la cafetería. Una mujer con traje de chaqueta, buscaba a alguien mirando en dirección contraria a la mía…
Me acerqué:
-¿María?
-¡Si!
Y se dió la vuelta, intenté decir:
-Soy Dani… ¡Oh!
Me quedé sin palabras, una mujer de treinta y tantos años, esbelta, con un traje de chaqueta blanco, una blusa azul claro y un pañuelo de seda elegantemente anudado alrededor del cuello, clavaba su mirada en la mía. Tenía unos ojos verdes preciosos, iba impecablemente maquillada y su negrísimo pelo estaba peinado todo para atrás, sin raya, recogido en un moño tirante, como una bailarina de flamenco. Y sobre todo iba engominada, su cabellera relucía aplastada por la gomina…
Yo estaba deslumbrado, no me salían las palabras…
-¿Eres Daniel verdad?
-Ssssi, peperdona…
-¿Te ocurre algo? Preguntó sonriendo pícaramente.
-No, no, nada, disculpa, es que eres muy guapa, muy elegante…
No me había sentido tan cortado desde mi adolescencia.
-Muchas gracias, eres un encanto, respondió.
Fuimos a un pub a tomar algo, yo estaba hipnotizado, el estilo de Maria era completamente distinto del de cualquier otra mujer que había conocido, pero dentro de mí una serie de barreras habían saltado de golpe y sentía una atracción tremenda hacia ella.
Estaba completamente rendido a sus piés y ella se daba cuenta. Cuando llegó la hora de separarse le dije:
-María, me encantaría que me dejaras invitarte a cenar el viernes. Conozco un pequeño restaurante que puede ser ideal.
-Muchas gracias, me encantará.
Cuando se despedía de mí, me dijo sonriendo:
-Me gustas mucho Daniel, pero necesitas un cambio de look, porque no te pasas el viernes a las 8 por mi casa y veo lo que puedo hacer.
-Bueno, si tu crees…
-Me gusta cortar el pelo de los chicos, por cierto, estarías muy guapo con un traje oscuro y una camisa blanca…
-Si, si, desde luego María.
Nunca me había portado así con ninguna mujer, pero por primera vez en mi vida me sentía dominado y feliz de serlo.
Llegó el viernes, me puse mi único traje, y la única camisa blanca con puños que tenía en mi armario, me afeité cuidadosamente y con un ramo de rosas en la mano me presenté a las 8 en punto ante la puerta de la mujer por la que llevaba días suspirando. Me abrío la puerta con una sonrisa en la boca, su pelo impecable igual que la vez anterior, un maquillaje un poco más pronunciado, pero iba vestida con una bata blanca de laboratorio.
-Muchas gracias por las flores, son preciosas, eres encantador. Toma, cuelga tu camisa y tu americana en esta percha y ponte este batín, dijo tendiendome un batín de algodón.
Seguidamente me llevó al baño, donde me esperaba una silla normal y una capa de peluquería doblada en un rincón.
-Bueno Daniel, lo primero te vamos a lavar la cabeza…
No fué nada cómodo estar inclinado con la cabeza en el lavabo, pero escuchando la voz de María era como si no sintiera ni cansancio ni dolor. Después procedió a teñirme las canas que asomaban ya por mis sienes, pasaron los minutos y tras el último aclarado, me pude sentar por fin, mientras ella anudaba alrededor de mi cuello la capa con delicadeza.
Me secó un poco el cabello y me dijo:
-Te voy a dejar guapísimo, pero mírate bien al espejo, porque no te vas a volver a ver con tanto pelo ni con ese peinado, tan "natural", dijo con una sonrisa pícara.
-Córtame como tú quieras…
Oí entonces el zumbido de la maquinilla, y empezó a raparme la nuca, hasta más o menos la mitad de la altura de las orejas, al cero. Después me peinó todo el pelo hacia delante y trabajó la parte de atrás y los lados de un 3 en la parte de arriba bajando progresivamente hasta un uno donde empezaba el rapado. Me humedeció el pelo de la parte superior de la cabeza con agua y me lo peinó para atras, y empezó a entresacar con tijera. Ví hacia donde iba:
-¿Me vas a peinar todo para atrás?
-Sin raya y con gomina, vas a estar guapísimo.
Siguió con su trabajo, tras un último lavado para quitar los pelos, y un afeitado con maquinilla y espuma de mi nuca recién rapada, cogió un tubo grande de gomina extra-fuerte y tras llenarse la palma de la mano con un pequeño montón me aplastó el pelo de la parte superior de la cabeza hacia atrás hasta dejarmelo como un espejo brillante.
-Ya te puedes vestir, me dijo, estás hecho un cañon.
Lo que estaba era excitado, por su presencia, por su apariencia, por el cambio camaleónico al que me había sometido y al que jamás pensé en el pasado que aceptaría plegarme bajo ninguna circunstancia.
Me temblaban las manos cuando tras abrocharme a duras penas la camisa terminaba de ponerme la chaqueta del traje. Entonces apareció ella, se había quitado la bata blanca llevaba una falda azul marino plisada, una blusa blanca con un pañuelo de seda con motivos hípicos y tonos rojos oscuros (a juego con su lapiz de labios) anudado elegantemente al cuello.
Yo estaba cada vez más excitado, entonces ella se aproximó con un paquete en la mano, estaba envuelto en papel de regalo:
-Por lo bien que te has portado y para que no olvides nunca esta noche.
Lo abrió entonces y apareció una hermosa corbata de seda de tonos azules, se aproximó hacia mí me abrochó el botón del cuello de la camisa y me anudó la corbata, su cercanía, el olor de su perfume, sus manos en mi cuello, me provocaron una erección brutal:
-Ay Daniel, estás guapísimo…
En el espejo se reflejaba lo que una semana antes yo habría llamado un lechuguino engominado, vestido de punta en blanco, pero yo no estaba para esas reflexiones… La cojí por la cintura y la besé en la boca con muchísima fuerza mientras que con la otra mano me bajaba una cremallera del pantalón a punto de estallar…
Le levanté la falda y caimos sobre el sofá del salón.
No salimos a cenar, la noche fué larguísima, nunca había tenido tanto placer.
Ahora vivo con María, mis compañeros de trabajo ya se han acostumbrado a mi nueva apariencia y la verdad es que me da igual.
Ella sigue fiel al estilo que tenía cuando la conocí, siempre va de punta en blanco y me obliga a mí a estar a su nivel, salvo en verano no me deja salir sin corbata o al menos un pañuelo al cuello… Por otra parte ella tiene el cuerpo completamente depilado y yo tuve que hacer lo mismo, tenía miedo, pero ahora me encuentro muy bien. Le encanta afeitarme la nuca y ponerme gomina cuando vamos a salir. Y yo he descubierto el placer de ponérsela a ella cuando se recoje el pelo tras lavarse la cabeza. Nuestra vida sexual es cada vez mejor y jamás pensé que esta forma de sumisión me haria tan feliz.
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