CALZONCILLO BLANCO (Parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ProfeRicardo.
Sucedió un fin de semana que mi padre me avisó que iríamos de compras, solo los dos.
Yo obedecí entusiasmado aunque había un pequeño inconveniente o contratiempo para mí; yo ya no tenía ropa interior limpia que ponerme pero igual acompañé a mi padre ya que sería el único día que él tendía disponible para comprarme ropa, y otras cosas.
Ya en la calle, mientras hacíamos las compras, él notó mi incomodidad.
Ciertamente notó que yo no traía puesta ninguna truza ya que en mi short se abultaba más mi pequeño pene, y él se colocaba atrás mío para cerciorarse de que, además, el short se me metía en la raja de mi culito, por ser de tela muy suave.
Él se enojó y me recriminó por esta situación incómoda, pero apenas compró las truzas, nos fuimos directo a una tienda que tuviera vestidores, donde también compraría unas camisetas.
Ya en el cubículo del vestidor y con las cortinas cerradas, él me obligó a quitarme el short y quedar semidesnudo para ponerme mi nuevo calzoncillo blanco que, por cierto, me quedaba apretadito.
Sentí que él me observaba de más, como extrañado o contrariado –¡Carambas! Ya te toca una talla más grande.
¿Te aprieta mucho?– me decía mientras me hacía darme vuelta y modelar mi nueva prenda.
Así fue que, extrañamente, él me levantó los brazos y me quitó el polo, para observarme con más detalle a lo que yo respondí –Me queda bien, papi– No sé qué pasó exactamente por mi mente en ese momento pero me agradó mucho sentir las manos gruesas de mi padre en mi cintura para girarme a su antojo, o cuando jugaba con el elástico de mi calzoncillo para verificar que yo ya necesitaba una talla más grande.
Ver sus ojos, su mirada a través del espejo, que para mí eran los de un padre cariñoso o exageradamente cariñoso.
Fue un momento clave en mi niñez para despertar mi morbo y placer sexual a mis cortos 8 añitos.
La vida continuó, pasaron varios meses, hasta que en una conversación entre mis padres le escuché a él decir que me llevaría de compras nuevamente.
Inmediatamente el recuerdo de aquella pequeña anécdota en el vestidor volvió a mí mente, llenándome de emoción y excitación nunca antes experimentada.
Lo primero que se me ocurrió fue planear ir ese día sin interiores.
Quiero dejar en constancia que mi padre siempre buscaba lo más barato; él decía que mi mamá era muy gastadora, despilfarradora, así que él prefería ser quien compre mi ropa, mis útiles escolares, juguetes, etc.
, así que rara vez era ella quien nos compraba prendas de vestir.
Como consecuencia de ello, la ropa se me desgastaba más rápido; ya saben cómo es el trajín de un niño juguetón y descuidado con la ropa, sobretodo la interior.
En fin, compró mis nuevos calzoncillos blancos, él también compró de su talla, además de calcetines; y esta vez fui yo quien le pidió ir a un vestidor pues no tenía nada debajo en ese momento.
Él se puso serio y hasta se enojó conmigo pues él no tenía pensado gastar en más ropa por lo que no quería ir a ninguna otra tienda más cara que si tuviera vestidores, así que se le ocurrió llevarme a los baños del mercado central.
Llegamos a los baños, hombres refrescándose en los lavabos, otros meando y sacudiendo sus penes, y claro, el olor inconfundible de un baño público que te penetra los sentidos.
Juntos entramos a un cubículo, casi al fondo; cerrando la puerta me pidió que me ponga rápidamente el calzoncillo nuevo, pero por alguna razón, que yo no sabría explicar con certeza, me demoré más de la cuenta.
Es decir, me quité el short y le di la espalda, y maniobraba falsamente con la nueva prenda, esperando que él me diga algo.
Por el reflejo de las losetas en la pared, yo notaba claramente que él no dejaba de mirar mis nalguitas, y eso me excitaba.
Rápidamente me di cuenta que a él le gustaba admirarme, pues tardaba mucho en regañarme para vestirme de una buena vez.
Finalmente me dijo severamente –apúrate– y así lo hice.
Inmediatamente después de colocármelo yo le sugerí –¿Y por qué no te pones el que te has comprado? Estás sudando, papi– Y entonces él lo pensó un poquito, pues de verdad estaba sudando como un cerdo; ya saben cómo es, salir de compras en épocas muy calurosas y con la cantidad de gente en las calles.
Entonces dijo –Sí, mejor para estar fresquito, bebé– Y procedió a desnudarse de la cintura para abajo.
Que emoción.
Antes de continuar, les cuento que mi padre era un señor de 46 años; mi mamá era su segunda esposa.
Era de rostro severo, usaba bigotes, a veces se dejaba la barba pero siempre de sonrisa pícara.
Su contextura era gruesa, de panza chelera, tenía pocos vellos, la mayoría concentrados en su pecho y barriga alrededor de su ombliguito hundido.
Tenía piernas de campeonato, siempre fue muy deportista, practicaba fútbol y natación, este último deporte le había ensanchado la espalda lo que le hacía ver más portentoso; ¿El resto de sus atributos? pues, mejor continúo con la historia.
Se desabrochó la correa, se desabotonó el pantalón, se bajó el cierre y se lo quitó por completo; el polo se lo subió un poco para bajarse el calzoncillo que traía puesto, era uno crema de rayas azules, ya húmedo.
Se desnudó delante mío por primera vez en mi vida, lo primero que noté fueron sus pelitos pegados a su piel, producto del sudor, él se los sacudía un poco, jeje, como aireándose ligeramente.
Y, por supuesto, su pene; era una verga flácida pero bastante gruesa, apuntando hacia abajo, su pellejo le cubría casi por completo su glande.
Yo sentí un vacío en mi estómago, algo indescriptible, como si estuviera haciendo algo malo al ver a mi padre con deseos de no sé qué, y que me costaba mucho disimular.
Él, al notar mi ansiosa y casi hambrienta mirada, se sintió avergonzado pues rápidamente quiso ponerse su nuevo calzoncillo blanco, y en el intento, se le cayó al piso, lo recogió, lo sacudió y se lo colocó.
Jamás pensé que al ponerse su nueva prenda se vería mucho mejor.
Le quedaba apretado a pesar de ser talla L o XL, él metía su mano y se acomodaba el bulto, quedando listo.
Nos miramos y sonreímos sin razón alguna –Te queda bien, papi, pero ¿No te aprieta mucho?– Y él se jalaba el elástico demostrándome que le quedaba bien y sin mayor incomodidad me respondía –No, normal, me queda ajustadito– Pero yo insistí –Pero papi, te queda apretado– Y yo le agarré el elástico, se lo jalé un poco y lo solté, dejándoselo más abajito, ósea sus pelitos quedaron por encima del elástico.
Él se puso serio, pero no dijo nada, fue un pequeño momento de tensión para ambos, tal vez.
Él no me regañó, tal y como yo hubiese esperado; no se molestó, ni nada, sólo me miraba a los ojos y luego de pies a cabeza.
Luego se observaba a sí mismo y confirmaba –No, así está bien, no me aprieta bebe.
¿Ves?– Y volvió a acomodarse el calzoncillo pero más abajo de lo normal, más abajo de lo que yo se lo había dejado; por un instante pensé que se lo quitaría.
Me sorprendió, pellizcándome mi mejilla y diciéndome –No seas terco– Más que un pellizco lo sentí como una caricia dulce y continuó –A ver, el tuyo seguro que sí te aprieta y no puedes respirar– Entonces hizo una maniobra rápida, me forzó a inclinarme pero sin darme vuelta y me sujetó de tal manera que mi cara quedó bajo su brazo y torso, a un costado, mientras él, raudamente, me bajó el calzoncillo a manera de broma, a lo que ambos nos reímos, jajaja.
Sin embargo, ese pequeño instante gracioso demoró mucho más.
Nos quedamos en esa posición varios segundos.
Yo, mientras tanto, podía ver que su calzoncillo estaba bien abajo, tanto que hasta podía verle un poco la raja de su culo; giré la cara hacia la pared y por el reflejo de las losetas pude notar que él pasó de sonreír a ponerse serio otra vez, y también sentí que ya no solo jugaba con el elástico de mi calzoncillo sino con mis nalgas, como que me las acariciaba, hacia movimientos circulares con su mano y se sentía rico, muy rico.
Después de unos segundos más, me dijo –Ya vamos, se nos hace tarde– Me subió el calzoncillo y él, al separarse de mí y erguirse para volver a vestirse no pudo ocultar lo evidente.
Ufff, le vi su bulto gigantesco.
Se le había parado toda la verga; era increíble ver como se había ensanchado su ropa interior por culpa de su tremenda erección.
Además, como estaba con el calzoncillo totalmente desacomodado, ya se imaginaran la fuerte impresión que me llevé de mi padre en ese momento y en ese lugar.
Tan fuerte fue esa imagen, que por primera vez sentí humedecer mis papilas gustativas; en otras palabras, este niño de 8 añitos estaba babeando de placer por su propio padre y su nuevo calzoncillo blanco.
Es curioso, no era la primera vez que veía a mi padre con poca ropa.
Varias veces lo vi sólo en short deportivo y sudoroso, cuando venía de jugar al fútbol con sus amigos.
Otras veces, solo vistiendo una toalla en la cintura.
Insisto, no sé cómo explicar esta reacción mía, pero es que su calzoncillo nuevo, el color blanco, el lugar, el olor tal vez, el cuerpo de mi padre tan juntito al mío, todo me causaba esta nueva calentura.
Algunos le llaman simple fetichismo.
Para mí, era una calentura que iba mucho más allá de un capricho o travesura y lo comprobaría muy pronto.
Ese mismo año sucedió el detonante total de mi sexualidad y de mi preferencia por los hombres maduros y calientes, en especial aquellos que gustan vestir y exhibir sus calzoncillos blancos.
Hoy en día, la frase que siempre retumba en mi cerebro cuando estoy excitado, ahora que soy un hombre adulto, es: “NOOO, ESO NO SE HACE BEBÉ, UFFF”.
A continuación les contaré porqué.
Recuerdo que yo ya había cumplido 9 añitos y estaba próximo a terminar el año escolar.
Ese día, él llegó tardísimo a la casa, ebrio, como a las 4 de la madrugada.
Por ello, se peleó con mi mamá.
Luego, ella se fue a trabajar en su turno de mañana, como siempre; y en vista de que yo estudiaba en las tardes me desperté luego, con la sorpresa de ver a mi padre allí en la casa, a esas horas.
Lo encontré en su cama, dormido, sin sábanas encima, y sólo usando el bendito calzoncillo blanco.
Muchas sensaciones fuertes pasaron por mi mente mientras me quedaba parado en el umbral de la puerta del cuarto de mis padres, observándolo con morbo y placer.
Claro, muchos de ustedes pensarán ¿de dónde puede sacar el morbo y placer un niño de apenas 9 años? En tiempos actuales, podríamos suponer que los niños tienen como agente persuasivo y educador al internet, pero en esas épocas yo no tenía mayor referencia sobre el sexo más que las revistas porno que mi papá escondía en unas cajitas ubicadas en un pequeño desván que había en la parte posterior de la casa (todo niño travieso conoce los mejores escondites de la casa y descubre cosas para jugar, jejeje).
Recuerdo que me acerqué lentamente, mientras escuchaba con mayor nitidez sus ligeros ronquidos.
Me subí a la cama sigilosamente y le bajé el calzoncillo, con algo de esfuerzo pero con mucho cuidado, lo suficiente como para descubrir su deliciosa verga.
La admiré por un momento, la tomé entre mis manos y me incliné para chupársela.
Que rico se sentía, chupar una verga por primera vez y más aún que sea la de mi propio padre.
A pesar de que él dormía, sentí que su verga empezaba a crecer más y más en mi boca mientras yo se la mamaba desesperadamente.
Entonces, cuando su verga estaba en todo su esplendor, durísima, y chorreando harto presemen, alcé la mirada y me di cuenta que él ya estaba muy despierto.
Su mirada era seria, un poco triste tal vez, parecía inmóvil, arrepentido por su falta de reacción pero finalmente me dijo, mientras acariciaba mis cabellos –Nooo, eso no se hace bebé.
Ufff– Lo dijo en un tono suplicante.
Claro, sus palabras decían una cosa, pero su cuerpo expresaba otra, pues empezaba a agitarse y mover su pelvis, controlando el ritmo de la riquísima mamada que le daba su único hijo varón.
De pronto, incluso, ya empezaba a gemir y hasta bramar como un toro caliente, lo que significa que le gustaba estaba experiencia nueva.
Jamás me hizo a un lado, al contrario, continuaba entrelazando sus dedos en mis cabellos y continuaba con su frase –Nooo, eso no se hace bebé– ¿Cómo olvidarlo?
Eran casi las 10 de la mañana, y ahí estaba yo, un niño gordito de 9 años, en la cama matrimonial de mis padres, apenas vistiendo mi pijama, arrodillado e inclinado, chupándole la verga gorda, dura y babosa de mi padre, un señor de 47 años, con su calzoncillo blanco ya a la altura de sus muslos, totalmente entregado al placer del incesto.
Por ratos, él daba señales de arrepentirse pues ponía su mano en mi frente, como queriendo alejarme pero casi de inmediato terminaba acariciando nuevamente mis cabellos, y hasta me los jalaba hacia arriba para observar muy bien hasta donde le entraba su verga gordísima en mi boquita –Eso no se hace bebé– seguía diciéndome, y por supuesto que su verga no me entraba toda, sólo hasta la mitad y un poquito más.
Entonces, en un movimiento brusco, él se sentó, me jaló y me echó boca abajo ahí mismo en la cama.
Mientras me jaloneó mi pantaloncito de pijama, me daba pequeñas nalgadas y entonces se montó encima de mí.
Empezó a hacer movimientos encima de mí, como si estuviera haciendo el amor conmigo, sentía su verga dura abrirse paso entre mis nalgas, aun sin penetrarme.
Pesaba mucho mi papá, pero eso no le importó e incluso comenzó a gritarme -¿Qué? ¿Quieres que te cache? ¿Ahhh? ¿Quieres que te la empuje? ¿Te gusta la pinga, bebé? ¿Ahhh?– Se descontroló por completo y me sentí culpable, pero a pesar de eso, lo disfruté completamente, pues me sentí poseído por mi primer gran amor, mi propio padre.
Se comportaba como loco, su movimiento de caderas era frenético; insisto, aunque no me penetraba, rosaba bruscamente la raja de mi culito.
Qué viejo para más mañoso resulto ser él y que hijo para más putito yo, también.
En un instante, yo gemí de dolor porque pesaba bastante y no me dejaba respirar bien.
Entonces se incorporó, se arrodilló detrás de mí, me jaló y me levantó de la cintura, seguramente para apreciar con más detalle mi agujerito anal.
Escuché que se calmó un poco pero seguía respirando fuertemente mientras amasaba mis nalgas redonditas, y acariciaba mi huequito.
Inmediatamente, volvió a hacerlo pero esta vez sentí su dedo mojado, incluso yo escuchaba que se mojaba el dedo y luego sentía que intentaba introducirlo en mi anito.
Así estuvimos un buen rato, él, detrás de mí y yo en esa posición, con mi carita pegada al colchón y mi culo bien levantado a su disposición.
Me escupía profusamente y seguía maniobrando sus dedos en mis culito, a lo que yo gemía y también me quejaba de dolor –Au, papi– Entonces él reaccionó, y supongo que comprendería que me haría mucho daño si probaba penetrarme con esa tremenda verga que tenía, así que me dijo –Ya bebé, no te muevas– Inmediatamente, sin voltear a verlo, escuché que empezó a masturbarse con mucha rapidez y desesperación, y en menos de un par de minutos terminó echándome su leche en mi espalda y mis nalgas –Ahhh, ya bebé….
Ufff… ¡Ahhh que rico!– terminó gritando de placer, tan fuerte que hasta pensé que los vecinos escucharían.
Yo me quedé quietecito en la cama, mientras él se levantó y se fue al baño.
Pasaron unos minutos, y yo sentía que su leche se hacía más aguadita encima mío y empezaba a escurrir por todos lados, sobre todo por mis nalguitas; por primera vez experimenté esa rica sensación de recibir el líquido de macho de mi padre en mi cuerpo y que luego me resbale por mis nalgas y mi agujerito.
Al regresar él y verme en la misma posición soltó una risa maliciosa y burlona.
Se puso su calzoncillo blanco y me ordenó irme al baño y darme un duchazo.
Yo obedecí como siempre, pero esta vez con más afán; me sentía a su merced, adoraba a mi papi, o mejor aún, a este nuevo padre que acababa de conocer.
Sellamos nuestro secreto con un beso cariñoso.
Continuará
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PD: Este relato está dedicado especialmente a NINABOX por su afición a las truzas.
Espero que lo disfrutes.
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