Clases de natación (parte 3)
Cada semana, al salir de la piscina me esperaba un nuevo episodio en el vestuario con Héctor, mi compañero de clase. Obligarme a desnudarme ante él, oler mis axilas, ducharnos juntos… Poco a poco, generó en mí una expectativa, un deseo..
A raíz de nuestra ducha a solas en la que yo… —Bueno, si leíste la parte 2 sabrás lo que ocurrió— Empecé a sentirme sucio, como si hubiera hecho algo prohibido, como si hubiera cometido el peor pecado del mundo. Esa extraña sensación de suciedad no se iba ni con toda la pasta de dientes del mundo, ni frotándome la lengua hasta sufrir una arcada. Había cruzado una frontera importante y me había adentrado en un mundo que consideraba peligroso. Era demasiado joven para hacer algo así, y con una chica luego luego, pero ¿con un tío?
Pese a la culpabilidad y a las dudas, Héctor me atraía sobremanera, y no hay culpabilidad que no venza el deseo impulsado por la entrepierna. Estaba hechizado. No dejaba de pensar en él, o más bien, en lo que hacíamos. Dentro de mi cabeza, la escena se repetía sin cesar y creía haberla vivido mil veces, cuando lo cierto es que solo había sucedido una vez. Ambos actuamos como si nada hubiera ocurrido; sin embargo, el próximo jueves estaba a la vuelta de la esquina. Era el día en que regresaríamos a la piscina climatizada y él se acercaría a mí en cuanto los demás se hubieran marchado.
No lo hizo. Se cambió en el baño como el resto de mis compañeros y me dejó con la miel en los labios, babeando, añorando una dosis de esa droga que me había inyectado no una, sino cuatro veces a lo largo de las últimas cuatro semanas. ¿Por qué esta era diferente? ¿Se avergonzaba de lo sucedido o tenía miedo de que yo le pidiera hacerme lo que yo le había hecho?
No supe responder a esas preguntas, pero no por ello dejé de planteármelas. Se convirtió en una obsesión, en algo que no podía sacarme de la cabeza y que me acompañaba a todas partes. No veía el momento de quedarme a solas con él, de conseguir que no se alejara al verme en el patio del instituto o en los cambios de clase. Y llegó a tal punto mi desesperación que, durante las clases, le miraba de reojo, reviviendo cada escena de esta historia, desde el comienzo. La manera en que tiró de mi bañador la primera vez, su nariz recorriendo mi axila, sus ojos clavados en el arbusto de mi entrepierna y esa adoración por mi cuerpo desnudo que tanto me había incomodado al principio y que ahora añoraba como agua en mayo.
El jueves siguiente, durante nuestra sexta clase de natación, no despegué los ojos de Héctor. Contemplaba cada parte de su cuerpo con deseo, no porque fuera especialmente atractivo o tuviera un gran físico, sino porque sabía que era el único que podía darme lo que necesitaba, que podía calmar mi sed y detener el ardor que me consumía desde nuestro último encuentro.
Miraba su espalda mientras nadaba, admiraba sus piernas y la silueta de sus glúteos de camino al vestuario. Y una vez ahí, cuando se sentó en el banco de enfrente a aguardar su turno para cambiarse, me fijé en su abdomen, sus hombros y, como no podría ser de otra manera, su paquete hinchado bajo un bañador slip. No tenía una erección, pero se veía más grande que de costumbre. No pude evitar preguntarme si era culpa mía, si le había dejado con ganas de más, si sus bolas ansiaban el momento en que alguien les aliviara la carga.
Debió de darse cuenta de mis miradas, porque se echó la toalla sobre la cadera y dobló las piernas. No por ello disminuyó mi interés. En lugar de recrearme en su entrepierna, lo hice observando sus axilas, intentando descubrir aquello que le llamaba la atención de las mías, la belleza que encontraba en esta zona del cuerpo masculino. Como no alzaba los brazos, tuve que centrarme en otra parte del cuerpo, siendo esta sus delgados tobillos y los pies que colgaban de estos, apoyados en las baldosas del suelo, con el talón ligeramente apoyado en la madera del banco.
Por un momento recordé mi comentario de hacía dos semanas, cuando le dije que prefería chuparle un pie a la axila. La idea ya no me parecía tan descabeyada. Tenía tantas ganas de revivir aquello que estaba dispuesto a chupar lo que hiciera falta, y aún a arrastrarme desnudo por las duchas si era necesario y suplicarle besándole los pies.
Nos habíamos quedado de los últimos. Muchos habían salido después de cambiarse, y en vistas de que Héctor planeaba hacer lo mismo, me adelanté, robándole el turno y encerrándome en el baño para que no tuviera la oportunidad de vestirse antes que yo y, de ese modo, ganar algo de tiempo antes de que se marchase. Me saqué el bañador, pero no me puse los calzoncillos. En lugar de eso, me anudé la toalla y salí. Tal y como había imaginado, no quedaba nadie. Héctor había salido, o eso pensaba yo, examinando el vestuario, totalmente vacío.
—¿Todavía no te has vestido? —me preguntó una voz. Era la suya.
Había salido del baño después de mí, en calzoncillos, con el bañador húmedo en la mano.
No supe qué decir. Tenía miedo de utilizar las palabras equivocadas y enfadarle. Le resté importancia y comenté con fingida naturalidad:
—Me lo he pensado mejor y voy a darme una ducha.
Subió los hombros con indiferencia y continuó camino a las taquilla. Le vi sacar su ropa y tiré la toalla. Literalmente, me deshice de ella, lanzándola al banco en el que antes había estado sentado y adentrándome en las duchas, dejándolo allí. Fue una apuesta. Quería ver si se animaba a seguirme o, por el contrario, esos momentos de indecente intimidad habían acabado. Si se marchaba, no volvería a intentar nada. Me olvidaría de él, de lo sucedido y pasaría página, matando el deseo con pornografía o lo que hiciera falta hasta que fuera capaz de quitármelo de la cabeza.
Presioné el botón y el agua de la ducha cubrió mi cuerpo desnudo, de la cabeza a los pies. Moví los dedos, jugando con el agua que se acumulaba bajo ellos, y mi mano derecha se condujo sola a la entrepierna, acariciando el pelo y empezando a manosear mi pene, todavía flácido, pero no por mucho tiempo.
Había pasado varios minutos desde que había empezado a ducharme. «Héctor ha tenido tiempo de sobra. Si no se ha unido es porque no quiere, y punto», me dije. «Ya estará de camino a su casa.»
Me puse de espaldas al arco por el que se accedía a la zona de las duchas y empecé a masturbarme con ganas, liberando la fuerza contenida a lo largo de los últimos días. Me había estado reservando para ese momento, pensando que así sería más intenso y que, como mi amigo, yo también dispararía un gran chorro de semen. Tenía la esperanza de acabar antes que él y compartir ese momento especial.
Se me heló la sangre cuando escuché activarse una ducha tras de mí. Me habían pillado, no había forma posible de ocultar esa erección, y de seguro se había fijado en mis movimientos. Por muy de espaldas que estuviera, cualquiera reconocería el gesto que estaba haciendo. Permanecí inmóvil, con el corazón latiendo deprisa. Me cubrí el pene con ambas manos, comprobando si, de ese modo, lograría taparlo de la mirada del desconocido y disimular. Un chico joven que se avergüenza de su físico, nada raro. Y entonces oí a mi acompañante.
—Por mí no te cortes.
Sus piernas largas y delgadas, sus glúteos redondos, su espalda ancha y su cabello. Era Héctor. También me daba la espalda, enjabonándose con calma. Sabía lo que hacía y me invitaba a seguir, pero yo no quería tocarme otra vez, no quería seguir masturbándome. Deseaba que él lo hiciera por mí, que fuera algo mutuo o, por lo menos, que me ayudara de algún modo, como él sabía hacer.
Me acerqué a él y no se giró. Sabía de mi proximidad, pero actuaba como si no. Tenía los ojos cerrados mientras se aclaraba el pelo y el agua se deslizaba por su cuerpo como a mí me habría gustado hacer con mi lengua. No dejaba hueco entra la pared y él para que pudiera colocarme, así que me puse detrás y dejé que sintiera mi erección entre sus nalgas. Al instante se giró y me empujó con rudeza, pidiéndome que me apartara. Pero al mirarnos a los ojos noté que se ablandaba su carácter, que no lo decía en serio. No quería que me alejara, sino que ayudara a despertar la chispa en él que lo había llevado a meterme su miembro duro en la boca la última vez.
—Perdona, tío —dije. Y me llevé una mano a la coronilla, rascándome, a sabiendas de que sus ojos se posarían en mi axila.
No fue suficiente. Hice lo mismo con el otro brazo, posando. Héctor no me quitaba el ojo, pero tampoco se movía, y su pene lampiño seguía flácido.
—Oye, tío, ¿te ha salido ya pelo? —comenté señalando su axila, también sin éxito. Si me hubiera acercado con la lengua, quizás…
Mi último intento:
—No sé si has visto… Sí, tío, se me ha caído… Debe de estar por aquí. Ten cuidado, no la pises.
Una lentilla, una pulsera, yo qué sé. No preguntó y yo tampoco me vi obligado a decidir el qué. El caso es que con esa excusa me agaché ante él, rozando su miembro con mi nariz y mi frente, como si no fuera mi intención. Seguí hasta llegar a la altura del suelo y allí me quedé de rodillas, apoyado sobre mis brazos, fingiendo que buscaba algo que se me había perdido. Mi dignidad, ya que no otra cosa. Tampoco había dado resultado el roce. No me atrevía a lamérsela sin que me lo pidiera, como tampoco había sido capaz de pasar la lengua por sus axilas.
Me dispuse a ponerme en pie y marcharme cuando algo me detuvo, una imagen que se me quedaría grabada para siempre en la memoria: un plano contrapicado de la desnudez de mi amigo en todo su esplendor. En primer lugar, la planta suave de su pie sobre mi cabeza, sus cinco dedos redondos ordenándome no mover ni un músculo hasta recibir instrucciones. Las piernas como dos autopistas que conducían a una erección palpitante de la que colgaban sus testículos, de un volumen superior al que recordaba. Sus brazos descansaban a ambos lados de su cuerpo, mientras su boca se abría ligeramente, respirando con deseo, empezando a salivar, aunque no tanto como la mía ante esa visión. Tiró de su polla hacia abajo y la soltó. Rebotó dura contra su pubis y, a continuación, se agachó para agarrarme de las axilas y, sin pararse a apreciar el pelo que me nacía en ellas, me alzó hasta su miembro, metiéndomelo en la boca con fuerza y devolviéndome en el acto la erección que, minutos antes, había perdido.
Fue algo increíble que, por extensión, merece su propia parte.
No te pierdas la parte 4.
no manches te pasas me cortastes jajajajaja buen relato amigo saludos y sigue contando mas me gustaron tus relatos y ya estoy esperando el siguente y los que siguen ok .. 🙂 😉 🙂 😉