Colaless’stories o la lujuria desatada para que me den por culo cada vez que me convierto en nena caliente. 1
Quiero que ustedes sepan cómo y de qué manera llegué a ser libidinosa y caliente para desear ser la hembra de todos los machos que quieran usarme como receptáculo de su semen caliente..
Colaless’stories o la lujuria desatada para que me den por culo cada vez que me convierto en nena caliente. 1
Quiero que ustedes sepan cómo y de qué manera llegué a ser libidinosa y caliente para desear ser la hembra de todos los machos que quieran usarme como receptáculo de su semen caliente.
Cuando era un nene y aún no podía entender que llevaba el germen de Mesalina en mi interior, solo aprendí poco a poco que el pene no es el único órgano que produce placer. Muchas ocasiones en que anduve con el pico parado y abrí un agujero en el bolsillo de mi pantalón para tocarlo, restregarlo y masturbarlo cuando pude hacerlo sin que tuviera la molestia de la descarga delatora; que después aprendí a ocultar en un pliegue del colchón de la cama en que culminaba mi actividad masturbatoria.
Encontré un calzón entre la ropa sucia y al parecer había quedado ahí después de la visita de amigas y compañeras de mi hermana. Lo llevé a mis fosas nasales y ese olor de almizcle, dulzón y ácido me hizo desatar un vendaval de deseos que se acrecentaron cuando subrepticiamente me desnudé y frente al espejo del baño me puse esas sucias bragas que habían estado en el culo y la vagina femenina. Me sentí trastornado y miré mi trasero. Hundí el calzón en la raja de mi culo y lo miré en el espejo.
Una inmediata reacción de lujuria me invadió y el pene quiso romper la tela y tuve que aquietarlo sobándolo y aprisionándolo para que se mantuviera erecto y expectante de lo que vendría.
Me miraba en el espejo mientras estiraba las bragas y me deleitaba ver como se hundían en la rajita que hasta ese momento solo experimentaba placer cuando me daban enemas para el estreñimiento y que luego yo replicaba con gotarios a los que les introducía toda clase líquidos, no solo agua, té, café y leche, sobre todo leche cuya apariencia me figuraba semen…
Debo llevarlos a la escena primera en que me culiaron en mi etapa adulta de inicio de una homosexualidad ya admitida y deseada.
-¿Qué te pusiste?
-Un colaless. ¿Te molesta?
-No, para nada. Es tu gusto. Solo te preguntaba.
-Me caliento cuando me lo pongo y me hace adelantar el placer que me dará cuando me lo hagan un lado y el pene inicie ese camino que ya no tendrá vuelta atrás.
Alejandro me atrajo hacia sí. Y mientras con una mano me acariciaba los pezones, con la otra hacia un lado el hilo dental y su pene erecto se metía de un solo envión hasta el final de mi recto. No puedo mentirles a ustedes que no me dolió. La verdad es sí me dolió, pero fue solo un segundo cuando el esfínter se abre para dejar pasar al intruso que le dará placer, aunque la primera sensación es de dolor.
La próxima vez no se necesitará ya que ello ocurra porque ante la sola presencia del invasor deseado se abrirá dejándolo pasar con deleite real.
Efectivamente, fue un camino de mariconeo que se inició con plena conciencia y me lo señaló Alejandro, un colega con el que nos contactamos a través de las nacientes redes sociales de esa lejana época en que toda la tecnología actual estaba en su incipiente desarrollo inicial.
Lo había recogido en las cercanías del supermercado y cuando le abrí la puerta y me vio esbozó una sonrisa que claramente quería decir: ¡Ah, tú también eres de los míos!
Casi tres años estuvimos culiando cada vez que podíamos hacerlo y con él conocí nuevos machos que me taladraron el culo repetidas veces. Eso era lo que buscaba cuando me puse los calzones por primera vez y empecé a sentir lo que sería un hábito: colocar entre mis nalgas el hilo suave de un colaless y sentirme nena que quería ser hembra con un macho que la hiciera sentir el dolor-placer de ser cogida.
Vino luego el primer sexo grupal con tres amigos que nos reunimos en la casa de uno de ellos. Nos desnudamos después de un partida de dominó que ganamos con mi pareja, un periodista español que recibiría pronto la visita de su esposa y quería darse la despedida de esta lides de orgías. Él pidió ser mamado y yo pedí lo que más me gustaba y buscaba con mucho ahínco: que me usaran el culo con todo lo que ello implica.
Hubo un impasse porque me pidieron que me desnudara completamente y a lo que aduje que yo me sentía realmente caliente cuando usaba colales. El segundo, fue el uso de condón que en esa época era mi obsesión y que replicaba ante mis discípulos adolescente quienes ignoraban mis andanzas. No todos porque algunos de ellos, después de egresar, supieron darme gusto por mi culo que recibió sus embestidas viriles.
Así pude incorporarme en ese grupo y en la noche recibí la visita de Fernando quien me pidió un condón y una vez que se lo puso y, en cucharita, abrió la puerta en que estaba el hilo dental y me introdujo, ya por segunda y última vez, su pichula hasta descargarse dentro del condón. Se dio la media vuelta y se durmió no sin antes lanzar un sonoro pedo. Afortunadamente fue solo ruido y sin consecuencias olfativas.
La primera vez que me había ensartado en su verga fue cuando lo monté y lo cabalgué con tal ímpetu que me hizo despender cierta materia fecal.
-¿Chocolate? Anda a lavarte el culo. Me dijo y con cierta vergüenza me apresuré a hacerlo.
Cuando volví, se había incorporado de nuevo al grupo en que el profe de matemáticas le chupaba la verga al hispano, momento que aprovechó el anfitrión para meterle la verga de una al profe que dio un femenil chillido y que Fernando después me comentó porque yo le resistí sin chistar la introducción de su herramienta que no era pequeña ni delgada.
Me vine de mañana muy temprano y atrás quedó el grupo de culianderos.
La próxima vez que usé el colaless que, a todo esto era de color negro, y obvio, de mujer, con encaje y florcitas de cinta, fue con el paramédico de un lugar cercano al que vacacionaba.
También intentó sacármelo, pero le advertí que yo solo culiaba con esa indumentaria que me servía para entrar en el personaje de nena putita trav que me empezaba a forjar.
Recuerdo que, después de cogerme de pie, me abrazaba acariciando mi pecho, me volcó encima de la cama y me levantó los pies y los puso en sus hombros, apartó el hilo y me metió la penca hasta que sentí sus huevos golpear mis nalgas.
En la próxima entrega: mi primer registro con el colaless negro en una visita relámpago a prestar el poto.
(CONTINÚA)
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