El hombre que no quiso tocarme
Quedé con un tipo 20 años mayor que yo y no se atrevió a tocarme, al menos en mi zona íntima. En su lugar, jugó con mis pies..
[Me llamo Yoel. Tengo actualmente 22 años. Soy muy delgado, bajito, y de piel clarita. Tengo el cabello negro y soy lampiño, salvo en pubis y axilas. Y además de fetichista y nudista, soy esclavo.]
Había descubierto mi parte fetichista con mis amigos y gracias a episodios que contaré en otra ocasión, había asumido mi sexualidad. Solo quedaba poner en practica mis fantasías y explorar el sexo entre hombres. Y no quería esperar a ser mayor, así que recurrí a la vía más fácil para dar con hombres y satisfacer mi curiosidad: la aplicación de la máscara y otras parecidas. Sin embargo, no terminaba de atreverme a pasar del chat a la realidad. Una parte de mí lo ansiaba, la otra se resistía.
Se llamaba Felix y tenía 36 años (21 más que yo). Me abrió chat basándose únicamente en mi biografía y se llevó una grata sorpresa. Mi cuerpo, que a mí me había parecido siempre normalito tirando a mediocre (delgado, como si no hubiera dado el estirón, algo lampiño) le atrajo sobremanera. Estaba muy caliente, decía, y quería pegar mis muslos a mi pecho y lamerme el culito hasta hacer que me corriera. Aquello era demasiado para un novato como yo, así, de sopetón, pero me ponía y quise ver qué más querría hacer conmigo. Envíe algunas fotos desnudo y me preguntó si se la chuparía, a lo que, babeando, respondí afirmativamente.
No me cabe duda de que se estaba tocando mientras escribía. Me preguntó si era virgen, si me cabría entera en la boca, si le llamaría «papi» mientras me follara y yo estaba tan caliente que le dije: si me la metes muy hondo, sí.
Me propuso quedar. Mi cuerpo tembló de miedo, pero decidí hacerlo, movido por el deseo, y salí de casa para acudir al lugar del encuentro: detrás de un parque. Él me esperaría en de coche. Cuando le escribí un mensaje avisando de que había llegado, las luces parpadearon, indicándome que subiera. Fui a hacerlo, pero me negó la entrada: detrás. Me acomodé en los asientos traseros, aterrizado. No quise cerrar la puerta por si tenía que salir huyendo en cualquier momento. Él lo hizo por mí.
Arrancó el coche y me llevó a un descampado, a las afueras, iluminado únicamente por la luz de la luna. Allí se bajó y entró en la parte trasera conmigo. Me observó en la oscuridad con mucha calma y me preguntó si estaba bien. Hice un gesto afirmativo con la cabeza.
-Venga, vale. Desnúdate.
Empecé a hacerlo. Primero sudadera y luego la camiseta interior. Antes de que procediera con la mitad inferior, me detuvo y trató de vislumbrar mi pecho y abdomen, como escaneándome con la mirada. Acto seguido, me levantó un brazo para revisar mi axila algo extrañado. Entonces, sin mediar palabra, siguió desvistiéndose. Yo me quité los zapatos y me saqué los pantalones. Iba a seguir con los slips cuando volvió a detenerme. Estaba serio. Quería saber si realmente tenía 18.
Volví a mentirle.
-pues claro.
-no lo aparentas
[Aclaro: tampoco ahora, con 22, lo aparento. Tengo un físico muy parecido al de aquel entonces, solo que ahora sí me sale vello en axilas y un poco más oscuro en piernas]
Se veía molesto. No entendía que no estuviera más desarrollado, que no me naciera pelo en el ombligo.
-Tengo aquí – dije enseñando el pubis.
Por si acaso, me pidió que no me quitara los slips. Le había cortado el rollo. Estaba tan nervioso como yo al principio, lo que me dio seguridad. No debía de ser peligroso.
-si no quieres hacerme nada, puedo hacértelo yo – dije.
Deseaba hacer cuánto me había escrito esa tarde en el chat, yo lo sabía y no quería irme sin cumplir alguna de las fantasías. Asi pues, le agarré el pene bajo sus calzoncillos y empecé a manosear. Apartó mis manos.
-No puedo. Tú no debes tocarme ahí y yo tampoco. No siquiera besarte. Pero me pones tanto …
-¿y qué hacemos?
Me pidió que me tumbara mientras él seguía sentado, y pusiera mis piernas sobre las suyas.
-no voy a pasar de tus rodillas, ¿de acuerdo?
No lo entendí. Yo quería lo contrario: que no bajara de ellas, que disfrutara de mi cuerpo.
Se llevó mis pies a la cara y olisqueó los calcetines, empezando a masturbarse con la polla dentro de los calzoncillos. Pegó su nariz a la tela y jadeó. Me quitó un calcetín y lamió la planta, haciéndome cosquillas. Me retorcí algo incómodo y pareció pensar que disfrutaba, porque se excitó aún más y me desnudó el otro. A continuación, su lengua pasó de mi planta a mis dedos, metiéndoselos uno a uno en la boca, del pequeño al grande, en orden. Yo estaba tan sorprendido como expectante, más atento a su erección, que habla escapado de la prenda y apuntaba al techo del carro. No dejaba de imaginar en lo que vendría a continuación, lo que ocurriría cuando, cegado por el deseo, se atreviera a meterme mano. Con solo pensar en él sobre mí, penetrándome con su larga polla dura, mi polla se levantó, suplicándome que la tocara como él tocaba la suya.
Cuando vi que aquel hombre se levantaba para masturbarse con ferocidad apuntando a mis pies, me bajé los slips a la altura de los muslos y lo imité. Apenas me dio tiempo a hacer nada. Él gimió extasiado y disparó un chorro de semen que saltó sobre mis dedos y trazó un arco sobre mi polla hasta dar en mi cuello y pecho. Las siguientes gotas terminaron en mis pies, como pretendía, y una vez se recuperó del esfuerzo y perdió el deseo, regresó al asiento del piloto y me pidió, sin mirarme, que me vistiera de inmediato.
Lo hice, no sin antes, oculto y como haciendo algo prohibido, recoger su semen de mi torso con los dedos y llevármelo a la boca. Me excitaba su sabor. Agarré mi tobillo derecho y me llevé el pie a la cara, lamiendo los dedos como antes lo había hecho él para limpiarlos de su saliva y su leche, e hice lo mismo con el izquierdo.
Me llevó al parque en el que me había recogido, terminé de vestirme y no volví a saber de él.
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