El Padre Gumersindo
El Padre Gumersindo era el cura de mi parroquia desde yo que recuerdo.
El Padre Gumersindo era el cura de mi parroquia desde yo que recuerdo. Y digo “era” porque ya no está entre nosotros. Un paro cardiaco se lo llevó de este mundo al cielo. Estoy segura que está ahí porque era muy bueno. Mi madre nos llevaba a verle para rezar, a mi hermano y a mi. Después de hacerlo nos sentábamos en la primera fila de los bancos de la iglesia contemplando aquella enorme cruz sobre el altar mientras esperábamos que mi madre volviera del despacho del Padre Gumersindo. Cada viernes mi madre le daba un dinero para contribuir así al bienestar de la parroquia.
Mi hermano y yo nos cansábamos de esperar que mi madre volviera del despacho del cura. Un día que me había quedado dormida esperando, mi hermano me despertó retándome a que no era capaz de ir a ver que hacían. Yo le dije que él tampoco tenía ese valor. Me dijo que le acompañara que él conocía un escondite desde donde mirar. El despacho del Padre Gumersindo estaba en el sótano De la Iglesia, al que se accedía por un pasillo que daba a un patio con flores de varios tipos. Tenía dos ventanas pequeñas y cuando llegamos en silencio a una de ellas, escondidos, pudimos ver a mi madre charlando con el Padre Gumersindo que al cabo de un rato se sentó en una silla y se dió dos palmadas en el muslo, indicándole así a mi madre que se sentara en él.
Mi madre lo hizo y el cura empezó a sobarla despacio mientras nuestra madre se abría el escote y le enseñaba sus grandes pechos. Él le metió la mono debajo de la falda y al momento mi madre empezó a gemir de placer. El Padre Gumersindo era un hombre muy maduro y gordo con una barriga redonda que se notaba debajo de sus hábitos, y el cabello plateado, corto, con la raya a un lado y ondulado. Era un poco bajito y mi hermano decía que pesaba más de 120 kilos. Mi madre se levantó de su pierna, se desabrochó la blusa y se quitó el sujetador talla 110 F (lo sé porque yo jugaba probándomelo cuando ella no estaba en casa), entonces él se levantó también y se quitó lo hábitos quedándose con calcetines y zapatos y unos calzoncillos donde se notaba un gran bulto. Mi madre se acercó y metió la mano en él y sacó una gorda y venosa polla morcilla que madre empezó a mover y el Padre Gumersindo se perdía besando aquellos grandes cántaros de miel de mi madre. Yo era la primera polla que veía y pensé que todos los hombres la tendrían así de gorda pero ahora sé que es una de las más gruesas y grandes que nunca vi, más aún cuando aquel vergón se puso tieso. En eso, Don Gumersindo (como le llamaba mi madre), se volvió a sentar y, cogiendo a mamá por el torso, le puso su culo encima de su polla introduciéndola poco a poco, despacio, mientras ella se tocaba sus grandes tetas con una mano y, con la otra, apoyada en su muslo, se ayudaba a subir y a bajar del pollon del Padre Gumersindo mientras gemía de placer. Estaba muy excitada, sin embargo, Don Gumersindo parecía que jugaba una partida de dominó porque se había inclinado hacia atrás y dejaba que mamá le cabalgara el pedazo de polla que tenía, sin inmutarse apenas.
Mi madre chilló (había tenido un gran orgasmo), y después se relajó y sin desmontar la polla del cura, descansó su espalda sobre la barriga y las tetas duras de Don Gumersindo, y este la empezó a sobar los pechos suavemente desde atrás mientras la tenía empalada. Mi hermano me dijo que a aquello se le llamaba sodomización porque lo había leído en un libro de sexo que mi madre guardaba en lo alto de su armario. En esa posición estuvieron hasta que las caderas del Padre Gumersindo empezaron a dar botes en el asiento, a la vez que mi madre echada encima del voluminoso cuerpo de Don Gumersindo y, con los brazos hacia atrás, recibía el chorro de leche que le metió el cura en el ano. Yo, de los nervios ante lo que veía, tropecé con mi hermano y caí redonda al suelo haciendo bastante ruido. El padre Gumersindo lo oyó y, al mirar hacia la ventana, nos vio salir corriendo. Corrimos tanto como pudimos hasta llegar agotados y jadeando a los bancos de la iglesia.
Al cabo de un rato mi madre apareció con semblante muy serio y nos dijo que nos habíamos portado mal y que el Padre Gumersindo quería hablar con nosotros en su despacho. Ella nos acompañó hasta la puerta del mismo. Entonces al tocar nosotros en ella, el cura abrió lentamente. Entramos sin mirarle hasta que cerró la puerta. El Padre Gumersindo tenía su camisa con alzacuello puesta pero no llevaba pantalones y vimos sus gruesas y musculosas piernas sin pelo. Nos rodeó los hombros con sus fuertes brazos, y nos guió hasta la mesa de su despacho. Cuando se sentó en el sillón, cogió una botella de vino que había encima de su mesa, y se sirvió 3 copas que bebió de golpe. Entonces nos dijo que no podíamos contar a nadie lo que habíamos visto porque sino arderíamos en el infierno. Nosotros le dijimos que callaríamos siempre, y él nos preguntó si lo visto nos había gustado. No contestamos pero el cura se percató que mis muslos estaban mojados por dentro. Acto seguido me dijo que me acercara y me cogió por el brazo y me sentó en una de sus grandes piernas. Yo comprobé que no llevaba calzoncillos porque su gruesa y venosa polla descansaba morcillona en el tapete del sillón, debajo de su barrigón. Me dijo que si quería podía tocarla, y yo, lo hice y empecé a tocarla hacia delante hasta llegar al ciruelo que estaba húmedo. Aquel pollon creció de inmediato y se puso igual de grande que con mi madre. El Padre Gumersindo me dijo que le diera un beso y mi boca fue directa a sus labios que besé durante unos segundos mientras intentaba agarrar con mi mano su verga pero no lo conseguía por lo gorda que era. El cura me beso en la mejilla con mucho cariño y yo, muy excitada, empecé a desabrochar su camisa para ver sus grandes y duras tetas, y su gran barriga. Yo llevaba un vestidito que el me quitó rápidamente y deslizó su gruesa mano dentro de mis bragas para ir abriendo con sus gruesos dedos mi conejito. Mi hermano observaba atento pero de repente se acercó y le pidió permiso al cura para sentarse encima de su muslo. El padre Gumersindo lo dejó no sin antes ordenarle que subiera después de bajarse las bermudas y el calzoncillo. Así pues nos tenía a los dos sentados en sus piernas. Mi hermano se lanzó a agarrar el grueso cuello del cura mientras este le sobaba el culete y dejaba, entre sonrisas y carcajadas, que yo lo besara repetidamente en su rasurada cara y le tocara aquella tremenda polla…
Continuará…
Telegram: @jupiterzc
Es una buena y caliente historia…, espero que no tardes en continuarla.
Gracias grillocachondo. Cómo te gustaría que siguiera?
Me encantó tu relato, tiene mucho morbo. Ojalá sigas con la continuación.
Gracias Poznan. Cómo te gustaría que siguiera?
Ufff si que le dé verga a los 3 juntos
Hola a todos. Gracias por los comentarios. Los que se sientan Identificados, escríbanme
Ufff ese curita se la pasa muy bien !!!