El Padre Gumersindo (2)
El cura nos enseña que no debemos espiar.
Tenía la polla hinchada y dura. Era enorme y la tenía pegada al barrigón que colgaba redondo y duro. En un instante desmontó a mi hermano y me subió encima. Yo estaba de pie sobre sus poderosos muslos y me agarré a su cuello que, de lo grueso y fuerte que era, no existía. Su cabeza y papada empataban con el torso, y sus brazos eran tan grandes y fuertes como herculano su cuerpo.
El Padre Gumersindo le pidió a mi hermano que le trajera vino y mientras me bajó las braguitas hasta las rodillas y me beso repetidamente mi concha mojada. Tenía unos dedos gruesos que me sujetaban por el torso para que no perdiera mi equilibrio. Empezó a chuparme mi raja a la vez que su mano derecha bajó y sobó mi culo. Su cuerpo me excitaba mucho y era tan viril que me tenía en la gloria.
Mi hermano estaba de pie al lado nuestro con la copa de vino en la mano y, el Padre Gumersindo cuando se percató, la cogió y bebió, dándome un poco a mi también. El cura le indicó a mi hermano que le tocara ahí debajo y de reojo observé como sus dos manos (apenas la abarcaba de lo gorda que era) subían y bajaban por aquella académica polla mientras me comía despacio el coño con aquella afeitada boca en lo que yo tenía mi primer gran orgasmo. Chillé cuando lo tuve y El Padre me agarró por la nuca y me hizo abrir mi boquita con su lengua que salía serpentina de sus finos labios para acallarme. Así estuvimos unos minutos en los que el cura, además, intentaba meterme un dedo en mi culo. Me dolía pero se sentía rico a la vez. Estaba ya entregada cuando paró y me miró a los ojos preguntándome entre carcajadas si me gustaba. Mientras reía su buche y su corpachón se movían al ritmo de su risa. Era impresionante la cara de buena persona que poseía y la masculinidad de su manera de ser.
Entonces me desmontó y me puso de pie al lado suyo como si fuera una pluma y le dijo a mi hermano que se diera la vuelta. Ensalivó bien su mano y comenzó a pasarla arriba y abajo por la raja de mi hermano que gemía de gusto. Mi hermanito estaba tan excitado que acerco su culo a el pollon del Padre Gumersindo y lo sujetó para orientarlo a su ano y, entre gritos y gemidos empezar a metérselo. Cuando había entrado el glande el cura lo cogió por la cintura y lo levantó hacia si mismo metiéndosela hasta la mitad. Mi hermano sollozaba y gemía y observé como el Padre Gumersindo lo subía sacándosela y se la volvía a meter varias veces para su gozo hasta que mi hermano, con la pija a reventar, soltó un chorrito de líquido blanco por ella. En eso el curita lo empaló hasta que el culo de mi hermano y su cuerpo hicieron tope con aquel fornido cuerpo. Don Gumersindo siguió follando aquel culito despacio pero con firmeza y me decía que mi hermano sentiría como yo a partir de ese día.
Continuará…
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