El Padre Gumersindo (3)
Me lo decía riendo mientras mientras el culo de mi hermano subía y bajaba por la gruesa polla del cura. Observé los colgantes huevos (eran del tamaño de pelotas de golf) y la ingle del padre estaban mojadas con una mezcla de líquido transparente viscoso y sangre. Acabo de unos minutos noté como el r.
Me lo decía riendo mientras mientras el culo de mi hermano subía y bajaba por la gruesa polla del cura. Observé los colgantes huevos (eran del tamaño de pelotas de golf) y la ingle del padre estaban mojadas con una mezcla de líquido transparente viscoso y sangre. Acabo de unos minutos noté como el ritmo cardiaco de de Padre Gumersindo se aceleraba y su corpachón empezó a agitarse. Entonces y mientras una de sus manos estaba en el culito de mi hermano ayudándole a subir y a bajar por aquella enorme polla, con la otra mano me cogió por el torso y me atrajo hacia su cuerpo empezando a besarme abriendo mi boca y metiendo su lengua. A la vez, yo empecé a tocar aquel barrigón y aquellas tetas duras con unas aureolas grandes y rosadas.
El Padre Gumersindo, mientras mi hermano y yo estábamos así enlazados a él, soltó un tremendo chorro de liquido blanco espeso dentro del culito de mi hermano y comprobé como una buena parte de él bajo por su falo y empapó sus grandes pelotas y parte de su barrigón. Mi hermano se quedó empalado e inerte durante unos segundos y poco a poco se fue levantando apoyando sus brazos en aquellos enormes y musculosos muslos del Padre Gumersindo. Parecía que no terminaba de salirle aquel pollon y me impresionó nuevamente las dimensiones de la verga del cura.
En ese momento el cura le pidió a mi hermano que chupara toda aquella mezcla de flujos de semen y sangre y me advirtió que mirara muy atentamente como lo hacía para que aprendiera. Torpemente mi hermano comenzó con su lengua y su boquita a succionar todo aquel mejunje y el Padre Gumersindo le corrigió varias veces como debía hacerlo para dejarle el falo reluciente. Mientras mi hermano se esmeraba todo lo que podía Don Gumersindo le folló bien la boca y a mi me seguía besando con su lengua lascivamente.
De repente alguien tocó en la puerta de su despacho. El Padre Gumersindo ni se inmutó al ver que mi madre abrió la puerta y siguió con su faena dándonos toda su potencia sexual. Mi madre al ver la escena pegó un grito y le dijo al Padre Gumersindo que si se había vuelto loco in creándole. Para cuando eso mi hermano no había debajo restos de los flujos en la polla y los huevos del cura. Mi madre corrió hacia nosotros y nos separó de él agarrándonos con sus manos y Don Gumersindo alzó los brazos queriendo decir que no era para tanto y los dejó depositados en sus gruesas y dura piernas.
Mi madre le pidió explicaciones al cura y este, desnudo completamente salvo por la camisa negra abierta que llevaba puesta le dijo que se acercara cosa que mi madre hizo sin protestar. Cuando estuvo enfrente del cura, este la agarró por la cintura con su poderosa mano derecha y con la otra le bajó la falda dejándola en bragas indicándole que se las quitara y mi madre lo hizo ipso-facto. El Padre Gumersindo la acercó hacia si y su afeitada cara se perdió en el coño de mi madre que al momento comenzó a gemir. Mi hermano y yo observamos como aquel cura sexagenario, que debía medir 176 cms y pesar más de 120 kilos con una pollon descomunal, el magnetismo sexual que transmitía.
No pareció agradarle demasiado la concha de mi madre y entonces le habló en susurros que yo no conseguí oír. Mi madre se acercó a mi y me cogió por la mano llevándome donde estaba Don Gumersindo. Ella me cogió por el torso y me levantó poniendo mi rajita en el mástil de Don Gumersindo que continuaba enorme y duro y, sujetándome en el aire hizo que el ciruelo de el cura entrara poco a poco. Yo empecé a llorar del dolor pero como tenía mis piernas enganchadas a las de él, intenté abrazarme a su enorme barriga sin conseguirlo y mi madre agarrándome el culito ayudaba a que el Padre Gumersindo me fuera penetrando. Miré hacia abajo y aparte del dolor sentí que me estaba entrando casi toda y el cura sentado con las piernas abiertas y sus puños apoyados en los muslos esperaba impasible que mi culito terminara tocando sus pelotas. Noté como algo se rompió dentro de mi cuando eso sucedió y El Padre Gumersindo me coció con sus manazas por mi culito y empezó a que yo subiera y bajara mientras mi madre le ayudaba a hacerlo.
Yo ya totalmente entregada sentí como Don Gumersindo me daba besitos repetidamente por toda la cara mientras me desvirgaba y yo gemía de placer y sollozaba de dolor. Mi madre me tranquilizó diciéndome que el cura me había hecho mujer ya y, por supuesto amé desde ese momento al Padre Gumersindo devotamente…
Continuará…
Telegram: @jupiterzc
Los hombres que se parezcan al cura, escríbanme
HOla. Que buena secuela. si quieres sigueme en instagram