El Padre Gumersindo (4)
El herculano cura continua enseñándome.
El Padre Gumersindo me tenía bien ensartada y yo empecé gozar y a gemir dejando atrás el dolor. Me agarré a sus voluminosos hombros y empecé a cabalgar de manera instintiva. Él como si no pasara nada pidió más vino y cuando mi hermano trajo ya copa llena, se la bebió de golpe a la vez que me penetraba y yo, loca de placer, le besaba aquellas gordas y duras tetas. Don Gumersindo se reía y le dijo a mi madre que trajera más vino. Me dio a beber una buena cantidad que me hizo marearme y entregarme aún más. Mi hermano contemplaba la follada tocándose igual que mi madre a la que el cura cogió con aquella gruesa mano por la nuca y la beso con pasión. Ella estaba muy excitada como yo y a merced de la potente sexualidad del cura.
Pero de pronto me desmontó y con dificultad por su corpulencia, se levantó y le dijo a mi madre que en su dormitorio estaríamos más cómodos invitándonos a entrar.
La estancia era lúgubre y austera con una gran cama de madera con dosel. Al lado de la misma se encontraba una palangana de porcelana con agua. Don Gumersindo se subió torpemente a aquella enorme cama se acostó boca arriba. Yo corrí y me subía encima de su barrigón y le besé pero él me cogió con sus fuertes brazos y me levantó en el aire sacudiéndome a la vez que reía. Entonces me bajó y me sentó al borde de la cama al lado de mi hermano.
Le indicó a mi madre que se acostara junto a él y se acomodaron los dos de lado mirándose el uno al otro. El Padre Gumersindo sobó y besó las grandes tetas de mamá y comenzó a meterle sus gruesos dedos por la vagina. Se podía oír como la curtida barba del cura rascaba la blanca y delicada piel de los pechos de mi madre que frotaba su coño contra aquella manaza.
También mi mamá lo pajeaba y el cura con la pierna flexionada hacia arriba y reposando su pie en el colchón se lo facilitaba. Don Gumersindo no tenía vello más que en el centro del pecho plateado como su ondulado cabello. Mi madre subía y bajaba su mano por aquel gordo badajo lleno de venas y el cura como bien podía movía su pelvis rítmicamente y los grandes huevos colgantes rebotaban en el colchón.
Entonces Don Gumersindo la giró y intentó penetrarla por el culo pero su enorme y redonda barriga lo imposibilitó. Así que mamá se dejó caer en un escorzo, le agarró el pollon y se metió la punta del morado glande por detrás. Con una estocada el Padre Gumersindo la introdujo de golpe y empezó a follarla agarrando su rodilla en el aire. “Ooohh Padre que pollon tiene usted! Ooohhh sí, deme polla” decía mi mamá extasiada.
En realidad el Padre Gumersindo apenas se movía. Era mi madre con su ano la que se tragaba una y otra vez aquel pollon. Los brazos del cura eran gruesos pero musculados y se le hacía una bola enorme en los bíceps mientras sujetaba en alto la rodilla de mamá.
De repente el cura nos dijo que nos acercaremos. Yo tenía mi panochita empapada. “Ven cielo, móntate encima de mi cara” y yo gateando por la enorme cama con dosel me abrí de piernas y se lo di. Mientras follaba a mi madre me lamía la rajita chupando todo mi flujo. “Padre Gumersindo, le quiero, me da mucho gusto eso que me hace” le dije, y él saco su gran polla del ano de mi madre y llamó a mi hermano para que le hiciera una mamada.
Su lengua entraba toda dentro de mi y a la vez que mi hermano acostado sobre su barrigón le mamaba aquel vergon Don Gumersindo no aguantó más y le soltó unos chorretazos de leche que mi hermano fue incapaz de tragar en su totalidad. Mi madre contemplaba aquella clase de educación sexual y sentada se tocaba el clítoris y los pechos. El cura siguió comiéndome como si nada hubiera pasado y miré hacia atrás para admirar la belleza de su gran falo que minutos después de correrse aun permanecía como un mástil. El Padre Gumersindo le ordenó a mi madre que le chupara todos los restos de semen que habían brotado y caído en sus genitales y continuó comiéndome el chocho cuando mi madre terminó de dejársela impecable. Entonces tuve mi tercer y mejor orgasmo con el que Don Gumersindo se deleitó
Continuará…
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