El Padre Gumersindo (6)
Nuevas enseñanzas.
Bien empalada me recosté sobre su barrigón y sus tetas y sentí como su pene menguaba dentro de mi. Él me abrazó y cariñosamente pasaba su gruesa mano por mi cabello liso.
No sabía muy bien como había ocurrido todo. Lo que sí sabía es que el Padre Gumersindo era un señor guapo y cariñoso. Tenía una cadena de oro con un Cristo grande colgada del cuello y yo empecé a jugar con ella. Él me besaba en la frente mientras me seguía meciendo el pelo.
Su afabilidad y su masculinidad me erotizaban, aparte de su grueso y venoso pene, su cuerpo me impresionaba. Lo quería mucho.
Mi madre se puso en pie asustada porque un teléfono empezó a sonar. Don Gumersindo me desmontó y suavemente me lamía los pezones a la vez que contestaba la llamada del celular. No hubo tiempo para más ya que el Padre Gumersindo tenía que atender a un feligrés de importancia, o algo así.
Antes de vestirnos mi hermano le pidió permiso al cura para dejarle la polla limpia y y Don Gumersindo se lo concedió riéndose.
Mi hermano se acercó a la cama y rápidamente trepó sobre el Padre Gumersindo, puso su culito sobre el pecho del Padre y se abalanzó a chupar todos los restos de flujos y semen a la vez que chupaba aquella gruesa verga. El cura gimió un par de veces evidenciando su satisfacción y besó el redondo y firme trasero de mi hermano cuando terminó de chuparle. Entonces le doy dos nalgadas a su culito y se lo quitó de encima como si nada.
Nos indicó que ya era hora de irnos pero cuando mi madre empezó a vestirse le dijo que no lo hiciera porque quería que bebieran juntos una copa de vino.
Cuando el Padre Gumersindo se levantó me quedé mirando como caminaba. Tenía un trasero muy duro, grande y redondo. Sus muslos eran voluminosos y soberanamente musculosos pero el resto de su cuerpo no le iba a la zaga.
Mi madre y él brindaron y bebieron un par de veces hasta que mi mamá excitada se le agarró a sus fornidos hombros y el cura la cogió por el culo pegando su coño a su badajo.
Hacia como que la follaba pero mi hermano y yo ya vestidos y atentos a todo aquello advertimos que la polla del cura estaba flácida y caída. Aún así, mi madre restregaba su conejo contra ella, hasta que el Padre Gumersindo la cogió por la nuca y la besó con lascivia.
Acto seguido se separó de ella y le indicó que se vistiera. Mamá protestó pidiéndole que la follara a la vez que gemía tocándose las enormes tetas, pero Don Gumersindo se negó
La iglesia estaba en una ladera al lado de la plaza del pueblo y hasta nuestra casa habían dos calles que los sábados por la tarde se llenaban de lugareños y visitantes. Caminaban con parsimonia.
Era la manera que tenían de darse a conocer entre ellos y, mientras una decena de jubilados jugaban al dominó en las mesas de un restaurante ajenos a todo aquello y concentrados en las partidas, los hombres, mujeres y niños se reunían (algunos) en pequeños grupitos para contarse las novedades.
Un día que paseábamos mi hermano y yo con mi madre por la calle principal, nos encontramos con el Padre Gumersindo.
Oí que le explicaba a mamá algo acerca de la conveniencia de mi educación cristiana y determinaron que fuera a visitarle tres días por semana para instruirme en mi fe católica.
Mi madre quería estar presente pero el cura le advirtió que yo aprendería mucho más sin distracciones.
Cuando llegamos a casa mamá me dijo que tenía que estar muy atenta a todo lo que el cura me dijera, y también, que había tenido suerte de que el Padre quisiera educarme en la religión.
Sí, me educaría con tanto esmero que yo esperaba con ansias y deseo que llegaran los días en que el Padre Gumersindo me recibía.
Recuerdo con total claridad el primer día de lo que sería la época más feliz de mi vida. Mi madre me llevó a la iglesia. El cura salió a recibirme cuando toqué en la puerta de su despacho con su habito puesto. Olía a colonia y tenía la cara muy afeitada. Lo noté cuando lo besé en sus gordos y encarnados cachetes.
Cuando le observé pude comprobar que no llevaba pantalones puestos y que su verga se movía debajo de su atuendo de un lado para otro y, mientras me hacía pasar y cerraba la puerta noté su bulto grande debajo de su barriga y sus tetas que se le dibujaban debajo de la ropa.
Yo llevaba una faldita de tablas con un top y medias a juego y Don Gumersindo, después de servir vino en dos copas, me dio a beber de una de ellas para luego sentarse en el sillón de su despacho y, sentándome en su pierna dura y grande, me leyó párrafos de un libro mientras me tenía cogida por la cintura.
Durante la lectura, yo emocionada con aquella voz grave que tenía el cura, me giré en su muslo y me abracé a él, dándole un par de besos en las mejillas. Entonces el Padre Gumersindo, desplazó sus gruesos dedos por dentro de mi falda y, a la vez que leía, me bajó las bragas y después empezó a subírmela y a tocar mi coñito.
Noté como su pene se manifestaba debajo del hábito y él, soltó el libro y se remangó la prenda dejando a la vista aquella gruesa verga que yo de inmediato toqué y apreté, y el me daba besitos en los labios cuando yo lo hacía.
Recuerdo que me levantó en peso permitiendo que mi culote descansara sobre su potente brazo y me llevó a su dormitorio acostándome en su cama de dosel. Estaba recién hecha y olía a limpio y Don Gumersindo de repente se subió el hábito sacándolo por su cabeza y dejando ante mis ojos aquel increíble cuerpo y su polla empalmada y dura con unos bonitos huevos grandes y colgantes.
Continuará…
@jupiterzc
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