El Padre Gumersindo (7)
El olor a cera quemada me embriagaba y rápidamente lo abracé.
Así, admirada por su imponente corpulencia, le pregunté si podía beber vino, porque me había calado su efecto desinhibidor mientras el Padre Gumersindo me follaba. El sirvió una copa que bebí de su propia mano.
Me hizo sentir especialmente anhelosa de su gruesa polla y de que aquella gran bolsa medio vacía que formaba su escroto. En eso, se acostó de lado sonriente, apoyando su antebrazo en una blanca almohada para sujetar su cabeza con la mano, subiendo su rodilla para que pudiera observar con atención su sexo y su redonda barriga.
El olor a cera quemada me embriagaba y rápidamente lo abracé y, él me beso de la manera más erótica: agarrándome por mis nalgas, abriéndome la boca y yo, rozaba mi clítoris en su barriga continuamente para excitarme aún más de lo que nunca pude imaginar.
Que aquel sexagenario, gordo y corpulento cura era el primer y el más grande tutelador que jamás tuve, y que con cariño pero con firmeza me enseñó los placeres que un hombre como él podía proporcionar.
A menudo jugábamos entre lección y lección.
Por ejemplo, le encantaba acostarse mirando al techo y me cogía por el torso con los gruesos y potentes brazos, y me zarandeaba en el aire; entre carcajadas graves y sonoras. El juego consistía en que si yo lograba estar seria mientras me tenía sujetada en el aire, él sería mi esclavo, y sino, estaría entonces yo a su disposición.
Por ejemplo, si ganaba yo, siempre le pedía lo mismo. Le ponía los brazos arriba acostado en la cama de dosel y lo achuchaba por todos lados mientras el se hacia el dormido. Frotaba mi coño contra su gorda polla a la vez. En realidad era otro juego porque si él se despertaba o bajaba los brazos (cosa que hacía a menudo para acariciarme), perdía, y así podía disfrutar de su potencia corporal, porque la sexual que emitía Don Gumersindo era enorme. Tenía una polla de 19 centímetros por seis de grosor con varias venas que sobresalían de la misma.
Por ejemplo, había veces que atendía llamadas y se sentaba en el sillón (que para mi era como un trono) frente a la gran mesa de madera roble de su despacho, y antes, procuraba subirme en su musculoso muslo para que le masturbara y, él con la mano que tenía libre abría mis piernas tocándome mi conchita y, lo hacía de manera tan masculina con su pollon hinchado en mi mano, que yo me empapaba las piernas con dos o tres orgasmos, a la vez que lo besaba colgándome de su gordo cuello.
Recuerdo un día en que perdí yo. Cuando esto ocurría siempre me trataba con cariño. Era protector y de aspecto bonachón. Habían pasado sólo un par de semanas desde la primera vez que fui a visitarle, pero yo sabía ya lo que más le excitaba.
Me había comprado tres o cuatro juegos de lencería con ligueros y tacones altos. Él me vestía y desvestía como a una muñeca y, cuando el Padre Gumersindo me quitaba las bragas, yo tenía que colocarme de pie encima de su cabeza con las piernas abiertas y bajar poco a poco hasta que mi conchita se posaba en su boca y él me chupaba todos mis flujos con pasión. Yo, a la vez le comía su gruesa y venosa polla hasta que se corría soltando varios trallazos de leche espesa que me había enseñado a tragar en su totalidad.
Me sentía feliz rozando mis duros y excitados pezones contra su erótico barrigón redondo y duro. Después pasábamos minutos abrazados, besándonos…
Entonces, me ponía de lado y elevaba mi rodilla para metérmela despacio luego que mi panochita se fuera acostumbrando al tamaño de su polla. Cuando finalmente entraba toda se quedaba quieto. Me besaba el cuello y los hombros. Palpitando dentro de mi sentía enorme su verga y tenía un gran orgasmo que empapaba el mete saca que él iniciaba. Entraba y salía con facilidad pero repetía el acto una y otra vez para mi gozo. Su polla chorreaba también pre-cum. No lo sabía en ese momento que ya le pertenecía. Estaba siendo buena alumna y obtenía su recompensa sexual.
Continuará…
Telegram: @jupiterzc
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