El Padre Gumersindo (8)
Estaba fumándose un puro y el olor a cigarro fuerte lo volvía aún mas macho.
Pasaron las semanas que se volvieron meses y El padre Gumersindo siempre tan bonachón y masculino vertía, cada vez que iba a visitarle, su semen dentro de mi. Aquel fornido y gordo sexagenario se había encariñado conmigo.
Un día me confesó que no necesitaba a nadie más que a mi, y yo, entendí que me había convertido en su puta particular. Mi madre tuvo algunas conversaciones conmigo explicándome cuál era mi sitio en aquella historia. Ella no tenía sexo con el cura ya y se sentía feliz por mi.
No me bajaba el periodo y mamá me llevó al médico el cual determinó que estaba embarazada. Yo me sentí aturdida y a la vez feliz. Don Gumersindo lo era todo para mi. Se hicieron muchas conjeturas al respecto de si debía o no abortar, pero yo ya me sentía madre y mujer y deseaba que él decidiera como proceder con mi embarazo.
El día que mi mamá le comunicó que estaba en cinta a Don Gumersindo, me dejó en su despacho y él y yo comenzamos a beber vino y a hablar del futuro inmediato sentados el sofá de terciopelo rojo que había en la estancia. Me dijo que deseaba que yo lo tuviera para él y, mientras me abrazaba con sus brazos gruesos y fuertes me daba besos en los labios. Yo no lo sabía aún pero estaba muy enamorada de el Padre Gumersindo.
Ese día llevaba una bata de seda granate oscuro con solapa y cinto negro. Al estar sentada encima de su voluminoso muslo, la bata se abría por su pecho dejando ver aquellos pezones grandes y rosados y su verga y huevos colgantes se abrían paso a través de la abertura de la prenda.
Estaba fumándose un puro y el olor a cigarro fuerte lo volvía aún mas macho. El cinto de la bata se abrió de repente por el tamaño de su gran barriga, dejando a la vista su grueso y robusto cuerpo. Cogí su polla en mi mano y empecé a masturbarle.
Don Gumersindo me besó profundamente y mientras subía mi mano arriba y abajo por su verga, soltaba bufidos hasta que convulsionó y derramó cuatro trallazos de lefa espesa que mancharon la alfombra.
Después, lamí los restos de leche que habían empapado su bolsa escrotal, su tronco y el glande dejándolo brillante.
Se terminó de fumar el puro con una tranquilidad pasmosa y entonces me terminó de desnudar para cogerme en brazos y llevarme a su dormitorio acostándome en su cama de dosel.
Entonces me hizo el amor en varias posiciones preñándome nuevamente. Su pene entraba y salía por todos mis orificios ya habituados a su gran tamaño y por cada agujero que pasaba tenía sendos orgasmos.
Se corrió un tupido velo acerca de todo el asunto y di a luz una hermosa niña en secreto. El Padre Gumersindo corrió con todos los gastos y dio su tutela a la cría.
Mientras le daba el pecho era habitual que el cura nos contemplara con aire impasible caminando por la habitación alrededor de la cama de dosel con cortinas blancas transparentes.
Cuando terminaba de amamantar a la niña, él la cogía y la posaba delicadamente en la cuna para que durmidera y entonces se acostaba a mi lado boca arriba y me levantaba poniendo mi ano en la puta de su ciruelo, golpeándolo contra mi ojete repetidamente y empalando mi culo subiendo y bajando de su gruesa verga.
Nunca fui tan feliz y creo que él también lo fue, pero la fatalidad se sirnió sobre nosotros y Don Gumersindo una tarde mientras bebía vino y fumaba como era habitual después de haberme follado y preñado sufrió un fulminante ataque al corazón que se lo llevó de este mundo.
El amor, el deseo y la gratitud hacia el cura que me hizo mujer y madre, están presentes en mi mente aún hoy en día y después de haber pasado los muchos años desde entonces, hago honor a su memoria de como me follaba masturbándome casi a diario.
Fin.
Mi enhorabuena por tan fantástica saga.