EL SHOW DE MARTHA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por SeñoraFetichista.
Hemos pasado días malos en el último año, desde que quebró la mediana empresa de muebles finos que heredé de mi padre cuando tenía 22 años.
La hice prosperar notablemente con mucho trabajo y administración apropiada.
Pero he perdido todo lo que de ella quedaba en los últimos asuntos laborales que tuve que afrontar.
En aquellos años prósperos, conocí a Martha en un burdel donde volvía locos a los parroquianos con sus bailes profundamente eróticos de desnudo total donde tantos hombres excitados pagaban por beber de sus senos duros y pequeños el sudor brillante que la hacía verse tan deseable, y por penetrar, a veces frente a todos, su aromática vulva hasta inundarla con su semen.
Cuando la vi danzar por primera vez ante tantos hombres embrujados, seguí acudiendo a verla durante muchas noches, embrujado también.
Tardé en animarme a ser su cliente y, cuando lo hice, desee con toda el alma tenerla sólo para mí, para que su boca sabia fuera mía nada más, y sus senos y sus nalgas y toda su piel y su vagina y su cabello y toda ella fueran nada más para mí.
Pero todo eso seguía siendo de quien pagara su precio.
Ella es cinco años mayor que yo.
Morena frondosa de ojos profundamente negros, de nalgas abundantes y senos pequeños, me llenó de deseo a grado tal que una madrugada, después de su trabajo, la llevé a mi casa y durmió conmigo hasta el mediodía.
Y desde entonces, solía llegar en taxi a dormir conmigo.
Hasta que, harta de aquella vida dura, se quedó a vivir conmigo.
Ocho años conmigo.
Martha tiene 35.
Hace dos meses que cerré mi empresa.
Martha me ha propuesto volver a su trabajo mientras vuelvo a encauzar mi vida laboral.
Hemos platicado algunos días sobre eso y he aceptado que vuelva al burdel, sólo mientras me encamino nuevamente.
Hace un mes que Martha danza nuevamente en su viejo burdel.
He ido por ella de madrugada y me ha tocado verla hacer su trabajo varias veces.
Hace unos días vi cuando un tipo joven la besaba con lujuria.
Lo vi hundir sus dedos en su vulva y separar sus nalgas morenas y abundantes para tocarle el ano un rato mientras ella parecía no dar importancia a eso.
Luego, le entregó un billete y la despidió con un par de nalgadas que ella pareció gozar.
Martha ya no es una jovencita y debe hacer méritos para seguir en el burdel.
Ha añadido a su show algo en lo que se especializó conmigo: la lluvia dorada.
Martha sale al escenario ante los ojos de unos treinta hombres y se deshace de su vestimenta, pieza por pieza, siguiendo una música apropiada hasta quedar desnuda y descalza.
Abundante, bella y perversa, la vi poner los dedos de uno de sus pies en la boca de un hombre maduro, quien los lamió a ojos cerrados mientras se masturbaba hasta el orgasmo.
Luego el otro, en otro hombre que gemía de placer al lamer los dedos de los pies de Martha.
Martha se ha puesto de espaldas a un cliente y se ha acercado abriendo sus grandes nalgas morenas para recibir un beso en el ano.
El tipo, por supuesto, ha aceptado hacerlo y ha recreado allí su lengua durante casi un minuto.
Veinte minutos de lujuria en los que casi todos los parroquianos se han masturbado hasta el delirio con los juegos eróticos de Martha.
Martha se ha acercado a unos hombres que beben su licor en anchos vasos claros.
Contoneando su cuerpo, ha pedido a uno de los clientes el vaso, casi vacío ya, de donde bebe.
Lo coloca bajo su vulva, abre los gruesos labios velludos con la mano izquierda y luego abre las compuertas de su cuerpo: un líquido claro, casi transparente cae ruidosamente en el vaso hasta casi llenarlo.
Bebe un poco con coquetería y luego se lo entrega al hombre ansioso que ha visto todo con infinito deseo.
El cliente apura la bebida con placer, hasta acabarla.
Martha repite con cuatro clientes más el llenado de sus vasos hasta que su vejiga queda vacía.
El antro hierve de lujuria y Martha baja lentamente, mientras la casi totalidad de los clientes le piden que permanezca.
Pero su show ha terminado.
Debe llenar su cuerpo de nuevo para dar de beber a los parroquianos aullantes que van al local sólo por estar en su intenso show.
Anoche ha sido una noche diferente para Martha, mi mujer.
Ha hecho dos veces el show donde da a comer sus pies, sus nalgas, su ano y hasta sus líquidos a una jauría de hombres delirantes que se masturbaron frenéticamente desde que inició el baile hasta que vertió en sus bocas el precioso líquido ámbar que da su cuerpo.
Ella ha bebido más de lo normal y ha aceptado regresar al estrado donde danzan las putas hermosas del antro.
Un cliente enloquecido le ha pagado por recibir sus líquidos desde su vulva húmeda y velluda, de labios protuberantes y dulces.
Pero nada ha logrado darle.
Yo conozco a Martha.
Ha mirado traviesamente al cliente y le ha susurrado algo al oído.
Algo que lo ha hecho excitarse grandemente: Martha ha tomado un plato y se ha colocado de espaldas al hombre aquél.
Ha abierto sus nalgas con sus manos y ha dejado salir desde su ano un trozo duro, de olor intenso, de unos siete centímetros de diámetro y tan largo como el dedo de una mano.
Luego, lo ha colocado frente a su propia nariz y ha aspirado el aroma excitante que emana de él y lo ha entregado al cliente con una sonrisa dulcísima.
El cliente lo recibe agradecido y lo toma cuidadosamente.
Lo acaricia con sus labios, lo aspira y finalmente lo lame, lo lame, lo lame.
Hasta acabar con él.
Varios clientes piden su ración y pagan por ella sumas muy respetables.
Martha ha dado de comer a seis hombres más.
Nos vamos a casa.
Mañana volveremos.
Martha debe alimentarse bien.
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