El tutor
un frenesí animal, de manada marcando territorio, la leche como señal indiscutible de la masculinidad compartida. .
Por primera vez se hacía cargo personalmente de un grupo de estudiantes. Lo creyó sencillo, una hora de clase cada tercer día, y una vez a la semana reunión de tutorías. Más que hablar, escuchaba: se sentía demasiado inexperto para reprenderlos. Nunca imaginó estar en una situación así, ni siquiera entrar a ese edificio.
Observó a Ramírez, hecho un ovillo bajo la frazada, amoldada a unas piernas voluminosas. Un efebo en pleno crecimiento, en la edad precisa para formar una máquina humana. Si la guía era adecuada. No sabía que iba a decirles, pero sí que sería inútil: las palabras no persuaden a las hormonas.
Sandoval dió un giro, descubriendo una espalda clara, con una fina capa de vello rojizo que se adivinaba tersa al tacto. Algo cayó de entre su sábana. El olor a pito del dormitorio 4 no se intensificó -no era posible que aumentará- pero si adquirió un toque más fresco.Automáticamente sintió un cosquilleo en los testículos. Él ya había pasado por esa edad, se masturbaba en cada oportunidad que tuviera, pero jamás acompañado.
Estupefacto, con el calor que oscilaba entre sus huevos y cara en el punto máximo, recordó la conversación con el de cálculo el día anterior. Su colega, apenas un poco mayor que él, administraba la lavandería, junto con los alumnos de último año. Al verlo llegar, los hizo salir. Noto una mezcla de asco, fastidio y burla en sus rostros.
-¿Entonces? No podemos seguir así. Todos aquí somos chaquetos, pero sus alumnos se pasan de verga.- La sábana extendida en el piso mostraba lo literal de la frase. Presentaba varios disparos apuntando hacia el centro. El tamaño de las manchas, así como su color y forma, daban cuenta de diferentes cantidades y consistencias del semen, 5 diferentes venidas alrededor de una sola cama. A juzgar por el patrón intacto, ni siquiera intentaron limpiarla. Y solo era la gota que derramó el vaso.
de todos los dormitorios llegaban calcetines hechos ovillo, algo tolerable, pues así no entraban en contacto ni físico ni visual con el semen ajeno. Pero sus alumnos rompieron ese pacto implícito, desde meses atrás. Lo de ellos era abierto exhibicionismo. De ese cuarto salía todo mequeado: calzones, fundas de almohada, playeras, cobijas, hasta cortinas con marcas de dedos.
La voz de Javier se escuchaba cada vez más tenue, el profesor se perdía en sus imaginación. El olor, el sonido de jadeos, de glandes siendo lubricados con precum y saliva, prepucios y testículos al sacudirse, la temperatura de la habitación, todo se agolpaba en su mente de manera vivida. En medio de la cama debió estar una revista – más bien un celular, los tiempos han cambiado- rodeándolo, adolescentes desesperados por vaciarse los huevos agitando rítmicamente un brazo, 5 en primer plano, los que ensuciaron la sábana, tal vez varios más, dejando una capa pegajosa en los recientes vellos del pubis, la ropa, los muebles, el piso, quizá en los otros, en un frenesí animal, de manada marcando territorio, la leche como señal indiscutible de la masculinidad compartida.
Volvió en sí. Javier le había tocado el hombro, esperaba una respuesta, impaciente. Prometió una solución, pero por su rostro y su voz era obvio que no la tenía. Sintió un vuelco en el estómago al ser consciente de que traía la verga erecta frente a su colega. Disimuladamente bajo la vista para observar si era notorio, la ajustada trusa lo salvó, ayudando a contenerla. Caminar de regreso al anexo de maestros y administrativos fue una tortura, su pito apuntaba hacia el ombligo, sobresaliendo por el resorte.
El resto del día se mantuvo ocupado en sus labores y además prolongó una hora su rutina en el gimnasio para calmarse, aun así no lograba dormir pensando, más bien, fantaseando sobre las noches pajeras de sus alumnos, que en ese mismo momento debía estar sucediendo. Sentía remordimiento por calentarse, y trataba de acomodar el chile durísimo dentro del bikini. Lograr que la cabeza dejara de salirse por una pierna o la otra, solo le dió unos cuántos segundos de calma. Sin darse cuenta comenzó a frotarla con el índice, recogiendo el precum que escurría a través del fino algodón. Junto y abrió los dedos repetidamente contemplando cómo cada vez se formaba un puente viscoso y transparente. Al contrario del ala estudiantil, en el edificio de personal no había limitaciones al papel, haciendo más fácil borrar la evidencia de sus pajas. Aun así, casi a diario veía en sus calzones rastros de precum y orina, lo que consideraría normal en cualquier hombre. ¿Javier notaría las manchas?¿Estaría él y sus ayudantes al pendiente de la actividad genital de cada residente de la academia? ¿Por qué le excitaba tanto imaginarlos revisando todas las trusas?
Finalmente pudo dormir unas cuantas horas, pero al despertar supo que eso tampoco calmó su verga. Aún era de madrugada. Decidió dirigirse al anexo de los alumnos de secundaria, más impulsado en su excitación por atraparlos en flagrancia que por haber encontrado una forma de abordar el tema.
Ahora, en el estrecho dormitorio, sentía el palpitar su desatendido pene. Sin darse cuenta, había avanzado entre las literas hasta estar enfrente de la prenda que vio caer. Los primeros rayos de sol fueron suficientes para notar vellos púbicos y manchas blancuzcas todavía húmedas sobre la tela negra del bikini, que no había perdido la forma del paquete de Sandoval. El olor de la habitación y ese calzón mequeado recientemente confirmaban que la historia de Javier no era exageración, sus alumnos eran chaqueteros consagrados.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!