Entre las piernas de Andreita parte 2
Al fin había saboreado aquel hermoso culo. Pero no me iba a quedar con las ganas de cogerme a Andreíta..
Luego de esa noche en que probé por primera vez el culo de Andreita no tuve paz. La soñé, me masturbé varias veces en la ducha recordando su olor, su sabor, la temperatura ardiente en la que estaba su culo cuando mi lengua lo tocó. Y no estaría tranquilo hasta que no la hiciera mía. Así que al día siguiente la esperé desde temprano cerca de la casa de mi abuela. Deseaba entrar y sacarla o entrar y cogerla allí mismo. Pero tuve suerte. A eso de las ocho de la mañana, la mamá de Andreita y mi abuela salieron a la calle tomadas del brazo. Mi abuela iba vestida bien formal, como cuando va a misa, por lo que imaginé que iban a algún lugar lejano. Era la oportunidad perfecta para ir y hacer mía a aquella pequeña mujer morena, flaca, pero bien formada de pies a cabeza. Y entonces la vi. Desde la ventana Andreita se despedía de su mamá con aquel niño prendido de una de sus tetas mamando aquel pezón oscuro que yo quería mamar también. Esperé unos minutos a que mi abuela y la madre de Andreita se alejaran y corrí hasta la puerta sin siquiera dejarla cerrar la ventana en donde estaba viendo a mi abuela y a su madre alejarse. Llegué sin que se diera cuenta, metí la mano en la ventana y le agarré la teta que tenía al aire. Se asustó, pero en cuanto me vio corrió a abrir la puerta.
Estaba con una blusa blanca casi transparente que dejaba ver el pezón que tenía cubierto. Una pequeña pantaloneta rosa que dejaba ver el inicio de sus deliciosas nalgas y descalza. Sin decir absolutamente nada comencé a besarle la boca mientras mi mano se aferraba a su entrepierna aún abultada por la toalla sanitaria. Sin importarme aquello metí la mano por el elástico de la pantaloneta y me abrí paso hasta su clítoris. No sé si era sangre o fluidos, pero estaba empapada. Mi verga crecía entre mi pantalón así que decidí sacarla y guíe una de sus manos para que me masturbara. Todo aquello mientras con el otro brazo cargaba a su pequeño hijo que mamaba aquella teta como si de eso dependiera de su vida. Lo veía mamar aquél pezón con ansias, como yo quería mamar pero el clítoris de su madre.
Sin dejar que soltara al niño o que siquiera ofreciera hacerlo me coloqué detrás de ella a la altura de su culo. Quería saborearlo de nuevo, quería volver a sentir su sabor, su calor y su textura en mi boca. Le bajé hasta los pies aquella pantaloneta y mientras ella veía por la ventana hacia la calle y amamantaba a su hijo, yo me prendí de aquel culo como si de el saliera el más delicioso de los manjares. Mis manos acariciaban y separaban al mismo tiempo sus redondas nalgas morenas. Su culo aún más oscuro rebosaba de mi saliva y de vez en cuando uno de mis dedos se colaba lentamente entre su delicioso y apretado esfinter. Yo solo la escuchaba gemir y acariciaba sus hermosos pies mientras mi cara se enterraba en su culo. Era hora, allí mismo, con su hijo en brazos mamando su teta, me la iba a coger. Saqué mi verga gruesa a punto de explotar. Me levanté con la vista fija en si toalla sanitaria manchada de sangre a sus pies. Coloqué mi verga entre sus nalgas y comencé a buscar su deliciosa vagina. Allí mismo, con la ventana abierta y con su hijo mamando teta la tomé de la cintura y me dispuse a penetrarla. Pero antes de hacerlo ella me dijo.
-Mi mamá ya va a venir. Solo fue a dejar a su abuela a la iglesia.
La iglesia no quedaba a más de cinco cuadra. Aquella señora nos iba a encontrar en cualquier momento, pero yo no iba a desaprovechar aquella oportunidad. Aún escuchando todo aquello empujé mi verga entre sus labios mayores empapados y juro que se la metí hasta donde pude. Mi verga desapareció entre aquél delicioso culo y Andreita lanzó un gemido que habría excitado al más frío de los hombres. Por fin era mía. Por fin mi verga separaba su interior una y otra vez mientras su hijo bebía de su leche prendido de su teta con los ojos cerrados. Seguí bombeando duro, delicioso. Mi verga estaba rodeada de su deliciosa cuca y de un fluido ardiente que no sabía si era sangre o su lubricación natural. Pero entonces ví a la madre de Andreita asomar a lo lejos. Y no estaba ni cerca de acabar, menos de quedar satisfecho. Así que le dije a Andreita que se fuera conmigo. Le iba a dar todo lo que me pidiera, pero que se fuera conmigo. Que se llevara a su hijo, que no se preocupara por nada. Lo tendría todo si se iba conmigo en ese momento.
Pasamos al lado de su madre mientras Andreita se limpiaba la vagina con una toalla húmeda y colocaba otra toalla sanitaria en su calzón. No nos vio, porque lo auto tiene los vidrios oscuros y porque pasamos rápido en dirección a mi casa. Ya allí la hice mía como soñaba. Desnuda en mi cama, con sus hermosos pies en mi boca, lamiendo cada uno de sus dedos. Con mi verga entre su vagina sangrante y ella diciéndome «Que vergota» mientras sus tetas saltaban con cada penetración que le daba. Su hijo dormía en la misma cama en la que yo la hacía gemir aquella tarde. Aquella noche y de nuevo la tarde siguiente. La cogí como nunca antes cogí a nadie. Su culo había sido saboreado por mi hasta el cansancio. Su clítoris estaba seco y adolorido por la cantidad de veces que lo chupé y sus pies se tocaban detrás de mi mientras me rodeaba con sus hermosas piernas de niña mujer. Flotabamos en la piscina de mi casa, mis manos acariciaban sus nalgas desnudas y mis dedos tocaban el calor de su culo de vez en cuando para asegurarme de que seguía allí y que podría volver a mamarlo cuando quisiera y llenarlo de mi semen cuántas veces aguantara. Nos casamos cinco años después. Su madre aún me odia, pero cada noche al desnudarla y besar sus deliciosos pies, recuerdo cuando saboreé por primera vez su estrecho ano. Y me la cogí mientras amamantaba a su pequeño hijo.
Fin.
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