Entre los Huesos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Jack_Wolf.
Jack Wolf, el lobo, estaba deprimido. Asomado a la ventana de su cabaña del bosque, apoyado en el marco, pensaba en envoltorios de hamburguesas preparadas y plásticos de fiambre, y su estómago se revolvía. ¿Dónde había quedado la vieja caza? No se sentía vivir sin la emoción de capturar a una presa y ver el sufrimiento en sus ojos, al saber esta que su vida se desvanecía. Mojar su hocico en la sangre y las tripas de las víctimas aún vivas… No era solo alimentación, era mucho más. Pero hacía tanto que no había podido matar.
Súbitamente, como si alguien hubiera atendido a sus súplicas mentales, una figura apareció de entre los árboles. Se trataba de una joven ovejita vestida con uniforme escolar. Tenía muy buen tipo, pero voluptuoso. No era de esas jóvenes tan delgadas que no tenían más que huesos. Mirando sus torneadas piernas esquiladas, apenas cubiertas por la minifalda a cuadros y las largas medias, que acababan en donde las pezuñas desnudas pisaban el suelo, Jack se relamió. No pudo evitar salivar tanto que sus babas caían en grandes cantidades desde sus aterradoras fauces, mientras observaba la confusa expresión de la joven: miraba en todas direcciones, intentando descubrir dónde estaba, o ver a alguien conocido. Parecía perdida, sola: sin duda, alguna deidad había decidido saciar a Jack, entregándole en bandeja el fruto de su deseo. Limpiándose las babas con el brazo, se dispuso a salir a hablar con la oveja, no sin antes ponerse unos pantalones cortos que disimularan en la medida de lo posible su tremenda erección.
Al salir, la chica estaba de espaldas a él. Un agujero en la falda mostraba su redonda y lanuda cola, coronando un enorme trasero de jugosas nalgas. Sus piernas eran grandes y gordas en la parte superior, para ir adelgazando según bajaba uno la mirada. Se dio la vuelta, con mirada asustada sobre su ruborizado hocico. Las coletas blancas caían con lazos rojos sobre sus grandes pechos esquilados, que temblaban a cada movimiento de su propietaria.
Parecía querer dirigirse a Jack, pero estaba tan asustada que dudaba. Con una sonrisa, el lobo se dirigió a ella. Aunque podría desgarrar su cuello en cualquier momento, quería jugar con su presa, aprovechar aquel regalo todo lo posible, explotar su inocencia y disfrutar de la joven ovejita hasta que no diera más de sí.
-Hola, pequeña.- dijo Jack, intentando contener su evidente excitación.
-Señor, hola, me he perdido.- Su voz era aguda e inocente, propia de una niña. -Iba con mi escuela en una excursión, y persiguiendo a una mariposa me extravié.
-No te preocupes, conmigo estás a salvo. -Jack calló por un momento, acariciándose el hocico y pensando en formas de acabar con la vida de su actual presa.- Pasa conmigo a la cabaña, pareces cansada. Ya llamaremos allí a tu escuela.
-Sí, señor.- La joven reparó en el bulto bajo el pantalón del animal. Lo miró unos segundos, curiosa: no parecía saber demasiado bien de qué se trataba.
-¿Es usted un caballo, señor? ¿O un perro?
-Anda, sígueme, y déjate de preguntas. No esta bien que seas curiosa con tus mayores.
-Sí, señor.- contestó ella bajando la mirada, avergonzada. Comenzó a caminar, haciendo agitarse sus bamboleantes carnes. El lobo tuvo el impulso de violarla y devorarla en aquel preciso momento, pero se contuvo: quería probar algo nuevo, más sutil, aprovechar aquella asombrosa ingenuidad tan difícil de ver. Sus garras podrían desgarrar a cualquiera, pero aquella joven y aquel candor del que hacía gala… No eran fáciles de encontrar.
Dentro de la casa, la joven esperó de pie, muy educadamente, a que el lobo le dijera algo.
-Llamaré en seguida a tu escuela.- dijo Jack. -Sin embargo, me gustaría que me hicieras un favor primero.
La joven se sorprendió visiblemente, abriendo su boca y aspirando una bocanada de aire.
-¿De qué se trata, señor?
Antes de hablar, el lobo se encorvó y puso expresión quejumbrosa, intentando hacer ver que era mayor de lo que en realidad era: alguien tan joven, y que ni siquiera distinguía un lobo de un caballo, no notaría la diferencia.
-Verás, justo cuando llegabas, me disponía a preparar un delicioso plato para cenar. Sin embargo, alguien me jugó una mala pasada. Estoy mayor, y mis reflejos ya no son lo que eran: un travieso ratoncillo, que vive en mi cocina y disfruta burlándose de un anciano como yo, me arrebató mis anteojos, y se escapó a lo más profundo de mi largo horno, a donde sabe que yo nunca podré llegar. No solo no quepo por mi gran tamaño, sino que mi espalda quedaría totalmente hecha pedazos si yo me agachara e intentara entrar hasta allí.
La chica escuchaba con expresión interesada. Al oír el detalle del ratoncito, se llevó una mano al hocico, indignada. Inmediatamente, se apiadó del lobo.
-¡No se preocupe, señor!- gritó de repente. -Yo soy joven y flexible, entraré en el horno y le traeré sus anteojos.
-De veras, pequeña, eres un ángel caído del cielo.- Jack no pudo evitar mostrar una terrible y babeante sonrisa, que la chica no pareció percibir. -Por aquí.
En la cocina, Jack abrió la puerta de cristal reforzado del horno, y la joven se acercó al su oscuro interior. Pareció asustarse.
-¿Está ahí el ratoncito, señor?
-Sí. Sabe que en la oscuridad está a salvo. Maldito, jugar así con los sentimientos de un anciano…
-No se preocupe, señor.
La joven se quitó su chaqueta, dejando a la vista lanudos brazos y manos, y una camisa de manga corta aún más escotada, que incluso marcaba los pezones de sus grandes senos. Se puso a cuatro patas, apoyándose en sus rodillas para caber en el bajo horno, y empezó a gatear hacia su interior. Mientras la oveja avanzava, su enorme y redondo trasero se movía hacia un lado y a otro, deteniéndose y temblando tremendamente cuando la chica encontraba dificultades para entrar. Estaba como hecho de gelatina. Sería un plato exquisito.
La chica ya estaba casi por completo dentro del horno, cuando dijo:
-Señor, no veo al ratoncito y está muy oscuro aquí, además creo que he llegado al final.
El lobo se había quitado el pantalón, que le hacía daño en su cada vez más duro pene, y se había puesto a cuatro patas.
-No te preocupes, no te va a pasar nada. Entra, entra más.
Desde la posición en la que Jack estaba ahora, la corta falda de la oveja dejaba ver sus bragas, tan pegadas a su piel que se marcaban su ano y vagina. Con la excusa de ayudarla a entrar, Jack puso su mano sobre el trasero de la oveja. Era tan blando que creía que se desharía en sus zarpas.
-Gracias por la ayuda, señor.- dijo ella, visiblemente asustada.
Introduciendo una de sus garras tras las bragas, las desgarró como por descuido, dejando a la vista la vagina de la chica, cubierta de fina lana, y su pálido culo, que cubría toda la visión del lobo, gobernado por un ano tembloroso y enrojecido.
Súbitamente, Jack empujó con fuerza a la oveja, y, metiendo en el horno lo poco de ella que quedaba fuera, cerró la puerta, y lo encendió.
-¡Señor! ¡Se ha cerrado la puerta!- Chillaba la ovejita, asustada. Encerrada en el horno, que no era tan largo como Jack le había prometido, apenas se podía mover, ahora tumbada de lado y con las patas traseras dobladas. A través de la puerta transparente, se observaba un primer plano de su culo y vagina, y, al fondo, se podían contemplar unos grandes pechos y un rostro atemorizado, desconcertado. Durante el corto forcejeo, los grandes pechos habían huído del escote, y ahora los rojos pezones podían verse también claramente.
-No te preocupes, pequeña. Es el travieso ratón, que nos está jugando una mala pasada.
El lobo babeaba tanto que había formado un charco en el suelo bajo su rostro, y con una de sus zarpas se masturbaba salvajemente, relamiéndose.
-¡No veo ningún ratoncito, señor! ¡Hace mucho calor!
La oveja sudaba copiosamente, tanto que, en pocos segundos, el fondo del horno se empezó a inundar. Aunque no sabía exáctamente lo que le estaba sucediendo o por qué, la joven empezó a llorar. Sobre su hocico, enrojecido por el calor, se derramaban lágrimas inocentes de dolor y miedo. Aquello excitó más aún al lobo, que observaba sin perder detalle sus desesperados ojos.
La puerta del horno del lobo estaba preparada para soportar cualquier tipo de embite. Sin embargo, la chica ni siquiera intentó echarla abajo, de tan extraña e increíble que resultaba aquella situación para ella.
Su piel estaba completamente roja ya, como la coraza de un cangrejo, e incluso tostada en algunos puntos. Sobre todo se notaba en su reluciente culo, de un aspecto delicioso. Sollozaba amargamente mientras su carne se quemaba y agrietaba por todo su cuerpo, expulsando sangre. Sus ojos parecían derretirse cuando empezó a chillar y balar de dolor, bañada en su sudor y sangre, con el rostro desfigurado, la piel tostada y reventada, sus pechos quemados y crujientes.
Jack eyaculó justo cuando ella expulsó su último aliento de vida, y, sin embargo, pronto se volvió a excitar. Extrajo el cocinado cadáver del horno, y lo devoró por completo. Los pechos desgarrados se derretían en su boca, la carne de las nalgas era aún más tierna de lo que había imaginado, y, mientras mordía las tripas y chupaba las cuencas de los ojos, violó varias veces a su deliciosa cena, cuyo cuerpo horneado se quebraba bajo las salvajes embestidas sexuales. Al acabar con toda la carne de la oveja, el lobo se durmió, sucio, satisfecho y feliz, entre los huesos.
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